Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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Había montones de ropa y huesos.

– Ex humanos -dijo Croze.

Se habían secado y los habían picoteado. No me gustaban las cuencas oculares. Ni los dientes. Las bocas tenían mucho peor aspecto sin labios. Y el pelo era muy nervudo y de quita y pon. El pelo tarda años en descomponerse; eso lo aprendimos en Compostaje con los Jardineros.

No habíamos tenido tiempo de llevarnos la comida del Scales, así que fuimos a un supermercado. Había montones de basura en el suelo, pero encontramos un par de Zizzy Froots y algunas Joltbar, y en otro sitio había un congelador solar que todavía funcionaba. Contenía semillas de soja y bayas -nos las comimos de inmediato- y hamburguesas de SecretBurger, seis en una caja.

– ¿Cómo vamos a cocinarlas? -preguntó Oates.

– Mecheros -dijo Shackie-. ¿Los ves?

En el mostrador había un expositor de mecheros en forma de rana. Shackie probó uno y la llama salió por la boca de la rana y sonó algo parecido a un croar.

– Coge unos cuantos -dijo Amanda.

En ese momento estábamos cerca del Sumidero, así que nos dirigimos a la vieja Clínica de Estética, porque era un lugar que conocíamos. Esperaba que hubiera algunos Jardineros dentro, pero estaba vacía. Hicimos un picnic en nuestra vieja aula: encendimos una hoguera de escritorios rotos, pero sin un gran fuego. No queríamos enviar señales de humo a los painballers dorados, aunque tuvimos que abrir las ventanas, porque estábamos tosiendo demasiado. Asamos los SecretBurgers y nos los comimos, y la mitad de las semillas de soja -no nos molestamos en cocinarlas- y nos bebimos el Zizzy Froots. Oates no dejaba de hacer que el mechero rana croara hasta que Amanda le dijo que parara porque estaba desperdiciando combustible.

La adrenalina de la huida ya se había vaciado. Era triste volver a estar en el mismo lugar donde habíamos sido niños: aunque no nos hubiera gustado siempre, me sentía muy nostálgica por eso ahora.

Supongo que así es como será el resto de mi vida, pensé. Huyendo, gorroneando sobras, en cuclillas en el suelo, cada día más sucia. Lamenté no tener ropa de verdad, porque todavía llevaba el vestido de pavoceta. Quería volver al sitio de las camisetas para ver si quedaba alguna dentro de la tienda que no estuviera húmeda y mohosa, pero Shackie dijo que era demasiado peligroso.

Pensé que tal vez deberíamos tener sexo: habría sido una cosa amable y generosa. Pero todos estaban muy cansados, y sentíamos timidez los unos con los otros. Era el entorno: aunque los Jardineros no estaban allí en cuerpo, estaban en espíritu, y era difícil hacer algo que ellos habrían desaprobado si nos hubieran visto haciéndolo cuando teníamos diez años.

Nos fuimos a dormir en una pila, uno encima de otro, como muñecos.

A la mañana siguiente nos levantamos y había un enorme cerdo en el umbral, mirándonos y olisqueando el aire con su hocico húmedo de boxeador. Habría entrado por la puerta y recorrido el pasillo. Se volvió y se alejó cuando nos vio mirándolo. Quizás olió las hamburguesas cocinándose, dijo Shackie. Dijo que era un recombinado mejorado -Loco Adán se había enterado del experimento- y que tenía tejido de cerebro humano.

– Sí, claro -dijo Amanda-, y está estudiando física superior. Te estás quedando con nosotras.

– Es cierto -dijo Shackie, un poco enfurruñado.

– Lástima que no tengamos un pulverizador -dijo Croze-. Hace mucho tiempo que no pruebo el beicon.

– Basta de ese lenguaje -dije con un tono de voz propio de Toby, y todos reímos.

Antes de que saliéramos de la Clínica de Estética entramos en el Salón del Vinagre para echar un último vistazo. Las grandes cubas aún estaban allí, aunque algunas tenían un hachazo. Se notaba un olor a vinagre, y también a lavabo: la gente había estado usando una esquina de la sala para eso, y no hacía mucho tiempo. La puerta del armarito donde guardaban las botellas de vinagre estaba abierta. No había botellas; pero sí algunos estantes. Estaban en un ángulo extraño, y Amanda se acercó y tiró de una esquina. Los estantes giraron.

