C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– ¿Cuál?

Sandy inclinó la cabeza.

– Ya lo verás. Por cierto, no le he comentado a Barbara lo de mi hermano. No quiero que se ponga a llorar. Tú tampoco le digas nada, si la ves.

– De acuerdo.

– ¿Sabe que eres un espía, Harry?

– No. No sabe nada, Sandy.

Sandy asintió con la cabeza.

– Por un momento, me he preguntado si no sería eso lo que le ocurre. -Volvió a esbozar la extraña media sonrisa de antes-. Qué curioso, cuando era pequeño quería ser bueno. Pero nunca supe muy bien cómo hacerlo. Y, si no eres bueno, los buenos se te echan encima como fieras. Por consiguiente, más te vale ser malo. -Contempló un momento la taza vacía y después alargó la mano hacia el abrigo-. Muy bien. Vamos allá.

Ambos se encaminaron hacia la puerta. Sandy apartó al vendedor de cigarrillos con un gesto de la mano. Se quedaron en la puerta… la nieve seguía cayendo y los ventisqueros se amontonaban contra los muros de los edificios. Al otro lado de la calle, la gente, arrebujada en sus abrigos, bajaba las gradas de un templo al término de una ceremonia religiosa, mientras que un sacerdote estrechaba la mano de los feligreses en la entrada.

Sandy se puso el sombrero.

– Bueno, ya estamos otra vez con la nieve.

– Pues sí.

– Procura que no te sorprendan revolviendo papeleras. Nos vemos, Harry. -Sandy dio media vuelta bruscamente, envuelto en su abrigo. Harry respiró hondo y salió bajo la nevada para ir a decirle a Tolhurst que la presa había mordido el anzuelo.

39

El taxi se abrió tortuosamente camino a través de Carabanchel. Se había producido un corte de electricidad y las calles estaban oscuras como la boca del lobo, excepto la pálida luz de las velas que brillaba en las ventanas de los altos bloques de apartamentos. El vehículo avanzaba a sacudidas sobre las accidentadas calzadas cubiertas de nieve. Un carro detenido junto al bordillo apareció ante los globos gemelos de los faros delanteros mientras el taxista se desviaba bruscamente para esquivarlo.

– ¡Mierda! -murmuró el hombre-. Esto es como un viaje al infierno, señor.

Cuando Harry lo había parado en la Puerta del Sol, el taxista se había negado a llevarlo a Carabanchel en mitad de un corte de electricidad. Al caer la noche, cesó la nevada y salió la luna; sin la luz de las farolas y con sólo el débil resplandor de las velas en las ventanas, era como circular a través de las ruinas de una ciudad muerta y abandonada a los elementos.

Aquella mañana, Harry había sido llamado al despacho de Tolhurst. El corte de electricidad había afectado a la calefacción central y la regordeta figura de Tolhurst aparecía envuelta de nuevo en unos gruesos jerséis.

– Forsyth ya ha llamado -le dijo éste-. Debe de estar interesado.

– Muy bien. -«Hecho», pensó Harry, «misión cumplida». -Nos gustaría que estuvieras presente cuando lo entrevistemos.

– ¿Cómo? -Harry frunció el entrecejo-. ¿Es necesario?

– Creemos que podría ayudar. Es más, nos gustaría que la reunión tuviera lugar en tu apartamento.

– Yo creía que eso era todo, por lo que a mí respecta.

– Y lo será. Esto es lo último. Sé que estás deseando dejarlo. -El tono de Tolhurst era de reproche y casi de ofensa-. El capitán dice que después ya te podrás ir, probablemente habrá plaza para ti en el avión que lleva a la gente a casa por Navidad. Pero cree que Forsyth estaría más dispuesto a aceptar en tu territorio. A veces estos pequeños detalles pueden influir, ¿sabes? Y, en caso de que negara haberte dicho alguna cosa, tú estarías presente para contradecirlo.

Harry se puso furioso y notó que se le hacía un apretado nudo en el estómago.

– Eso será muy humillante. Para él y para mí. Por lo menos, que sea en tu despacho, no nos obligues a echarnos mutuamente en cara ciertas cosas.

Tolhurst meneó la cabeza.

