Julian Barnes - Metrolandia

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Dos disparatados adolescentes, Christopher y su amigo Toni, se dedican a observar, con agudo ojo cínico, los diversos grados de chifladura o imbecilidad de la gente que les rodea: aburridos padres y fastidiosos hermanos; futbolistas de tercera y visitantes de la National Gallery; futuros oficinistas y bancarios empedernidos; y, sobre todo, esa fauna que viaja cada día en la Metropolitan Line del metro de Londres.
Es la comedia del despertar sexual de la generación inglesa de los sesenta.
La primera novela del autor (1980) merece la lectura, y no solamente por interés de documentarse.

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Los golpes psíquicos tienen, normalmente, otro origen ¿no es así? ¿Un hijo que crece hasta ser más alto que su padre; las tetas de una hija que desbordan los inciertos límites de las de su madre o dos hermanos que se desean mutuamente? O bien la envidia de pertenencias personales, falta de granos, buenas notas. En nuestra familia había muy poco de todo esto: nuestro padre era más alto y fuerte que ninguno de sus hijos; Mary incitaba más a la compasión que a la lujuria; y los tres hijos teníamos una equitativa cantidad de bienes y la misma mala suerte facial.

La verdad es que, cuando mi hermano consiguió novia, no fue envidia, exactamente, lo que sentí. Fue puro miedo, avivado por un poco de odio. Nigel la trajo a casa, por primera vez, sin que Los Que Se Sientan Enfrente me advirtieran. De pronto, media hora antes de la cena, estaba esa niña allí en medio…, con un vestido más bien llamativo, bolso, pelos, ojos, pintalabios. La verdad es que era igual que una mujer. ¡Y con mi hermano! ¿Tetas?, me pregunté con un pánico repentino. No se podían ver con aquel vestido. Pero aun así, ¡era una chica! Los ojos se me saltaban de las órbitas. También sabía que la timidez de mi reacción no iba a pasarle inadvertida a Nigel.

– Ginny: mi padre. -(Mi madre estaba como una esclava en la cocina para preparar «tan sólo una cena normalita») -. Esta es mi hermana menor, Mary. Este es el perro, esta la tele y esto la chimenea. Oh, y esta -(volviéndose hacia la silla donde yo estaba sentado)- es la silla en que te vas a sentar.

Me levanté, obediente y furioso, intentando esbozar una sonrisa.

– Oh, perdona chaval, no te había visto. Este es Chris. Chris Baudelaire. Es adoptado. No se levanta cuando entra en la habitación una chica que no conoce, pero probablemente no es más que un ataque de esplín.

Adelanté la mano e intenté recuperar el terreno perdido.

– ¿Cómo has dicho que se llama este primor que te has traído? -pregunté, pero en vez de una frase irónica o ingeniosa, me salió torpe y grosera.

– Para ti, Jeanne Duval -contestó él, a pesar de las miradas de advertencia de nuestro padre-. Y la próxima vez, Chris, no tiendas la mano hasta que te la ofrezcan, ¿de acuerdo?

Me volví a sentar en la silla, para dejar constancia de mi agresividad. Nigel «la» sentó a su lado en el sofá. Entonces, les ofrecieron a ambos un jerez. Yo miraba las piernas de la chica, pero no les encontré ningún fallo. No saber qué era lo que buscaba no me ayudó en absoluto. Sus medias también le quedaban perfectas, sin agujeros, con la costura en su sitio y, a pesar de que el sofá era muy bajo, como ella estaba inclinada hacia atrás, no había manera de ver nada (de aquello que yo anhelaba y anhelaba rechazar).

Me pasé toda la velada odiando a Ginny (para empezar qué nombre tan estúpido). La odiaba por lo que le estaba haciendo a mi hermano (algo así como ayudarle a crecer); la odiaba por los cambios que provocaría en mi relación con él (como acabar con los pocos juegos de chicos a los que todavía jugábamos); y la odiaba, más que nada, por ser ella misma. Una chica, un ser de una categoría distinta.