– Mirad -dijo-. ¡Hay una habitación entera aquí dentro!

Entramos. Había una mesa que ocupaba casi toda la sala, y algunas sillas. Pero lo más interesante era un rutón, como los viejos de nuestros Jardineros, y un puñado de contenedores de comida: sojadinas, garbanzos, bayas de goji secas. En un rincón había un portátil apagado.

– Alguien más ha sobrevivido -dijo Shackie.

– No es un Jardinero si tenía portátil -dije.

– Zeb tenía un portátil -dijo Croze-, pero había dejado de ser Jardinero.

Salimos de la Clínica de Estética sin ningún plan claro. Fui yo quien propuso ir al balneario de AnooYoo: podría haber comida en el Ararat que Toby tenía en el almacén; me había dicho el código de la puerta. También podía haber algo creciendo en el huerto. Incluso me pregunté si Toby no estaría escondida allí, pero no quería alimentar esperanzas vanas y no lo dije.

Pensamos que estábamos siendo realmente cautos. No vimos a nadie en ningún sitio. Fuimos a Heritage Park y nos dirigimos hacia la puerta occidental del balneario, quedándonos en el sendero del bosque, bajo los árboles: nos sentíamos menos visibles de ese modo.

Íbamos en fila india. Shackie iba el primero, luego Croze, después Amanda, detrás yo; Oates iba el último. De repente sentí un escalofrío, y miré detrás de mí, y Oates no estaba allí.

– ¡Shackie! -dije.

Y entonces Amanda dio un bandazo hacia un lado, saliendo del camino.

Luego hubo un tramo oscuro como ir entre zarzas: todo era doloroso y embrollado. Había cuerpos en el suelo, y uno de ellos era el mío, y debió de ser entonces cuando me golpeé.

Cuando volví a levantarme, Shackie, Croze y Oates no estaban allí. Pero Amanda sí.

No quiero pensar en lo que ocurrió a continuación.

Fue peor para Amanda que para mí.

Día del Depredador

AÑO 25

De Dios como depredador alfa.

Narrado por Ad á n Uno

Queridos amigos, queridos compañeros animales, queridos compañeros mortales:

Hace mucho tiempo celebrábamos el Día del Depredador en nuestro querido Jardín del Edén en el Tejado. Nuestros niños se ponían orejas y colas de depredadores hechas con imitación piel, y a la puesta de sol encendíamos velas dentro de los leones, tigres y osos creados con latas perforadas, y los ojos ardientes y brillantes de estas imágenes de depredadores iluminaban nuestro Banquete del Día del Depredador.

Pero hoy nuestra fiesta debe mantenerse en los jardines internos de nuestras mentes. Somos afortunados de tener incluso ésos, porque ahora el Diluvio Seco ha arrasado nuestra ciudad, y de hecho todo el planeta. A la mayoría los pilló por sorpresa, pero nosotros confiábamos en nuestra orientación espiritual. O, por decirlo de un modo materialista: reconocimos la pandemia global en cuanto la vimos.

Demos gracias por este Ararat en el cual nos hemos refugiado en los últimos meses. No es quizás el Ararat que habríamos escogido, situado como está en las bodegas del complejo Buenavista, que ya era húmedo cuando albergaba el cultivo de hongos de Pilar, y ahora es todavía más húmedo. Sin embargo, contamos con la bendición de que muchos de nuestros parientes ratas nos hayan donado sus proteínas, permitiéndonos así permanecer en este plano terreno. Es también afortunado que Pilar hubiera construido un Ararat en esta misma bodega, oculto detrás de un bloque de hormigón marcado con el símbolo de una pequeña abeja. ¡Qué providencial que tantos de estos víveres mantengan su frescura! Aunque por desgracia no todos.

Ahora estos recursos se han agotado y debemos trasladarnos o morir de hambre. Recemos por que el mundo exterior ya no sea exfernal: que el Diluvio Seco lo haya limpiado además de destruirlo, y que todo el mundo sea ahora un nuevo Edén. O, si aún no es un nuevo Edén, que lo sea pronto. En ello confiamos.

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