Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo
Здесь есть возможность читать онлайн «Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Nombre que Ahora Digo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Nombre que Ahora Digo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Nombre que Ahora Digo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Nombre que Ahora Digo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Nombre que Ahora Digo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Y también conoció a las personas que estaban retenidas en la casa. Marcelo Cantos, abogado falangista, con la piel de color amarillo y los ojos hundidos, siempre observándolo todo sin hablar, con un aire de provocación que era de la misma intensidad con los hombres de Corrons, con los del destacamento, con el Marqués, al que había jurado denunciar por colaborador de los rojos, y hasta con sus propios compañeros de cautiverio, Ortiz Pavero, un viejo industrial sin dientes al que habían apresado en un sótano acondicionado como refugio antiaéreo que él visitaba en horas de calma para contactar con jóvenes homosexuales, y Anselmo Luque Quintana, el cura tembloroso que los hombres del destacamento habían llevado a aquella casa la primera vez que Sintora la había visitado.
El viejo Pavero quiere haserle un niño al niño Sintora, se burlaba Montoya de los ratos que Gustavo Sintora pasaba escuchando a aquel hombre que siempre empezaba sus conversaciones con Sintora hablando del miedo que sentía. Le hablaba del miedo a las noches y a aquellos hombres, la gente de Corrons, y a sus armas. El miedo a los fusiles y el miedo a las navajas que llevaban en los bolsillos, que eran dos miedos distintos. Y a través de sus miedos le iba contando su vida a Sintora. Le hablaba de los primeros miedos que había sentido en su infancia, el miedo a perderse cuando iba por la calle de la mano de su madre, del miedo a las pesadillas que le producía aquel miedo, cuando se soñaba solo en medio de calles extrañas y de gente a la que le mudaba la cara y no conocía. Miedo de despertarse llorando y oír la voz de su padre, amenazándolo por el llanto, por el miedo que le traía el miedo.
– Yo soy un coleccionista de miedos. Todos lo somos, Gustavo. La historia de un hombre es la suma de sus miedos -decía con la mirada extraviada, sopesando miedos-. Y ahora está el miedo de la guerra, que es un miedo nuevo, un miedo que dentro lleva casi todos los miedos.
¿Y nunca te ha dicho el miedo que le entró en el culo cuando se lo follaron la primera vez?, le preguntaba Ansaura, el Gitano. Yo a los maricones los mataba dos veces, añadía Ansaura, al que aquellas visitas a casa del Marqués acababan por ponerlo nervioso. Y es que a él, aparte de murmurar el nombre de su mujer, nada más que le gustaba hablar con Paco Textil o quedarse mirando en el taller de costura las máquinas de coser.
Si mi mujer, Amalia, Amalia Monedero, Amalia, tuviera una, una de esas máquinas me iba a hacer unos trajes como los que llevan los ricos, y además iba a ganar mucho dinero, cosiendo, vendiendo la ropa, le dijo una vez Ansaura, el Gitano, al Textil mirando aquellas máquinas, a las costureras y al enano Visente volcados sobre ellas. Pero eso es cosa de gente pudiente, nada más que ellos pueden tener estos aparatos, éstos sí que son mágicos y no las palomas que el mago Pérez se saca de la chaqueta, que parecen de cartón de lo canijas que están. Y tú, Solé, qué te traes con ese cura, le decía al sargento Solé Vera, que siempre que iba por la casa del Marqués se detenía a hablar con el cura Quintana.
El cura Anselmo le decía a mi padre que él también había sido soldado, había estado en la guerra de Cuba y allí se había casado con una mulata que se llamaba Jacinta María. En su parroquia el cura tenía tres fotos, una de un periódico en la que él salía retratado con otros soldados debajo de un titular en el que se decía que el ejército español iba a pasearse por las calles de Washington, otra de la mulata Jacinta María y la tercera de la basílica de San Antonio de Padua, que era el lugar al que la mulata había soñado ir durante toda su vida, para hacer una ofrenda, para rezarle al santo que se llamaba como su padre. Ella se había muerto en Cuba, se tiró a un tren al recibir la noticia de que él había muerto en una emboscada que había preparado un hermano de Jacinta María, libertador y guerrillero.
