– Bien, hazlo.
Ljunger ni siquiera la miró, pero esbozó una extraña sonrisa, como si le hiciera gracia la situación.
– Siéntate, Gunnar -dijo Lennart, y señaló una silla junto a la mesa.
Después se acercó a Julia, que ya estaba junto a la puerta y bajó la voz.
– ¿Te apañarás sola?
Ella asintió y cogió las muletas.
– Intentaré coger un autobús nocturno -dijo-. Si no lo consigo, tomaré un taxi.
– De acuerdo -repuso Lennart-. ¿Me llamarás luego? En cuanto acabe con esto me iré a casa.
Julia esbozó una sonrisa y asintió, como si todo les hubiera salido bien esa noche.
– Hasta luego.
Le habría gustado abrazar a Lennart, pero no quería hacerlo delante de Gunnar Ljunger.
Descendió la escalera; y de nuevo se halló en la calle fría y desierta. La estación de autobuses estaba al otro lado de la plaza; había un autobús, pero ¿iría hacia el sur?
Un taxi hasta Kalmar le costaría cien coronas, así que sólo elegiría esa opción si no había más remedio. Iría al hospital aunque tuviera que vaciar su cuenta, no importaba que luego tuviera que pasar toda la noche sentada en la sala de urgencias. Quería estar allí cuando Gerlof despertara. Lennart comprendería que en ese momento Julia se debía a su padre; además, el policía tenía mucho trabajo esa noche.
Cruzó la calle con sus muletas y siguió caminando por la plaza.
De pronto pensó en la sonrisa, la extraña sonrisita que le había dirigido Gunnar Ljunger.
Le habían destrozado el coche y prácticamente le habían acusado de intentar matar a Gerlof, pero en la comisaría había sonreído como si estuviera seguro de que contaba con una vía de escape.
Gomo si pensara…
Julia se detuvo súbitamente al otro lado de la calle. Estaba a medio camino de la estación, pero se dio la vuelta sin pensárselo dos veces y se puso a saltar con las muletas para volver a la comisaría.
Aunque se hallaba a sólo unos metros, no llegó a tiempo.
Oyó un disparo cuando todavía se encontraba en la acera. Fue una breve detonación sin eco, pero salió del interior de la comisaría.
Se oyó un ruido sordo y seco a través de la ventana y unos segundos después otro tiro.
Julia dio tres saltos más con las muletas, pero acabó tirándolas al suelo y echó a correr.
Salvó los escalones que le separaban de la puerta de la comisaría con un par de zancadas y sintió una punzada de dolor en el pie.
Al abrir la puerta olió a pólvora, y se detuvo.
La comisaría estaba en silencio.
Julia se asomó con cautela; al principio sólo vio las piernas de Lennart junto a la mesa. Le dio un vuelco el corazón, pero enseguida advirtió que se movían.
Estaba arrodillado bajo la mesa; tenía una mano apoyada en el suelo y con la otra se apretaba la frente ensangrentada.
La cartuchera de Lennart estaba abierta; se dio la vuelta lentamente y le dirigió a Julia una mirada de confusión.
– ¿Dónde está Ljunger? -preguntó Lennart.
Julia comprendió lo que había ocurrido.
El que había recibido el disparo no era Lennart, sino Gunnar Ljunger.
Ésa era la vía de escape que había encontrado el dueño del hotel.
Ljunger ya no sonreía. Su cuerpo yacía en el suelo al otro lado de la mesa, y sus relucientes zapatos de piel se agitaban levemente. Había comenzado a formarse un charco de sangre bajo su cabeza, y tenía la chaqueta amarilla llena de salpicaduras rosadas. La sangre brillaba bajo la luz de la lámpara cenital.
Ljunger miraba fijamente el techo con la boca medio abierta. Sus ojos parecían sorprendidos, como si no comprendiera que todo se había acabado.
En la mano derecha aún sujetaba la pistola reglamentaria de Lennart.
– ¿Cómo estás, Lennart? -preguntó Gerlof postrado en la cama del hospital.
Lennart se encogió de hombros.
– Podría estar mucho peor. Debería haber prestado más atención -dijo, y suspiró-. Tendría que haber captado sus intenciones.
