Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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Hay abrasiones en torno al cuello: quemaduras de cuerda, sin duda. El corte de la pierna izquierda es lo que se ha infectado. Toby trabaja con la máxima suavidad, pero Ren gime y grita.

– Joder, cómo duele -dice.

Luego vomita el agua con sal y azúcar.

Después de limpiar el vómito, Toby empieza a lavar la herida de la pierna.

– ¿Cómo te has hecho esto? -pregunta.

– No lo sé. -Ren está susurrando-. Me caí.

Toby le limpia el corte y le aplica un poco de miel. Pilar decía que contenía antibiótico. Debería haber un botiquín de primeros auxilios en algún sitio del balneario.

– Quédate quieta. No querrás tener gangrena -le dice a Ren. Le ha quitado toda la capa de suciedad y la ha limpiado con una esponja-. Te daré un poco de sauce y manzanilla. -Y adormidera, piensa-. Has de dormir.

Ren estará más segura en el suelo que en la mesa: hace un nido de toallas rosas, la ayuda a bajar, añade más acolchado porque Ren no puede llegar al baño; está demasiado débil, caliente como unas ascuas.

Toby lleva el preparado de sauce en un vasito. Ren traga, y su garganta se mueve como la de un pájaro. No devuelve nada.

No vale la pena intentarlo con los gusanos todavía. Ren necesita poder estar coherente para eso, ser capaz de obedecer instrucciones: no rascarse, por ejemplo. Lo primero es bajar la fiebre.

Mientras Ren duerme, Toby rebusca en su almacén de hongos desecados. Elige los que potencian el sistema inmunitario: reishi, maitake, shitake, yesquero del abedul, zhu ling, melena de león, oruga vegetal, hongo yesquero. Los pone en agua hervida para que se empapen. Luego, por la tarde, prepara un elixir de hongos -lo hierve, lo cuela, lo enfría- y le da a Ren treinta gotas.

El cubículo apesta. Toby levanta a Ren, la hace rodar a un lado, levanta las toallas del suelo, la limpia. Se pone los guantes con un propósito: si Ren tiene disentería no quiere pillarla. Coloca toallas limpias, vuelve a acomodar a Ren. Los brazos le pesan, no aguanta la cabeza; está refunfuñando.

Va a haber un montón de trabajo, piensa Toby. Y cuando Ren se recupere -si se recupera- habrá dos bocas que alimentar en vez de una. Las reservas de comida se acabarán en la mitad de tiempo. Lo poco que queda.

Quizá la fiebre acabará con Ren. Quizá morirá durmiendo.

Toby piensa en el Ángel de la Muerte en polvo. No haría falta mucho dado el estado debilitado de Ren. Terminaría con su sufrimiento. La ayudaría a volar con alas blancas. Quizás eso sería más amable. Una bendición.

Soy una persona indigna, piensa Toby. Sólo por tener semejante idea. Conoces a esta chica desde que era una niña, ha venido a pedirte ayuda, tiene todo el derecho a confiar en ti. Adán Uno diría que Ren es un regalo precioso que se le ha concedido a Toby para que ella pueda demostrar su altruismo y compartir esas cualidades superiores que los Jardineros tan ansiosamente quisieron sacar de ella. Toby no puede verlo de esa forma, al menos en este momento. Pero tendrá que seguir intentándolo.

Ren suspira, gruñe y aletea. Está teniendo una pesadilla.

Cuando oscurece, Toby enciende una vela y se sienta a su lado, escuchándola respirar. Inspira, espira, inspira, espira. Irregular. A intervalos pone la mano en la frente de Ren. ¿Más fría? Debería haber un termómetro en el edificio; por la mañana lo buscará. Le toma el pulso: rápido, irregular.

Se echa una cabezadita en la silla y lo siguiente que sabe es que se despierta en la oscuridad con un olor a chamuscado. Enciende la linterna: la vela ha caído, y una esquina de la sábana rosa de Ren está humeante. Por suerte está húmeda.

Eso ha sido terminalmente estúpido, se dice Toby. No habrá más velas a menos que esté bien despierta.

