Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Se metió en el agua esmeralda y buceó un rato con los ojos abiertos, viendo las culebras que formaba el sol en la arena del fondo. El calor desapareció de golpe. Las ideas también se refrescaron, se liberaron. Mientras él estuviera vivo y fuera capaz de pensar, Julia estaría en todos los sitios donde estuviera él porque la llevaba en su pensamiento, y si este pensamiento era agradable como ahora, la Julia de su pensamiento lo sentiría así. Si era posible la teoría de Romano de que el cerebro emitiese ondas que se expanden por el aire a una frecuencia que sólo otros cerebros pueden captar de manera inconsciente, también la Julia del hospital sentiría la sensación agradable que Félix estaba sintiendo, del mismo modo que él notaba cuándo las cosas no iban bien, como la noche en que desapareció Julia. En cambio, en este momento, percibía tranquilidad, una gran tranquilidad, por lo que era imposible que estuviese ocurriendo nada malo en su universo de frecuencias.

Salió del mar despacio y con los ojos más abiertos que al entrar, como si fuera un ser de las profundidades que se aventuraba a pisar la tierra por primera vez.

En esta ocasión se encontró la camisa y las chanclas en la arena, donde las había dejado.

Volvió a abrasarse los pies de regreso a la piscina. Aunque en la primera ojeada no vio ninguna silla con un niño dentro ni a ninguna Sandra, no se preocupó. De pie, en el borde, oteando los alrededores, calculó qué hora podría ser. No querría darle la impresión a Angelita de que se hacía el remolón, de que el capitán de este barco había perdido la fe en sí mismo. Y precisamente cuando pensaba en la palabra barco oyó la voz de su suegra a su espalda, ¡Félix!

Se giró y la vio.

Estaba bajo una palmera con Tito y Sandra. No se había equivocado, el mundo funcionaba según lo previsto casi todo el tiempo, menos algunos trágicos segundos. Angelita tenía las piernas recogidas debajo de la falda hippie de color naranja extendida sobre el césped. Tito estaba en su regazo agarrando con una fuerza desproporcionada a su tamaño una cadena que colgaba del cuello de su abuela, lo que la obligaba a echarse hacia delante y hablar de medio lado.

– He pensado que sería una tontería que hicieras dos viajes. El autobús me deja a doscientos metros.

– Entonces, me voy para allá -dijo Félix mientras se sentía observado por Sandra. ¿Conocería ya el drama en que su familia estaba hundida?

Avanzó un metro hacia el pasadizo que llevaba al apartamento y desde allí llamó a su suegra. Angelita alzó la vista y pareció comprender que quería decirle algo en privado. Le pasó el niño a Sandra y se levantó apoyándose en el tronco de la palmera. Viéndola ahora mismo andar hacia él, le pareció que había rejuvenecido diez años, tal vez veinte. Ya no tenía la voz fatigada de antes.

Se miraron con complicidad. A Angelita el sol le arrancaba pequeñas lágrimas.

– Ese hombre -como Angelita solía llamar a Abel- se ha quedado con ella, y no estoy tranquila.

Félix iba a decirle que no estaban en situación de andar desconfiando de la gente que se brindaba a ayudarles porque seguramente no existía nadie de quien uno pudiera fiarse al cien por cien. Y que en todo caso no tenían otra opción.

– Hoy se ha quejado. Ha hecho un ruido y ha contraído la cara y ha cerrado más los ojos, como si algo le doliera.

– ¿No habrá sido al lavarla o al peinarla?

Angelita se quedó pensativa.

– No, hacía ya mucho que la había peinado. En ese momento nadie la tocaba… ni se le hablaba a ella directamente. Ese hombre estuvo hablando de palacios y mansiones, de cuánto costaban los muebles, los cuadros, los jardines. Sabe mucho de eso.

Angelita tenía una gran tendencia a desviarse de lo importante. Desde la palmera Sandra no les quitaba ojo intrigada, como si supiera o sospechara algo, lo que le hacía sentirse incómodo.

– Ya, ¿nada más?

