A esas alturas están muy cerca el uno del otro: Nils y Jens.
A continuación les llega el eco de un motor. Nils quiere dar media vuelta y salir corriendo, pero apenas tiene tiempo de avanzar un paso.
El rugido va en aumento y se diría que proviene de todos lados.
El Volvo marrón aparece de pronto entre las piedras y los enebros, patinando en la hierba antes de enderezarse y enfilar hacia él. Va directo a Nils. Sin reducir la velocidad.
¿A la derecha o a la izquierda?
El coche se hace más grande, es anchísimo… Nils sólo tiene unos segundos para decidirse, un segundo, y luego ya es demasiado tarde. Lo único que puede hacer es mirar, y cubrir con el brazo al niño. No hay manera de protegerse.
En un instante el mundo desaparece.
Todo queda en silencio. Fría oscuridad.
El sonido regresa como un sordo eco. La niebla, el frío y el motor del coche en punto muerto.
– ¿Lo has atropellado? -pregunta una voz.
– Sí… lo estoy viendo.
Nils yace boca arriba, tendido sobre la hierba. La pierna derecha forma un extraño ángulo bajo su cuerpo, pero no le duele nada.
El coche está en punto muerto a sólo unos metros. La puerta del conductor se abre. El policía se baja lentamente con la pistola en la mano.
La puerta del copiloto también se abre. Gunnar se apea, pero se queda junto al coche y mira el lapiaz.
El policía se acerca a Nils y se detiene.
No dice nada, sólo clava la vista en él.
De pronto, Nils recuerda al niño que ha encontrado en la niebla, Jens: ¿dónde está?
Se ha esfumado.
Nils confía en que Jens Davidsson haya desaparecido, que haya escapado en la niebla y haya corrido con sus pequeñas sandalias a Stenvik. Una huida exitosa. Nils quiere seguirlo, regresar a su hogar, pero no puede moverse. Debe de tener la pierna rota.
– Se acabó -murmura.
Se acabó, madre. Podría arrastrarse hasta Stenvik, pero no le quedan fuerzas.
Los muertos se congregan a su alrededor, sombras grises le rodean en silencio.
Su padre y Axel, su hermano pequeño. Los dos soldados alemanes. El policía provincial del tren y el marinero sueco de Nybro.
Todos muertos.
El joven policía asiente con la cabeza.
– Sí, ya acabó todo.
Se detiene a sólo dos pasos de Nils.
El policía le quita el seguro a la pistola antes de alzarla, apunta a Nils a la cabeza y dispara.
Gerlof había relatado la historia de la muerte de Nils Kant entre lentos susurros.
Julia tuvo que inclinarse hacia delante para poder oírlo. Escuchó todo hasta el final.
Estaba sentada y guardaba silencio junto a la cama. Miró a Gerlof.
– ¿Fue eso lo que pasó? -preguntó ella tras una larga pausa-. Ocurrió así, como me acabas de contar. ¿Estás seguro?
Gerlof asintió despacio.
– Bastante seguro -murmuró.
– ¿Por qué? -dijo Julia-. ¿Cómo puedes estarlo?
– Bueno… Ljunger dijo unas cuantas cosas… mientras esperaba a que me muriera de frío -respondió Gerlof-. Dijo que… que no todo se reducía a obtener dinero y terrenos de Vera Kant. Dijo que también se trataba de una venganza. Pero… ¿vengar a quién? ¿Y quién quería vengarse? He estado pensando en ello… y sólo se me ocurre una persona.
Julia negó con la cabeza.
– No -dijo simplemente.
– ¿Por qué razón iban a traer a Nils Kant a casa? -murmuró Gerlof-. A Gunnar Ljunger no le interesaba. Para él Nils era más valioso lejos, en América… Allí era inofensivo, y por cada año que pasara, Gunnar podría conseguir más terrenos de Vera… El botín de los soldados alemanes no tenía importancia comparado con todas las tierras que Gunnar podría adquirir. -Tomó aliento-. Pero había otra persona que quería que Nils volviera a casa… y que iba a dejarle llegar casi a la puerta de la casa de su madre para ajusticiarlo. Ése sería un buen castigo.
Julia negó con la cabeza de nuevo, pero esta vez la movió sin fuerza.
