Peter Ackroyd - La Conjura de Dominus

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En el año 1399 circulan rumores apocalípticos por un Londres en un momento de terrible agitación. El convento de Santa María y el priorato de los caballeros templarios se comunican por un túnel subterráneo, el mismo en el que sor Clarisa vino al mundo. La joven novicia se ha convertido en centro de polémica por sus vaticinios, siendo considerada por unos una santa y por otros una simple loca. Una serie de acontecimientos extraños unidos a un cadáver, contribuirán a aumentar la inquietud de los habitantes de Londres y la secta de Dominus empieza a ir de boca en boca.
Sobre la base estructural de Los cuentos de Canterbury, y con el exhaustivo conocimiento de los bajos fondos londinenses, Peter Ackroyd ha creado una expléndida novela en la que la truculencia y el misterio arrastran al lector desde los primeros compases.

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– Gabriel, ni se te ocurra decirlo. Pronunciar esas palabras es un pecado mortal.

– El mío es un gran problema. -El joyero miró hacia la calle-. Estoy señalado.

A continuación, desgranó la historia. Descansaba en su alojamiento de Camomile Street, cuando oyó ruidos en la habitación situada encima de la suya. Notó los pasos de varias personas, así como voces que conversaban; sin embargo, las palabras sonaban tan asordinadas y confusas que no entendió lo que se decía. Se trataba de un ruido grave y enrevesado, que le recordó el sonido de la ciudad cuando se percibe desde los campos. Estaba tumbado en el colchón y de pronto estornudó estentóreamente. La conversación del piso de arriba se interrumpió y, durante unos instantes, reinó el más absoluto de los silencios. Luego oyó sonido de pisadas y la puerta de la cámara del piso superior se abrió de par en par. Gabriel oyó que dos personas bajaban la escalera a toda velocidad y comprobó horrorizado que alguien llamaba enérgicamente a su puerta. El ruido persistió hasta que Gabriel no pudo soportarlo; se acercó con sigilo y apoyó la oreja en la puerta. Fue entonces cuando oyó una respiración jadeante, ruidosa e intensa. Quitó lentamente el cerrojo, levantó el pestillo y miró hacia afuera. No había nadie.

A Emnot le resultó imposible mantenerse en silencio:

– ¿De modo que detrás de la puerta estaban los que no tienen sangre ni huesos?

Gabriel habló con sus vecinos, pero esa tarde nadie había visto ni oído nada; la habitación estaba desocupada y los únicos inquilinos eran los gusanos y las arañas. Habría dejado de pensar en la cuestión porque, como explicó a Emnot, «los hombres pueden llegar a morir a causa de la imaginación». Dos días después, caminaba por Camomile Street rumbo a su tienda en Forster Lane cuando le dominó la extrañísima sensación de que le seguían. Cuando se volvió sólo avistó a los comerciantes y la gente habitual de la zona. Creyó oír que alguien gritaba «¡Que te dan! ¡Que te dan!», pero en medio del clamor generalizado llegó a la conclusión de que tal vez se trataba de la llamada del panadero: «¡Pan!». También recordaba que, en ese mismo momento, un caballo se encabritó y arrojó al jinete al achique de agua y basuras del centro de la calle.

A la mañana siguiente, mientras iba a trabajar, al recorrer ese mismo sector de la calle tuvo el convencimiento de que volvían a seguirle; alguien le apoyó la mano en el hombro y, cuando se volvió alarmado, no había nadie. Desde entonces, el mismo temor lo había dominado en esa calle.

– Es más horrible que todos los monstruos del mundo -explicó a Emnot.

– ¿En qué momentos te apremia?

– Ya al amanecer. Y de nuevo un poco antes del toque de queda. A veces también oigo pisadas en la habitación de arriba.

– ¿Puedes proyectar en tu mente lo que podrían ser?

– No, no puedo.

– Dicen que las almas de quienes traicionan a los amigos o a los visitantes van al infierno, mientras que sus cuerpos siguen viviendo.

– Pues no hay cuerpos. Carecen de forma y figura.

– Para mí es maravilloso y extraño. Al parecer son de esta tierra, pero no se los ve sobre ella.

– Y, a pesar de todo, resultan más amenazadores que las bocas crueles.

Emnot se levantó de la silla y, en medio de la luz menguante, se reunió con su primo junto a la ventana.

