También me dijo que si me decidía por su gimnasio ella se haría cargo de la cuenta. No dije ni que sí ni que no, no me comprometí, pero había decidido que tanto esto como cualquier otra cosa relacionada con mi hijo la pagaría yo con lo que cobraba trabajando para ellos. Hasta ahora mi propio cuerpo lo separaba de ellos, no podían hacerle nada y cuando esto terminara nunca tendrían contacto con él. Sólo los pequeños jerséis que le estaba haciendo, cada vez más de tarde en tarde, servirían de recordatorio. Por supuesto jamás le pondría el que le hacía Karin. También en esto Karin me había revelado su verdadera cara. Una vez que me había atraído hacia ella con el asunto de enseñarme a hacer punto prácticamente no había vuelto a tocar las agujas. Al jersey le faltaban las mangas y el cuello y no parecía que tuviera intención de terminarlo, y eso que era diminuto. Karin no era hogareña, cuando estaba en casa era porque no tenía más remedio. Hoy había vuelto a la fuerza porque se había encaprichado con la idea de hacer una excursión a un rastrillo de antigüedades en el interior de la comarca. Tuve que decirle que retiraban los puestos al mediodía y que además Fred podría enfadarse otra vez si llegábamos tan tarde. Karin se encogió de hombros, no se tomaba en serio a Fred. Entonces tuve que decirle algo que en cierto modo era verdad: que Fred estaba a las duras y a las maduras, que Fred estaba ahí cuando ella no se encontraba bien y que a Fred no le importaba que se deshiciera de sus joyas a cambio de una medicina que le venía muy bien. Fred vivía para ella, y ella en compensación no debía crearle preocupaciones.
– Te has dado cuenta, ¿verdad? -dijo-. He tenido al mejor. Todas me envidiaban, incluso Alice me ha envidiado alguna vez. Le habría gustado quitármelo, pero no ha podido, sólo puede arrebatarme las joyas.
Me pregunté si alguna vez habría querido al Fred real, si lo habría amado con sus defectos, o si el Fred de novela se había comido al real. Él sí parecía quererla tal como era, con la artrosis y la cara de bruja y sus fantasías y su maldad, es que quizá si no fuera por ella le esperaba el abismo. Lo importante fue que, tras esta charla, se conformó con volver a casa, y yo podría acudir a mi cita con Julián. El que ahora mismo estuviese alguien fuera de esta casa esperándome, alguien que no se parecía en nada a Fred y Karin, me daba alas y ganas de luchar.
Y para continuar hablando de Fred y que no encontrara otra excusa para seguir de farra le pregunté cómo se había dado cuenta de que estaba enamorada de Fred. Tuvo que pensar. Tal vez estaba buscando alguna frase leída en sus novelas.
– No sé -dijo-, es algo que no se puede explicar.
Sería lo mismo que yo contestaría si me preguntaran qué sentía por Santi. Sin embargo, lo que sentía por Alberto era como tirarme en paracaídas. Lo sabía aunque hiciese demasiado que no veía a Alberto y nunca me hubiese tirado en paracaídas.
Julián
Oí en sueños que alguien llamaba a la puerta. Abrí los ojos y era Sandra pegando con los nudillos en el cristal. Me maldije por haberme quedado dormido, si ella no hubiese visto el coche… Pero también era cierto que me encontraba más despejado después de esta cabezada. Sandra había recuperado algo de color en la cara, como si se estuviese acostumbrando a ser una enamorada no correspondida, y desde que llevaba las botas de montaña parecía más alta. Entramos en la heladería y nos sentamos en nuestra mesa de siempre. Ya teníamos el banco de siempre, la mesa de siempre. En medio de tanta incertidumbre, de tantas sombras y sospechas habíamos ido creando un pequeño orden. No sabía si sería por su estado o por los acontecimientos, el caso es que Sandra parecía mucho más madura que cuando la vi en la playa la primera vez y luego en su casita. Parecía que habían pasado sobre ella cinco años, tal vez diez, volando.
– Mañana probablemente nos darán los resultados del análisis. Me inclino ante ti, Sandra, eres muy valiente, pero no quiero que sigas siéndolo. ¿Se ha dado cuenta alguien de lo de las jeringuillas usadas?
Negó con la cabeza, pero Sandra aún no había aprendido a mentir rotundamente, los ojos no eran tan rotundos, sus ojos verdosos un poco inclinados hacia abajo, por lo que a otros no les parecerían bonitos pero que a mí me encantaban, tenían el brillo chispeante de cuando se intenta engañar al contrario.
