Cathleen Schine - Neoyorquinos

Здесь есть возможность читать онлайн «Cathleen Schine - Neoyorquinos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Neoyorquinos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Neoyorquinos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En una manzana de Nueva York conviven personajes de lo más variopinto: una solterona resignada a no encontrar la pareja ideal, una celestina obsesionada por planear citas a ciegas para su hermano, un ligón empedernido, un divorciado desengañado del amor…
Lo que une a Everett, Jody, Simon y Polly es su pasión por los perros. Y son sus adorables mascotas las que terminan por convertirse en tiernos cumplidos que lanzan flechas a sus amos… aunque suelan equivocarse de objetivo.
Go Go Grill, el restaurate a la par que ONG del barrio, será la cocina donde se cuezan los enredos en los que se verán envueltos los protagonistas de esta deliciosa comedia coral.

Neoyorquinos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Neoyorquinos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Esto es una celebración. De la inocencia.

– Aquellos inocentes años setenta… -exclamó Noah, sonriendo. Cogió a Jamie de la mano y le atrajo hacia sí-. No pasa nada -susurró con dulzura-. No pasa nada.

Jody miró rápidamente para otro lado y vio, con el corazón encogido, que Everett entraba por la puerta. Quizá debería irse a casa, lejos de aquellos hombres, de aquellos niños que correteaban alrededor de la mesa, de aquella familia, de aquella intimidad. Lejos de Everett, una de sus amistades íntimas fracasadas.

Cuando Everett entró y vio a Jody con el bullicioso grupo internacional, fue aún más consciente de su propia soledad. Estuvo a punto de darse la vuelta y marcharse, pero Jamie le había visto y le había pedido a voz en grito que se acercara, de pie en su sitio a la cabecera de la mesa, gesticulando con tal entusiasmo que Everett imaginaba que el vino llevaba corriendo desde hacía un buen rato. Se dirigió torpemente hacia la mesa, muy consciente de su incapacidad para estar alegre, o borracho al menos.

Jamie le presentó a Noah, que se puso de pie y sorprendió a Everett con un saludo desde muy alto. Luego le presentaron a los niños. Había muchos y muchos se parecían. Jamie no se molestó en presentarle al personal que estaba sentado a la mesa. Simplemente pidió a uno de ellos que le dejara el sitio a Everett.

– No, no, por favor, no quiero importunar a nadie -se azoró, pero fue en vano. El joven ya se había levantado, cambiado el cubierto y trasladado al otro extremo de la mesa.

Everett vio que Jody estaba sentada enfrente de él y le sonrió, aunque se preguntó qué estaría haciendo allí, y casi le incomodaba su presencia, de tan inesperada. Él se había preparado para una tarde deprimente y se sentía perplejo y avergonzado.

– ¡Beatrice! -exclamó, inclinándose a acariciar a la perra, que estaba echada debajo de la mesa. Notó en el pie el tamborileo de su cola-. ¡Estás aquí!

Jody asintió.

– ¡Viva la revolución! -dijo, al reparar en los cairn terriers, y volvió a sonreír. Le alegraba ver a los perros, pero qué imprudente era Jamie. Bueno, no era problema de Everett, aunque lo sería si cerraban el Go Go. No tendría dónde pasar el próximo día de Acción de Gracias. ¡Ja! Qué gracioso eres, se dijo a sí mismo con sarcasmo. Volvió de nuevo su atención a Jody.

– ¿Qué tal está Beatrice? -preguntó.

Jody movió la cabeza a un lado y a otro lentamente, con tristeza.

Everett se preguntó qué le pasaba a Jody. ¿Había hecho voto de silencio hasta que el perro se recuperase? Se encogió de hombros, un poco molesto, y trató de entablar conversación con Noah sobre la importancia de la luz de las primeras horas de la tarde para los ritmos circadianos de los niños, algo sobre lo que acababa de leer un artículo.

Jody, claro está, no había hecho voto de silencio, pero cuando Everett le sonrió, volvió a experimentar aquel torrente de júbilo que sintió cuando le conoció con tormenta en la calle hacía ya muchos meses, y se dio cuenta de que se había quedado momentáneamente sin habla. Lo recuerdo, pensó, confundida, casi avergonzada. Lo recuerdo. Antes de que me rompieran el corazón, mi corazón suspiraba por ti.

– Tienes una familia maravillosa -le estaba diciendo Everett a Jamie.

