CELEDONIO. – Augur titulado de la ciudad de Egisto y Clitemnestra. Vaticinó la venida de Orestes vengativo y la feliz juventud de Ifigenia mientras la venganza no se cumpliese. Hablaba con sus cuervos y leía al revés. Descendía de los augures más antiguos, y hacía adivinaciones para los labriegos, con alfitomancia y geomancia. Cuando murió, encontraron una bolsa verde debajo de su almohada, con un letrero que decía: «Ahorros para comprar el Tarot de Marsella».
CELIÓN. – Posadero respetuoso que no le quiso cobrar el pan de la cena a Orestes cuando supo que habían asesinado a su padre y que su madre era la querida del asesino.
CIRILO TRACIO. – Oficial de pompa del rey de Tracia Eumón, visitante de Egisto. Era de tierra de montes en su país lejano, y vio el centauro.
CORREO DEL PASO DE VALVERDE, EL. – Con licencia del emperador llevaba cartas de Oriente a Occidente, y viceversa. Fiel e imaginativo como los grandes correos de la Historia.
CRITÓN. – El niño tracio que fue tomado por centauro.
DIMAS. – Capitán que fue de la caballería en los días de Agamenón, y retirado, paseando al sol con Eusebio, oficial titulado del Registro de Forasteros, deseaba la llegada relampagueante de Orestes y la saludaba con frases solemnes tomadas de la antigua retórica, aprendidas en la cátedra de arengas de la Escuela de Doma y Equitación. Ya llevaba unos meses enfermo en la cama, y durante largas horas quedaba privado de los sentidos, cuando estalló una gran tormenta. Despertó de su modorra y gritó que era la venida de Orestes. Mandó abrir la ventana y fue entonces cuando entró una chispa y lo fulminó en el lecho, que tenía la forma de una espuela, el colchón tendido entre las abrazaderas, y monsieur Dimas Estratega, con un juego de pedales, cuando estaba insomne, hacía girar una rueda de doce puntas a sus pies.
DOÑA INÉS. – ¡Luz que el mismo sol la toma! Todas las cosas de este mundo se reducían para ella a señales de un amor que llegaba, o que andaba buscándola, devanando los ovillos de todos los caminos. Delicada flor, siempre con el rocío de la mañana como seña virginal, entregaba su corazón a todos los hombres que la miraban a los ojos. Enloqueció, se echó a los caminos, daba limosna a los perros, y finalmente la violó un herrador ambulante. La encontraron muerta, desnuda, bajo un almendro. Llegó el juez y gritó: «¡Vestidla!» Y en el acto el almendro dejó caer todas sus flores sobre el cuerpo de doña Inés, y quedaron cubiertas las desnudeces. Pasa por santa en el país.
ELVIRA PACHECO, DOÑA. – Salía en el falso «Caballero de Olmedo» matando a su amador don Alonso.
EOLO. – Caballo de Agamenón, el primero de su familia que hubiese navegado. Según testimonió Eolo en sus memorias, y cuando fue interrogado en forma, Agamenón nunca tuvo duda alguna acerca de la fidelidad de Clitemnestra.
ERMINIA. – Moza del país del Faro, portadora de la cena encargada por Eumón. Era morena, y el rey de los tracios salió a verla marchar, desde el salido del faro. Airosa, descalza de pie y pierna, sonrió a Eumón, el cual se dio convidado para una visita nocturna, pero éste quiso conservar el asunto en forma de sueño, para llevarlo para las largas noches invernales de su reino.
ESCRIBANO, EL. – El amante de Laura, la madre de Tadeo, quien la visitaba con el pretexto de una instancia solicitando una pensión como viuda de pedagogo, siquiera el difunto Petronio solamente lo fuese de gimnástica canina.
EUDOXIA. – Cuñada de Jacinto, el oficial del inventario del rey Egisto. Se disfrazó de hombre, con bigote rubio pegado, para que el puesto se mantuviese en la familia. El siríaco Ragel la tomó por Flegelón, hipotético criado de Orestes, que solamente se había localizado en la firma de partes secretos, pero descubierto que era mujer, Ragel la pretendió en matrimonio, después de examinadas las íntimas prendas.
EUMÓN. – Rey de Tracia. Tenía la cualidad de que una pierna se le infantilizaba por semestres, y entonces, por no cojear en los desfiles, salía a ver mundo, cubriendo el defecto con un juego de estuches de maderas livianas. Entendía mucho de ganado mular y de mujeres, y era convidador.
