Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Cerró los ojos. Por la ventana entraba una ligera brisa. El sol llegaba hasta la caja de conchas, que algún niño había hecho y olvidado en la estantería. Ese hipotético niño o niña tal vez se acordase de la caja alguna vez o puede que no. Si Félix no había entendido mal al doctor Romano, hay muchos tipos de memoria y cada memoria depende de una parte diferente del cerebro y cada memoria se desarrolla en etapas distintas de la vida.

Era difícil saber por qué conexiones el niño se acordaría de la caja en un momento determinado. Se preguntó si el recuerdo se podría inducir. Todo dependería del afecto que uniera aquel niño al recuerdo. Y además, el sueño entre otras cosas influye en la manera en que se recuerda. Así que en el caso de Julia probablemente el sueño le haría fijar recuerdos con los que luego a su vez soñaría.

Tapó con la sábana a Tito y aunque no lloraba le puso el chupete para mayor seguridad, algo probablemente mal hecho y comprobó que había puesto el despertador. La mente necesita saber que tiene unas obligaciones que cumplir.

Se despertó a las dos horas. Vio cómo Tito abría los ojos lentamente, no tanto por la alarma del reloj como porque había cesado de sentir la profunda respiración de su padre dormido. Seguramente Félix había tenido un sueño tranquilo, acompasado, que lo había hundido tan intensamente en el mundo guardado dentro de él, que no lograba recordar nada. No se reparaba en ello, no se le daba importancia, pero ahora cada vez que caía dormido y se despertaba tenía presente que se trataba de una experiencia extraordinaria, en que se pasaba de una vida a otra. Y había un momento de transición mínimo en que se estaba en los dos mundos, aunque ese tiempo era considerado mínimo visto desde la vigilia porque en la ensoñación el tiempo no tenía la misma medida. Daba la impresión de que se podían vivir muchas cosas en menos tiempo que en el tiempo real.

Se detectaba por la respiración y el movimiento de los ojos que Julia pasaba por todas las etapas. Y se sabía que estaba en la fase REM porque los ojos se le movían rápidamente a derecha e izquierda y arriba y abajo. El doctor le había dicho que era la más apropiada para enviarle señales del mundo exterior, para hablarle, para tocarla y tratar de crear en su mente sensaciones que la llevasen a pensar en la vida real. Lo que ocurría era que al soñar no se sabe que lo que se sueña no es real, se descubre al despertar. Seguramente la necesidad de dormir lleva y trae a la humanidad por mundos en los que también se sigue viviendo, aunque al despertar mucho de lo soñado se olvida porque quizá no podríamos soportar vivir tantas vidas al mismo tiempo. Era reconfortante que todo el tiempo que Julia permaneciera en este estado no fuese tiempo perdido si continuaba existiendo en alguno de sus mundos.

Puede que la ciencia ya supiese cómo manipular los sueños, sin embargo, él tenía serias dudas de si no sería perverso tratar de jugar con los estados de ánimo de Julia y con sus visiones por más que sólo se desenvolviesen en la mente, pero es que en su mente estaba toda su realidad. La pregunta era si se podía entrar en su vida dormida. La pregunta era si no estaría también él dormido y fuera habría seres despiertos observándole.

Tito empezó a llorar de forma intermitente. Se aburría. Estaría harto de no hacer nada. Sólo mirar y mirar viendo a veces lo mismo durante horas, también moviendo brazos y piernas sin objeto, intentando atrapar algo invisible e ir hacia algún lado inalcanzable para él. Sería desesperante. Si se pensaba bien, Tito parecía desesperado por no poder hacer nada de lo que quería hacer, por no poder hablar ni salir corriendo. Todo le costaba un esfuerzo del que más valía no ser consciente. Y por mucho que lo intentaran los que lo rodeaban no podían comprender qué sentía cuando lloraba sin tener hambre ni dolerle nada porque ellos mismos no eran capaces de recordarlo. Cada uno vive a su manera, en el mundo que le ha tocado, también Julia estaba viviendo a su manera, sumida en un sueño que duraba más de lo normal. No había que perder de vista este hecho.

