José Santos - La Amante Francesa

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Primera Guerra Mundial. El capitán del ejército portugués Afonso Brandão está al frente de la compañía de Brigada de Minho; lleva casi dos meses luchando en las trincheras, por lo que decide tomarse un descanso y alojarse en un castillo de Armentières, donde conoce a una baronesa. Entre ellos surge una atracción irresistible que pronto se verá puesta a prueba por el inexorable transcurrir de la guerra.

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El suave rumor de las voces se interrumpió al abrirse la puerta y entrar Mardel en la sala. El comandante interino de la Brigada del Miño llegaba con el semblante ceñudo y la expresión grave. Los saludó con un gesto seco y les ordenó sentarse. Los oficiales se callaron y se acomodaron en torno a la gran mesa, repentinamente inquietos, presentían problemas en la mirada sombría de Mardel.

– ¡Oh, diablos! -le dijo Afonso a Montalvão entre dientes-. Viene con cara de circunstancias.

Mardel esperó a que todos se instalasen. Afonso notó que tenía las cejas cargadas y un tic nervioso en la nariz: no era buen augurio.

– Señores -dijo por fin el teniente coronel, que miró lentamente a su alrededor-. La noche pasada, los hombres de la Infantería 7 tomaron las armas y se sublevaron.

Un murmullo tenso recorrió la mesa. El 7, de Leiria, pertenecía a la 2 aBrigada y todos sabían que ésa era la única brigada de la 1 aDivisión que no tendría descanso. Mardel dejó que la noticia se asentase.

– Los soldados del 7 no han aceptado quedarse en la línea mientras las otras brigadas se retiraban. Según informaciones que ahora me han llegado, los soldados se negaron a marchar hacia Ferme du Bois, el sector que les estaba destinado. Comenzaron a disparar e impidieron que la Infantería 23 y la Infantería 24 avanzasen hacia sus posiciones. -El 23 y el 24 también pertenecían a la 2 aBrigada-. De modo que, señores, lamento tener que comunicarles que he recibido órdenes de Saint Venant que imponen que la Brigada del Miño se mantenga en Fauquissart.

Los oficiales se miraron, decepcionados. Todos pensaron en el efecto que tendría la noticia en los hombres, ya felices por salir de la línea y ser pasados a la reserva.

– Mi teniente coronel, ¿cuál será nuestra disposición? -preguntó el mayor Xavier da Costa, comandante de la Infantería 29, el otro batallón de Braga.

– Queda todo como está. En las primeras líneas seguirán la Infantería 8, a la izquierda; y la Infantería 20, a la derecha. Atrás tendremos a la Infantería 29 y la Infantería 3.

– ¿Y la 5 aBrigada va a Ferme du Bois? -quiso saber el mayor Montalvão, comandante del 8.

– Exacto. Sustituirá a la 2 aBrigada. Además de nosotros, la que resulta afectada es la 3 aBrigada, que tenía derecho a retirarse y no lo hará; por tanto, queda en reserva debido a la sublevación en la 2 aBrigada.

Como era de prever, los hombres no recibieron bien la noticia. Se oyeron insultos y protestas, pero, en el fondo, todos comprendían que la gente de la 1 aDivisión tenía más derecho al descanso que la 2 aDivisión, dado que llevaba más tiempo en las líneas.

La preocupación de Afonso se acentuó esa noche. El capitán mandó al sargento Rosa y a su pelotón a efectuar una patrulla de reconocimiento y se quedó en la línea del frente, junto a la Great Northern Trench, aguardando el regreso de los hombres. Oyó varias ráfagas de ametralladora mientras la patrulla se encontraba en la Tierra de Nadie, lo que le hizo temer por la seguridad de los hombres. Al cabo de dos horas, sin embargo, la voz de Matias, con la contraseña del día, le devolvió la tranquilidad. El enorme cabo volvió de regreso a la primera línea, seguido de Abel, del sargento Rosa, de Vicente y de Baltazar.

– ¿Y? ¿Todo en calma? -preguntó Afonso al sargento.

– Mi capitán, las ametralladoras han estado muy activas, ha sido algo agitado.

– Las he oído. ¿Y en cuanto al resto?

El sargento hizo una mueca con la boca y miró de reojo al resto de la patrulla, con la mirada ensombrecida por el temor.

– No lo sé, mi capitán. No lo sé.

– ¿ No sabes qué? -se sorprendió Afonso.

Rosa suspiró.