EUSEBIO, EL SEÑOR. – Oficial titulado del Registro Oficial de Forasteros. Examinaba y le sellaba la mano a todo extranjero que llegaba a la ciudad de Egisto. Pasaba la vida buscando a Orestes, y era el responsable de advertir su llegada al rey. Siempre estaba quejándose del frío, como todos los que practican el arte de la caligrafía, que exige muchas horas de asiento. Citaba en latín, leía con lupa de mango de oro, y se le atribuían amores con señoras exóticas.
EUSTAQUIO, EL SEÑOR. – Tío del señor Eusebio, y quien lo introdujo en la corte real. El señor Eustaquio, maestre de Postas de Egisto, dejó memoria porque las leguas que iban desde las colinas a la ciudad, a través del valle y de la ribera, las dejó señaladas con nombres de héroes y de animales, que se hicieron populares. Era pequeño y aristocrático.
EVENCIO, SAN. – Santo estilita que vivió en la orilla egea del lmperio. Le daban de comer con largas pértigas, en cuyas puntas colocaban pan e higos. Solamente bebía agua de lluvia. Leía en voz alta la «Vida de San Josafata, y aunque hubiese ciclón que se llevase los tejados de las casas y derribase árboles, él permanecía tan tranquilo en lo alto de su columna. Hacía sus necesidades en conchas marinas, que una gaviota doméstica que tenía le portaba en el pico, y después iba a tirar al mar. El día en que murió, que fue por el otoño, y le habían traído los vecinos una prueba del mosto, la columna se inclinó y lo depositó suavemente en tierra. Tenía dispuesto que lo enterrasen de pie, lo que así hicieron. En las listas iluminadas de santos griegos, como eran tantos en la letra E, no pudieron ponerlo en columna, y aparece sentado en un capitel corintio, lo que no le quita mérito, que todo el mundo sabe que fue estilita.
FILIPO. – Barquero en el vado del río, en la frontera del reino de Egisto. Tenía su casa junto a un sauce llorón. Viendo pasar las aguas, se aficionó a la filosofía. Hablaba varias lenguas y gustaba del trato con desconocidos, a los que interrogaba, amable y curioso, cuando los pasaba en el río con su barca.
FILÓN EL MOZO. – Dramaturgo de la ciudad. Tomaba apuntes para escribir la tragedia de la muerte de Egisto y Clitemnestra por el vengador Orestes, pero como éste no llegaba, no daba por terminada la pieza. Escribió la pieza de los amores de doña Inés, y le dio una copia al tracio Eumón.
FILÓN EL VIEJO. – Dramaturgo de la ciudad. Entre otras piezas, escribió un «Caballero de Olmedo» en el que el matador de la gala de Medina no era el Ruiz del pleito de los caballos, huido vestido de fraile, sino la despechada doña Elvira Pacheco, vestida de hombre.
FINÉS, EL CRIADO. – Mozo nórdico de duchas y masajes del diestro Quirino. Soplaba con cañas el agua caliente en los riñones de los tiradores, terminados los ensayos. Se sangraba por los pulgares de los pies en los plenilunios en memoria de los dioses y de los héroes de que cuentan las runas del Kalevala, y para él los inmortales griegos no eran nadie, y solamente el señor Edipo le ponía respeto.
FLEGELÓN. – Criado hipotético de Orestes, cuyo sexo se ignora, lo que pueda explicar el error de Ragel al tomar a Eudoxia, la mujer disfrazada de oficial del inventario, por el criado del príncipe. Pagaba por Orestes en las posadas, en el alquiler de naves o compra de caballos, que el vengador no quería tocar moneda con efigie de rey helénico, que decía que todos eran ilegítimos y cabrones. Verdaderamente, Flegelón nunca fue visto por un testigo irreprochable. Los partidarios de su sexo masculino corrieron que habiendo entrado ocultamente en la ciudad, para un ensayo de la entrada de Orestes, le había hecho un hijo a una moza de panadería. El hijo resultó ser de un policía veneciano a sueldo de Egisto, que se había disfrazado, la mitad del cuerpo simulando ser la esquina de una calle con balcón, con un letrero azul que decía: «Rúa de Flegelón», y la otra mitad del disfraz una sombra que daba en la esquina. La moza de panadería salió a tomar el fresco, y se apoyó allí para ver la luna.
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