– No querría en modo alguno aguarles la fiesta -insistió el hombre del traje oscuro-, pero si pudieran hablar de todo esto fuera del palacio, me vendría muy bien. Todavía tengo que ir a cerrar el despacho del señor Vackeers. Los guardias van a empezar su ronda y ahora ya sí que tienen que marcharse, por favor.
Ivory cogió a Keira del brazo.
– Tiene razón -dijo-, salgamos de aquí, tenemos toda la noche para hablar.
De vuelta en el hotel Krasnapolsky, Ivory nos pidió que lo siguiéramos hasta su habitación.
– Me han mentido, ¿verdad? -dijo tras cerrar la puerta-. Oh, por favor, no me tomen por tonto, he visto la cara que han puesto hace un momento. No han podido traer de Rusia el cuarto fragmento.
– Pues no, no hemos podido -contesté enfadado-. Y eso que sabíamos dónde se encontraba, estábamos incluso a pocos metros, pero como nadie nos había avisado de lo que nos esperaba, como usted se cuidó muy mucho de advertirnos del ensañamiento de los que nos persiguen desde que nos lanzó sobre la pista de estos fragmentos… ¡Por poco nos matan, no querrá encima que me disculpe!
– ¡Son los dos unos irresponsables! Al venir aquí me han hecho mover un peón, que no debía avanzar más que como última opción. ¿Acaso creen que nuestra visita pasará inadvertida? El ordenador en el que nos hemos introducido pertenece a una red de las más sofisticadas. A estas horas decenas de informáticos habrán advertido a su responsable de división de que el terminal de Vackeers se ha encendido solo en plena noche, ¡y dudo mucho que crean que es cosa de fantasmas!
– Pero ¡¿quién es esa gente, maldita sea?! -le grité a Ivory a la cara.
– Calma los dos, no es momento ahora de arreglar cuentas -intervino Keira-, Intercambiar gritos e insultos no sirve de nada. No le hemos mentido del todo, fui yo quien convenció a Adrian de que lo engañáramos. Tengo la esperanza de que tres fragmentos basten para revelarnos lo que necesitamos para progresar en nuestra investigación, así que en lugar de perder el tiempo en discusiones inútiles, ¿qué tal si los reunimos?
Keira se quitó el colgante, yo me saqué mi fragmento del bolsillo, abrí el pañuelo con el que lo había protegido, y los juntamos con el que habíamos descubierto bajo la losa del palacio de Dam.
Fue para los tres una decepción inmensa pues no ocurrió nada. La luz azulada que tanto esperábamos ver no apareció. Peor todavía, la atracción magnética que hasta entonces unía entre sí los dos primeros fragmentos parecía haberse desvanecido. Ni siquiera se soldaron los unos a los otros. Los objetos estaban inertes.
– ¡Pues sí que estamos apañados! -masculló Ivory.
– ¿Cómo es posible? -se extrañó Keira.
– Supongo que, a fuerza de manipularlos, hemos terminado por agotar su energía -dije yo.
Ivory se retiró a su habitación dando un portazo y nos dejó a los dos solos en el saloncito de su suite.
Keira recogió los tres fragmentos y me sacó de la habitación.
– Tengo hambre -me dijo en el pasillo-, ¿restaurante o servicio de habitaciones?
– Servicio de habitaciones -contesté yo sin vacilar.
Mientras Keira se daba un buen baño relajante, yo coloqué los tres fragmentos sobre el pequeño escritorio de nuestra habitación y los observé, haciéndome mil preguntas. ¿Había que exponerlos a una luz viva para recargarlos? ¿Qué energía podría volver a crear la fuerza que los atraía entre sí? Me daba perfecta cuenta de que se me escapaba algo, mi razonamiento no era completo. Estudié desde más cerca el fragmento triangular que acabábamos de descubrir. Era similar a los otros dos, el grosor era estrictamente idéntico. Di vueltas al objeto, y entonces un detalle en el canto atrajo mi atención. Había una ranura en toda la circunferencia, como un surco excavado, una mella horizontal y circular. Por su regularidad, no podía ser accidental. Reuní los tres fragmentos sobre la mesa y estudié desde más cerca la sección. La ranura proseguía de manera perfecta. Se me ocurrió una idea, abrí el cajón del escritorio y encontré lo que buscaba, un lápiz y un bloc de notas. Arranqué una hoja de papel, puse encima los fragmentos y los junté. Con el lápiz, fui siguiendo el contorno exterior de los mismos sobre el papel. Cuando los quité y miré el dibujo trazado sobre la hoja, descubrí los tres cuartos de la periferia de un círculo perfecto.
