José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios
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Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.
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Por su parte, Ignacio pensaba que en los consejos de mosén Francisco debió de haber algo de oportunismo… Porque, nada de aquello era armónico; y, sin embargo, él lo descubrió precisamente al prestar atención. Complicada vida, complicada guerra de Abisinia, complicadas elecciones.
CAPÍTULO LXI
El subdirector, al leer en El Tradicionalista que el nuevo general, don Carlos Zurita Belaustegui, había tomado posesión del mando militar de la Plaza, comentó:
– La batalla ha empezado.
Barrido en los cuarteles, rancho extraordinario, permisos. El general era un hombre tan bajo, que sin el uniforme, y el poder de sus ojos, que continuamente rodaban, acuosos, hubiera pasado inadvertido. Pero el uniforme le daba anchura, y sus ojos movilizaron inmediatamente toda la Plana Mayor. Llegó con su esposa y tres hijas, y se instaló en un enorme caserón cerca del cuartel de Infantería. La terraza daba al patio del Seminario.
Le recibieron el coronel Muñoz y el comandante Campos. A los tres días, en la calle del Pavo, le recibieron, además de éstos, el Comisario, el doctor Rosselló, los arquitectos decoradores Massana y Ribas, Julio, el tipógrafo Casal y el resto. El aviso que se había cursado a cada uno de los H… ponía: «Muy importante».
Después de la firma en el Atrio, cada H… ocupó su sitio en el Taller. Presidió el coronel Muñoz, pues en la Logia el general tenía grado inferior a éste. Sólo los iniciados conseguían adaptarse a tal situación.
El general saludó a los nuevos H… Se expresaba en términos bruscos, salpicándolos de interjecciones inesperadas. Se le dio la bienvenida y el Trabajo comenzó.
Fue un Trabajo largo y pesado, lleno de precisiones y datos. Era preciso poner al general al corriente. De todos modos, uno a uno los temas fueron cayendo sin pena ni gloria excepto el último: la unión de todas las fuerzas izquierdistas, desde Izquierda Republicana hasta la FAI. Era preciso constituir un Frente único, el Frente Popular.
Julio quedó decepcionado. Siempre imaginó que el general traería en la faja la orden de reincorporación de su persona a la Jefatura de Policía. A Julio le urgía volver a tomar posesión de su despacho. Llevaba más de un año separado del servicio. Doña Amparo Campo no comprendía: «Te habrán puesto el último del escalafón». Julio, a veces, despreciaba a su esposa por eso, porque siendo verdaderamente ambiciosa confiaba en el escalafón.
– ¿Te falta dinero…? ¿No…? Pues, anda, déjame en paz. El coronel Muñoz le dijo a Julio:
– Me parece a mí que eso tiene ahora poca importancia. La cuestión es ganar las elecciones.
Desde la apertura del Trabajo, un hombre no había cesado de mover nerviosamente los dedos, dentro de los guantes blancos: el tipógrafo Casal. En primer lugar, no conseguía sentirse a sus anchas en la Logia, aun cuando le constara que en el cordón negro a modo de friso uno de los nudos le correspondía, aun cuando el ojo del triángulo le mirara también a él, y supiera como el que más que JAKIN significaba principio fecundante, BOAZ principio fecundado. Médicos, arquitectos, directores de Banco, coroneles, ¡ahora un general! Además, a veces dudaba de la eficacia. El Comisario nunca había querido atenderle…; y, en cambio, protegía al Responsable. Y, sobre todo, el local le parecía demasiado escueto y frío. A veces tenía la sensación de que llevaban las de perder, en una ciudad en que la Catedral se erguía tan majestuosamente, en que las murallas se mantenían como testigos impasibles. Le resultaba difícil convencerse de que gente que alcanzaba aquellos cargos era demócrata. ¡Un general es siempre un general! De pronto oyó la voz de éste, dirigida a él.
