Fue una noche larga para ambos.
Andreas se encontraba en el vestíbulo de recepción. Eran las ocho y estaba despierto desde las seis. Se puso a hojear el Shanghai Daily . Aparentemente no había ocurrido nada de particular, excepto, como se leía en primera página, la noticia que anunciaba el excelente acuerdo económico al que habían llegado China y la empresa de Jan, según el cual esta última se comprometía a invertir una suma muy respetable en el desarrollo de algunos centros de investigación cerca de Shanghái. El artículo aparecía junto a la foto del alcalde de la ciudad acompañado por el director financiero Kluge. El nombre puso a Andreas la carne de gallina.
Desde el otro extremo de la sala Jasmine lo observaba.
Estaba preparando su estrategia. Sabía lo suficiente como para entender que Andreas era el eslabón que necesitaba para llegar a la verdad. La ficha que le habían dado describía un perfil de persona tranquila, inteligente, leal, honesta. En casos como ése le habían enseñado que la diplomacia no era efectiva: el miedo era el resorte más eficaz. Una estrategia que no le iba a servir con Julia: su perfil era mucho más complejo y no permitiría una excesiva falta de respeto, era demasiado arriesgado.
Hizo una inspiración profunda, estaba lista. Se encaminó hacia el alemán.
– Señor Weber, ¿puedo sentarme aquí un instante? Soy detective del grupo de investigación que se ha ocupado del caso Tes, me llamo Jasmine Liu -se presentó. Llevaba un traje chaqueta de pantalón Armani azul oscuro y zapatos negros de piel con tacones de aguja.
Andreas en seguida la reconoció como la mujer que lo había mirado cuando salieron del depósito de cadáveres el día anterior.
– Claro. Siéntese, por favor, señora Liu. Dígame -dijo él amablemente.
– Dígame usted -respondió sonriendo Jasmine. Su sonrisa, sin embargo, no resultó en absoluto contagiosa-. Dígame usted.
Andreas la miraba muy fijamente, entre desconcertado y asustado.
Jasmine no se anduvo con rodeos.
– ¿Ha resuelto el enigma del correo electrónico que Jan le envió la misma noche de su muerte? Parece que su amigo se divertía jugando al pequeño detective, ocupación que a veces puede resultar peligrosa, ¿no cree?
El corazón de Andreas parecía una locomotora.
– Si le soy sincero, señora Liu, leí ese correo por encima antes de salir hacia Shanghái. No tengo ni idea de lo que puede significar, no soy ningún experto en criptografía.
– Claro, señor Weber. Esperaba esa respuesta. Usted era el mejor amigo de Jan, ¿no es cierto?
– Creo que sí, crecimos juntos.
– Jan estaba viviendo en su casa en Múnich, ¿no es así?
– Así es -respondió Andreas-. Perdone, ¿cómo lo sabe? ¿Hay algo que quiera decirme, quizá sin dar tantos rodeos?
– Sí, señor Weber, hay algo que quiero decirle. Y quiero que me preste mucha atención, porque en realidad es una pregunta a la que me gustaría que me respondiera. ¿Cree usted en la justicia?
Andreas se imaginaba adónde quería ir a parar la funcionaria, pero tendría que hacerlo mejor si quería su colaboración.
– Sí, señora Liu, creo en la justicia, al menos en la del país de donde procedo. ¿Y usted?
– Yo represento a la justicia, señor Weber, y he entregado a la justicia a los ejecutores materiales del asesinato de su amigo. Ahora dígame usted si su sed de justicia está saciada o si quiere más.
Los ejecutores materiales…, así que había alguien que lo había ordenado. Andreas vio confirmadas sus sospechas y en el mismo instante se sintió desfallecer. Le temblaban las manos. Estaba a punto de abrir la boca cuando una voz lo hizo volver en sí.
– Hola, Andreas.
Él la miró con un alivio infinito.
– Hola, Julia, ¿has podido dormir un poco?
– Un poquito, me tomé un somnífero a mitad de la noche. ¿Estás acompañado? -le preguntó reparando en la presencia de Jasmine.