– Nada más. Ese hombre se marchó y me quedé al lado de Julia mirándola y pidiéndole a Dios que se despertase y que todo fuese como antes cuando dijo algo como ¡ay!, y arrugó la cara, ya sabes, igual que si se hubiera pinchado un dedo.

Angelita se pasó las manos por los empequeñecidos ojos. Le lloraban involuntariamente con frecuencia,

como si la válvula de las lágrimas se hubiese pasado de rosca.

Con la última mirada huidiza de Sandra tuvo claro que conocía la situación de Julia. Félix se acababa de convertir en alguien por quien se siente pena.

Julia

Cuando abrió los ojos, no sabía dónde estaba ni qué hora era. Fueron unos segundos de desconcierto. Todas las luces estaban apagadas y el silencio habría sido total a no ser por una respiración animal muy profunda que parecía venir de todos los lados de la casa. Sería la respiración de aquel hombre con pulmones agrandados por los deportes al aire libre. Era imperdonable que Julia se hubiese dormido en esta situación tan delicada puesto que podría ser que hubiese venido Marcus y que al no verla hubiese pensado que se había marchado. Y ahora debía hacer algo, desaparecer o seguir durmiendo. Si se iba, ¿adonde se iría? Sólo había un sitio, La Felicidad, pero estaría cerrada. O tal vez no. Calculó que se habría dormido sobre la una o una y media y aún no había amanecido, así que podrían ser las cuatro, quizá menos.

La habitación estaba fría, a pesar de que el aire había dejado de salir. Extendió la colcha en la cama lo mejor que pudo y cogió la ropa que había lavado ya casi seca y las zapatillas. Recorrió el pasillo hasta la escalera agachándose un poco como si así no pudieran verla y bajó lo más rápido que pudo. Al llegar al salón la respiración profunda se hizo más fuerte y eso la detuvo. ¿Y si había un perro que ella no había visto? No, el perro por sigilosa que Julia fuese ya la habría detectado. Los perros tenían un olfato y un oído sobrenaturales.

Era el dueño, tumbado en uno de los sofás. Seguramente se había bebido algo más de un whisky. El problema era que para abrir la puerta no tenía más remedio que hacer ruido. Los cerrojos harían ruido. Se escurrió hacia la cocina, cerca de la entrada. Por las ventanas se veía la luna, y la luna iluminaba vagamente muebles rojos de diseño. Buscó una puerta que diese a algún patio trasero donde acaso se tendería la ropa y habría un pequeño lavadero, una mesa vieja y todos esos trastos que gusta tener aunque no estén a la vista. Cuando dio con la puerta, buscó la llave en la cerradura, que es donde ella la dejaría y donde también ellos la dejaron. Puso los cinco sentidos para girarla. La puerta era de madera maciza y chirrió un poco. La dejó como había quedado al abrirla y salió a la noche.

Se veía poco y debía tener cuidado para no tropezar con ningún trasto. Esperaba encontrar alguna salida al jardín. En todo caso, la pared no era alta y podría subirse sobre algo y caer al otro lado, lo que por fortuna no hizo falta porque había una cancela con pestillo. Lo descorrió y se encontró fuera, en el jardín. Tenía que procurar no pasar por delante de las cristaleras. Buscó el coche con la vista, no estaba bajo el cobertizo en que lo habían aparcado al llegar. Ahora en su lugar había un Mercedes. El corazón le latía a trompicones. Podrían haberlo guardado en el garaje, o estaría aparcado en la calle. Podrían haber ocurrido muchas cosas, pero las evidencias eran las evidencias. Se apoyó en la pared que separaba el patio del jardín. No tenía coche ni llaves y andando tardaría más de una hora en llegar a La Felicidad. Se encontraba en un callejón sin salida. La ropa que había lavado no se acababa de secar y sentía frío. De todos modos se puso la blusa y se metió las prendas que quedaban en el bolsillo. Dadas las circunstancias lo más sensato sería volver arriba y dormir. Por la mañana en algún momento abrirían las puertas y las verjas y ella podría huir de esta cárcel. Éste era su primer objetivo, salir, huir. El segundo sería buscar a Marcus o a Óscar. Tendrían que explicarle por qué la habían abandonado aquí.

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