»Pero, en mi opinión, teniendo en cuenta que la chica india no sabía que tenía archivos secretos en su ordenador, la contraseña debe de ser bastante fácil. Cosa de un par de horas. ¿Qué te parece? -preguntó Andreas al final.
– No, gracias. Voy a devolverlo.
– Buena idea. Ya verás como todo se arregla. Tu jefe lo entenderá. ¿Qué hora es? -Andreas miró el reloj. Las cinco y media-. Es muy tarde. Te dejo dormir un par de horas. ¿Quieres que mañana te acompañe a la oficina?
– No, gracias, Andreas. Iré andando. Buenas noches. Nos vemos luego.
– Llámame en cuanto hayas acabado con tu jefe, por favor.
– Lo haré.
Andreas se levantó y por fin pudo ir al baño antes de meterse de nuevo en la cama. No consiguió volver a dormirse, ni Jan tampoco.
A las seis Jan se levantó, se afeitó, se duchó y se preparó el desayuno a base de tostadas con mermelada y té. Miró las noticias de las seis y media y a las siete salió del apartamento.
Fue el primero en llegar a la oficina. Las secretarias empezaban su jornada a las ocho. Dejó el maletín con el ordenador de Pamira en su mesa y encendió el suyo. Como todas las mañanas, empezaría la jornada echando un rápido vistazo a las webs de sus periódicos favoritos, Der Spiegel , el Corriere , el Economist y el Financial Times . Como de costumbre, la dirección que apareció al abrir el navegador era la de la intranet de la empresa. Se quedó de piedra cuando leyó la primera noticia. El director de personal anunciaba que el brillante Kroeger había dimitido para perseguir otros objetivos profesionales. La empresa lamentaba esa decisión, pero le deseaba todo el éxito posible al ex empleado y le agradecía su excepcional contribución durante el tiempo que había permanecido en el cargo.
La noticia se había publicado a las siete, treinta minutos antes.
Jan no sabía si tenía que alegrarse o preocuparse más todavía. Detrás de esos mensajes estándar de recursos humanos podía esconderse cualquier cosa. Sólo esperaba que Kroeger no hubiera sido despedido por su culpa.
Sus pensamientos fueron bruscamente interrumpidos por una voz familiar.
– Buenos días, Jan, pensaba que iba a descansar unas horas más -Kluge se asomó a su despacho.
– Buenos días, doctor Kluge, ya he dormido, estoy bien, gracias. Y usted, ¿todo bien?
– Todo bien, gracias. Oiga, ya que ha venido, pensaba… Mañana tengo que ir a Shanghái para hacer un análisis de nuestros negocios en China con el gerente de la oficina. ¿Le iría bien acompañarme? No es obligatorio, que quede claro. Si prefiere descansar unos días más, está más que justificado.
Basta, no podía seguir viviendo así.
– Doctor Kluge, ¿cree que en un futuro podríamos planificar con un poco de antelación ese tipo de viajes? Cuando mi mujer y mis hijos estén en Múnich, no les gustará mucho que llegue a casa con ese tipo de noticias un día sí y otro no. De todos modos, teniendo en cuenta que por un período limitado de tiempo voy a seguir estando soltero, me encantará acompañarlo.
– Me alegro de oírlo. En cuanto a la programación, tiene usted razón. Le pediré a mi secretaria que repase con usted mi agenda para las próximas cuatro semanas. También me gustaría que me acompañara a Nueva York la semana que viene, donde tengo que reunirme con un importante cliente, y a final de mes a Londres, para el encuentro de los directores financieros de nuestra empresa. Además quisiera que llevara un proyecto en mi nombre aquí en Múnich. Se trata de un nuevo plan de incentivos para los vendedores. Hable con Pascul, nuestro director de ventas, ya le he informado de su participación. Bien, diría que eso es todo. ¿Usted tiene algo que comunicarme?
Jan estaba tan impactado con la noticia de Kroeger que se olvidó de su confesión, de entregarle el ordenador y de pedir perdón.