– No pienses más en ello, Lennart -dijo Julia desde el otro lado de la cama de Gerlof.
– Me engañó. Al sentarse creí que se había calmado…, pero fue entonces cuando se lanzó sobre mí y me empujó contra la mesa y tiró de la cartuchera. No estaba preparado. -Suspiró y se tocó la venda en la frente-. Soy demasiado mayor, reaccioné con lentitud. Debería…
– No le des más vueltas, Lennart -repitió Julia-. Fue Ljunger quien te hirió y no al revés.
Lennart asintió, no demasiado convencido.
El primer disparo de Gunnar Ljunger había dado en la pared de la comisaría, y Lennart se había golpeado la cabeza al intentar arrebatarle el arma. Se había hecho un profundo corte en la frente y le habían dado unos puntos de sutura en el dispensario de Marnäs antes de vendarle la cabeza.
Lennart y Julia se encontraban en una habitación del hospital de Borgholm, sentados a sendos lados de la cama de Gerlof. Atardecía y por la ventana se veía el sol otoñal ocultarse tras la ciudad.
Gerlof esperaba que la visita no fuera muy larga, en realidad deseaba quedarse solo y dormir. Aún no tenía fuerzas para levantarse de la cama.
Por lo menos, había aclarado sus ideas, aunque no recordaba los detalles de los últimos días. De no ser por el rápido transporte aéreo hasta el hospital de Kalmar, seguramente habría muerto. Su estado de salud había pasado de gravísimo a grave en sólo dos días. Después había mejorado y se había estabilizado, y al cuarto día lo habían trasladado en ambulancia al hospital de Borgholm.
Allí tenía más privacidad que en Kalmar, y le dieron una habitación individual con vistas al Slottskogen y a las mansiones de Borgholm. Julia y Lennart fueron a visitarlo cinco días después de que Ljunger intentara matarlo en la playa a las afueras de Marnäs.
– Papá, es la tercera vez en dos días que vengo -comentó Julia-. Pero es la primera que te encuentro despierto.
Gerlof asintió cansado.
Tenía el brazo izquierdo entablillado y vendado a causa de la caída en la playa. Un pie escayolado. Una sonda, que procedía de una bolsa de suero, acoplada a una cánula en el brazo; otra sonda estaba conectada a un catéter, y yacía arropado bajo dos mantas, pero se sentía más animado que el día anterior. Poco a poco, la fiebre había ido remitiendo.
Gerlof intentó incorporarse para poder ver mejor a Julia y a Lennart, y su hija se levantó rápidamente para ayudarle, y le colocó una almohada más detrás de la espalda.
– Gracias.
Tenía la voz muy débil, pero podía hablar.
– ¿Cómo te encuentras hoy, papá?
Gerlof levantó lentamente el pulgar derecho hacia el techo de la habitación. Tosió y respiró con dificultad.
– Al principio creyeron… que tenía neumonía -susurró despacio. Tomó aliento de nuevo y prosiguió-: Pero hoy por la mañana me han dicho que no es más que una bronquitis. -Tosió de nuevo-. Y están seguros de que… conservaré los dos pies. -Hizo una nueva pausa y añadió-: Eso espero.
– Eres duro de pelar, Gerlof -dijo Lennart.
Gerlof asintió.
– Gunnar Ljunger… dijo lo mismo.
De pronto se oyó el pitido del buscador personal de Lennart, que llevaba sujeto al cinturón.
– Otra vez…
El policía suspiró. Contempló la pantalla.
– Al parecer el jefe desea hablar de nuevo conmigo, las preguntas no acaban nunca… Tengo que llamar por teléfono, ahora vuelvo.
Lennart sonrió a Julia; ésta le devolvió la sonrisa y señaló la cama con la cabeza.
– No te escapes de ahí, Gerlof.
Gerlof asintió lentamente, y Lennart cerró la puerta tras sí.
Se hizo el silencio en la habitación, pero no era un silencio forzado. En realidad, no les hacía falta decirse nada. Julia puso una mano sobre la manta de Gerlof y se inclinó hacia delante.
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