– Mi capitán, ¿sabe?, están pasando cosas extrañas del otro lado…

– ¿ Cosas extrañas? ¿ Qué cosas extrañas?

– Hemos oído el sonido de motores en la retaguardia enemiga, eran camionetas y camiones que pasaban unos tras otros, un movimiento tremendo. -Rosa se rascó la barba rala-. Y hemos oído también un sonido diferente, algo como «chucuchú», «chucuchú». Parecía, no lo sé, parecía un tren…

– ¿Un tren?

Rosa miró a Matías.

– ¿Era o no era un tren? -quiso precisar el sargento.

Matías respondió que sí con la cabeza, sin decir nada, y los demás hombres lo imitaron.

– ¿Un tren? -preguntó Afonso, verdaderamente intrigado, y miró a Rosa-. ¿Y eso fue todo?

– No, hubo más -indicó el sargento-. Vimos también a muchos hombres desarmados, al fondo, y a un grupo reparando cables telefónicos.

Afonso regresó pensativo y preocupado a su puesto de Picantin. Fue a hablar con el teniente Pinto, al que comunicó las novedades, y ambos decidieron ir a conversar con los hombres que habían participado en las patrullas de los días anteriores. Localizaron a los soldados a la mañana siguiente, 6 de abril, y lo que oyeron los dejó francamente inquietos. Los soldados implicados en las acciones de reconocimiento revelaron haber vuelto a oír, el día 2, el ruido de camiones que circulaban en la retaguardia alemana. Los soldados hablaban excitadamente de un gran movimiento de tropas enemigas y decían haber visto a hombres reparando cables telefónicos, colocando señales, transportando madera, cargando sacos y cajas, montando cráteres artificiales, mejorando las vías de comunicación. Uno de los soldados afirmó incluso haber observado a un oficial alemán que estudiaba con prismáticos las líneas portuguesas y tomaba notas, mientras que otros descubrieron el uso de periscopios.

Enormemente alarmado, Afonso solicitó un caballo y avanzó por la Harlech Road hasta Laventie. Se presentó en el cuartel general de la brigada y pidió hablar con el teniente coronel Mardel. Después de una espera de sólo cinco minutos, el comandante interino de la Brigada del Miño lo recibió y Afonso le comunicó todas las informaciones que había recogido. Cuando concluyó la exposición, Mardel sonrió.

– Usted se preocupa demasiado, estimado capitán Brandão.

Afonso se sonrojó, cohibido.

– ¿Le parece, mi comandante?

– ¿Tiene que parecerme otra cosa?

– Pero ¿no piensa que estas señales son preocupantes?

– Claro. Pienso que son preocupantes, capitán, incluso muy preocupantes.

El capitán se quedó turbado, sin entender la desconcertante reacción de Mardel.

– Entonces…

– Las señales son preocupantes, pero no para nosotros -interrumpió el comandante-. Son preocupantes para los ingleses.

– ¿Para los ingleses? -se sorprendió Afonso-. Pero mire que todo esto está ocurriendo frente a nosotros, mi comandante, y se nos vendrá encima.

– No, capitán. De ninguna manera. Caerá encima de los ingleses.

Afonso vaciló.

– Pero… ¿cómo es que…?

– Calma, capitán, calma -repuso Fardel, que abrió un cajón de su escritorio, de donde sacó unos folios mecanografiados-. ¿Ve esto? -Le mostró la primera página; Afonso vio que era un documento redactado en inglés-. Esta es la Orden de Retirada n.° 329, emitida esta mañana por el general Haking, el comandante del XI Cuerpo británico, y que me ha llegado hace poco aquí, a la brigada, hace unos veinte minutos. ¿Y sabe lo que dice? -Mardel fijó los ojos en Afonso, intentando captar su expresión cuando pronunció la frase siguiente-: «La Orden de Retirada n.° 328 determina la retirada del frente de combate de todo el cuerpo portugués». -Hizo una pausa dramática-. Todo.

Afonso abrió la boca, tratando de digerir el impacto de la noticia.

– ¿Todo el cuerpo portugués? ¿Vamos a retirarnos?

– Exacto, capitán Brandão. Vamos a retirarnos.

– Pero hasta hace unos días…

– El general Haking ha venido a visitar nuestras líneas -se apresuró Mardel en aclarar-. Ha visto el estado de las tropas y ha concluido que los hombres no pueden continuar en el frente, ya no están en condiciones. De modo que, amigo, salimos nosotros y entra la 50 aDivisión británica.

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