Will intentó levantarse, pero cayó hacia atrás. Prue, con el osito todavía colgando de su brazo, se puso a gritar.
Harry se arrodilló al lado de Will.
– Me he torcido el tobillo. -En el rostro de Will se mezclaban el dolor y el temor-. Déjame, acompaña a los demás al refugio.
A su espalda, Muriel estrechaba con fuerza a la llorosa Prue, que soltaba incesantes reniegos en un lenguaje que Harry jamás hubiera imaginado que ella conociera.
– ¡Maldito Hitler de mierda, me cago en su puta madre!
La sirena seguía aullando. Los aviones casi ya estaban encima de sus cabezas. Harry oyó el silbido de las bombas que caían, cada vez más fuerte y rematado por una súbita y sonora detonación. Vio un destello de luz a unas cuantas calles de distancia y percibió un momentáneo azote de aire caliente contra su bata. Era algo muy parecido a lo de Dunkerque. Las piernas le volvían a temblar y notaba un sabor seco y ácido en el paladar, pero la mente muy despejada. Tenía que conseguir que Will se levantara.
Se oyó otro silbido y una detonación más cercana, mientras el suelo se estremecía bajo sus pies por efecto de los impactos. Muriel dejó de soltar maldiciones y se quedó allí plantada, con los ojos y la boca muy abiertos. Inclinó el escuálido cuerpo envuelto en la bata para proteger a su hija, que seguía llorando. Harry la tomó del brazo y la miró a los ojos llenos de terror. Después, le habló muy despacio y con claridad.
– Tienes que llevar a Prue al refugio, Muriel. Ahora mismo. Mira, allí está Ronnie; no sabe qué hacer. Tienes que acompañarlos. Yo me encargaré de Will.
La vida retornó a los ojos de Muriel. Ésta se volvió en silencio y echó a andar rápidamente hacia el refugio, alargando la otra mano para que Ronnie la tomara. Harry se inclinó y tomó la mano de Will.
– Vamos, muchacho, levántate. Baja la pierna sana y apoya el peso del cuerpo en ella.
Consiguió levantar a su primo, mientras se oía otra fuerte detonación a no más de una calle de distancia. Hubo otro breve destello amarillo y una onda expansiva estuvo casi a punto de derribarlos al suelo, pero Harry rodeó a Will con el brazo y consiguió evitar que perdiera el equilibrio. Harry percibió una sensación de presión y un quejumbroso silbido en el oído malo. Will se inclinó hacia él y avanzó a saltitos con la pierna sana, mirándolo con una sonrisa a través de los dientes fuertemente apretados.
– No vayas a saltar ahora por los aires -dijo-. ¡Los fisgones se pondrán furiosos!
«O sea que ha adivinado quiénes son los que buscan mi colaboración», pensó Harry. Cayeron más bombas; unos destellos amarillos iluminaron la calle, pero ahora parecían más lejanos.
Alguien lo estaba observando todo desde el refugio y mantenía la puerta ligeramente entornada. Unos brazos se alargaron para sujetar a Will y todos cayeron a la vez por la abarrotada oscuridad. Harry fue acompañado a un asiento, donde se encontró sentado al lado de Muriel. Apenas podía distinguir su silueta delgada, todavía inclinada sobre Prue. La chiquilla seguía sollozando. Ronnie también estaba acurrucado junto a ella.
– Perdona, Harry -dijo Muriel en voz baja-. Pero es que ya no podía aguantar. Cada día pienso en lo que podría ocurrirles a mis hijos. A cada momento, constantemente.
– Tranquila -dijo él-. No pasa nada.
– Siento haberme derrumbado. Tú nos has ayudado a resistir.
Levantó un brazo para tocar a Harry, pero lo dejó caer como si el esfuerzo fuera excesivo.
Harry apoyó la punzante cabeza contra la pared rasposa de hormigón. Los había ayudado, había asumido el control de la situación, no se había venido abajo. Unos meses atrás lo habría hecho.
