Chris Bohjalian - Doble vínculo

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Mientras Laurel Estabrook practica ciclismo en una carretera solitaria, sufre el ataque de unos hombres que tratan de violarla, pero, por suerte, consigue aferrarse a su bicicleta y salvarse de milagro. Sin embargo, el choque emocional es muy fuerte y a Laurel le cuesta recuperarse, por lo que empieza entonces a trabajar en la entidad gubernamental BEDS, dedicada a buscar alojamiento a los sin techo. Cuando parece que su trabajo puede ayudarle a encauzar su vida, se produce la muerte de uno de los indigentes, Bobbie Croker.
Al limpiar las dependencias de Bobbie, aparece una caja llena de fotografías y negativos. Laurel es la encargada de restaurar las fotografías para organizar un homenaje al fallecido y Bobbie Croker resulta ser un fotógrafo lleno de talento por cuyo trabajo ella se apasiona. Pero la joven hace un descubrimiento que le hiela la sangre: entre las fotografías aparece la de una chica montada en bicicleta y que bien podría ser ella el día en que fue atacada.
Empieza entonces a investigar el pasado de Bobbie y a recrear su historia para olvidar su propia experiencia.

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– ¿De qué estás hablando?

– Tiene que haber algo en los negativos. Seguro que hay algo en una de las fotos que todavía no he revelado, o quizá se oculte algo importante en las que ya tengo, pero no me he dado cuenta.

– Laurel -dijo Talia de nuevo, pero esta vez no se trataba de una pregunta. Llevaba puesta una sudadera gris con las palabras «Make My Day» impresas. Tenía un moratón en la palma de la mano izquierda y una serie de tiritas mal puestas en la derecha. Llevaba el pelo recogido en un moño y parecía agotada. En ese instante, Laurel se acordó: ¡el paintball! Se suponía que tenía que haber acompañado a su amiga en la excursión al paintball del grupo de catequesis.

– ¡Ostras,Talia! Me olvidé. Lo siento mucho, en serio. Se me pasó por completo. La he cagado, ¿verdad? No sé qué decir. Tía, ha sido un día horrible, asqueroso. Dejo colgada a mi mejor amiga y luego descubro que nos han entrado en casa…

– El perro de Gwen.

– ¿Qué?

– Gwen está fuera este fin de semana, y me pidió que sacara a pasear a Merlin -gruñó Talia mientras se acercaba cojeando a la cama y se sentaba junto a Laurel, intentando masajearse el dolorido hombro con la mano. Gwen era su vecina, estudiante de Veterinaria, y Merlin su buenazo pero gigantesco chow chow. Un animal mitad can, mitad león, cuya dueña sostenía que era un chucho que había recogido en la perrera.

– ¿Sabes? Me duele todo -añadió Talia-. No te sientas culpable. Bueno, olvida lo que he dicho. Siéntete culpable: muy culpable. Me habrías servido de ayuda hoy.

Laurel sentía que estaban teniendo dos conversaciones al mismo tiempo: una sobre el paintball y la otra sobre lo que había sucedido en su apartamento.

– ¿El perro de Gwen ha sido el que lo ha revuelto todo?

Talia asintió y dijo:

– Hace como quince minutos. Ha sido culpa mía. Volvía de sacarlo de paseo, aunque sería mejor decir que me ha sacado él,

porque yo iba cojeando. En fin, me pareció escuchar ruido en nuestro apartamento, así que subí para echarte la bronca por haberme dejado tirada en medio del bosque con una docena de adolescentes armados con rifles semiautomáticos cargados con bolas de pintura. No contestaste, pero había algo revolviendo ahí dentro.

– ¿Había alguien dentro? ¿Lo viste?

– No era una persona. Era un bicho, una ardilla.

– ¡Una ardilla! -exclamó Laurel.

– Pues sí. Nos habíamos dejado la ventana abierta y cuando entré en el piso me encontré una ardilla corriendo por el sofá. Al verla, Merlin se volvió loco y empezó a perseguirla por toda la casa. Tiró tu bonita lámpara, volcó la mesita y casi se lanza por el balcón cuando esa hija de puta se escapó por las ramas del arce que tenemos ahí fuera. Y lo siento, pero estaba demasiado machacada para actuar con la rapidez necesaria para sujetar a Merlin antes de que se pusiera a perseguir a la ardilla por nuestro salón.

– Así que no nos han robado.

– No, que yo sepa -dijo Laurel-. La ardilla se marchó con las manos vacías, o las garras vacías, si lo prefieres.

– Entonces, nadie más ha entrado en la casa.

– No, sólo la ardilla. Tía, ojalá hubiera tenido el rifle del paint-ball, esa ardilla se habría pasado el invierno con la piel de color fosforito.

– Ahora que lo dices, creo que me dejé la ventana abierta esta mañana.