– En el Partido Socialista… ningún problema para unirse. ¡Digo yo! El tipógrafo Casal sintió que el algodón de la oreja le penetraba hasta el cerebro. Desde tiempo sabía que la orden que aquello implicaba tenía que llegar, pero sintió que el algodón le penetraba hasta el cerebro. Su mujer le había dicho siempre: «Yo creo que tienes que obedecerles. Son más altos que tú y saben lo que hace falta». Él se resistía, porque conocía a sus afiliados y tenía su opinión; pero acaso el consejo fuera certero. Acaso él mirara las cosas desde un punto de vista demasiado local, olvidando que el socialismo era internacionalista. De modo que probablemente ellos tenían razón: era absolutamente imprescindible la unión de todas las fuerzas izquierdistas.
Sin embargo, ¿cómo defender una causa no sentida? ¿Y cómo convencer a los afiliados? El tipógrafo consideraba factible la unión con Cosme Vila, pues el programa de éste al enfrentarse con la realidad se revelaría utópico y caería por sí solo; pero unirse a Izquierda Republicana era suicida. La Izquierda Republicana era un partido de burgueses como el notario Noguer, con la agravante de que no se daban cuenta de serlo. Izquierda Republicana era el peor enemigo que tenía el socialismo. El tipógrafo Casal explicó su punto de vista y concluyó: -En todo caso, habría que imponer condiciones para después de la victoria.
El coronel Muñoz dio por terminada la reunión. -Supongo que el H… Casal ha quedado impuesto del deseo formulado- dijo.
De regreso a su casa, Julio García expresó al tipógrafo que lo hábil sería precisamente simular que la que imponía las condiciones era Izquierda Republicana.
– Es un hecho cierto que hay una clase media asustada por el desorden. Yo creo que el Frente Popular debe levantarse bajo el signo de la moderación. De otro modo, el resultado de las elecciones nos sería adverso. En fin, creo que hay que ser realmente moderado. Lo he pensado mucho y lo creo así.
El tipógrafo llegó a su casa con la cabellera húmeda. Miró las estanterías de los libros y pensó: «No sé si he leído pocos o demasiados». Antonio Casal amaba apasionadamente a su mujer y a sus hijos. El día en que, de pequeño, vio que sus padres ponían migas de pan en el alféizar de la ventana que las palomas de la plaza acudían a picotear, que su padre cogía una, cerraba por dentro y a los pocos minutos en la cocina se oía el chisporrotear del aceite, entendió que era preciso acabar con la miseria del mundo so pena de que el mundo acabara con las palomas. Desde entonces fue socialista. Quería asegurar Casa de Maternidad y sepultura decente incluso a las aves. Los enemigos, a su entender, eran la superstición, la ignorancia, el atraso, y la acumulación del capital en manos individuales. Por ello se hizo masón, porque la Masonería luchaba contra esas calamidades, porque creía en la Cultura, el Progreso y la Fraternidad. Ahora, después de entrar de puntillas en los cuartos en que dormían sus tres hijos y de contemplarlos en silencio, fue al comedor, donde su mujer cosía acurrucada junto al brasero y le dijo:
– Bueno, ya está. Dentro de poco me verás del brazo de los Costa.
«Tienes que obedecerlos. Son más que tú y saben mejor lo que hace falta.» Muy bien, de acuerdo. ¿Pero cómo convencer de ello a David y Olga, a la Torre de Babel, y, sobre todo, a las docenas de afiliados que esperaban su momento?
El tipógrafo estaba tan preocupado que no tenía más que una idea: hablar con Cosme Vila. Era exactamente el día de San Narciso, patrón de la ciudad, y Gerona había quedado iluminada. Casal pasó delante de la casa del Miedo, de la mujer enroscada por serpientes, de los quioscos de churros pensando: «En este país continuamente se encuentran motivos para conceder una tregua». Una inmensa cola humana salía de los toros, otra del fútbol, otra descendía por San Félix, procedente del sepulcro del Patrón, cuyo cuerpo se conservaba incorrupto, según había repetido El Tradicionalista aquella mañana. Los primeros habían visto correr sangre viva por la arena, por el filo de la espada; estos últimos habían visto la sangre coagulada de San Narciso.
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