Julian Barnes - Metrolandia

Здесь есть возможность читать онлайн «Julian Barnes - Metrolandia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Metrolandia: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Metrolandia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Dos disparatados adolescentes, Christopher y su amigo Toni, se dedican a observar, con agudo ojo cínico, los diversos grados de chifladura o imbecilidad de la gente que les rodea: aburridos padres y fastidiosos hermanos; futbolistas de tercera y visitantes de la National Gallery; futuros oficinistas y bancarios empedernidos; y, sobre todo, esa fauna que viaja cada día en la Metropolitan Line del metro de Londres.
Es la comedia del despertar sexual de la generación inglesa de los sesenta.
La primera novela del autor (1980) merece la lectura, y no solamente por interés de documentarse.

Metrolandia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Metrolandia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Melodramáticamente, Arthur se toco la espalda con sus gruesos dedos y se enderezó. Entonces empezó a sobar el tejido de punto de su rebeca como si fueran las fibras de sus músculos entumecidos.

– Esta espalda tan desastrosa que tengo no ha dejado de dolerme. Ven y verás. Los demás podéis ir entrando -(Nigel siempre se salvaba de faenas como esta gracias a una difusa dolencia pectoral; Mary porque era una niña; mis padres porque eran padres).

A pesar de todo, yo admiraba al muy cabrón. Si la espalda le daba guerra sería porque el cojín de alguna butaca le estaría resultando incómodo. Sabía hacer cosas mejores que ponerse a cavar el domingo justo después de comer. Leer durante media hora la página de espectáculos del Sunday Express era el mayor esfuerzo que había hecho. Pero todo formaba parte de una complicada venganza contra mí en la que Arthur persistía año tras año. Un domingo, cuando yo todavía era un inocente, nos vino con el cuento de que se había caído extenuado en el jardín. Mientras aburría a mi padre hablándole de hortalizas, yo me metí de prisa en el salón para comprobar con la mano la temperatura de su asiento. Tal como me imaginaba, estaba tan caliente como la mierda reciente de una gallina. Cuando los demás entraron en la habitación, solté con toda naturalidad:

– Tío, no puedes haber estado cavando como dices; tu butaca todavía está caliente.

El me miró de arriba a abajo con una mirada de esas que no perdonan y, entonces, con una energía inusitada para alguien que hubiese estado cogiendo coles, se precipitó afuera.

– Ferdinand -le oímos gritar-, Ferdinand. ¡¡FERDINAND!!

En el recibidor se oyeron las pisadas amortiguadas de unas patas solícitas, el gorgoteo de una boca babeante y el ruido seco de una zapatilla golpeando a un perro labrador.

– Y que no te pesque otra vez en mi butaca.

Desde entonces, Arthur siempre me tenía reservado un pequeño pero desagradable trabajo, como darle vueltas a un inaccesible tornillo para dejar salir el aceite gastado de su coche («Ve con cuidado de no mancharte»), arrancar matojos de ortigas («Siento no tener unos guantes mejores, la verdad es que estos tienen bastantes agujeros») o tener que ir corriendo a echar una carta antes de la hora de recogida («Tienes que ir de prisa si quieres llegar a tiempo. ¿Sabes qué? Te voy a cronometrar.» Eso fue un error: me salí con la mía andando tranquilamente, para llegar tarde, y volví corriendo). Esta vez se trataba de un jodido tronco enorme. Arthur había empezado a cavar una zanja muy poco profunda a su alrededor, luego cortó unas cuantas raíces sin importancia y, deliberadamente, cubrió con un poco de tierra una raíz enorme, gruesa como una pierna.

– No creo que tengas problemas. A menos que te encuentres con una raíz central muy gorda, claro.

– Bueno, está la que tú has tapado un poco, ¿no? -dije yo. Cuando estábamos juntos y a solas hablábamos bastante claro. A mí me gustaba él.

– ¿Tapado? ¿Qué quieres decir? ¿Eso? ¿Hay una raíz allí debajo? Vaya, vaya. Quién se iba a imaginar que un tronquito como este tuviera tantas raíces, ¿no? De todas formas, estoy seguro de que un jovencito intelectual como tú será capaz de arreglárselas para arrancarlo todo. A propósito, el pico se sale del mango cada dos por tres. Nos veremos a la hora del té. Empieza a hacer demasiado frío para mí.

Y se largó.

Se me ocurrieron varias formas de demostrar mi incompetencia. Podría llenar-todo-el-lugar-de-tierra (por ejemplo, encima de las lechugas), en-un-arranque-de-entusiasmo. Podría romper-las-herramientas, aunque esto supondría problemas con mi padre. La mejor idea que se me ocurrió -aunque la tuve que abandonar, dado que no pude encontrar una sierra- fue cortar el tronco a nivel de tierra y taparlo otra vez («Oh, lo siento tío, no me dijiste que querías que cavase toda la zona. Pensaba que sólo querías evitar tropezar con él en la oscuridad»).

