Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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Perdonar es la tarea más dura que nos tocará realizar. Danos fuerza para ello.

Ahora me gustaría que uniéramos nuestras manos.

Cantemos.

La tierra perdona

La tierra perdona a los mineros
que destrozan y queman su piel;
los siglos vuelven a traer á rboles,
y tambi é n agua y dentro los peces.

El ciervo al final perdona al lobo
que lo desgarra y bebe su sangre;
sus huesos vuelven al suelo y nutren
á rboles con flor, fruto y semilla.

Y bajo esos á rboles umbrosos
vivir á el lobo sus calmos d í as;
y luego le llegar á su hora,
se har á hierba, que pastar á el ciervo.

Por todas deben morir algunas,
eso lo saben las criaturas;
tarde o temprano, todas transforman
su sangre en vino, su cuerpo en carne.

Mas s ó lo el hombre busca venganza
y en piedra talla leyes abstractas;
por esa falsa justicia suya,
tortura miembros y aplasta huesos.

¿ La imagen de un dios puede ser é sa?
¿Ojo por ojo, diente por diente?
Si venganza moviera los astros,
y no amor, nunca relucir í an.

Andamos por una cuerda floja,
son nuestras vidas granos de arena;
el mundo es una peque ñ a esfera
sostenida en la mano de Dios.

Deshazte de rabia y de rencor,
ten por modelo al ciervo y al á rbol;
en el perd ó n encuentra alegr í a,
porque s ó lo é l va a liberarte.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

77

Ren. Santa Juliana y Todas las Almas

A ñ o 25

La luna nueva está elevándose ahora, sobre el mar: Santa Juliana y Todas las Almas ha comenzado.

Amaba a santa Juliana cuando era pequeña. Cada niño hacía su propio cosmos con el material que cosechábamos. Pegábamos cosas brillantes y lo colgábamos de una cuerda. Esa noche la cena era con alimentos redondos como los rábanos y las calabazas, y todo el jardín estaba decorado con nuestros mundos brillantes. Un año hicimos las bolas del cosmos con alambre y pusimos cabos de vela dentro: era muy bonito. Otro año tratamos de hacer Manos Divinas para que aguantaran las bolas del cosmos, pero los guantes de trabajo de plástico amarillo que encontramos tenían un aspecto muy extraño, como manos de zombis. Además, no te imaginas a Dios con guantes.

Estamos sentados en torno a una hoguera: Toby, Amanda y yo. Y Jimmy. Y los dos painballers del Equipo Dorado, tengo que incluirlos. La luz parpadea en todos nosotros y nos da un aspecto más suave y más hermoso del que en realidad tenemos. Pero en ocasiones nos hace más oscuros y damos más miedo, cuando las caras quedan en sombra y no ves los ojos, sino sólo las cuencas. Profundos pozos negros vaciándose de nuestras cabezas.

Me duele todo el cuerpo, pero al mismo tiempo me siento dichosa. Tenemos suerte, pienso. De estar aquí. Todos nosotros, incluso los painballers.

Tras el calor de mediodía y la tormenta volví a la playa a buscar nuestras mochilas y llevarlas al calvero, junto con unos granos de mostaza silvestre que encontré por el camino. Toby sacó la olla, las tazas, el cuchillo y su cucharón. Preparó una sopa con las sobras del mofache, el resto de la carne de Rebecca y parte de sus vegetales secos. Cuando puso los huesos del mofache en el agua dijo las palabras de disculpa y pidió su perdón.

– Pero tú no lo has matado -le digo.

– Lo sé -dice-, pero no me sentiría bien si nadie lo hiciera.

Los painballers están atados a un árbol cercano con la cuerda y con unas tiras rasgadas del mono de Toby, que había sido rosa. Yo trencé las tiras de ropa: si algo te enseñaban los Jardineros eran los usos artesanos de los materiales reciclados.

Los painballers apenas hablan. Seguro que no se sienten muy bien después de las patadas que les dio Amanda. También han de sentirse estúpidos. Yo me sentiría así en su caso. Tonto del bote, como diría Zeb, por dejar que nos acercáramos a ellos sin que nos vieran.

Amanda aún debe de estar en estado de shock. Está llorando en silencio, de manera intermitente, y retorciéndose las puntas del pelo. La primera cosa que hizo Toby -una vez que los painballers estuvieron atados con seguridad- fue darle una taza de agua caliente con miel para la deshidratación, con un poco de huauzontle molido.

– No te lo bebas de golpe -le dijo-. A sorbitos.

Toby explicó que una vez que Amanda recupere sus niveles de electrolitos podrá empezar a ocuparse de sus posibles heridas. Para empezar, los cortes y hematomas.

Jimmy está mal. Tiene fiebre y una herida purulenta en el pie. Toby dice que si logramos llegar a la cabaña usará gusanos, podrían funcionar a largo plazo. Aunque quizá Jimmy no tenga un largo plazo.

Antes le ha extendido un poco de miel en el pie y también le ha dado una cucharada. No puede darle sauce ni adormidera, porque se los dejó en la cabaña. Lo envolvemos con el mono de Toby, pero no deja de destaparse.

– Hemos de encontrarle una colcha o algo -dice Toby-. Para mañana. Y pensar en alguna forma de que no se la quite o se achicharrará bajo el sol.

Jimmy no me reconoce en absoluto. Ni tampoco a Amanda. No deja de hablar a otra mujer que él se imagina ante el fuego.

– Música de lechuza. No te vayas -le dice.

Hay una gran nostalgia en su voz. Me siento celosa, pero ¿cómo voy a estar celosa de una mujer que no está ahí?

– ¿Con quién estás hablando? -le pregunto.

– Hay una lechuza -dice-. Llamando. Justo ahí. -Pero yo no oigo ninguna lechuza.

– Mírame, Jimmy -digo.

– La música está incorporada -dice-. Siempre. -Está mirando a los árboles.

Oh, Jimmy, pienso. ¿Adónde has ido?

La luna se mueve hacia el oeste. Toby dice que la sopa de huesos ya ha hervido suficiente. Añade los granos de mostaza que yo he recolectado, espera un minuto y sirve. Sólo tenemos dos tazas, hemos de turnarnos, dice.

– ¿A ellos también? -pregunta Amanda. No mira a ninguno de los painballers.

– Sí -dice Toby-. A ellos también. Es Santa Juliana y Todas las Almas.

– ¿Qué les pasará? -dice Amanda-. ¿Mañana? -Al menos se interesa en algo.

– No puedes soltarlos -digo-. Nos matarán. Mataron a Oates. ¡Y mira lo que le han hecho a Amanda!

– Pensaré en ese problema después -dice Toby-. Esta noche es una noche de fiesta. -Sirve la sopa en las tazas, mira a su alrededor en el círculo de luz de la hoguera-. ¡Menuda fiesta! -dice con su voz de Bruja Seca. Se ríe un poco-. Pero aún no han acabado con nosotros, ¿verdad? -Esto último se lo dice a Amanda.

Kaputt -dice Amanda. Su voz es muy frágil.

– No pienses en eso -digo, pero ella empieza a llorar otra vez, en silencio: está en barbecho. La rodeo con mis brazos.

– Estoy aquí, tú estás aquí, no pasa nada -le susurro.

– ¿Qué sentido tiene? -dice Amanda, no a mí sino a Toby.

– No es el momento -dice Toby en su voz de Eva- de preguntarse por los propósitos últimos. Me gustaría que todos olvidemos el pasado, las peores partes. Demos gracias por esta comida que se nos ha concedido. Amanda. Ren. Jimmy. Vosotros también si podéis. -Esto último se lo dice a los painballers.

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