– Yo la veo más como una devoción -replicó Jamie, pero estaba colorado y sonriente y muy en su papel de orgulloso padre de familia, pensó Everett. Héctor y Tillie, quietos como estatuas, no le quitaban ojo mientras trinchaba el pavo. Sus hijos, cuyos nombres confundía aunque estaba bastante seguro de que había un Dylan y una Isabella, cabeceaban o gateaban o corrían según la edad. Sus empleados estaban borrachos. Su novio era rico y benevolente, si bien extraordinariamente alto. Jamie era un hombre envidiable, y Everett le envidiaba.

– ¿Dónde está tu hija? -preguntó Jody, cuando recuperó la voz.

Everett se volvió hacia ella, pero ya no sonreía.

– Con su madre -respondió secamente.

Jody bajó la vista a su plato. Como siempre, había dicho justo lo que no tenía que decir.

– ¿Simon sigue en Virginia? -preguntó Everett, con bastante crueldad, se dio cuenta, y Jody se puso aún más triste.

– Sigue en Virginia -respondió ella.

– Es verdad. Lo siento. Se va a vivir allí.

– ¡Y yo me quedo con su contrato de arrendamiento! -exclamó Jamie entusiasmado.

– ¡Mira qué bien! -dijo Everett a Jody.

– Sí -replicó Jody-. Mira qué bien.

Después de eso pasaron un buen rato sin decirse nada. Jody notó la pesada cabeza de Beatrice sobre un pie y bebió mucho vino y pensó en Everett, que estaba sentado enfrente de ella, y en Simon, que seguía en Virginia. Se preguntó cómo habría sido el día de Acción de Gracias si Simon no se hubiera marchado. Quizá habrían tenido una cena tranquila en el apartamento de él. Quizá habrían venido al restaurante. ¿Simon tenía familia cerca? Se dio cuenta de que no lo sabía. Era hijo único, y sus padres vivían en la Costa Oeste, pero quizá tuviera algún primo o alguna tía a quien invitar. Notó el aliento de Beatrice en el tobillo.

Everett miraba a Jody. Parecía tan abatida. Últimamente siempre estaba triste. Evocó el aspecto que tenía el día en que como un idiota le regaló tulipanes amarillos en la calle. No le gustaba verla triste. Era un ser alegre, jovial, y se suponía que tenía que parecer feliz. Cuando se la veía tan atribulada, era como ver a un pájaro abatido. Los pájaros no podían estar tristes. Era antinatural. Entonces recordó que había poemas tristes del Romanticismo en los que los pájaros tenían un papel destacado. ¿Y qué decir de «El cuervo»? No era muy alegre que dijéramos.

Cuando terminaron de cenar, Jamie, borracho pero triunfante, brindó por las infracciones caninas en todas partes. Everett acompañó a Jody y a Beatrice a casa. Seguía viviendo en el apartamento de Simon.

– No por mucho tiempo -dijo ella. Miró con desesperación a la perra-. Es sólo por Beatrice, y pronto…

Everett la rodeó con el brazo. La llevó dentro y preparó una infusión de hierbas. Se sentaron en la sala de estar de Simon, él en la otomana, ella en el sillón de cuero, y tomaron el té, con el viejo perro, respirando con dificultad, tumbado en el suelo entre los dos.

Polly y George cenaron el día de Acción de Gracias en casa. Habían resuelto el problema de los padres divorciados invitando a ambos, convencidos de que ninguno de los dos se presentaría. También invitaron a Alexandra y a Laura, que sí se presentaron, así como a sus perros. Kaiya corrió por el apartamento, perseguida por un Howdy sobreexcitado, mientras que a Jolly se le aisló en la habitación de George y se le oía gruñir intermitentemente. El pavo, que Polly había insistido en que ella cocinaría, se pidió, ya cocinado, en el último momento a Fresh Direct. Cuando terminó la cena y pasaron de la mesa al sofá y las sillas que había junto a éste, Polly observó sus dominios con orgullo. Vivía en un lugar donde podía tener invitados a cenar el día de Acción de Gracias. Ése era su apartamento, con excepción de la habitación de George, y eso apenas contaba puesto que había sido ella quien le había instalado allí. Paseó la mirada por la corriente sala y se le expandió el corazón con un sentimiento de triunfo doméstico. Miró hacia la ventana, donde la lámpara votiva por el desgraciado inquilino anterior estaba encendida, y sintió lástima por que él hubiera sido infeliz en esa casa que ella había llegado a amar tanto.

Alexandra llevaba un registro, a sugerencia de George, del comportamiento de Jolly, y le alcanzó el cuaderno al tiempo que él se sentaba en el sofá comiendo un trozo de tarta de manzana con la que había contribuido.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Neoyorquinos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Neoyorquinos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Neoyorquinos»

Обсуждение, отзывы о книге «Neoyorquinos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x