Chris Bohjalian - Doble vínculo

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Mientras Laurel Estabrook practica ciclismo en una carretera solitaria, sufre el ataque de unos hombres que tratan de violarla, pero, por suerte, consigue aferrarse a su bicicleta y salvarse de milagro. Sin embargo, el choque emocional es muy fuerte y a Laurel le cuesta recuperarse, por lo que empieza entonces a trabajar en la entidad gubernamental BEDS, dedicada a buscar alojamiento a los sin techo. Cuando parece que su trabajo puede ayudarle a encauzar su vida, se produce la muerte de uno de los indigentes, Bobbie Croker.
Al limpiar las dependencias de Bobbie, aparece una caja llena de fotografías y negativos. Laurel es la encargada de restaurar las fotografías para organizar un homenaje al fallecido y Bobbie Croker resulta ser un fotógrafo lleno de talento por cuyo trabajo ella se apasiona. Pero la joven hace un descubrimiento que le hiela la sangre: entre las fotografías aparece la de una chica montada en bicicleta y que bien podría ser ella el día en que fue atacada.
Empieza entonces a investigar el pasado de Bobbie y a recrear su historia para olvidar su propia experiencia.

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Marissa observó a su padre, que caminaba a su izquierda, y luego a Cindy, a su derecha. Le sorprendió comprobar la gran diferencia que había entre el saber estar de los adultos y la falta de compostura de los niños. Su hermana tenía la boca y las mejillas, abultadas como las de una ardilla, sucias de la grasa de las palomitas. Parecía que se hubiera lavado la cara con el cucurucho. En las comisuras de los labios tenía adheridos restos de granos de maíz, como piedrecitas de decoración. Su pelo, que nunca fue su rasgo más bonito, estaba encrespado por un lado como el de un gato asustado. Y… ¿será posible?, ¡tenía un pedacito de caramelo dentro de la oreja! ¿Habría estado jugando a meterse los dulces en la oreja durante la película? ¿Cómo no se daba cuenta de que un trozo se le había quedado dentro? Marissa se acordaba perfectamente de aquella vez, hacía dos años, en la que papá tuvo que llevar a Cindy al pediatra porque se había metido un guisante seco en la nariz. Habían estado haciendo collares de comida con macarrones, guisantes secos y bolitas de azúcar en el parvulario y, por alguna razón que nadie se podía explicar, Cindy se había metido un guisante hasta el fondo del agujero izquierdo de la nariz. La médica dijo que esto era algo muy normal en los niños. Sin embargo, mientras contemplaba a la pediatra -una mujer muy simpática que también era su médica- meter unas pinzas del tamaño de un lápiz en la nariz de Cindy, Marissa tuvo una razón más para desear que su hermana no fuera de verdad de su familia.

Al pensar en esa visita al doctor, se acordó de su dedo del pie. La médica lo estuvo mirando durante unos siete segundos y luego le recetó un antibiótico que sabía a chicle, y le dijo que lo pusiera en remojo durante el montón de tiempo libre que tenía -sí, era cierto-. De todos modos, la visita al médico le permitió escapar del infierno de las matemáticas y le dio la oportunidad de sacar el tema de hacerse unas fotos profesionales cuanto antes mejor.

De golpe, chocó de lleno contra la pierna de su padre, lo que significaba que Cindy chocó a su vez contra ella. Alzó la mirada y vio que su padre se había topado con alguien que conocía, aunque no del modo literal en el que ella lo hizo con su pierna. Parecía que su padre siempre daba con gente conocida. Esta vez era una mujer a la que llamaba Katherine y a la que dio un beso en la mejilla, ese saludo que se hacen los mayores cuando no se dan la mano. Marissa prefería el apretón de manos. Imagínate si tuvieras que besar una mejilla como la de su hermana en ese momento… Asqueroso. Peor que asqueroso.

Katherine iba con un hombre cuyo nombre Marissa no entendió, pero estaba claro que eran una pareja y que tenían la suerte de haber visto una película distinta del bodrio que se acababan de tragar ella y su familia. Marissa sonrió cortésmente cuando la presentaron y le hicieron las preguntas de siempre, regodeándose durante un momento ante la aprobación de la mujer. Pero luego se permitió fijar la vista en los coloridos carteles de las películas que pondrían próximamente. Empezó a fantasear con su nombre escrito en uno, quizá en aquél con ese guaperas joven estrella que salía en la portada de People y que contaba en la revista qué partes de su hermosísima novia, también estrella de cine, le gustaban más -la cara interior de sus muslos, había leído el día anterior en la sala de espera de la médica-. Entonces, escuchó un nombre que le hizo prestar atención a la conversación de los mayores: Laurel. Estaban hablando de Laurel.