– Señora Tes, permítame que me presente, soy la agente Liu. He conducido las investigaciones relativas a la muerte de su marido. Sólo he pasado para darle mi pésame y para saber si puedo serles útil de alguna manera.
Andreas no había entendido una palabra porque Jasmine le había hablado a Julia en mandarín.
Ella se volvió hacia Andreas.
– ¿Se lo has dicho tú que hablo chino?
– No, no le he dicho nada, Julia -contestó él, que, en el instante en que Jasmine empezó a hablar en mandarín, comprendió que estaba perdido.
No le había dicho nada a su amiga, ni del correo electrónico que había recibido pocas horas antes de la muerte de Jan ni del ordenador, no había tenido tiempo.
Ahora Julia se enteraría.
Se sentó a mirar a las dos mujeres mientras discutían entre sí.
– ¿Por qué me habla en chino, señora Liu?
– Porque usted lo habla muy bien, mientras que mi inglés no es tan fluido.
Julia miraba a Jasmine con interés. Sin embargo, no era su manera de vestir lo que más llamaba su atención. Era una mujer que cuidaba todos los detalles. El corte de pelo era perfecto para esa cara alargada, el maquillaje ligero resaltaba sus rasgos, que tenían algo muy dulce. Era indudablemente guapa, incluso para los cánones occidentales. Llevaba las manos arregladas, con las uñas pintadas de un rojo vivo. Su perfume era delicado y enigmático. No era una mujer del montón, y no sólo en China. Julia se convenció de que debía tener mucho cuidado con Jasmine: era una persona fuera de lo común en un país que, por el contrario, a nivel burocrático ensalzaba el conformismo.
– No me ha contestado, señora Liu. ¿Cómo sabe que hablo chino? -continuó Julia.
– No le he contestado porque no es importante. Más bien es importante saber por qué han matado a su marido, y le aconsejo que le haga la misma pregunta a su amigo. Después, y sólo después, podremos seguir hablando si lo desea.
Julia miró a Andreas y, a pesar de que éste no entendía nada, comprendió en seguida por su mirada que la frase de Jasmine tenía que ver con él. Le asaltó una rabia incontrolable.
– Adiós, señora Tes -concluyó Jasmine-. Éste es mi número de teléfono. -Y en inglés añadió-: Adiós, señor Weber, hasta pronto.
Se dirigió a la salida del hotel.
Andreas se la quedó mirando sin perderla de vista y se fijó en que antes de salir por la gran puerta giratoria Jasmine lanzó una mirada a la izquierda, donde en el fondo, cerca de la mesa del conserje, había un chino apoyado en una columna. Era alto y elegante, y se le veía ocupado hablando por teléfono. A Andreas le pareció que se habían buscado con los ojos y no se equivocaba: el chino era Tan.
– ¿Y bien? -le preguntó Julia-. ¿Y bien? ¿Por qué han matado a Jan? -y las lágrimas empezaron a resbalar bajo las gafas de sol.
– El porqué no lo sé, Julia. No lo sé.
– Ha sido su empresa, ¿verdad? Aquella frase tiene otro significado, ¿verdad? Kluge mintió. Lo han matado. ¿Por qué?
No podían permanecer en el vestíbulo, había demasiada gente que podía oírlos.
– Julia, vayamos a la habitación. Te contaré lo que sé. Lo habría hecho de todos modos, pero ha sucedido todo muy de prisa. Demasiado de prisa. Ven.
Ella se secó las mejillas.
Andreas la cogió por debajo del brazo y se encaminaron a los ascensores. Pasaron a pocos metros del colega de Jasmine, que entonces parecía atareado hablando con un conserje.
Junto a los ascensores había una pequeña tienda que vendía periódicos internacionales, cigarrillos y otras cosas.
– Espérame un segundo, voy a comprar tabaco -dijo Andreas.
– ¿Desde cuándo fumas?
– De vez en cuando compro un paquete.
Entró en la tienda, tenía que darse prisa. Mientras pedía los cigarrillos escribió un sms en su móvil. Siguió escribiendo unos segundos más una vez que hubo pagado.
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