Bastó una señal de su colega con la mano y empezó a oírse otra grabación amplificada por los bafles:
– Diga.
– Oye, tenemos una emergencia. Un asunto delicado, prioridad absoluta.
– ¿Cuándo?, ¿dónde?
– En Shanghái. ¿Tienes a alguien?
– No te preocupes, siempre hay alguien.
– Quiero algo como en Helsinki, ¿me explico? Por favor, toma nota: Uniforme/Juliet/Charlie/Papa/India/Tango/Kilo/Noviembre/Charlie/Londres/Charlie/ Papa/Venecia/Ginger/ Uniforme.
– Repito para confirmación: UJCPITKNCLCPVGU.
– Correcto.
Hubo unos segundos de pausa.
– Lo haremos.
Kluge sudaba, no había reconocido la voz, pero ¿qué importaba? Se había acabado. Lo habían matado.
¿Cómo se podía llegar tan lejos? Enterró la cabeza entre las manos. Además, esos tres estaban convencidos de que lo había matado él, sobre eso no tenía dudas. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la guapa funcionaria.
– Doctor Kluge, ¿a quién llamó? Le ruego que no nos haga perder el tiempo, los chinos tenemos bastante paciencia en general, pero eso no es aplicable ni a mí ni a mis colegas. Por favor, por su interés, no nos obligue a usar métodos que yo misma detesto.
– Quiero a mi abogado, no tengo nada que declarar, lo siento -consiguió decir Kluge, temblando.
Jasmine echó una mirada a Li, que desapareció detrás de la única puerta de la habitación.
– Señor Kluge. -Jasmine alternaba «doctor» y «señor» con mucha maestría; servía para tener bajo control la altivez de esos grandes directivos occidentales-. Esto no es Alemania. Negarse a colaborar con la justicia conlleva graves consecuencias. No nos subestime, es mi último consejo.
»Sus esbirros ya lo han hecho al usar un código que nuestros especialistas han descifrado en una hora. ¡Han utilizado el código que usaba César! No pueden esperar mucha seguridad con una elección tan banal.
»Pero quizá usted no sea un experto. Por favor, intente usted mismo descifrar el mensaje telefónico -añadió, y le tendió un papel.
UJCPITKNCLCPVGU
A=C, B=D, C=E, D=F, E=G, F=H, G=I, H=J, I=K, J=L,
K=M, L=N, M=O, N=P, O=Q, P=R, Q=S, R=T, S=U,
T=V, U=W, V=X, W=Y, X=Z, Y=A, Z=B
– Diviértase, Kluge, diviértase. Voy a ayudarlo: la clave de lectura es al revés, es decir, debe encontrar la segunda letra de la correspondencia y convertirla. La primera U es una S.
»Mientras se divierte con la enigmística, le gustará saber que la persona que recibió la llamada en Shanghái se encuentra en nuestras oficinas. Lo están acompañando hasta aquí para que se reúna con nosotros.
»¿Y bien? ¿Qué ha conseguido traducir?
Kluge estaba más perdido que un niño, ¡si lo vieran sus colegas, su familia! Se concentró al máximo y al final descubrió el mensaje: «Shangrila Jan Tes.»
En ese mismo momento se abrió la puerta. Arrastraron hasta dentro a un chino tumefacto que profería débiles gemidos de dolor.
El agente lo sentó en la silla que estaba junto a Kluge, que tuvo un conato de vómito y rompió a llorar: nunca había visto nada parecido. Ahora su miedo se había vuelto incontrolable.
– Kluge -gritó Jasmine-. Ahora, míreme: ¿a quién llamó?
– Quiero a mi… -No pudo terminar, aterrorizado, porque fue interrumpido de nuevo por Jasmine.
– ¡Basta! Tan, ocúpate tú, yo volveré dentro de media hora, voy a comer algo.
– De acuerdo: llamé a mi jefe, el doctor Lee -susurró Kluge sin tener el valor de mirar a ninguno de los presentes a la cara.
– ¿Ve qué fácil es? Aquí en China siempre encontramos una solución. Li, acompaña a este desgraciado a la enfermería -dijo Jasmine mirando al chino-. Ahora ya nos ha dicho lo que queríamos.