– No sé si tiene algo que ver con su viaje a Long Island o sólo con las fotos -decía la mujer que se llamaba Katherine-. Pero el jueves y el viernes no vino a nadar, y casi no pasó por su despacho esos días. Como su jefa, esto me importa un pimiento, de verdad. Pero como amiga, me preocupo por lo que le está pasando. Pienso que cometí un error cuando le pasé aquellas fotos, ¿no te parece?

Su padre se quedó pensando en esto, asintiendo con la cabeza como solía hacer cuando reflexionaba profundamente sobre lo que alguien había dicho. Marissa conocía bien esta mirada. Por fin, le dijo a Katherine:

– Anoche parecía totalmente obsesionada con Bobbie Crocker. Y el miércoles por la noche, también. Pero anoche fue… peor.

– ¿Peor?

– Más intenso. Se pasó un montón de tiempo buscando a Bobbie Crocker por Internet, cuando se suponía que teníamos que ir al cine. No dejó de hablar de él durante toda la noche. Esta mañana se fue al laboratorio de la universidad y mañana creo que quiere ir a Bartlett para visitar una parroquia a la que un tal Reese, un tipo que podría haber conocido a Bobbie, acudía antes de morir hace cosa de un año.

Katherine extendió sus manos desplegando los dedos, con los codos pegados a las costillas, en un gesto de confusión.

– No lo entiendo. ¿Me estás diciendo que va a visitar una iglesia que no conoce, a varios kilómetros de aquí, porque una persona que conoció a Bobbie…

– Que podría haber conocido a Bobbie.

– … porque una persona que podría haber conocido a Bobbie iba a misa allí?

– Eso es.

La mujer se acercó a su padre y le cogió del brazo.

– Sólo le sugerí que revelara los viejos carretes de ese hombre. Nunca le pedí que se pusiera a jugar a detectives.

– Lo sé.

– No has contestado a mi pregunta -dijo Katherine-. ¿Crees que hice mal al pasarle aquellas fotos?

Su padre cogió aire con tanta profundidad que, al expulsarlo, a Marissa le sonó como si fuera una pequeña ráfaga de viento. Sabía que iba a decirle a la mujer que había hecho mal. Todo tenía que ver con el secreto de Laurel, ese misterio que, pensaba Marissa, la joven llevaba siempre encima. Fuera lo que fuera lo que le había pedido Katherine que hiciera con esas fotos, no estaba ayudando, sino que estaba haciendo que el secreto hiciera más ruido en la cabeza de Laurel.

A Marissa le pareció interesante que los secretos hicieran ruido. Siempre se los había imaginado físicamente pesados, pues en las calles veía a gente que parecía caminar encorvada por el peso de algo que no podía contarle a nadie. Pero recientemente llegó a la conclusión de que era el constante retumbar de los secretos lo que hacía que la gente doblara la espalda.

Finalmente, su padre dijo:

– Mira, odio sonar condescendiente…

– ¡Oh, vamos! Si a ti te encanta ser condescendiente.

– Laurel es una adulta, ya es mayorcita. Pero sí, Katherine, puede que hayas hecho mal.

– Estás siendo educado, en realidad piensas que hice mal.

Antes de que su padre pudiera responder, el hombre que acompañaba a Katherine se arrodilló y le dijo a Cindy:

– Siento tener que decírtelo, pequeña, pero tienes un trozo de caramelo en la orejita.

Era un hombre calvo y muy alto, tanto que incluso de rodillas tenía que agacharse un poco para poder mirar a los ojos a la niña, y estaba embutido en un jersey de cuello alto demasiado ajustado. El resultado no quedaba muy a la moda, y Marissa pensó que el hombre se parecía un poco a una tortuga. Su hermana, muy despacio, acercó la mano a la oreja y con un dedo regordete y el corcho que tenía por pulgar se palpó el dulce. Aparentemente, intentaba sacárselo del oído, pero no podía.

– Es un pendiente -dijo Cindy con tono de seriedad, pues resultaba evidente que no iba a poder quitárselo de momento-, sólo que parece un trozo de caramelo.

Marissa sonrió y, esperando poder salvar una pequeña porción de su honor y del de su hermana, añadió:

– Cindy siempre ha sido muy especialita para la moda y la comida.

El hombre asintió con igual seriedad, y alzó la vista hacia su padre para escuchar algo que estaba diciendo. Al instante, Marissa también miró a los adultos:

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