Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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Toby se detiene, revisa el rifle. Quita el seguro.

Pie izquierdo, pie derecho, avance silencioso. Los sonidos atenuados de sus pies en las hojas caídas resuenan en sus oídos como gritos. Qué visible, qué audible soy, piensa. En el bosque todo me observa. Están esperando sangre, pueden olería, pueden oírla sonando por mis venas, katush. Por encima de su cabeza, apiñándose en las copas de los árboles, los cuervos son traicioneros: au au au. Esos cuervos quieren sus ojos.

Aun así, cada flor, cada ramita, cada guijarro brilla como si estuviera iluminado desde dentro, como ocurrió en su primer día en el Jardín. Es el estrés, la adrenalina, es un efecto químico: lo sabe muy bien. Pero ¿por qué está integrado?, piensa. ¿Por qué estamos diseñados para ver el mundo sumamente hermoso justo cuando estamos a punto de ser masacrados? ¿Los conejos sienten lo mismo cuando los dientes del zorro les muerden el cuello? ¿Es eso clemencia?

Hace una pausa, se vuelve, sonríe a Ren. ¿Tengo aspecto tranquilizador?, se pregunta. ¿Calmada y bajo control? ¿Tengo aspecto de saber qué cuernos estoy haciendo? No estoy preparada para esto. No soy lo bastante rápida. Soy demasiado vieja, estoy oxidada, no tengo reflejos, me pesan los escrúpulos. Perdóname, Ren. Te estoy llevando a la perdición. Rezo por que si fallo las dos muramos deprisa. Esta vez no habrá abejas que nos salven.

¿A qué santo debería encomendarme? ¿Quién tiene la determinación y la capacidad? La implacabilidad. El juicio. La precisión.

Querido leopardo, querido lobo, querido leonero: prestadme ahora vuestro espíritu.

76

Ren. San Terry y Todos los Caminantes

A ñ o 25

En cuanto oímos voces, avanzamos en silencio. Talón en el suelo, dijo Toby, luego arrastrarse sobre el pie, otro talón en el suelo. De esa forma no hay ningún chasquido.

Los voces son masculinas. Olemos el humo de su fuego, y otro olor: carne chamuscada. Me doy cuenta del hambre que tengo: notó que estoy salivando. Trato de pensar en esta hambre en lugar de asustarme.

Miramos a través de las hojas. Son ellos, sí: el de la barba oscura larga, el de la barba rala y la cabeza afeitada al que ya le crece el pelo. Lo recuerdo todo de ellos, y siento ganas de vomitar. Es el odio y el miedo que me atenazan el estómago y me envían sus tentáculos por todo el cuerpo.

Pero ahora veo a Amanda, y me siento muy liviana de repente. Como si pudiera volar.

Tiene las manos libres, pero lleva una soga al cuello. El extremo de la cuerda está atado a la pierna del tipo de la barba oscura. Todavía lleva su uniforme caqui de chica del desierto, aunque está más sucio que nunca. Tiene la cara manchada de polvo, el pelo grasiento y sin brillo, Veo un moretón bajo un ojo y más cardenales en las partes desnudas de sus brazos. Todavía tiene laca de uñas naranja del Scales en los dedos. Al verlo me entran ganas de llorar.

No es más que piel y huesos. Pero ninguno de los otros dos parece tampoco demasiado gordo.

Noto que respiro deprisa. Toby me agarra del brazo y me lo aprieta. Eso significa calma. Vuelve su rostro moreno hacia mí y sonríe con una sonrisa de calavera; los bordes de sus dientes brillan a través de sus labios, tiene los músculos de las mandíbulas tensos, y de repente siento pena por esos dos hombres. Entonces me suelta el brazo y levanta el rifle, muy despacio.

Los dos hombres están sentados con las piernas cruzadas, asando pinchos de carne sobre las brasas. Carne de mofache. La cola a rayas blanca y negra está en el suelo, a un lado. También hay un pulverizador en el suelo. Toby tiene que haberlo visto. Puedo oírla pensar: si disparo a uno de ellos, ¿tendré tiempo de disparar al otro antes de que me dispare él?

– A lo mejor es un puto rollo de salvajes -está diciendo el de barba oscura-. Pintura azul.