Félix sacó de un frasco de cristal, tal como recordaba vagamente que le había explicado Angelita, la cantidad que más o menos se comería Tito. La calentó en un cazo y cuando Tito ya no podía más de irritación y se estaba precipitando en un llanto sin freno, estaba lista la comida.

Primero la probó él con la punta de la lengua para comprobar que no quemase y a continuación se embarcó en una serie de acciones mecánicas en las que ya no tenía que pensar, y por tanto podía seguir dándole vueltas a la situación de Julia. En realidad, todo lo que sentía estaba relacionado con esto, incluso en la siesta había soñado con ella. La había visto en la playa, lo malo era que no lograba recordar el cuadro completo y todo porque al despertar se había dado la vuelta en la cama en lugar de quedarse quieto. Tenía comprobado que para que el sueño no se desvanezca es imprescindible no cambiar de postura al despertar. Había que repasarlo sin moverse, memorizarlo con todos los detalles posibles. Y tuviera o no sentido el sueño, por un tiempo ahí estaba, colgado como un cuadro raro en la memoria.

En el sueño de la siesta, la playa aparecía muy apagada y gris, y Julia y él corrían huyendo de algo o yendo a alguna parte, pero desde luego no corrían por placer y en un momento determinado él la cargaba sobre su espalda, y lo más raro era que aunque era él, no era él. El personaje del sueño llevaba una camisa de cuadros grandes de tonos tostados y era más moreno y más fuerte, un prototipo perfeccionado de sí mismo. En el sueño sabían exactamente lo que hacían. Conocían el peligro, sabían dónde iban, se desarrollaba una historia tensa y dramática de la que nada más quedaba una imagen. Y aunque no fuera real, él la había vivido como tal. Durante un minuto, una hora o mucho más del tiempo relativo de los sueños había vuelto a estar con Julia. Romano le había informado de que podemos soñar unas dos horas. Si era así, de ese sueño él sólo había retenido unos segundos o minutos y no quería olvidarlos porque en estas circunstancias era mucho.

Aún quedaba un rato hasta que llegase Angelita y necesitaba recargar las pilas en el mar. Por lo menos sentarse en la arena y que la brisa hiciera su trabajo.

Llevaba a Tito en la silla. Le había abierto la sombrilla y le había puesto la gorra. En la bolsa iban dos biberones con agua y zumo. Él llevaba el bañador hasta las rodillas y una camisa. Al pasar por la piscina vio a un grupo de chicas, y una se le quedó mirando. Era Sandra. Félix se detuvo y se puso la mano en plan visera para verla mejor. Ella permaneció indecisa un segundo hasta que se levantó y fue hacia él andando despacio, tomándose tiempo para sopesar la situación o simplemente con desgana. Piernas y brazos largos y lentos acostumbrados a no cambiar en mucho rato de posición. Era una chica fuerte y generosa a la que no hería fácilmente la vida porque comprendía a los demás, y ya no la odiaba por la angustia que le había hecho pasar.

– Hola, Sandra.

– Hola -contestó ella colocándole bien la gorra a Tito.

Tito rió contento.

– Siento lo de ayer -dijo Félix-. Exageré un poco.

Sandra no dijo nada, seguramente aún no comprendía bien qué había ocurrido, qué había hecho mal, pero tampoco sentía mucho interés en profundizar.

– ¿Quieres cuidar de Tito mientras me baño? En la bolsa están los biberones y procura que no le dé el sol.

– Descuida -dijo alzándolo de la silla.

Félix cruzó lo que le quedaba hasta la puerta de la urbanización y luego lo que quedaba hasta la playa y después la arena a paso muy ligero. No podía evitar la sensación de estar vivo y de poder correr si quería. Llegó a la orilla con las plantas de los pies abrasadas. Debía confiar en Sandra, en su suegra, en los médicos, en las enfermeras, era necesario confiar en la gente si uno no quería volverse loco. Los demás no tenían por qué equivocarse más que uno mismo. Su problema era que su trabajo le había adiestrado a desconfiar técnicamente de todo el mundo. Tenía comprobado que hasta el mejor hijo de vecino se callaba algo y no decía toda la verdad, otros mentían y tergiversaban los hechos descaradamente. Se engañaba, se robaba, se abusaba de los demás y se mataba, según el límite que uno se marcase.

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