– Alguien les ayudó -continuó Gerlof-. Ayudó a Gunnar Ljunger y a Martin Malm a traer el féretro a Öland, y estuvo presente cuando se abrió e inspeccionó… Tenía que ser alguien que pudiera convencer a todos de que lo que había vuelto a casa era el cuerpo de Nils Kant. Un policía joven y digno de crédito.
Se hizo de nuevo el silencio. Gerlof giró un poco la cabeza y miró la puerta.
Julia se volvió.
Era Lennart. Había abierto la puerta sin que ella lo notara. Entró en la habitación como si no pasara nada.
– Bueno -dijo-, otra vez mi jefe. Han acabado la investigación en Marnäs, así que puedo empezar a trabajar cuando…
Lennart guardó silencio, se detuvo y advirtió que Julia y Gerlof le miraban con gravedad.
– ¿Ha pasado algo? -preguntó, y se colocó detrás de la silla de las visitas.
– Hemos estado hablando… de la sandalia, Lennart -dijo Gerlof-. La sandalia de Jens.
– ¿La sandalia?
– La que te llevaste prestada… ¿no te acuerdas? -dijo Gerlof-. ¿Has recibido alguna respuesta de los técnicos de la científica en el continente…? ¿Sabes si han encontrado algo?
Lennart miró a Gerlof en silencio durante un par de segundos, luego negó con la cabeza.
– No -dijo-. Ningún rastro… no han encontrado nada.
– Dijiste que la habías enviado -dijo Julia, y lo miró.
– Lo hiciste, ¿verdad? -preguntó Gerlof-. ¿Podemos comprobar si la recibieron?
– No sé… quizá.
Tenía la vista fija en Gerlof todo el tiempo, pero no parecía enfadado. Su mirada no expresaba ninguna emoción. Estaba pálido, y alzó lentamente las manos y las colocó sobre el respaldo de la silla.
– Me pregunto una cosa, Lennart… -dijo Gerlof-. ¿Cuándo viste a Gunnar Ljunger por primera vez?
Lennart bajó la vista a sus manos.
– No me acuerdo.
– ¿No te acuerdas?
– Sería en… el sesenta y uno o sesenta y dos. -El tono de su voz era monótono y débil-. Durante el verano, cuando me destinaron a Marnäs. Habían robado en su restaurante, en Långvik… y yo fui a tomar declaración. Charlamos un rato.
– ¿Sobre Nils Kant?
Lennart asintió. Seguía sin mirar a Julia.
– Entre otras cosas -dijo-. Ljunger sabía… se había enterado de que yo era el hijo del policía provincial asesinado. Un par de semanas después me llamó y me invitó a pasar por su oficina. Me preguntó si deseaba encontrar a Kant, atraerlo a casa y vengar la muerte de mi padre… Me preguntó si me interesaba el asunto.
Lennart guardó silencio.
– ¿Qué respondiste?
– Le dije que sí, que estaba interesado -respondió Lennart-. Yo le ayudaría a él y él a mí. Fue un acuerdo comercial.
Gerlof asintió lentamente.
– Que finalizó hace un par de días, ¿no? -murmuró-. En la comisaría de Marnäs, ¿verdad? ¿Tenías miedo de que empezara a contar cosas de ti a tus colegas? ¿Quién sujetó realmente la pistola, Lennart? Esa con la que Gunnar se disparó.
Lennart se miraba las manos.
– No importa -dijo.
– Un acuerdo comercial -apostilló Julia en voz baja.
Miró por la ventana. Vio el crepúsculo, pero su mente estaba ocupada en otras cosas.
Pensaba en que Martin Malm había conseguido dinero para nuevos barcos.
Y que Gunnar Ljunger había conseguido tierras a bajo precio que podía vender por mucho dinero.
Y que Lennart Henriksson, del que había creído estar enamorada, finalmente había podido vengarse de Nils Kant.
Todo por el precio de la vida de su hijo.
– Fue un acuerdo -dijo Lennart-. Yo tenía que echar una mano a Ljunger y a Martin Malm en una serie de asuntos… Y ellos me ayudarían a mí.
– Así que ese día os encontrasteis en el lapiaz envuelto en niebla -dijo Gerlof.
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