– No, ahora estudiaré un poco nuestros negocios en China y me ocuparé de los detalles para el viaje -consiguió farfullar.
– Estupendo, entonces hasta mañana en el aeropuerto. Que tenga un buen día.
– Igualmente, doctor Kluge. ¡Ah! Acabo de leer que hemos perdido al responsable de seguridad. ¿Era competente?
– Me enteré ayer a altas horas de la noche, fue una sorpresa. Una desagradable sorpresa. Y sí, era muy competente -Kluge se puso serio.
Dio media vuelta y se dirigió a su despacho.
A Jan le costó media hora recuperarse. Después llamó a Andreas, que todavía estaba en casa.
– ¿Puedes pasar por mi oficina antes de ir a trabajar? Tengo que darte una cosa.
– ¿Va todo bien? -preguntó preocupado su amigo.
– Sí, todo bien. Entonces, ¿puedes pasar?
– Claro, te llamo cuando esté abajo en la calle.
Veinte minutos después Jan entregó el maletín con el ordenador a Andreas.
De regreso a la oficina, empezó a pensar en su viaje.
Shanghái. Nunca había estado en Shanghái. Todo el mundo hablaba de esa ciudad, ¿cómo sería en realidad? Había estado varias veces en Pekín con su mujer, pero nunca había tenido la oportunidad de visitar otras ciudades chinas.
Bien mirado, tenía ganas de ir, quizá incluso podría ver algo. ¿Qué había en Shanghái? No se le ocurría otra cosa más que mucha gente y rascacielos, lo que se le había quedado impreso en la memoria a través de los numerosos reportajes sobre la ciudad publicados en todo tipo de revistas en los últimos años. Su esperanza de hacer una visita turística se desvaneció cuando una de las secretarias, que ahora se hacían llamar «asistentes personales», entró en el despacho con el programa de viaje. Salida de Múnich a las 12.00, a las 17.45 despegue hacia Shanghái desde Frankfurt, llegada a las 12.00 hora local del día siguiente. Más o menos once horas de vuelo y seis de cambio de horario. La primera reunión estaba prevista de tres a siete.
Llegada al hotel y luego cena de negocios a las ocho. Al día siguiente, reunión fijada a las ocho y media: una reunión interminable, ya que estaba previsto que durara hasta las siete de la tarde. Seguidamente, a las ocho, cena con el alcalde de Shanghái y algunos representantes de su gobierno.
El último día se reunirían con clientes y proveedores durante la mañana para, a continuación, ir directamente al aeropuerto a mediodía. Salida a las dos de la tarde, llegada a Múnich prevista para las cinco. Quizá los museos estaban abiertos después de la medianoche, pensó Jan con una sonrisa melancólica.
Cuando acabó de leer la agenda se metió en la intranet para buscar el organigrama de la empresa en China y se esforzó en memorizar los nombres de los directores más importantes. No era difícil, los chinos que trabajaban para empresas extranjeras se asignaban nombres occidentales. De este modo, el director de marketing pasaba a llamarse Frank Li, el de ventas John Tong, y el responsable de la fábrica, Peter Liu. El director financiero y el director general eran europeos.
Después de pasar más de una hora estudiando el material sobre China, la nación con más ventas anuales de móviles del mundo, Jan pensó que era el momento de ponerse en contacto con Pascul para presentarse y averiguar cuál podría ser su aportación en el proyecto de los nuevos incentivos para la red comercial.
Naturalmente el director de ventas no estaba en la oficina, estaba en París y volvería al día siguiente. Jan se presentó a la asistente personal de Pascul y le pidió que lo llamara a su regreso.
Telefoneó a Julia y le informó del segundo viaje intercontinental, luego habló con un par de amigos de Milán y pasó el resto de la jornada estudiando diversos modelos de incentivos de ventas en un libro que había encontrado en la biblioteca de la empresa, biblioteca que, entre otras cosas, estaba muy bien provista de libros de todas clases.
Читать дальше