La velada estuvo llena de recuerdos humillantes de mi condición de niño. No me pusieron vino para cenar (tampoco me gustaba, pero eso no tiene nada que ver) y mi vaso de naranjada se burlaba de mí de una manera difícil de soportar. Al principio traté de ignorarlo, pero noté que su color se tornaba más chillón y despectivo a medida que transcurría la cena, hasta que, cuando trajeron un flan del mismo color naranja, parecía un anuncio luminoso diciendo I-N-F-A-N-T-I-L, así que me la bebí toda de un solo trago. Todos mis intentos de establecer lazos de adolescente con mi hermano quedaron sin respuesta. Hablé de las vacaciones, de bromas compartidas y, ¡Dios!, incluso de ciencia-ficción, pero todo fue olímpicamente ignorado. El momento culminante llegó cuando me volví hacia Nigel y empecé:

– ¿Recuerdas cuando nosotros… -Pero no llegué a decir más, pues me interrumpió con forzada ternura:

– Me temo que no, chaval.

Tras lo cual la chica, la Ginny esa, se rió bobamente. ¡Dios, qué detestable era! Apenas la miré en toda la noche y puedo asegurar que no escuché nada de lo que dijo. Hasta ese punto la aborrecí. No hacía más que reírse como una tonta con ojos bovinos, dedicar monerías y hacer la pelota a Los De Enfrente, y proferir artificiosos chillidos de placer en relación a la comida. Ya verás cuando se lo cuente a Toni. La íbamos a hacer picadillo.

– Anoche, mi hermano trajo a casa a su nueva adquisición -le solté a Toni como por casualidad, mientras nos bebíamos un vaso de leche en el recreo con nuestra habitual y afectada desaprobación de gourmets (nunca se sabía con seguridad si alguien estaba mirando). Frunció las cejas y parpadeó. Aquí empezaba el examen A.C.T.

– ¿Alma?

– No, carencia absoluta, creo. No más que la mayoría, vamos. Me pareció de lo más frívola.

– ¿Cuitas?

– Bueno, conseguí sonsacarle que su padre había muerto, pero cuando le pregunté si había sido un suicidio todos pretendieron sentirse exageradamente epatados y me hicieron callar. Le estuvo haciendo zalemas a mi madre como una perra en celo que, por supuesto, puede significar que la suya la zurraba mucho de niña.

– Sí, o tan sólo que quería darle jabón.

– De todas formas, ya sabrá lo que es la C.

– ¿Cómo?

– Saliendo con mi hermano.

– ¿Crees que ya se la ha tirado?

– Ella se sentó a su lado en el sofá.

– ¿Marcas de carmín en el cuello? ¿Cabellos en la americana? ¿Intercambio de miradas?

– Todo negativo. No teníamos la tele puesta, por desgracia. Intenté convencerlos de ver Wells Fargo, pero a nadie le apetecía.

Toni y yo habíamos ideado una infalible prueba televisiva. Nadie puede contemplar un beso -al menos un beso prolongado, untuoso y penetrante- sin demostrar, de alguna forma, lo que siente. No era una observación que pudiera hacerse directamente, pero sentándose cerca de la tele para ver los reflejos en la pantalla, por lo general, podías descubrir reacciones bastante torpes: mi hermano cruzaba las piernas, mi madre se ponía a contar puntos de ganchillo afanosamente. Si se quería mejorar el enfoque, había que confiar en ardides más peligrosos, como levantarse repentinamente a buscar un zumo de naranja, o acercarse a la mesa para coger el Telesemana. Luego, volviéndose súbitamente, era posible descubrir la palpitante nostalgia (de mi padre), el turbador hastío (de mi madre), el interés técnico (de Nigel), o la quejumbrosa perplejidad (de Mary). Los invitados, si los había, eran igualmente transparentes, a pesar de la obligada formalidad de las circunstancias.

– ¿Tetas?

La última parte de la tríada. Aquella a la que dedicábamos toda nuestra mundana capacidad de percepción.

– Ni rastro. Si acaso -y estoy siendo generoso- un par de verruguitas.

– Ah.

Toni desarrugó el ceño, satisfecho y aliviado. Después de todo, no se había perdido nada.

12. ¡Duro y abajo!

Toni y yo pasábamos mucho tiempo aburriéndonos juntos. No aburriéndonos el uno al otro, por supuesto (estábamos en esa edad irrecuperable en que los amigos pueden ser odiosos, pesados, desleales, estúpidos o tacaños, pero nunca aburridos). Los adultos eran aburridos, con su racionalidad, su deferencia, su negarse a castigarte tan severamente como sabías que te merecías. Los adultos eran útiles porque eran aburridos: constituían verdadera materia prima, sus reacciones eran predecibles. Podían ser sentimentales y bonachones, o avinagrados y malignos, pero siempre predecibles. Te hacían confiar de antemano en la entereza de carácter.

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