Recordó la primera vez que había visto la playa de Dunkerque, cuando había subido a una duna y había contemplado desde allí las columnas de hombres negras e interminables adentrándose en un mar salpicado de barcos. Los había de todos los tamaños… Vio una embarcación de placer junto a un dragaminas. También había restos humeantes de naufragios. Los bombarderos alemanes rugían por encima de su cabeza, bajando en picado y arrojando las bombas sobre barcos y hombres. La retirada había sido tan rápida y caótica que el horror y la vergüenza de toda la situación resultaron casi imposibles de soportar. A Harry le habían ordenado que ayudara a los hombres a formar en fila en la playa para la evacuación. Sentado ahora en el refugio, experimentó una vez más la sorda vergüenza que se suele sentir en semejantes circunstancias, la comprensión de la derrota total.
Muriel musitó algo. Estaba sentada junto a su oído malo y él volvió la cabeza hacia ella.
– ¿Cómo?
– ¿Te encuentras mal? Estás temblando de arriba abajo. -Le temblaba la voz. Harry abrió los ojos. La oscuridad estaba salpicada por los puntos rojos de los cigarrillos encendidos. Los ocupantes del refugio permanecían en silencio, tratando de oír lo que ocurría fuera.
– Sí. Es que… me lo ha vuelto a recordar todo. La evacuación.
– Lo sé -murmuró ella.
– Creo que ahora ya se han ido -dijo alguien.
Se abrió una rendija en la puerta y alguien asomó la cabeza. Una ráfaga de aire frío traspasó el tufo a sudor y orines.
– Es terrible lo mal que huele aquí dentro -dijo Muriel-. Por eso no me gusta venir. No lo puedo soportar.
– A veces la gente no puede evitarlo… Cuando tiene miedo pierde el control.
– Supongo que sí.
La voz de Muriel se serenó. Harry pensó que deseaba verle la cara.
– ¿Estáis todos bien? -preguntó.
– Bien -contestó Will, detrás de Muriel-. Has hecho un buen trabajo ahí fuera, Harry. Gracias, muchacho.
– Los soldados… ¿perdían el control? -preguntó Muriel-. ¿En Francia? Debió de ser espantoso.
– Sí. A veces. -Harry recordó el olor mientras se acercaba a la hilera de hombres en la playa. Llevaban varios días sin lavarse. Le vino una vez más a la mente la voz del sargento Tomlinson.
– Tenemos suerte… Las cosas van más rápido ahora que los botes pueden acercarse. Algunos pobres desgraciados llevan tres días aquí. -Era un sujeto alto y fornido de cabello rubio y rostro grisáceo por el agotamiento. Miró hacia el mar, sacudiendo la cabeza-. Fíjese en aquellos imbéciles de allí, harán zozobrar la embarcación.
Harry siguió su mirada hasta el final de la cola. Los hombres permanecían dentro del agua, que les llegaba hasta los hombros. A la cabeza de la cola, algunos se amontonaban en una embarcación de pesca y su peso ya la estaba escorando hacia un lado.
– Será mejor que bajemos -dijo Harry.
Tomlinson asintió con la cabeza, y ambos se dirigieron hacia la orilla. Harry vio a los pescadores discutiendo con los hombres que seguían amontonándose a bordo.
– Creo que hemos tenido suerte de que la disciplina no se haya venido abajo por completo.
Tomlinson se volvió hacia él, pero su respuesta se perdió. El fragor de un bombardero que pasaba justo por encima de sus cabezas ahogó el débil silbido de las bombas que iban cayendo. Después se oyó un rugido que hizo que Harry experimentara la sensación de que le estallaba la cabeza mientras sus pies se levantaban del suelo en medio de una nube de arena teñida de rojo.
– Y, de repente, desapareció -dijo Harry en voz alta-. Sólo trozos. Pedazos.
– ¿Cómo dices? -preguntó Muriel, perpleja.
Harry cerró con fuerza los ojos, tratando de borrar las imágenes.
– Nada, Muriel. No pasa nada, perdona.
Sintió que la mano de Muriel buscaba la suya y la apretaba. Se la notó áspera, dura y reseca a causa del trabajo. Parpadeó para reprimir las lágrimas.
– Lo hemos conseguido esta noche, ¿eh?
– Sí, gracias a ti.
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