65

Toby. Día de San Mahatma Gandhi

A ñ o 25

Por la mañana, Ren no está tan caliente. Su pulso es más firme, e incluso es capaz de sostener la taza de agua caliente en sus manos temblorosas. Toby le ha puesto menta esta vez, además de miel y sal.

Una vez que Ren se vuelve a dormir, Toby lleva las sábanas sucias y las toallas al tejado para lavarlas. Se ha llevado sus prismáticos y, mientras las sábanas y las toallas se empapan, examina los terrenos del balneario.

Cerdos a lo lejos, en el rincón suroeste del prado. Dos mohair, uno azul y otro plateado, paciendo tranquilamente juntos. No hay leoneros. Perros ladrando en algún sitio. Buitres volando en torno al lugar funerario de los cerdos.

– Alejaos de aquí, arqueólogos -dice Toby.

Se siente aturdida, casi mareada, con el ánimo de contar chistes. Tres enormes mariposas rosas vuelan en círculos sobre su cabeza, se posan en las sábanas húmedas. Quizá creen que han encontrado la mariposa rosa más grande de todas. Quizás es una cuestión de amor. Están chupando. No se trata de amor, pues, sino de sal.

Algunos dirán que el amor es mera química, amigos míos, decía Adán Uno. Por supuesto, es químico: ¿dónde estaría cualquiera de nosotros sin química? Pero la ciencia es simplemente una forma de describir el mundo. Otra forma de describirlo sería decir: ¿dónde estaría cualquiera de nosotros sin amor?

Querido Adán Uno, piensa Toby. Estará muerto. Y Zeb, muerto también, pese a sus ilusiones. Aunque quizá no; porque si yo estoy viva -y lo que es más, si Ren está viva-, entonces cualquiera puede estar vivo también.

Dejó de escuchar en su radio de cuerda hace meses, porque el silencio era muy descorazonador. Sin embargo, sólo porque no oiga a nadie no quiere decir que no haya nadie. Lo cual había estado entre las pruebas hipotéticas de Adán Uno de la existencia de Dios.

Toby limpia la pierna infectada de Ren, aplica más miel. Ren come un poco, bebe un poco. Más elixir de hongos, más sauce. Después de mucho rebuscar, Toby encuentra un botiquín de primeros auxilios del balneario; hay un tubo de crema antibiótica, pero está caducado. No hay termómetro. ¿Quién pidió esta mierda?, piensa. Ah sí, yo.

En cualquier caso, los gusanos son mejores.

Por la tarde levanta los gusanos de la fiambrera y los mete en agua tibia. Luego los traslada a una gasa del botiquín de primeros auxilios, aplica otra gasa encima y las fija a la herida. Los gusanos no tardarán en comerse la gasa: saben lo que les gusta.

– Esto dolerá -le dice a Ren-, pero te hará sentir mejor. Trata de no mover la pierna.

– ¿Qué son? -dice Ren.

– Son tus amigos -dice Toby-. Pero no hace falta que mires.

Su impulso homicida de la noche anterior ha terminado: no arrastrará a Ren muerta al prado para que la devoren los cerdos y los buitres. Ahora le gustaría curarla, acariciarla, porque ¿acaso no es un milagro que Ren esté ahí? ¿Que haya superado el Diluvio Seco sin daños graves? O no muy graves. Sólo tener una segunda persona en las instalaciones -incluso una persona débil, incluso una persona enferma que duerme la mayor parte del tiempo- basta para que el balneario parezca una morada acogedora y no una casa encantada.

Yo era el fantasma, piensa Toby.

66

Toby. San Henri Fabre, santa Anna Atkins, san Tim Flannery, san Ichida-san, san David Suzuki, san Peter Matthiesen

A ñ o 25

Los gusanos tardan tres días en limpiar la herida. Toby los vigila de cerca: si salen del tejido muerto, empezarán con la carne viva.

La segunda mañana, la fiebre de Ren ha desaparecido, aunque Toby continúa dándole gotas de hongos para asegurarse. Ren ya está comiendo más. Toby la ayuda a subir por la escalera y la sienta en el banco de imitación madera del tejado, en la primera luz de la mañana. Los gusanos son fotofóbicos: la luz los lleva a lo más profundo de la herida, que es donde los necesitan.

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