Empecemos por la primera. Posiblemente en otros accidentes con resultado de muerte se tomen muestras biológicas, huellas dactilares y cosas por el estilo pero, como tuvo a bien explicarme el cabo Padilla, que era muy amable: «¿Qué huellas y qué muestras de ADN cree usted que pueden buscarse en un barco de cuarenta metros, señora?» Tenía razón, no hacía falta mucha sesera para darse cuenta de que, en un caso como éste, en el que habíamos convivido estrechamente cerca de veinte personas en un espacio reducido, no había ni un rincón, ni un centímetro cuadrado del Sparkling Cyanide que no contuviera una huella dactilar, un pelo, o un rastro de algún fluido corporal de uno o incluso de varios de nosotros. «Qué situación perfecta para cometer un asesinato», recuerdo haber pensado al oír esto, pero por supuesto en seguida descarté tan infantil pensamiento. Para mí, entonces, no había la menor duda de que la muerte de Olivia había sido accidental.
En cuanto al interrogatorio de los sospechosos (o mejor dicho de los testigos, que es como deben llamarse en realidad), tampoco éste se ajustó a la idea que todos tenemos por las películas. Para empezar, y pese a lo que me había dicho Padilla de que se realizaría por separado, al final no fue así. «Y es que, mire usted, no estamos investigando los crímenes de Jack el Destripador, precisamente. Sucesos como éste pasan todos los días, aunque no en un decorado tan fino», explicó en esta ocasión el teniente Gálvez, con lo que me pareció un cierto retintín, y dirigiéndose a madame Serpent. Y es que ella, minutos antes, había manifestado su deseo de declarar en su camarote para, según dijo, «no tener más orejas delante».
Tampoco creo que pueda llamarse «interrogatorio» a la ronda de preguntas rutinarias que a continuación procedieron a hacernos los dos guardias civiles. Nos habían reunido a todos en el salón interior del Sparkling Cyanide. Primero teníamos que dar nuestro nombre, dirección, razón por la que estábamos a bordo y, a continuación, se nos preguntaba si habíamos visto algo que mereciera ser investigado cerca de la hora del accidente; también, si habíamos hablado con la víctima y cuándo. Como es lógico, a esta última pregunta todos respondimos que sí, pero que cada uno lo había hecho a una hora distinta. Y es que se da la circunstancia de que la muerte de mi hermana se descubrió a las cinco de la tarde, la hora de la siesta, y en un momento en el que casi todo el mundo se había retirado a su camarote a descansar. Cary, por ejemplo, dijo haber hablado con ella por última vez cerca de las cuatro. Según explicó, había subido a cubierta para darse un baño y vio entonces a Olivia tumbada en popa tomando el sol. También Miranda dijo haberla visto hacia esa hora. Según parece, unos minutos después de que Cary subiera, ella le siguió para ver si necesitaba una toalla.
Sonia, por su parte, aseguró haber visto a Olivia después que ellos dos. Hacia las cuatro y media o cinco menos cuarto, dijo. Había olvidado su iPod en cubierta y observó que mi hermana mantenía una larga conversación telefónica con alguien (sobre esta conversación tendré que volver más adelante porque es una ironía, una más, en la muerte de mi hermana).
Ahora no recuerdo con exactitud si madame Serpent dijo haber subido a cubierta a las cuatro y cuarto o a las cuatro menos cuarto. Pero bueno, tampoco creo -o al menos creía en ese momento- que la precisión fuera tan relevante. Lo que sí recuerdo es su razón para ir allí: «Olvidé la novela que estaba releyendo -explicó y, sin que nadie le preguntara cuál era, reveló su título-: Némesis» -dijo, y luego añadió que lo mejor de las novelas de detectives es que «a cada chancho le llega su San Martín». Sí, exactamente ese fue su comentario, muy poco afortunado, la verdad.
Kardam Kovatchev era el único de los invitados que no había bajado al camarote a descansar después del almuerzo. Según le explicó a la Guardia Civil, deseaba estar un rato solo y se había tumbado en proa. A la pregunta del cabo Padilla de si allí no hacía un calor achicharrante sin sombra donde cobijarse, Kardam meneó filosóficamente la cabeza. «Mejor al sol que estar demasiado cerca de las sombras», fue su extraña respuesta, pero yo en ese momento, tampoco le di importancia. El castellano de este muchacho dista mucho de ser perfecto. «Seguro que quiso decir "sombra" en singular», recuerdo haber pensado.