– ¡Así que estuviste aquí! Me pareció escucharte cuando volviste de casa de David. Y aun así te olvidaste de que teníamos que ir al paintball.

– En serio, espero que me perdones. Es que… se me pasó.

– ¿Dónde estabas? No me contestaste al móvil y tampoco te localicé en casa de David.

– ¿Has hablado con él?

– No, él tampoco estaba en casa. ¿Salisteis juntos?

Laurel negó con la cabeza.

– Entonces, ¿dónde has estado?

– En la sala de revelado.

– ¿Te has pasado un día como hoy encerrada en la sala de revelado?

– Bueno, también quedé con un tío…

– Un tío mayor, seguro -dijo Talia.

– Sí, pero no por lo que te imaginas. Es un abogado que quiere las fotos de Bobbie. Vengo de verle, me ha llamado porque tiene un cliente que cree que todas las imágenes le pertenecen, pero yo no pienso entregárselas, se ponga como se ponga. Son muy importantes y…

– ¿Qué? Sigue.

De pronto, Laurel tuvo la sensación de que estaba hablando demasiado y se dio cuenta de que había un frenético tono de urgencia en su voz que estaba alarmando a su amiga, lo podía notar en su modo de mirarla. Por eso dejó de hablar. De todos modos, era demasiado difícil de explicar.

Al cabo de un rato, Talia apartó la vista de ella y se tumbó en la cama.

– Creo que lo único que me apetece es quedarme aquí y morirme -dijo, en un evidente intento de cambiar el tema de las fotos de Bobbie-. ¿Te importa? Tengo todo el cuerpo lleno de contusiones.

– ¿Tan mala ha sido la experiencia?

– ¿Quién ha dicho mala? ¡Ha sido genial! Creo que lo único más divertido que el paintball es el buen sexo. Y fíjate en lo que te digo: sólo el sexo bueno de verdad.

– ¿Estás de broma?

– No, hablo en serio. Es una pasada, no tienes ni idea de lo que te has perdido. Puede que ahora no sea capaz de volver a levantarme, que me quede aquí para siempre, pero todas las heridas, rasguños y moratones han merecido la pena. No empezamos muy bien: Whit se vino con nosotros…

– ¿Whit?

– Aja. Gracias a Dios, porque necesitaba otro monitor, como tú sabes, y además hizo de capitán para el segundo equipo. Whit se lo tomó muy en serio, más incluso que yo. Está claro que es un juego de tíos. Las mujeres también podemos hacerlo, pero no lo llevamos en la sangre como ellos. Él se hizo cargo de un equipo y yo de otro. Durante las primeras dos horas nos machacaron a base de bien. Fue bastante duro, créeme. Pero después entendí de qué iba el juego. Lo pillé: tienes que verlo como una partida de ajedrez y calcular tus movimientos. Entonces, de repente, en cuanto coges tu posición, debes dejar de pensar e imaginarte que estás en la fiesta más salvaje en la que hayas estado en toda tu vida. Como si estuvieras en una pista de baile y totalmente fuera de control. Desinhibirte por completo. Una vez que comprendí eso, Whit fue hombre muerto el resto del día. No había quien nos parara, y eso que en mi equipo no estaban esos chavales que se pasan el día pegados a su PlayStation. Lo conseguí con soldados como Michelle. La conoces, ¿verdad? La pequeña y tímida Michelle. No dejamos uno vivo ni hicimos prisioneros. Cero. Nada.

– Suena un poco violento.

– ¿Un poco? ¡Jolín! He estado arrastrándome quinientos metros por el fango y pasando por encima de zarzas para caer por sorpresa encima de unos adolescentes a los que se supone que debo mostrar los caminos del Señor. Cuando me incorporé para pillarlos, les estaba gritando que o tiraban sus rifles o les volaba la tapa de los sesos.

– ¿Y tiraron sus armas?

– Bueno, la verdad es que no les di la oportunidad de hacerlo. Creo que Matthew intentó apuntarme antes de que le disparara. No le dio tiempo a reaccionar, ni a él ni a ninguno. Los fusilé a todos. La próxima vez tienes que venir con nosotros, en serio.

Laurel sonrió con cortesía e intentó parecer sincera, aunque en su interior no lo tenía claro.

– Claro -susurró-, lo intentaré.

– Lo digo en serio -añadió Talia, soltando un sonoro suspiro de satisfacción a pesar de sus dolores y heridas-.Y no me olvido de que te debo una lámpara. ¿Hay más destrozos? Bajé a Merlin antes de ponerme a comprobar los daños.

– Sólo la lámpara, pero no me debes nada. Ni se te ocurra.

Talia se incorporó un poco en la cama y cambió su machacado cuerpo a una posición de sentado, descansando el peso en los codos. Laurel tuvo la impresión de que este pequeño gesto le costaba un serio esfuerzo.

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