Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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En cambio, entonces, durante su estancia en el balneario -gracias a Dios que ella no se estaba sometiendo a ningún proceso de piel que la habría hecho parecer sarnosa, sólo había ido para una puesta a punto-, tuvieron muchas más raciones de aperitivo el uno del otro, encerrados en alguna de las duchas de los vestuarios del balneario, y después de eso se quedó pegada a Zeb como una hoja húmeda. Como él lo estaba a ella, añadía. Nunca tenían bastante el uno del otro.

Y luego, una vez que terminaron las sesiones en el balneario y volvió a lo que llamaba su casa, Lucerne se escabullía del complejo con un pretexto u otro -ir de compras, sobre todo, las cosas que podías comprar en el complejo eran muy predecibles- y se encontraban en secreto en las plebillas -era muy excitante al principio-, en lugares muy divertidos, hotelitos sucios y habitaciones que alquilabas por horas, bien lejos del ambiente acartonado del complejo de HelthWyzer; y luego, cuando él tuvo que viajar de manera inesperada -hubo algún problema, ella nunca había comprendido por qué, pero tenía que irse muy deprisa-, bueno, descubrió que no podía soportar estar separada de él.

De este modo Lucerne había abandonado a su llamado marido, aunque no es que no le estuviera bien empleado por ser tan inerte.

Y se habían ido trasladando de una ciudad a otra, de un parque de caravanas a otro, y Zeb había comprado unos pocos procedimientos en el mercado negro, para sus dedos y su ADN y tal; y después, cuando fue seguro, habían vuelto, justo aquí, a los Jardineros. Porque Zeb le había dicho a ella que siempre había sido Jardinero. O eso decía. En cualquier caso, parecía conocer muy bien a Adán Uno. Habían ido juntos al colegio. O algo por el estilo.

Así que Zeb se vio obligado, pensó Toby. Se había fugado de una corporación; quizás había estado vendiendo en el mercado negro algún producto patentado, como nanotecnología o una combinación genética. Eso podía ser fatal si te pillaban. Y Lucerne había juntado cara y antiguo nombre, y él había tenido que distraerla con sexo y luego se la había tenido que llevar para asegurarse su lealtad. Era eso o matarla. No podía dejarla: Lucerne se habría sentido humillada y habría mandado tras él a los perros de Corpsegur. Aun así, ¡qué riesgo había corrido! La mujer era como el coche bomba de un aficionado: no sabías cuándo saltaría por los aires, ni a quién se llevaría por delante cuando lo hiciera. Toby se preguntaba si Zeb había pensado alguna vez en meterle un corcho en la epiglotis y echarla a un vertedero de basuróleo.

Aunque quizá la amaba. A su manera. Por duro que le resultara imaginarlo a Toby. No obstante, quizás el amor se había agotado, porque en ese momento no estaba haciendo suficiente trabajo de mantenimiento con ella.

– ¿Tu marido no te buscó? -había preguntado Toby la primera vez que oyó este cuento-. ¿El de HelthWyzer?

– No considero que ese hombre siga siendo mi marido -dijo Lucerne en tono ofendido.

– Disculpa. Tu antiguo marido. Los de Corpsegur… ¿Le dejaste un mensaje?

El rastro de Lucerne, si lo seguían, llevaría directamente a los Jardineros, no sólo a Zeb sino a la propia Toby, y a su anterior identidad, lo cual podía tener consecuencias incómodas para ella: Corpsegur nunca tachaba antiguas deudas, ¿y si alguien había desenterrado a su padre?

– ¿Por qué iban a gastarse el dinero? -dijo Lucerne-. No soy importante para ellos. En cuanto a mi antiguo marido… -Hizo una mueca- debería haberse casado con una ecuación. Quizá ni se dio cuenta de que me fui.

– Y qué pasa con Ren -dijo Toby-. Es una niña encantadora. Seguramente le echa de menos.

– Oh -dijo Lucerne-. Sí. Probablemente se da cuenta de eso.

Toby quiso preguntar por qué Lucerne no había dejado a Ren con su padre. Robarla sin dejar ninguna información parecía un acto de crueldad. Pero formular semejante pregunta simplemente enfadaría a Lucerne, sonaría demasiado crítico.