Puesto que Kardam estaba en cubierta y a menos de treinta metros de donde se produjo la fatídica caída, la Guardia Civil se extendió en su interrogatorio. Se le insistió, por ejemplo, para que recordara si había visto u oído algo digno de mención. El negó una y otra vez con la cabeza. «No estaba mirando hacia popa -dijo, pero luego, tras pensárselo unos segundos, mencionó que, en un momento, calculaba él que más o menos quince o veinte minutos antes de que Vlad diera la voz de alarma al descubrir el cuerpo sobre la plataforma de los bañistas, una ráfaga de viento le trajo unas palabras sueltas de Olivia-. Fueron éstas -dijo-: "Lo sabía" -y luego, siempre según Kardam, ella añadió: "Las desgracias nunca vienen solas", seguido de una carcajada-. Seguramente mantenía una conversación telefónica» -añadió el muchacho-. «¿Algo más que haya usted oído?», insistió el jefe de Padilla, pero él dijo que no, que no tenía por costumbre escuchar conversaciones ajenas y menos aún las de personas que no le gustaban «ni unos pelos», así lo expresó él, de modo no tenía nada que añadir.
Continuando con la ronda de preguntas, le llegó el turno a Vlad. Dijo que no había hablado con Olivia desde la hora del almuerzo pero que, hacia las cinco, comenzó a levantarse mucho viento, por lo que subió a preguntar a la «jefa» (así la llamó, supongo que para darle más formalidad a sus palabras delante de la policía) si quería que levaran ancla en busca de un sitio más resguardado. «Al no verla en popa, miré hacia el agua suponiendo que estaría dándose un baño -explicó-. Entonces descubrí su cuerpo, abajo, tendido sobre la plataforma y, en efecto, debía de estar hablando por teléfono cuando cayó porque su móvil se encontraba junto a ella. También reparé en unas gafas de sol» -añadió. «¡Las mías -intervino entonces Cary a toda prisa-. Me las debí dejar olvidadas al salir del agua. No me he dado cuenta hasta ahora de que las había perdido.»
El doctor Fuguet, por su parte, comenzó asegurando que había visto a Olivia a las cinco en punto de la tarde, pero inmediatamente se desdijo cuando se le recordó que fue a esa hora cuando descubrieron el cuerpo. «Claro, claro, debió de ser un poco antes -rectificó con evidentes muestras de nerviosismo-. Yo no sé por qué subí a cubierta -continuó diciendo-. Quizá porque me pareció oír su risa a través del ojo de buey de mi camarote, y era todo menos alegre.» «¿Entonces usted también la vio u oyó hablar por el móvil?», preguntó uno de los guardias civiles. «Sí, estaba sentada de espaldas al mar sobre la barandilla de popa. Nunca pensé que pudiera ser tan peligroso. En ningún momento recordé que había una plataforma debajo, y ese fallo me perseguirá mientras viva. Ni siquiera me acerqué a donde ella estaba. Volví a bajar a mi camarote sin molestarla pues no quería interrumpir su conversación.» «¿Pudo oír usted lo que decía?» «Sólo tres palabras -explicó Fuguet-: "No-hay-tiempo."»
Aquí es necesario que haga una pausa para explicar algo que se supo muy poco después. Me refiero a la larga conversación telefónica que Olivia estaba manteniendo pocos minutos antes del accidente. Como el número quedó grabado en la memoria de su móvil, fue sencillo rastrear la llamada. Y saber quién era su interlocutor resultó decisivo para explicar una circunstancia más en la muerte de mi hermana. Se trataba de un médico, el doctor Pedralbes, un conocido especialista que en cuanto supo del accidente no tuvo la menor reserva en revelar el contenido de su conversación. Mi hermana sufría cáncer de páncreas. Le habían hecho pruebas unos días antes y fue ella quien llamó al médico para comentar una vez más los resultados. «Era una gran mujer -aseguró Pedralbes-. Tomó la noticia con mucha entereza. En cuanto a su llamada, dijo que era porque necesitaba que yo le volviera a explicar algunos pormenores del diagnóstico para algo importante que no quiso precisar» -añadió.
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