Milan Kundera - Los testamentos traicionados

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Testamentos Traicionados es escrito como una novela: los mismos personajes aparecen y reaparecén a lo largo de las nueve partes del libro, así como los temas principales que preocupan al autor. Kundera una vez más, celebra el arte de la novela, desde su nacimiento con un espíritu de humor único a la cultura y sensibilidad europea – ilustrada por algunos maravillosos ejemplos del trabajo de Rabelais y Cervantes – a través de su florecimiento en siglos sucesivos. Él anota los misterios de la novela musical y la evolución paralela (pero no simultánea) de las dos artes en occidente, así como la sabiduría particular que la novela ofrece acerca de la existencia humana. El arte de la traducción es el sujeto de una de las partes del libro, iluminando el significado de su título. Kundera es un apasionado defensor de los derechos morales del artista y el respeto debido a un trabajo de arte y a los deseos de su creador. La traición de ambos – algunos por las más apasionadas partidarios – es uno de los principales temas de Testamentos Traicionados. Testamentos traicionados es un libro rico en ideas acerca del tiempo que estamos viviendo y como nos hemos convertido en lo que actualmente somos, de la cultura occidental en general. Es también un ensayo personal en el cual Kundera discute la experiencia del exilio – y el ataque apasionado de los juicios moral cambiantes y las persecusiones del artista y su arte.

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Fase 2: Prueba de fuerza . Por fin llega a una sala donde le esperan. «Así que es usted pintor de brocha gorda», dice el juez, y K., ante el público que llena la sala, reacciona con brío al ridículo error: «No, soy el primer apoderado de un gran banco», y a continuación, en un largo discurso, fustiga la incompetencia del tribunal. Envalentonado por los aplausos, se siente fuerte y, según el conocido tópico del acusado que se convierte en acusador (Welles, admirablemente sordo a la ironía kafkiana, se dejó engañar por este tópico), desafía a sus jueces. El primer choque se produce cuando descubre las insignias en el cuello de todos los participantes y comprende que el público a quien él creía seducir está formado tan sólo por «funcionarios del tribunal […] reunidos allí para escuchar y espiar». Se va y, al llegar a la puerta, le espera el juez de instrucción, que le advierte: «Ha perdido usted la ventaja que un interrogatorio representa siempre para un acusado». K. exclama: «¡Sinvergüenzas! ¡Podéis quedaros con todos vuestros interrogatorios!».

No comprenderemos nada de esta escena si no la vemos a la luz de sus relaciones irónicas con lo que ocurre inmediatamente después de la rebelde exclamación de K. con la que termina el capítulo: «K. esperó la semana siguiente día tras día a recibir una nueva citación; no conseguía imaginar que se hubieran tomado al pie de la letra su negativa a ser juzgado, y, al no haber todavía recibido nada el sábado por la noche, supuso que estaba tácitamente citado para la misma hora en el mismo edificio. Por eso, volvió a ir el domingo…».

Fase 3: Socialización del proceso . El tío de K. llega un día del campo, alarmado por el proceso que se está llevando a cabo contra su sobrino. Hecho notable: el proceso es de lo más secreto, clandestino, podría decirse, y, no obstante, todo el mundo está al corriente. Otro hecho notable: nadie duda de que K. es culpable. La sociedad ha adoptado ya la acusación aportando además el peso de su aprobación tácita (o de su no desacuerdo). Cabría esperar una indignada sorpresa: «¿Cómo han podido acusarlo? Por cierto, ¿de qué crimen?». Ahora bien, el tío no se sorprende. Está tan sólo asustado ante la idea de las consecuencias que el proceso tendrá para todos los familiares.

Fase 4: Autocrítica . Para defenderse contra el proceso que se niega a formular la acusación, K. acaba por encontrar él mismo su falta. ¿Dónde estará escondida? Sin duda en algún lugar de su curriculum vitae . «Tenía que recordar toda su vida, hasta los actos y hechos más ínfimos, para exponerla y examinarla bajo todos los aspectos.»

La situación está lejos de ser irreal: en efecto, así es como una mujer simple, acorralada por el infortunio, se preguntará: ¿qué mal habré hecho yo? y se pondrá a hurgar en su pasado, examinando no sólo sus actos, sino también sus palabras y sus pensamientos secretos para comprender la ira de Dios.

La práctica política del comunismo creó para semejante actitud la palabra autocrítica (palabra utilizada en francés, en su sentido político, hacia 1930; Kafka no la utilizaba). El uso que se hizo de esta palabra no responde exactamente a su etimología. No se trata de criticarse (separar los lados buenos de los malos con la intención de enmendar los defectos), se trata de encontrar cada uno su culpa para poder ayudar al acusador, para poder aceptar y aprobar la acusación.

