Carmen Posadas - Invitación a un asesinato
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Invitación a un asesinato: краткое содержание, описание и аннотация
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¿Qué puede hacer? Planear al milímetro su propio asesinato.
¿Cómo? Invitando a todos sus enemigos a un lujoso velero en el Mediterráneo.
Sin embargo… Será su hermana Ágata quien reconstruirá los últimos minutos de la vida de Olivia y buceará en los posibles motivos de cada invitado para asesinarla.
Esto, cambiará su propia vida y la de su hermana.
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Sea como fuere, de momento mi intención es escribirla con detalle. ¿Otra de mis muchas contradicciones? Sí, es cierto, pero ocurre también que determinadas cosas que uno vive sólo se comprenden en su totalidad cuando se ponen negro sobre blanco.
Además, una vez que termine con esta crónica, si por fin prefiero que no se sepa, siempre puedo quemarla o mejor aún, pulsar la tecla supr. Todos los que pasamos mucho tiempo en internet sabemos que tiene algo de divino hacer que lo vivido se disuelva en un segundo, así, sin dejar rastro. Pero bueno, me parece que ya estoy elucubrando demasiado. Volvamos al comienzo de este relato, que empieza conmigo sobre la cama de un hotelucho de nombre Sa Tomasa, cerca de Magaluf, una semana después de la muerte de mi hermana Olivia, sola como es mi costumbre, pero rodeada de recortes de periódico y revistas. Aunque, antes de lanzarme a narrar los hechos, tal vez debería dedicar un par de líneas a describir mi estado de ánimo. Eso es lo que haría un escritor profesional, ellos conceden mucha importancia a lo que llaman «el factor humano». Muy bien, seguiré su ejemplo y para eso he de decir que, por aquellas fechas, me encontraba aturdida, preocupada y también vacía. Sí, creo que esta última es la palabra exacta. Es verdad que Olivia y yo nunca estuvimos lo que se dice muy unidas, pero era la única persona de la familia que me quedaba, si exceptuamos unos primos ingleses a los que hace años no veo. Y algo se extingue dentro de uno cuando desaparece la última persona de la familia, o al menos eso me ocurría a mí. Además, para qué voy a hacerme la dura e imperturbable, es terrible tener que contemplar el cuerpo sin vida de alguien de nuestra misma sangre. Y sin embargo, ahora que lo pienso, el de Olivia parecía tan sereno… Incluso estoy por afirmar que había una mínima sonrisa en sus labios cuando la encontramos. Pero no, deben de ser figuraciones mías, nadie más pareció reparar en tan significativo detalle. Por eso es mejor que vuelva al punto en que me disponía a comenzar esta historia, a aquel hotelucho de Magaluf y a los recortes de periódico sobre mi cama.
«La muerte viaja en yate», así rezaba el titular de uno de ellos, y otro decía: «Una caída mortal acaba con la vida de divorciada en apuros». «El actor Cary Faithful y la "top" Sonia San Cristóbal, testigos de una muerte fortuita» era el enfoque de un tercero, y había lo menos tres o cuatro más si sumamos periódicos, revistas y hasta uno de esos escandalosos confidenciales de internet que yo había tenido la prudencia de imprimir para leer con más detenimiento. Los subtítulos de unos y otros, por su parte, se ocupaban sobre todo de guarismos. «A pesar de que la tragedia se desarrolló en cuarenta metros de gran lujo con diez personas de tripulación y ocho invitados a bordo, nadie vio ni oyó nada.» Y luego estaba este otro que hablaba de ciertas cifras que fueron una verdadera sorpresa para mí. «Una deuda de cien millones de libras, un tercer divorcio y varios embargos proyectan su larga sombra sobre una muerte accidental.» Con todo detalle se exponía la situación financiera del ex marido de Olivia, Flavio Viccenzo, que yo desconocía por completo. Se hablaba de una quiebra ocurrida meses atrás y de cómo un gran imperio se puede desmoronar de la noche a la mañana. Aunque lo más sorprendente para alguien lega como yo en los muchos enigmas del sistema capitalista, eran las líneas que venían a continuación. En ellas se explicaba que todo lo que habíamos vivido a bordo del Sparkling Cyanide -la gastronomía tres estrellas, el lujo, también la cohorte de silenciosos e invisibles marineros asiáticos- no era más que un espejismo. ¿Cómo se explica que una persona arruinada y con sus bienes embargados como Flavio pueda seguir disponiendo - e incluso prestar a su ex - un yate de cuarenta metros que cuesta la friolera de 4.100 euros al día mantener?, se preguntaba el autor de aquel interesante reportaje para luego, bajo el subtítulo de «Los ricos también lloran… pero menos» explicar otra cosa que, al menos para mí, resulta casi imposible comprender. Me refiero al hecho de que, a diferencia de los simples mortales que cuando se arruinan lo pierden todo y a la calle, los multimillonarios que quiebran pasan de ser ricos en dinero a serlo en deudas. Y por lo visto, cuanto más debes a todo el mundo, mucho mejor, por lo que a ellos se les permite seguir navegando -ésta era la oportuna metáfora que utilizaba aquella publicación- hasta que, a veces logran salir a flote y otras -como al parecer era el caso- naufragan sin remedio. Sin embargo, incluso cuando se van a pique, los millonarios en deudas lo hacen con mucho estilo. Es algo parecido al hundimiento del Titanio, se van al fondo entre comilonas y saraos mientras la orquesta toca Nearer my Lord to thee, como quien dice.