– ¿Se ha podido dar cuenta de algo Frida? -no dejé que contestase-. Frida es un arma letal. He estado investigándola. Se llama Frida… Bueno, es mejor que no sepas cómo se llama, se te podría escapar. Vive en una casa de campo con varios jóvenes más, que probablemente pertenecen a la Hermandad. Dos de ellos, Martín y tu amor, son gente de base a las órdenes de esta panda de carcamales por los que sienten devoción. En compensación los carcamales los mantienen muy bien. Seguramente cada uno de ellos tiene que hacerse merecedor de una buena suma en algún paraíso fiscal y entretanto pertenecen a un grupo con ideología, con armas, con una religión propia y con pasado, lo que les hace sentirse especiales. He visto a Frida, la he seguido y he comprobado que es fría y desalmada y hará cualquier cosa que le ordenen porque para ella la única ley que existe es la del grupo y todo lo de fuera es irreal. No sé si me entiendes.
La verdad es que no había visto a Frida matando a nadie, pero me la imaginaba muy bien matando a Elfe o a cualquiera que le mandasen sus jefes. ¿Quién sería su jefe directo? ¿Heim, Sebastian, Otto, Alice? No era probable que acatase la autoridad de un extranjero como Fredrik Christensen.
Sandra asintió y dijo algo que tardé dos minutos en saber encajar. Querían a toda costa hacerla de la Hermandad, lo que significaba que Fred y Karin comprendían que estaba viendo demasiado y necesitaban implicarla más, quizá presumían que sabía tanto que lo mejor sería meterla ya en el grupo. De no ser así puede que los mismos Otto y Alice mandaran liquidarla y a Frida no le importaría lo más mínimo, puesto que Sandra no se había visto obligada a hacer los mismos méritos que ella ni pasar por su mismo entrenamiento ni hacer labores de limpieza por muy persona de confianza que fuese ni tener que llevar una vida casi monástica para entrar en la Hermandad. Tendría muchos celos de Sandra y muchas ganas de cargársela o de pegarle una paliza.
– La verdad -dijo Sandra- es que no sé si se ha dado cuenta o no de lo de las ampollas usadas, nunca se sabe lo que piensa.
– Mi consejo es que hoy ya no vuelvas por allí y que te marches a Madrid a casa de un amigo donde no puedan dar contigo. ¿Les has hablado de Santi?
Cabeceó afirmativamente.
– Vete a algún barrio de la periferia donde sea imposible que den contigo.
– No quiero estar huyendo -dijo-. No quiero tener la sensación de que me siguen. Voy a esperar un poco más, quizá con más pruebas la policía pueda intervenir y hacer algo con ellos. ¿ Por qué no querías que fuese por el hotel?
– Porque nunca se sabe quién mira, no es bueno que me relacionen contigo, podrían llegar a enterarse de quién soy y estarías perdida. Déjame los recados debajo de la piedra, yo también te los dejaré ahí.
– Tengo que decirte algo -dijo entonces Sandra completamente abatida-. Ayer traje aquí a Karin, no salió del coche, le dije que tenía que hacer un alto para orinar, fue después de lo de las joyas. íbamos de vuelta a casa pero luego pensé que quizá me habías dejado algún recado, y mira por dónde me lo habías dejado debajo de una piedra. ¡Vaya ocurrencia!
– ¿Qué es eso de las joyas?
Por lo que me contó Sandra estaba hasta el cuello. Asistía a los chanchullos de Karin y Alice, inyecciones a cambio de joyas robadas a los judíos. Karin todavía estaba comprando más vida con la vida de aquellos que ayudó a matar o que mató ella misma. No hice ningún comentario. Me contó la escena entre Karin y Alice con Frida de por medio y ella misma. Le dije que seguramente continuaban considerando a Fred un nazi de segunda y que por eso no tendría acceso directo a la compra del líquido, también podría ser que Otto y Alice se hubiesen hecho con el monopolio. Se decía que Karin en su esplendorosa y malévola juventud le había caído en gracia al Führer, que se las había arreglado para acceder hasta él. Primero logra que su marido le llame la atención por ser merecedor de la cruz de oro y a través de él parecía probado que Karin tuvo algún tipo de relación con Hitler, a quien pudo haber dicho alguna palabra a favor de Otto en algún momento delicado de sus vidas. Karin podría tener cierto ascendiente moral sobre Alice, pero Alice lo tenía todo, tenía el elixir de la eterna juventud.
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