Camilo Cela - La cruz de San Andrés
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– ¿Por qué eres siempre tan respetuosa con los que mandan?
– Porque estoy a punto de llegar a vieja y no quisiera verme en el asilo, yo no quiero morirme en el asilo y sin nadie que me cierre los ojos.
– ¿Por qué tu marido usa eslip y no calzoncillo corriente?
– No lo sé, no se me ocurrió preguntárselo nunca.
El señor subsecretario, presidente nato de la comisión redactora, volvió a utilizar el pertinente tratamiento.
– Bien, prosiga usted con el relato de la crónica.
– Con la venia del señor subsecretario, del señor presidente nato.
El público tosía y medio alborotaba y hubo que llamarlo al orden.
– Silencio, por favor, guarden la debida compostura.
Los caracoles del cementerio de Iskilip pueden contagiar muy raras y peligrosas enfermedades, el sida la primera, no basta con lavarlos con agua bendita porque como son musulmanes y los exorcismos cristianos se les disuelven en la baba, el agua bendita no tiene efecto ninguno, eso es igual que querer pagar a los curas de un entierro con moneda falsa, ahí es donde empieza a chirriar la ley de Frienberg.
– ¿De Freyberg?
– Quizá sí, jamás lo supe.
Ahora me doy cuenta de que he perdido la facultad de improvisar mentiras, ahora tengo que pensarlas, se conoce que voy para vieja, lo vengo diciendo desde que era joven.
Me parece que fue don Ataúlfo Fombuena, el juez de Arzúa, quien me dijo que los joyeros y los aparejadores se suicidan siempre tirándose por la ventana, los boticarios y los funcionarios se envenenan con barbitúricos, las criadas con aguarrás o con lejía, los marineros, los carpinteros y los plomeros se tiran a un pozo, antes se tiraban por un acantilado, los comerciantes y los cocheros de punto se ahorcan, también los taxistas, los militares se pegan un tiro y así sucesivamente, la señora de don Ataúlfo, aunque él no lo supo nunca, había tenido amores con don Calixto Méndez Gil, el marido de Ana María, el joyero que se tiró por la ventana, tuvo un mal momento, le fallaron las potencias del alma, tampoco es necesario que fallen las tres al tiempo, y se tiró por la ventana, se esmagó contra las losas del patio, lo de don Ataúlfo debía ser intuición, no digo los cuernos sino la idea sobre la forma de suicidarse algunos, hay jueces muy intuitivos, a la gente le hizo gracia el suicidio de Méndez Gil, la verdad es que no me lo explico, yo cada vez me explico menos cosas pero tampoco pregunto, se conoce que se me está debilitando la lamparita mágica de la curiosidad, el centillero de las siete luces misteriosas capaces de obrar milagros.
– ¿Por qué las ovejas del matadero mueren sin quejarse? Se limitan a poner los ojos tristes y vidriados, mejor vidriosos, ni suplicantes siquiera, y se les seca la garganta, el matarife las degüella sin quitarse el pitillo de la boca, no conoce la caridad, ¿por qué las ovejas del matadero mueren sin quejarse?
– No lo sé, a lo mejor tampoco tiene explicación porque a nadie le importa saberlo, la gente es muy rutinaria.
A mi marido le dieron un metrallazo en el pecho durante la guerra civil, es amarga la idea de que las guerras civiles no dejen sino huellas hediondas que quizá hubieran podido evitarse, nadie debiera permitir que nadie finja proclamarse salvador de nada, ése es un camino muy ruin.
Matilde Meizoso, mi tocaya, le regaló a su marido un lote de libros. Sociedad Liquidadora Librera. Barcelona. Formidable liquidación en tomos de lujo. La bestia humana, de Emilio Zola, el papel de retrete La Jienense también es de buena calidad para escribir, quizá no tanto para otros usos más íntimos, Los vagabundos, de Máximo Gorki, en Karakasu no hay percebes, ¿cómo va a haberlos si está en el interior de la Anatolia?, en Karakasu y en Kizilkaboluk hay alacranes, escorpiones y víboras, también conejos, codornices y gacelas, El príncipe idiota, de Dostoievski, todo por 268 pesetas, más gastos de envío, los hombres vulgares no son más que nosotras y tampoco tienen historia.
– ¿Ni saben contarla?
– Me imagino que no.