– Déjame pensar. Si su cólera despierta en ti esos torrentes de temblores es porque ejercen una influencia semejante a la del calor o el frío insoportables. Suele decirse que en el lugar en que durante mucho tiempo ha persistido un gran fuego aún moran ciertos vapores cálidos. ¿Podría ser tu caso?

– ¿Tú crees?

– Tal vez se trate de seres de un tiempo que va más allá de la memoria humana. -Emnot estaba preocupado por otro aspecto del relato de su primo, ya que esos encuentros invisibles eran como la imagen fantasmagórica de los predestinados que se reunían en lugares secretos. La vida de Gabriel, visitada por aparecidos, desató sus temores de ser perseguido y capturado-. Podría existir el recuerdo de cosas pasadas, como la bruma que se compone de nubes que se desintegran.

– Emnot, en ese caso han venido a causarme un mal infinito.

– Claro que esos seres también podrían estar en un camino distinto. ¿Y si estuvieran delante de nosotros?

– ¿Y todavía no hubieran nacido? ¿Por qué motivo se presentarían en Camomile Street?

– Sí, es verdad. Sin duda son una triste muestra del pasado.

Emnot se distrajo por el recuerdo de la visión de los círculos entrelazados de William Exmewe, los círculos que compartían sus respectivas naturalezas hasta el extremo de que no quedaba claro dónde comenzaba uno y terminaba el otro. Pensó en las gotas redondas de la lluvia ligera, la bruma o el rocío, en las gotas que al chocar se unen. Si mirabas los círculos a la profundidad suficiente, todo se curaba.

– Me da igual la senda que pisen, estoy muy enfadado con ellos.

– Gabriel, están muertos.

– ¡Pero Emnot, uno me tocó!

El erudito se acercó a un pequeño armario, sacó una jarra esmaltada y sirvió dos vasos de vino. Sobre la superficie flotaban unas migajas de pan y las retiró con el dedo.

– Cuan grandes son esas oscuridades. Por lo tanto, David dice: Abissus abissum invocat. La profundidad llama a la profundidad.

Gabriel lo miró con compasión.

– Por lo que veo, sigues siendo un hombre de conocimientos. Un erudito amable y muy perfecto.

– Y como erudito te haré una advertencia.

– ¿Que vaya a ver a la monja?

– De ninguna manera consultes a esa bruja. Abandona tu alojamiento y evita Camomile Street.

* * *

Gabriel Hilton siguió el consejo de su primo. Alquiló tres habitaciones en Duck Lane y no volvió a pisar Camomile Street, que se convirtió en lo que llamaba «un lugar eludido» [7]. De todos modos, no cumplió a rajatabla con la advertencia de Emnot. Se enteró de que la hermana Clarice visitaría a las presas en la Mint, junto a la Torre de Londres. El día señalado esperó en la poterna y, cuando la monja se acercó, Gabriel extendió las manos con el habitual gesto de súplica y declaró:

– Liberadme. Liberadme, mi querida hermana, de un mundo de aflicciones.

Clarice reparó en su rostro apuesto y en sus ojos oscuros ensombrecidos por las tribulaciones.

– ¿Qué problema tienes?

La hermana Clarice iba con otra monja, sor Bridget, a la que indicó que se apartase.

Gabriel Hilton le habló de los espíritus que se le aparecían. La hermana Clarice se mordió el labio inferior y meneó la cabeza con aparente consternación.

– He oído historias parecidas. En Londres impera una gran perturbación de los espíritus. Saben que se acerca un mal día. -La monja se besó un dedo y rozó la mejilla de Gabriel. El joyero retrocedió sorprendido y la religiosa sonrió-. ¿Tienes miedo de mí o de mi sexo? Por mi vestimenta puedes ver que estoy consagrada a Dios. ¿Por qué me temes?

Gabriel tuvo la sospecha de que la monja se burlaba de él.

– No tengo miedo de vos ni de otra mujer nacida. Sor Clarice le apoyó el dedo en la frente.

– Tu primo disfrutará de gran gozo y consuelo.

– ¿Emnot?

– Lo conducirán hacia la luz. Otros hombres están a sus espaldas y lo apresuran para que avance hacia la gloria.

– Emnot es solitario. Se trata de un erudito perfectamente educado.

– Escucha lo que te digo. Tu primo debe seguir su camino sin temor. Exmewe es su amigo fiel. Dile que no desfallezca ni dude. ¿Se lo dirás?

– Por supuesto. Si así lo deseáis.

– Así lo deseo.

La hermana Clarice lo despidió y franqueó la portezuela de la prisión.

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