»Señor Kluge, seguramente le gustará saber que los tres idiotas que cometieron el asesinato han sido arrestados poco antes de que fuéramos a recogerlo y ya han confesado. Imagínese, lo hicieron por tres mil dólares.
Hizo una seña con la cabeza y Li también salió de la habitación.
– Kluge, míreme -reanudó Jasmine en un tono más conciliador-. Ahora diré que lo acompañen al hotel. Estará siempre bajo vigilancia, no haga estupideces.
»Mañana por la mañana a las diez tiene una cita con el ministro de Telecomunicaciones y con el alcalde de Shanghái.
Kluge no creía lo que estaba oyendo, pero entendió que le estaba ofreciendo una salida.
Jasmine continuó:
– No me interesa lo que tengan que decirse, sólo sé que su pasaporte y el nivel de incriminación oficial van unidos al resultado de la reunión de mañana.
»Pero bien, a nivel muy privado, sepa que yo hago cualquier cosa por mi país, pero si dependiera de mí lo acusaría de asesinato, junto al caballero que ha tenido el placer de conocer hace unos minutos y sus amigos.
– Yo no quería que ocurriera lo que ha ocurrido, creo que se entiende claramente en mi llamada telefónica -contestó Kluge, que lentamente iba volviendo en sí, fortalecido por la posibilidad de salir indemne de aquello.
– Adiós, Kluge, y no se preocupe por dar la noticia a la familia de ese pobre a quien usted no quería matar pero que ha muerto de todos modos. Nosotros informaremos a la embajada italiana y a la estadounidense esta noche, a las once para ser exactos.
– Haré lo necesario para que la familia reciba todo el apoyo posible -consiguió musitar Kluge mientras se levantaba.
Julia había intentado contactar con su marido durante todo el día sin conseguirlo y empezaba a estar seriamente preocupada. Había mirado todas las páginas web de noticias para saber si había ocurrido algo grave en Shanghái, pero nada de nada. Eran ya las seis de la tarde, medianoche en Shanghái, y hacía veinticuatro horas que no tenía noticias de él. Decidió llamar a la sede central de la empresa donde trabajaba Jan.
Pero en ese momento sonó el teléfono.
Andreas estaba de pésimo humor, todavía no había conseguido descifrar aquel maldito código y tenía el mal presentimiento de que nunca lo conseguiría.
Al final pensó, a modo de consolación, que quizá fuera mejor así.
Sonó el teléfono, Andreas miró el reloj: eran las ocho.
– Diga.
– Andreas, soy Patty -empezó a decir con un hilo de voz la hermana de Julia. Una voz que lo decía todo.
– Patty, ¿qué ocurre?
Ella se echó a llorar.
– Jan ha muerto, ha sido asesinado, acaban de llamar de China.
Siguió un silencio interminable.
– ¿Julia lo sabe?
– Sí, tiene que ir a China para identificarlo.
– Iré con ella.
– Gracias, Andreas.
– Pero ¿cómo? ¿Qué ha pasado?
Patty se lo explicó.
Andreas iba sentado en la tercera fila del vuelo Múnich-Frankfurt. Desde allí cogería el avión para Shanghái con Julia. La llegada a China estaba prevista para el día siguiente a las 9.40 hora local.
Andreas estaba destrozado. No había dormido.
Después de la llamada de Patty, informó a Ulrike, que rápidamente se fue de camino a casa, y luego se encerró en el estudio.
Sentado junto al escritorio, se había quedado ensimismado mirando la pared durante mucho tiempo, donde estaba colgada la fotografía. La foto de su boda, con Jan, que fue su padrino, abrazándolo.
Lo habían asesinado. De la manera más horrible que pudiera imaginar.
Andreas sollozaba como un niño.
¿Por qué? Patty le había dicho que había sido un atraco.
Mohindroo había muerto en un accidente. Jan en un atraco, era demasiado. De por medio estaba el ordenador que tenía escondido en su despacho. Sólo él y Jan lo sabían. Una sensación de miedo lo atenazaba. Jan había sido asesinado, ¿iban a parar sin haber encontrado el ordenador? Andreas se acordó del correo electrónico que había recibido de su amigo unas horas antes.
Читать дальше