María Quesada - Mujeres de Rosas

Здесь есть возможность читать онлайн «María Quesada - Mujeres de Rosas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Mujeres de Rosas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Mujeres de Rosas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Las mujeres de Rosas ha sido el pretexto para reconstruir algunas biografías femeninas del siglo XIX sobre la base del material relativamente abundante que existe en lo que se refiere a la época de Rosas. Como era habitual en ese tiempo, estas señoras escribieron muchas cartas -parte de las cuales permanece inédita- y como eran personas estrechamente vinculadas con el dictador, sus historias interesaron a mucha gente. Por otra parte, en los archivos de sucesiones, se guardan algunos de sus secretos. Todo esto permite recuperar a través de la historia de un hombre prominente y de su círculo el peso de las mujeres en la historia social del poder.
Sería presuntuoso pretender que Agustina, Encarnación, Manuela, Eugenia y Josefa, las protagonistas de los cinco capítulos de este libro, puedan servir de prototipos femeninos. Fueron solamente seres particulares y únicos, pero además condicionadas por el medio en que nacieron y se educaron. Ricas o pobres, luchadoras, ganadoras o sometidas, sus vidas merecen ser reconstruidas con el respeto que se debe a quienes amaron, sufrieron y murieron antes que nosotros, pero con algo del humor y de la ironía que forma parte inseparable de la narración histórica.
La biografía tiene un encanto indudable, especialmente cuando se ocupa de esa parte olvidada de la gran historia, las mujeres, en este caso las más próximas a Juan Manuel de Rosas. Ellas han sido mi compañía intelectual en el curso de un año en el que las realidades políticas y económicas azotaron de manera implacable al país que en otro tiempo fue el suyo, esta tierra nuestra en la que entonces y ahora se viven desventuras y esperanzas.
Debo agradecer a los muchos amigos que colaboraron con estas páginas, especialmente a los que dieron generosamente documentos o pistas historiográficas logradas con años de trabajo y de búsqueda: Juan Isidro Quesada, Juan M. Méndez Avellaneda y Enrique Mayochi. A José M. Massini Ezcurra, descendiente de esas familias patricias. A María Esther de Miguel y a Juan Ruibal, que leyeron los originales. A Marta Pérez Extrach, que aportó su valiosa biblioteca. Al director del Archivo de Tribunales. Y a los infatigables empleados del Archivo General de la Nación que, escaleras mediante, superaron con buena voluntad las deficiencias técnicas.

Mujeres de Rosas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Mujeres de Rosas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Rosas tranquilizó a Anchorena respecto de la ninguna influencia de González en sus decisiones y de paso reveló sus sentimientos y su pesar de viudo: “Debía pensar en el luto que me correspondía en el sombrero. Pensé que no debía quitarme el cintillo federal que me había colocado de acuerdo con mi adorada Encarnación, al mismo tiempo que ella se ponía la divisa punzó al lado izquierdo de la cabeza (emblema político que se hizo obligatorio a todas las mujeres). Creí que si me la quitaba le haría un desaire y que no le habría de gustar. Creí que oía su voz que me decía basta con el luto dejando el cintillo abajo, y que tampoco le gustaría que me quitara el chaleco colorado. Dirás que estoy azonzado: así será, mas, como todos los hombres no hemos sido cortados por la misma tijera, yo me consuelo con mi desgracia eterna, con lo que otros aumentan sus penas y alejan de sí para confortar su espíritu. ¿Y qué quieren algunos hombres remediar a lo que Dios dispone?”, se preguntaba el viudo cuya carta concluía con una afirmación de dolor: “Yo pienso de distinto modo respecto a fallecimiento. Quizá muera yo mismo de desesperado”. [147]

Ramos Mejía sospechó de la sinceridad de tales expresiones. Dice que había mucho de comedia en este duelo y que allá, en lo recóndito de su alma, el gobernador experimentaría algún íntimo bienestar al sentirse libre de ella “por naturales acontecimientos y misteriosos designios del Todopoderoso. ¿Libre de aquel actuante e imperativo carácter que llegó algunas veces hasta a darle órdenes? La señora parecía demasiado metida para ser cómoda. (…) Aquel acceso de dolor exteriorizado en forma tan desmedida y rumbosa, llega a nosotros como el eco de un grito comprimido de libertad, que escapa involuntariamente haciendo sonar fúnebres cascabeles”. [148]

Es posible que Rosas en la plenitud de su poder no necesitara de una consejera autoritaria, que lo conocía íntimamente en sus debilidades y carecía de pelos en la lengua para cantar verdades a menudo desagradables. ¿Pudo ella prevenir los trágicos sucesos que se avecinaban tales como el plan urdido por los unitarios de Montevideo para recuperar su hegemonía? Supone Marcos Ezcurra que sí: “Dícese que por su consejo evitáronse muchos males públicos, y que si hubiera vivido se habrían orillado mejor los sucesos de la Dictadura en 1839 y 1840. No sabemos si habría podido tanto (la política no depende de uno sino de muchos factores), pero sí creemos que su influencia habría pesado en el ánimo de su marido y aconsejándolo sabiamente, habría tal vez mitigado los rigores de aquel poder excesivo. Es que Rosas no admitió influencia de mujer alguna después de ella. Manuelita no fue nunca elemento de consejo, sino de ruego bondadoso y súplica y brillo en las fiestas”. [149]