Fase 5: Identificación de la víctima con su verdugo . En el último capítulo, la ironía de Kafka alcanza su horrible culminación: dos individuos con levita van a por K. y lo sacan a la calle. Primero se resiste, pero pronto se dice: «Lo único que puedo hacer […] es conservar hasta el final la claridad de mi razonamiento […]. ¿Debo mostrar ahora que no he aprendido nada durante un año de proceso? ¿Debo irme como un imbécil que no ha entendido nada?…».

Luego, ve de lejos a dos guardias municipales caminando. Uno de ellos se acerca al grupo, que le parece sospechoso. En ese momento, K., por su propia iniciativa, se lleva a la fuerza a los dos individuos, poniéndose incluso a correr con ellos con el fin de escapar de los guardias, quienes, no obstante, habrían podido entorpecer y tal vez, ¿quién sabe?, impedir la ejecución que le espera.

Por fin llegan a su destino; los individuos se preparan para degollarlo y, en este momento, una idea (su última autocrítica) atraviesa la cabeza de K.: «Su deber hubiera sido el de empuñar él mismo ese cuchillo […] y hundírselo en el cuerpo». Y deplora su debilidad: «El no podía crear del todo sus pruebas, no podía descargar a las autoridades de todo el trabajo; la responsabilidad de esta última falta incumbía al que le había negado el resto de fuerza necesario».

¿Durante cuánto tiempo puede el hombre ser considerado como idéntico a sí mismo?

La identidad de los personajes de Dostoievski reside en su ideología personal, que, de un modo más o menos directo, determina su comportamiento. Kirilov está totalmente absorbido por su filosofía del suicidio, que él considera como la manifestación suprema de la libertad. Kirilov: un pensamiento convertido en hombre. Pero ¿es realmente el hombre, en la vida real, una proyección tan directa de su ideología personal? En Guerra y paz , los personajes de Tolstói (en particular Pierre Bezújov y Andrei Boikonski) tienen ellos también una intelectualidad muy rica, muy desarrollada, pero cambiante, proteiforme, de tal manera que es imposible definirlos a partir de sus ideas, que, en cada fase de su vida, son distintas. Tolstói nos ofrece así otra concepción de lo que es el hombre: un itinerario; un camino sinuoso; un viaje cuyas etapas sucesivas no son sólo distintas, sino que representan con frecuencia la total negación de las fases anteriores.

Digo camino, y esta palabra corre el riesgo de inducirnos a error porque la imagen del camino evoca una meta. Ahora bien, ¿hacia qué meta conducen esos caminos que no terminan sino fortuitamente, interrumpidos por el azar de una muerte? Es cierto que Pierre Bezújov llega por fin a una actitud que parece el estadio ideal y final: cree entonces comprender que es vano buscar un sentido a su vida, luchar por una u otra causa; Dios está en todas partes, en la vida entera, en la vida de todos los días, basta, pues, con vivir todo lo que hay que vivir y vivir con amor: y se entrega, con felicidad, a su mujer y a su familia. ¿La meta alcanzada? ¿Alcanzada la cima, con lo que, a posteriori, todas las etapas anteriores del viaje no son sino simples escalones de una escalera? De ser así, la novela de Tolstói perdería su ironía esencial y parecería una lección de moral novelada. Pero no es éste el caso. En el «Epílogo», que resume todo lo que ocurrió ocho años después, vemos a Bezújov abandonar durante un mes y medio su casa y su mujer con el fin de dedicarse en San Petersburgo a una actividad política semiclandestina. Una vez más está dispuesto a buscar un sentido a su vida, a luchar por una causa. Los caminos no terminan y desconocen meta alguna.

Podría decirse que las distintas fases de un itinerario se encuentran en una relación irónica las unas con las otras. En el reino de la ironía reina la igualdad; significa que ninguna fase del itinerario es moralmente superior a la otra. Boikonski, al poner manos a la obra para ser útil a su patria, ¿quiere redimir así la falta de su anterior misantropía? No. No hay autocrítica. En cada fase del camino ha concentrado todas sus fuerzas intelectuales y morales para elegir su actitud, y lo sabe; ¿cómo podría, pues, reprocharse no haber sido lo que no podía ser? Y, al igual que no podemos juzgar las distintas fases de su vida desde el punto de vista moral, tampoco podemos juzgarlas desde el punto de vista de la autenticidad. Imposible decidir qué Boikonski es más fiel a sí mismo: el que se ha apartado de la vida pública o el que se ha entregado a ella.

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