Sin embargo, no todo eran sarcasmos ni enfoques económicos de lo sucedido. Otras publicaciones, más interesadas en el lado rosa de la noticia, hablaban de naufragios de una índole bien distinta. Junto a una foto nada favorecedora de Oli, se publicaba, por ejemplo, la de una de esas rubias ninfas centroeuropeas, tan jóvenes y perfectas que parecen diseñadas por ordenador. A continuación se contaba su historia: Se llamaba Kalina, y según relataban aquellos medios chismosos, ella no sólo era la causante del precipitado divorcio de mi hermana, sino que estaba embarazada de ocho meses. También se decía que Olivia, incluso en el caso de que la ruina de su marido no fuera tan absoluta como parecía, no iba a poder reclamar ni un ochavo de pensión, puesto que existía un «prenup», palabra desconocida para mí pero que ahora me entero que quiere decir contrato prematrimonial (y leonino, por lo general).
Confieso que leí toda esta información sobre la vida de Oli como si hablara de otra persona, de una perfecta extraña. Porque en efecto, así era, yo no conocía a mi propia hermana, y recién estaba empezando a descubrir quién era después de su muerte. ¿Cómo es posible que ella no me hubiese contado circunstancias de su vida que, ahora me doy cuenta, eran del dominio público? Cierto es que, en el día y medio que estuvimos embarcados, no hubo mucho tiempo para hablar. Y el poco que compartimos lo dedicó -no a contarme su situación tan apurada- sino a esas ocurrencias típicas suyas como asegurar que todos lo que estábamos a bordo teníamos razones para cometer un asesinato. Horas más tarde, como si el destino se riera de ella y de paso también del resto de nosotros, se producía el accidente. «La Providencia tiene un extraño sentido del humor», eso le gustaba decir siempre a Oli, y me temo que, una vez más, tenía razón.
Un terrible, estúpido y también paradójico accidente fue lo que acabó con la vida de mi hermana. Me apresuro a decirlo, puesto que es importante señalar que, desde el primer día, no hubo dudas al respecto. Incluso aquellas publicaciones escandalosas que recogieron la noticia en ningún momento se atrevieron a especular con otras posibilidades. Una suerte, en realidad, porque la profusión de datos sobre quiebras repentinas, divorcios apresurados, así como el escenario en el que se había producido la muerte de mi hermana, daban para especular, y mucho, sobre sus posibles causas. Estoy segura de que si Olivia hubiese sido más rica, más importante, o simplemente, no hubiera sido abandonada por Flavio, ahora correrían por ahí todo tipo de bulos. Pero el fracaso y la ruina tienen al menos esa agradable contrapartida, no se especula tanto sobre el cadáver de alguien que se ha convertido en un don nadie.
Llegado este punto, creo que debería dedicar unas líneas a relatar qué sucedió una vez que subió a bordo la Guardia Civil de mar. Explicar también cómo se produjeron eso que ahora se llaman «diligencias informativas». He visto tantas películas, que tenía demasiadas ideas preconcebidas sobre cómo ha de ser una investigación policial. Yo imaginaba, por ejemplo, que se procedería a hacer un minucioso rastreo en busca de huellas así como una toma de muestras de ADN a lo largo y ancho del Sparkling Cyanide. También imaginaba un interrogatorio individual a los posibles sospechosos para comparar después sus versiones. Y por supuesto pensaba que todo se completaría con una inspección minuciosa del lugar en que se encontró el cadáver. Sin embargo, he de decir que, de estas tres diligencias, la única que se pareció un poco a la de las películas fue la última. En efecto, se sacaron fotos, se midió bien la plataforma en la que apareció el cuerpo de Olivia al tiempo que se recogían los objetos que se encontraron junto a él. Sin embargo, respecto de las otras diligencias, todo parecido con el cine y las novelas brilló por su ausencia.
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