Junto con la vida de su hermana Encarnación, se fue eclipsando la influencia de María Josefa. Ella tomó en un principio la tarea de acompañar a su sobrina Manuelita, pero paulatinamente esa cercanía se atenuó. La señora de Ezcurra que había heredado una fortuna de su difunto marido, fallecido en Cádiz, invirtió el dinero en fincas urbanas y rurales. Vivía entonces en su casa de la calle Potosí, donde Mármol la describiría en las páginas de Amalia. Era siempre intermediaria de los intereses de gente modesta y encumbrada (en 1841, por ejemplo, es designada albacea de la ex convicta inglesa Clara Taylor, junto con el canónigo Felipe de Elortondo); enviaba esquelas a su “querida sobrinita” pidiéndole tal o cual gracia y en 1848, en ocasión del caso de Camila O'Gorman y el cura Gutiérrez, opinó con mucha prudencia recomendando a su “querido hermano Juan Manuel” se recluyera a la prófuga en la Casa de Ejercicios y atribuyendo la responsabilidad de lo ocurrido a quien la había inducido por el mal camino y al gran descuido de su familia al permitirle esas relaciones. Sobre esta última etapa del vínculo con Rosas dice monseñor Ezcurra: “Nos consta que su cuñada, si bien era adicta a su política, se empeñó con él por personas que reclamaron su favor, pero con poco éxito, por lo cual solía decirle que ya no la atendía por haberse vuelto unitaria”. [150]

Por supuesto Rosas, en la plenitud del poder, no soportaba la mínima muestra de desacuerdo con su política. Pero cuando estaba en el exilio, lamentaría con amargura que María Josefa, a la que tanto había ayudado cuando era pobre, según decía, no se hubiera acordado de él en su testamento y prefiriera dejar su fortuna a otras personas de su familia puesto que había muerto sin descendencia reconocida. [151]

Tampoco olvidaba el proscripto de Southampton a su esposa muerta tantos años atrás. Este recuerdo aparece con singular vigor en 1870, cuando Urquiza es asesinado en el Palacio San José, y Rosas le escribe a la viuda, Dolores Costa, para confortarla: “Cuando también he tenido la angustia fatal de perder a mi buena compañera Encarnación, conozco el largo tiempo que necesita usted para encontrar algún calmante a su amargura; tanto más cuanto ha pasado por el tormento cruel de presenciar el desgraciado fin del suyo, tan querido. El consuelo es el resultado del tiempo y de la concurrencia de la filosofía y de la religión por el trabajo y el llanto continuado concedido por Dios a las personas mayores”. [152]

Eran frases simples, sinceras, distintas del tono teatral que Rosas adoptaba en los tiempos de su poderío. La derrota lo había humanizado y encontraba ahora el tono adecuado para recordar a esa compañera incomparable, tan diferente de la mayoría de sus congéneres de la alta clase porteña, la mujer que compartió la elevada idea que él tenía de sí mismo cuando salía recién de la adolescencia y estaba aún bajo el control de una madre dominante que quería para su hijo predilecto un destino a la antigua usanza colonial. Para Encarnación, esto no era suficiente: quería que su Juan Manuel fuera el más rico así como era el más bello, pero también el más honrado, el más temido y el más poderoso. Ella resultó un elemento clave en la lucha por el poder disputada entre las grandes familias rioplatenses luego de la Independencia. Murió cuando ese proyecto de todo el poder para Rosas se había plasmado en una dictadura a su medida y, según muchos, acorde con las necesidades de la Argentina de ese tiempo.

Esa Encarnación única e irrepetible tiene en su biografía un rasgo póstumo que sale asimismo de lo común: cuando 80 años después de su muerte, su cadáver fue trasladado a la bóveda familiar de los Ortiz de Rozas en el Cementerio de la Recoleta -donde en 1989 se le reunirían los restos de su esposo- el cuerpo apareció incorrupto, casi como el día en que lo enterraron, relata monseñor Ezcurra; el rostro podía retratarse con las facciones perfectas, blanco, con un blanco de cera amarillosa; los cabellos castaños brillantes cayendo en dos bandas onduladas desde la amplia y alta frente; los ojos cerrados pero con expresión de vivos; la boca entreabierta rezando una plegaria y los vestidos intactos, el hábito blanco de los Dominicos, al cuello el escapulario de la Hermandad de los Dolores, las medias de lana blanca y los zapatos negros flamantes. Completaban el extraño cuadro las flores que le habían puesto en su entierro; restos de rosas, jazmines del país y reseda que florecen en primavera en los jardines porteños. [153]

Este curioso hecho hace suponer a Ezcurra que se trataba de un designio divino. Era una singularidad más de la bravía esposa de Juan Manuel, exponente de la mujer política de la clase dirigente criolla de principios del siglo pasado; tenaz, implacable y segura de sí, salvo -y en esto demostraba su inteligencia- en cuanto a la seguridad del cariño de su idolatrado esposo, ese amor difícil que había elegido a los 17 años de edad y que la había conducido a un destino extraordinario.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Mujeres de Rosas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Mujeres de Rosas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Mujeres de Rosas»

Обсуждение, отзывы о книге «Mujeres de Rosas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x