– Lo lamento, órdenes del capitán. -Harry guardó silencio. Tolhurst lo miró con tristeza-. Siento que las cosas no hayan salido todo lo bien que esperábamos. Es lo malo de esta clase de trabajo: una palabra fuera de lugar, y estás hundido.

– Lo sé. -Harry lo estudió-. Oye, Tolly, tú sabes que he estado saliendo con esta chica, ¿verdad?

– Sí.

– Quiero casarme con ella. Y llevármela a Inglaterra.

Tolhurst arqueó las cejas.

– ¿A esta pequeña lechera?

Harry se enfureció. Pero tenía que intentar que Tolhurst se pusiera de su parte. Procuró que se le calmara la voz.

– Ha accedido a casarse conmigo.

Tolhurst arrugó la frente.

– No sé qué decirte, ¿estás seguro de lo que haces? Si te la llevas a Inglaterra, tendrás que cargar con ella para siempre. -Se rascó la barbilla-. No la habrás metido en algún lío, ¿verdad?

– No. Aunque hay un niño que ella y su hermano han estado cuidando, un huérfano de guerra. Nos gustaría llevárnoslo.

Tolhurst miró a Harry con cara de lechuza sabionda.

– Bueno, ya sé que las cosas no han sido fáciles para ti, pero ¿te parece el momento apropiado para tomar decisiones de este calibre? Si no te importa que te lo diga.

– Mira, Tolly, es lo que yo quiero. ¿Me puedes ayudar? Con los de inmigración, quiero decir.

– No sé. Tendré que hablar con el capitán.

– ¿Lo harás? Por favor, Simón, sé que sería una gran responsabilidad; pero es lo que yo quiero, ¿comprendes?

Tolhurst volvió a acariciarse la barbilla.

– ¿Tienen la chica o su hermano algún tipo de simpatía política?

– No, son contrarios al régimen, pero eso no tiene nada de extraño.

– En esta clase de personas, no. -Tolhurst tamborileó con los dedos sobre el escritorio.

– Si pudieras hacer todo lo posible, Tolly, te estaría eternamente agradecido.

Tolhurst lo miró complacido.

– De acuerdo. Lo intentaré.

Harry y Sofía habían acordado que él acudiría a cenar al apartamento de Carabanchel y entonces les comunicarían sus planes a Paco y Enrique. Cuando el taxi lo dejó finalmente ante el edificio de Sofía, Harry abrió la puerta con la llave que ella le había dado. Subió con cuidado por la escalera, que estaba a oscuras; no se veía nada y tuvo que encender una cerilla. Éste había sido uno de los consejos de Tolhurst. Llevar siempre cerillas por si hubiera cortes de electricidad.

Llamó y, cuando Sofía le abrió, una pálida luz inundó el rellano. Se había puesto el vestido que llevaba la noche en que habían ido al teatro. A su espalda, había velas en todos los rincones de la estancia; la suave luz ocultaba las manchas de humedad de las paredes y el desastroso estado de los maltrechos muebles. La cama de su madre seguía donde siempre, empujada contra la pared. Harry se inclinó hacia delante y la besó. Parecía cansada.

– Hola -le dijo ella en un susurro.

– ¿Dónde están Paco y Enrique?

– Han salido por un poco de café. No tardarán en volver.

– ¿Saben algo de lo nuestro?

– Paco ha adivinado que algo ocurre. Ven, quítate el abrigo.

La cama de su madre estaba cubierta con una colcha de retazos limpia, y la mesa, con un mantel blanco. El brasero llevaba un buen rato encendido y la estancia estaba bien caldeada. Se sentaron en la cama, el uno al lado del otro. Harry le dijo a Sofía que había hablado con un compañero acerca de la cuestión de los visados.

– Creo que hará todo lo que pueda. Podría ser antes de Navidad.

– ¿Tan pronto?

Harry asintió con la cabeza, y ella meneó la suya.

– Será muy duro para Enrique.

– Le podemos enviar dinero. De esta manera, por lo menos, podrá conservar el apartamento. -Harry le tomó la mano entre las suyas-. ¿Estás segura de lo que haces?

– Sí. -Sofía lo miró-. ¿Y qué hay de ese trabajo tuyo del que me hablaste? ¿Ya está a punto de terminar?

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