– No. Tatuajes -dice el del pelo corto.

– ¿Quién se iba a tatuar la polla? -dice el de barba.

– Los salvajes se tatúan cualquier cosa -dice el otro-. Es un rollo caníbal.

– Has visto demasiadas pelis idiotas.

– Apuesto a que la sacrificarían en dos minutos -dice el de barba-. Después de que se la folien todos.

Miran a Amanda, pero ella está mirando al suelo. El de la barba tira de la cuerda.

– Estamos hablando contigo, zorra -dice.

Amanda levanta la cabeza.

– Un juguete sexual comestible -dice el de pelo corto, y los dos ríen-. Pero ¿has visto las tetas de silicona de esas zorras?

– No son de silicona, son de verdad. La forma de descubrirlo es cortárselas. Las falsas llevan una especie de gel. Tal vez podemos volver y hacer un cambio -dice el de barba-. Con los salvajes. Ellos se quedan ésta, ya que tanto la quieren, le clavan sus pollas azules, y nosotros nos llevamos algunas de esas tiorras suyas. ¡Un trato de puta madre!

Veo a Amanda como la ven ellos: usada, gastada. Sin valor.

– ¿Por qué comerciar? -dice el de pelo corto-. ¿Por qué no volvemos y nos cargamos a esos cabrones?

– No queda suficiente energía para matarlos a todos. La célula está muy baja. Se lo imaginarán y se nos echarán encima. Nos despedazarán y se nos comerán.

– Hemos de alejarnos más -dice el del pelo corto, ahora alarmado-. Ellos son treinta, y nosotros, dos. ¿Y si se nos acercan por la noche?

Hay una pausa mientras se lo piensan. Me pica toda la piel, los odio. No sé a qué está esperando Toby. ¿Por qué no los mata ahora? Entonces pienso que es una antigua Jardinera: no puede hacerlo a sangre fría. Va contra su religión.

– No está mal -dice el de la barba, levantando un palillo de las brasas-. Podemos cazar a otro de estos cabrones sabrosos mañana.

– ¿Vamos a darle de comer a ella? -dice el del pelo corto. Se está chupando el dedo.

– Dale un poco del tuyo -dice el de la barba-. No nos sirve de nada si está muerta.

– A mí no me sirve muerta -dice el del pelo corto-. Tú eres tan pervertido que te follarías un fiambre.

– Hablando de eso, empieza tú. Prepara la muñeca. No me gusta follar seco.

– Me tocó a mí primero ayer.

– Bueno, ¿echamos un pulso?

Entonces, de repente, hay una cuarta persona en el calvero: un hombre desnudo, pero no uno de los hermosos de ojos azules. Este está escuálido y lleno de costras. Tiene una barba larga y enredada y aspecto de demente. Pero lo conozco. O creo que lo conozco. ¿Es Jimmy?

Lleva un pulverizador, y está apuntando a los dos hombres. Va a dispararles. Tiene una mirada maníaca.

Pero también le disparará a Amanda, porque el tío de la barba oscura lo ve, se incorpora sobre sus rodillas y coloca a Amanda delante de él, agarrándola por el cuello. El del pelo corto se agacha detrás de ellos. Jimmy vacila, pero no baja el pulverizador.

– ¡Jimmy! -grito desde los arbustos-. ¡No! ¡Es Amanda!

Debe de pensar que los arbustos le están hablando. Vuelve la cara. Yo salgo de detrás de las hojas.

– ¡De puta madre! La otra tía -dice el de barba-. ¡Ahora tendremos una cada uno! -Está riendo. El de pelo corto se agacha para coger el pulverizador.

Toby entra en el calvero. Tiene el rifle levantado y apuntado.

– No lo toques -le dice al del pelo corto.

Su voz es fuerte y clara, pero plana. Suena peligrosa, y también lo parece: flaca, hecha jirones, enseñando los dientes. Como un banshee de la tele, como un esqueleto que camina; como alguien que no tiene nada que perder.

El del pelo corto se queda de piedra. El que sostiene a Amanda no sabe a qué lado volverse: Jimmy está delante de él, pero Toby está a un lado.

– ¡Atrás! Le partiré el cuello -nos dice a todos nosotros. Su voz es muy alta: eso significa que está asustado.

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