A dos manzanas de la Quesería, Toby se topó con una batalla callejera: Asian Fusions contra Blackened Redfish, con unos pocos Lintheads gritando desde fuera. Los chicos no tendrían más de siete u ocho años, pero había muchos, y cuando la localizaron pararon de gritarse los unos a los otros y empezaron a gritarle a ella. «Beata, beata, zorrita blanca. ¡Vamos a quitarle los zapatos!»

Toby giró sobre sí misma, de modo que su espalda quedó contra la pared, y se preparó para hacerles frente. Era difícil patearles fuerte cuando eran tan pequeños -como había señalado Zeb en su clase de Limitación de Derramamiento de Sangre Urbana, existía cierta inhibición de la especie que impedía hacer daño a niños-, pero Toby sabía que tendría que hacerlo porque podían ser letales. Apuntarían a su estómago, la embestirían con sus cabecitas, tratando de derribarla. Los más pequeños tenían un hábito guarro de tirar de las faldas sueltas de las Jardineras y meterse debajo de ellas para luego morder lo que encontraban una vez que estaban allí. Pero Toby estaba preparada: cuando se acercaran lo suficiente, les retorcería las orejas o les golpearía en el cuello con el lateral de la mano, o golpearía uno contra otro sus pequeños cráneos.

Sin embargo, de repente, todos viraron bruscamente como un cardumen, pasaron corriendo a su lado y desaparecieron en el callejón.

Toby giró el cuello y vio la causa. Era Blanco. No estaba en Painball. Debían de haberle dejado salir. O el caso es que había salido.

El pánico le atenazó el corazón. Vio las manos desolladas rojas y azules, sintió que se le desmenuzaban los huesos. Era su peor pesadilla.

Tranquila, se dijo a sí misma. Blanco estaba al otro lado de la calle, y ella iba vestida con un mono suelto y llevaba puesto el cono de la nariz, de modo que tal vez él no lograra reconocerla. De hecho, todavía no había mostrado signo alguno de reconocerla. No obstante, estando sola no se sentía a salvo de una violación o una agresión. Blanco la arrastraría a ese mismo callejón por el cual se habían largado los plebiquillos. Le quitaría el cono y vería quién era. Y ése sería el final, y no sería un final rápido. La mataría lo más lentamente que pudiera. La convertiría en una valla publicitaria de carne, una muestra viva (o no tan viva) de su repugnante refinamiento.

Toby se volvió con rapidez y se alejó lo más deprisa que pudo, antes de que Blanco tuviera tiempo de apuntar su malevolencia hacia ella. Sin aliento, dobló la esquina, recorrió media manzana y miró atrás. Blanco no estaba ahí.

Por una vez se sintió más que contenta de llegar al umbral del apartamento de Lucerne. Se levantó el cono de la nariz, forzó los músculos de su sonrisa profesional y llamó a la puerta.

– ¿Zeb? -preguntó Lucerne en voz alta-. ¿Eres tú?

San Euell de la Comida Silvestre

Año 12

De los dones de san Euell.

Narrado por Ad á n Uno

Amigos míos, compañeros animales, mis queridos hijos:

Este día marca el principio de la Semana de San Euell, durante la cual recolectaremos los dones de la Cosecha Silvestre que Dios, a través de la naturaleza, ha puesto a nuestra disposición. Pilar, nuestra Eva Seis, nos llevará de excursión por Heritage Park, en busca de hongos, y Burt, nuestro Adán Trece, nos ayudará con las hierbas comestibles. Recordad: «En caso de duda, ¡escúpela!» Pero si un ratón se la ha comido, posiblemente tú también te la puedes comer. Aunque no siempre.

Los niños mayores asistirán a una demostración de Zeb, nuestro respetado Adán Siete, sobre la caza de animales pequeños mediante el uso de trampas para obtener comida de supervivencia en tiempos de imperiosa necesidad. Recordad, nada nos es impuro si sentimos gratitud y pedimos perdón, y siempre y cuando nosotros mismos estemos dispuestos a ofrecernos a la gran cadena trófica cuando nos llegue el turno. Porque ¿dónde si no radica el significado profundo de sacrificio?

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