Me precipité al cuarto de baño.
– Ponte un albornoz y ven conmigo.
– ¿Qué pasa? -preguntó Keira.
– ¡Date prisa!
Llegó unos segundos después, con el cuerpo envuelto en una toalla grande y el cabello en otra más pequeña.
– ¡Mira! -le dije mientras le tendía mi dibujo.
– Casi dibujas un círculo, fantástico, ¿y para eso me sacas de mi baño?
Cogí los fragmentos y los coloqué en su lugar sobre la hoja.
– ¿No ves nada?
– ¡Sí, que sigue faltando uno!
– ¡Pues eso ya es un dato importantísimo! Hasta ahora nunca habíamos sabido cuántos fragmentos exactamente componían este mapa, pero mirando esta hoja, y lo has dicho tú misma, ahora es evidente, sólo falta uno y no dos como habíamos pensado en un principio.
– Pero con todo sigue faltando uno, Adrian, y los otros ya no tienen ningún poder, así que ¿puedo volver ya a mi baño antes de que se me quede el agua helada?
– ¿No ves nada más?
– ¿Vas a seguir jugando mucho rato a las adivinanzas? No, sólo veo un círculo pintado a lápiz, ¡así que dime lo que escapa a mi inteligencia, visiblemente inferior a la tuya!
– ¡Lo interesante en nuestra esfera armilar no es tanto lo que nos muestra como lo que no nos muestra y que sin embargo adivinamos!
– ¿Y en cristiano eso qué quiere decir?
– ¡Si los objetos ya no reaccionan es porque carecen de un conductor, la quinta pieza que falta para completar el puzle! Estos fragmentos estaban engastados en un anillo, un hilo que debía de conducir una corriente.
– ¿Entonces por qué antes se iluminaban los dos primeros?
– Porque con los rayos de las tormentas habían acumulado energía. A fuerza de reunirlos una y otra vez hemos agotado sus reservas. Su funcionamiento es elemental, responde al principio que se aplica a toda forma de corriente, por un intercambio de iones positivos e iones negativos que tienen que poder circular.
– Vas a tener que explicármelo un poco mejor -dijo Keira, sentándose a mi lado-, yo no sé ni cambiar una bombilla.
– Una corriente eléctrica es un desplazamiento de electrones en el seno de un material conductor. Desde la corriente más potente hasta la más ínfima, como la que recorre tu sistema nervioso, no se trata más que de un trasvase de electrones. Si nuestros objetos ya no reaccionan, es porque ya no está ese material conductor del que te hablo. Y ese conductor es precisamente la quinta pieza que falta para completar el puzle, la pieza de la que te hablaba hace un momento, un anillo que sin duda alguna rodeaba el objeto cuando no estaba fragmentado. Los que disociaron los fragmentos debieron de romperlo. Hay que encontrar la manera de fabricar uno nuevo, hacerlo de manera que se ajuste perfectamente a la periferia de los fragmentos que tenemos, y entonces estoy seguro de que recobrarán su poder luminiscente.
– ¿Y dónde pueden fabricarnos un anillo así?
– ¡Nos lo puede hacer un restaurador de esferas armilares! Las más bonitas se construyeron en Amberes, y conozco a alguien en París que podrá informarnos.
– ¿Se lo comentamos a Ivory? -me preguntó Keira.
– Sin dudarlo. ¡Sobre todo no hay que perder de vista a ese tipo que nos ha acompañado al palacio de Dam, puede sernos muy útil, yo no hablo ni papa de holandés!
Tuve que convencer a Keira para que diera ella el primer paso. Llamó a Ivory y le declaró que teníamos algo muy importante que revelarle. El viejo profesor ya estaba en la cama, pero aceptó levantarse y nos pidió que fuéramos a su suite.
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