José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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Fernando, el mayor, estudiaba ingeniero. José Luis, medicina. Algo más altos que Mateo, algo menos que el comandante. Ambos vestidos de azul marino. A la legua se veía que eran hermanos. Extrañamente serios, su madre les dijo: «¡Chicos, se diría que andáis mal de amores…!» A Marta le gustaba verlos así. Se tocaba el flequillo y pensaba: Son dos hombres serios. Al comandante le bailaba por la cabeza que tanta seriedad era un poco artificial, Fernando y José Luis daban la impresión de hallar a los demás muy frívolos y preocupados por cosas que no tenían importancia. A menudo se dirigían uno al otro miradas de inteligencia como diciendo: «¿Ves? Lo que tantas veces hemos hablado». Tenían el cuello delgado y los dedos aristocráticos. En la parte trasera del pantalón cada uno de ellos llevaba un revólver.

Sólo el día de Navidad parecieron estar alegres. Y luego en el día de la nevada. Se llevaron a Marta de paseo a las Pedreras, para contemplar la blancura del paisaje. La gente los miraba, Marta iba muy orgullosa entre los dos. Jugaron con la nieve como chiquillos. Llegados a un paraje solitario, Fernando, de pronto, sacó su revólver y disparó. La bala se incrustó en un árbol. Marta quedó estupefacta. Al regresar hablaron de ello y el comandante les dijo: «¿Estáis seguros de no ser un par de comediantes?»

El comandante estaba alegre. Ningún remordimiento por la condena de Joaquín Santaló. Lo había meditado mucho y creyó que era su deber. Por la calle, a veces, sentía sobre sí miradas de recelo. Sus dos hijos le dijeron: «Hiciste muy bien. Pero debiste condenar también a los cabecillas».

Al comandante le desagradaba el tono de exaltación con que hablaban sus hijos. Falange le parecía un pequeño tigre que se había escapado de la jaula con pretensiones a la vez políticas y militares. Él era monárquico y pronosticaba que todos acabarían en la cárcel. A Fernando y José Luis, la monarquía concebida por su padre les parecía corta de alcances. Durante las comidas, la palabra Imperio brincaba por entre los cubiertos, ante el entusiasmo de Marta. Si el profesor Civil los hubiese oído, hubiera pensado: «Mateo no está solo».

El día 31 de diciembre, cumpleaños de Ignacio: veinte. David y Olga fueron a visitarle a su casa y se encontraron con mosén Alberto. Pero la entrevista fue cordial. Se habló de la nieve. En cuanto el sacerdote se despidió, entró Mateo y se vio a Pilar meterse azorada en su cuarto y salir al cabo de unos minutos con los labios ligeramente pintados.

Olga se reía mucho con Pilar. La encontraba muy femenina. Hablaron del año que acababa de transcurrir. ¡Cuántas cosas habían ocurrido! ¿Qué les reservaría a todos el próximo 1935?

Los maestros espiaban todos los movimientos de Mateo. Ignacio les había dicho de él: «Tiene un admirable dominio de la voluntad, comparable al de César». David había replicado: «Terrible época, en que las místicas brotan como setas».

Olga, oyendo a Mateo, sacó la conclusión de que el muchacho era un hombre casto. Se lo notó en los ojos y en los labios, que era lo único que a veces le temblaba de su figura. Mateo se despidió muy pronto, pues quería ir al cine con su padre. Al separarse de los maestros, les dio una tarjeta que los dejó estupefactos. «Mateo Santos, víctima del pecado original. Gerona.»

– Yo creía que los falangistas no tenían sentido del humor -comentó Olga.

Carmen Elgazu y Matías salieron a hacer una visita de cortesía, tradicional, al jefe de Telégrafos, quien se mostraba siempre muy amable con ellos. Y al quedar en el comedor, solos, Ignacio, Pilar, David y Olga, el primero se puso repentinamente serio. Volvió a pensar en que había transcurrido otro año y en que Canela le esperaba, a pesar de la festividad. Se sintió desasosegado y le dijo a Pilar: «¿Quieres prepararme otro café?»