Finalmente, transigiendo un poco, me decidí por tácticas para ganar tiempo. Cavé un amplio círculo de un radio aproximado de un par de metros alrededor del tronco, al tiempo que cortaba, aquí y allá, algunas ramitas sin importancia, pero sin llegar a amenazar ni remotamente la solidez de la cosa. Trabajé, o hice ver que trabajaba, con el empeño de un maníaco, ignorando que ya eran las cuatro, hasta que finalmente mi tío salió al jardín otra vez.

– No cojas frío -le grité mientras se aproximaba-; si no estás trabajando aquí afuera hace un frío que pela.

– Sólo vengo a ver si ya has terminado. ¡Cristo Todopoderoso, qué coño estás haciendo, animal! -Por entonces había cavado ya una zanja muy ancha y profunda alrededor del tronco.

– Acabando con él, tío -expliqué con tono profesional-. Después de lo que dijiste de la raíz principal, pensé que sería mejor empezar cavando a su alrededor en un radio muy grande y bien hondo. Ya he arrancado todo esto -dije con orgullo, señalando un minúsculo montón de raicillas.

– Vaya Ruskin de mierda estás tú hecho -me gritó mi tío-, condenado intelectual de tres al cuarto. No sabrías ni hacer la o con un canuto ¿eh?

– ¿Está listo el té? -pregunté educadamente.

Después de tomar el té, tiempo que yo pasaba esperando que las galletas de jengibre con nueces que Arthur empapaba en exceso se derramasen sobre su rebeca, iba siempre al garaje para hojear, tranquilamente, lo que yo llamaba material de erección. En aquella época, no sólo soñabas con el sexo durante todo el día; también se te ponía tiesa a la más ligera provocación. A menudo, yendo al colegio, tenía que ponerme la maleta delante de las piernas y conjugar, frenéticamente y para mí, algún verbo latino, intentando aplacar el tumor mientras cruzaba Baker Street. Pequeños anuncios de corsetería para señora, historias apócrifas de circos romanos e, incluso, por el amor de Dios, las Demoiselles d'Avignon: todo funcionaba. Todo me obligaba a tener la mano en el bolsillo del pantalón para hacer reajustes.

La atracción principal del garaje de Arthur eran los montones, perfectamente ordenados y atados, de números atrasados del Daily Express. Arthur Lo Ahorraba Todo. Supongo que empezó durante la guerra, justificándolo con su habitual lógica indirecta. Probablemente pensaba que conservando los periódicos en paquetes ayudaba, de forma un poco más reposada, a colaborar en la victoria. Yo no me quejaba. Mientras los mayores se sentaban a discutir sobre hipotecas y jardinería y averías de coche, mientras a Nigel y a Mary se les «permitía» lavar las tazas, yo me repantigaba como un pachá en la tumbona del garaje de Arthur con tres docenas de ejemplares del Express. «Así es América» era, en mi opinión de connaisseur , la columna más jugosa, con su habitual historia de sexo. Luego venían las críticas de cine, la página de cotilleos sociales (los adulterios de lujo me calentaban bastante), alguna entrega ocasional de Ian Fleming, y los casos de violación, incesto, exhibicionismo o conducta inmoral. Yo absorbía estas versiones de la vida futura con las páginas abiertas encima de las rodillas. Uno no podía dejarse sorprender en situaciones como esta. En cualquier caso, la escena era más confortable que orgásmica. Eso también me proporcionaba un montón de material para cambiar con Gould, cuyo padre siempre le dejaba leer News of the World con la esperanza de evitar tener que explicarle a su hijo las cosas de la vida.

– ¿Qué, va todo bien? ¿Estás cómodo?

El muy cabrón había entrado en el garaje tratando de no hacer ruido. Pero no hay nada como una sorpresa para que pierdas la erección, y, la verdad, no tuve problemas al respecto.

– Perdona que te interrumpa, chico, pero he pensado que no te molestaría echarme una mano para bajar algunas cosas del altillo. Es bastante difícil localizar los clavos que están por el suelo y tú ves mejor que yo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Metrolandia»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Metrolandia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Julian Barnes - The Noise of Time
Julian Barnes
Julian Barnes - Flaubert's Parrot
Julian Barnes
libcat.ru: книга без обложки
Julian Barnes
Julian Barnes - Pulse
Julian Barnes
Julian Barnes - Arthur & George
Julian Barnes
Julian Barnes - Pod słońce
Julian Barnes
Belinda Barnes - The Littlest Wrangler
Belinda Barnes
Julian Barnes - Innocence
Julian Barnes
Simon Barnes - Rogue Lion Safaris
Simon Barnes
Отзывы о книге «Metrolandia»

Обсуждение, отзывы о книге «Metrolandia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x