– Ya ve usted, sargento Vera -le decía el cura a mi padre-, Romeo y Julieta en mitad del Caribe. Se echó al tren al pensar que me habían matado, un tren carguero, lleno de plátanos y que apenas andaba. Me dijeron que estuvo pasando por encima de ella casi media hora. No se sabe quién se quejó más, el tren o mi mulata. Ya sabe usted sargento cómo son por allí, exagerados, me dijeron que no se murió de repente y que algunos de los trozos en los que quedó partido su cuerpo todavía hablaban cuando el tren acabó de pasar. Dicen que la carne decía mi nombre.
Se encogía de hombros el cura Quintana, temblando de enfermedad, no de miedo, insistía él.
– La cobardía no tiene nada que ver conmigo, sargento Vera -decía temblando, con los ojos pequeños y acuosos pero llenos de una firmeza que confirmaba todo aquello que decía-. Maté a mucha gente en la guerra de Cuba. Me salió una vena asesina con la muerte de mi mulata. Por no matarme yo, maté a media Cuba. Y pasé muchas penalidades. Después he pensado que me gané el cielo allí, no en las misiones ni en los hospicios, sino matando gente, mujeres, ancianos y algún niño también. Conocí de cerca lo que es el pecado, supe lo que era el mal y luego sufrí mucho por haberlo hecho de verdad, a fondo. Si tengo un lugar al lado del Padre es por haber matado.
Los hombres del destacamento observaban cómo el sargento y el cura andaban por la casa, paseando por los salones medio desvalijados, bajo la mirada sospechosa de los hombres de Corrons y la extrañeza de Ansaura, el Gitano.
– Éramos animales en medio de la selva. Me hicieron cabo, como era usted hasta hace poco, por matar a tanta gente. Con cuchillo, con piedras, con bala. La ropa se me caía a pedazos del cuerpo, podrida por la humedad. Una vez me comí dos orejas humanas, de un compañero muerto. Estaban tiernas, se las corté y les maté la sangre en una candela. Sabían como las de cochino, pero con menos carne. Me las comí con estos dientes -se sonreía el cura señalándose con un temblor de labio y dedos unos dientes disparejos y amarillos, encogiéndose de hombros con un gesto que no se sabía si era de orgullo o de ternura-. Y luego, cuando volví con la guerra perdida y sin mi Jacinta María, al pasárseme la borrachera de la sangre me hice cura, aunque nunca me he olvidado de ella, de Jacinta María, a la que quise, se lo digo a usted, sargento, más, mucho más, que a Dios. Para mí están Jacinta María, Dios y la Virgen. Luego todos los santos, empezando por San Antonio -y con la mirada medio borrosa se quedó con la vista fija en la pistola que mi padre llevaba en la cintura, debajo del chaquetón de cuero que ni siquiera en los días más duros del verano se quitaba-. Y le digo, sargento Vera, le digo que antes de morirme voy a ir a la Basílica de Padua, y que no voy a consentir que esta gente que nos custodia me mate sin cumplir la ilusión de mi mulata. A mí no me dan miedo Corrons, Asdrúbal y el otro, ni ellos ni ese que le dicen el Textil.
EL TEXTIL VOLÓ AL CIELO
Lo tiene titulado así en su cuaderno Sintora, con letra grande y todo en mayúsculas: EL TEXTIL VOLÓ AL CIELO. Es la única vez que pone un título entre todas las páginas que dejó escritas, y bajo el título cuenta Gustavo Sintora que al fin llegó un día en el que Paco Textil pudo acompañar al destacamento en una de sus salidas con los artistas, por más que ya en esa época aquel tipo de viajes escaseara. Ya desde la noche anterior estuvo celebrándolo en la cantina de la Casona, con tanto entusiasmo, que la gente del destacamento y los artistas que esos dos días iban a viajar con ellos parecieron recuperar el optimismo de otro tiempo hasta el punto de que Ansaura, el Gitano, llegó a reírse y el faquir Ramírez quiso tragarse, por voluntad propia y sin que nadie le pagara, la hojalata con la que estaban hechas las estrellas que el capitán Villegas llevaba en su gorra de plato.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Nombre que Ahora Digo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.