De pronto, viendo que los maestros estaban silenciosos, jugando con migas de pan que habían quedado en la mesa, les preguntó:

– Perdonadme una pregunta… aunque sea algo intempestiva. Pero, como en la cárcel habéis tenido tanto tiempo para reflexionar…

Olga levantó la vista. Conocía a Ignacio y esperaba algo fuera de lugar.

– Habla, habla. ¿Qué te pasa…?

– ¿Creéis…? -continuó Ignacio-. ¿Creéis… que el hombre es portador de valores eternos?

David le miró con fijeza. Olga se alisó los cabellos, con ademán habitual.

– ¿Por qué preguntas eso? -dijo David.

Ignacio se encogió de hombros.

El maestro añadió:

– Me parece que ya en San Feliu se habló del asunto.

– Sí, ya lo sé.

Olga repuso:

– Por desgracia, el hombre… En todo caso es la sociedad la que…

– ¿La sociedad?

– Sí. La que va transmitiéndose ciertos valores.

Pilar llegó con el café.

Poco después, los maestros se fueron. Ignacio entró en su cuarto y se peinó.

– ¿Vas a dejarme sola? -preguntó Pilar, acercándose a la puerta del cuarto.

– Sola, no -contestó Ignacio-. Te dejo con tu Diario.

Salió y tomó la dirección de la buhardilla. Estaba excitado. ¿Por qué los maestros hablaban siempre de la sociedad así, en abstracto? ¡Con el trabajo que le costaba a uno ser un hombre!

«Canela, Canela… -De repente pensó-: ¿También Canela es portadora de valores eternos?» Mateo había dicho: «Todo el mundo; incluso Julio García».

¡Psé! Ahora le parecía que aquella idea tenía, en efecto, cierta grandiosidad.

Fin de año. ¡Cuánto frío! Ignacio, al respirar, despedía por las narices el consabido vaho, como los demás transeúntes. El vaho que en el establo de Dios, según los villancicos, despedían el asno y el buey.

Los tres Reyes caminaban en dirección a este establo. Él caminaba hacia la buhardilla. Tres Reyes. Los veía deslizarse por la superficie del agua del río. Uno, dos, tres… Una estrella los guiaba, como la del comandante Martínez de Soria, como la que él había dejado prendida en los barrotes de su cama.

CAPÍTULO XXXIX

– La teoría de José Antonio está clara. El 7 de diciembre de 1933 precisó su pensamiento.

»El obstáculo con que tropieza España es su división, que la República acrecienta por todos los medios a su alcance. España se encuentra dividida por: primero, separatismos regionales. Segundo, las pugnas entre los partidos políticos. Tercero, la lucha de clases. Siempre el número tres. El mundo está lleno de trinidades. Trinidades del bien: fe, esperanza, caridad; Gaspar, Melchor, Baltasar… Trinidades del mal: Masonería, Judaísmo, Comunismo…

»Falange, que aspira a la unidad, intenta unir a todas las regiones en un destino común, no en destinos antagónicos, a todos los ciudadanos españoles en un frente común, ni derechas ni izquierdas; a todos los productores españoles, patronos y obreros, en una labor común, no sujetos a intereses opuestos.

»Al servicio de ellos, el Estado. Los intermediarios entre el individuo y el Estado no serán los partidos políticos, creaciones artificiales, puesto que nadie nace miembro de un partido: serán las realidades implícitas en el nacimiento del hombre: la familia, el Municipio, el oficio o profesión.

»Falange considera que el hombre es libre, pero no para lesionar los intereses de sus hermanos. En consecuencia, cree en la autoridad, la jerarquía y el orden, otra Trinidad. Falange cree en la supremacía de lo espiritual, y con ello se eleva por encima del más perfecto de los socialismos. Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Religión que considera verdadera: la Católica. Por su sentido de Catolicidad, de Universalidad, ganó España, al mar y a la barbarie, continentes desconocidos. Ni el Estado asumirá directamente funciones religiosas, ni permitirá intromisiones de la Iglesia con daño posible para la dignidad del Estado.

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