Y de regalo El doctor Jivago, de Pasternak, la paloma torcaz del demonio Belcebú Seteventos no dejaba de parir su mensual pelucona de oro, Mi guel Strogoff , del inmortal Julio Verne, Yo no soy sino una mujer sumida en la tristeza, anegada por la tristeza, ahogada en la más rítmica e incontenible tristeza, y Aventuras de la novela negra, con hombres duros y muy bellas mujeres, la policía detuvo a la Caralluda de Valadouro porque le partió la cabeza a un cabrito de un botellazo, lo más probable es que con razón, Trini la Madrileña y Carmeliña Conacha Brava le llevaban pitillos y tortilla de patatas a la cárcel, anís no porque lo prohíbe el reglamento, a los quince o veinte días la soltaron.
Un día vimos por la calle a un chico guapísimo, de aire agresivo y salvaje, parecía Tarzán, con el pelo revuelto pero muy cuidado y limpio, los ojos verdes, los labios rojos y carnosos, el porte atlético, con una zamarra de ante forrada de piel de borrego, iba muy a la moda, llevaba un violín en su estuche, después supe que se llamaba Miguel Negreira, que era artista y que su padre había hecho dinero con el volframio; las tres nos quedamos prendadas, casi enamoradas, pero ninguna lo volvimos a ver en mucho tiempo.
– ¿Alguna de ustedes sabe el principio de Arquímedes?
– Sí, señorita, todas menos Araceli.
De vez en cuando las dos López Santana y yo merendábamos en el Galicia con unos chicos de Ferrol, los tres hijos de marinos, que estaban estudiando arquitectura en La Coruña, el mío se llamaba Juan Manuel y jugaba muy bien al ajedrez, el de Matty era un bellezón que se llamaba Rogelio, como el nombre no le gustaba le decíamos Filis, a Betty Boop, que era menos exquisita, le adjudicamos uno muy pijo, muy tontito, que nos daba mucha risa, no recuerdo su nombre pero sí que le llamábamos el Zanahorio porque tenía mucho acné y la cara muy colorada.
– ¿Usted cree que los crímenes se preparan siempre en silencio?
– Me parece recordar que esto ya me lo preguntó usted otra vez, pero procuraré complacerle: los buenos crímenes, sí, sin duda, y los demás, ¿qué importa a nadie?
Los ferrolanos tenían alquilado un piso en Riego de Agua, cerca de la Diputación, en la otra acera, casi esquina a la calle de la Trompeta, a veces nos reuníamos a cantar y a tocar la guitarra, pero la cosa jamás pasaba de ahí; un día, durante las vacaciones de Semana Santa, nos fuimos en autostop hasta Ferrol para verlos, nos llevó un dentista que trabajaba lunes y martes en Puentedeume y que no se propasó lo más mínimo, desde aquí fuimos en una camioneta de gaseosas y el chofer le fue pellizcando todo el camino a Matty, que era la que le quedaba al lado.
A mi marido y a mí nos clavaron en la cruz de San Andrés para que sirviéramos de ejemplo a los hijos de familia, a las hijas de familia, éstas aprendieron la lección todavía peor que sus hermanos; mi marido, cuando agonizábamos en la cruz, cuando ya casi no nos quedaba aliento, me preguntó,
– ¿Cuántos estúpidos crees que se precisan para formar un coro que cante la loa de los crucificados medianamente bien?
– No tengo la menor idea, a lo mejor no muchos.
Don Severino Fontenla, el cura castrense medio putero, se encontró en la calle con Guillermina Fojo, la nuera de Faneca, y se pusieron a hablar:
– ¿A usted qué le parece eso del yoga y la meditación trascendental, don Severino?
– ¡Calla, hija, calla! ¡Cuando el diablo no sabe qué hacer, con el rabo espanta las moscas!
A mí me dieron un papel en el que se leía que en nuestro interior existen tremendos poderes y facultades de los que no somos conscientes, me lo dieron en los Cantones, se lo daban a todo el mundo, para mí que esto no es verdad del todo, tampoco somos conscientes del bazo o del páncreas, la práctica del yoga y la meditación nos ayuda a despertar la más elevada de las inteligencias, bueno, ¿y qué? Loliña Araújo nunca se llevó bien con su nuera Guillermina, a Loliña Araújo, a pesar de los años, los hombres le siguen gustando más que a su nuera, no digo que ésta sea lesbiana, no, a mí me parece que pasa de todo, que lo único que le gusta es mandar, bueno, esto tampoco se sabe nunca y lo mejor va a ser callarse, no merece la pena pasarse la vida argumentando.
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