Nino Treusch - El conejo blanco

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Jan Tes es un hombre de éxito. Tiene por delante una carrera envidiable, su mujer, Julia, es perfecta y tiene dos niños preciosos. Pero pronto se verá obligado a tomar una decisión que lo cambiará todo para siempre.
Una multinacional de telefonía móvil contrata a Jan, y a los pocos días de empezar se convierte en el testigo accidental de unas declaraciones que no debería haber escuchado. Cuando la empresa le ordena desmantelar el centro de fabricación y desarrollo de móviles en Bangalore, India, Jan decide que ha llegado el momento de decir la verdad. Su conciencia ya no le permite callar los motivos que se esconden tras la operación y decide hacer público aquello que mucha gente ha temido desde los inicios de la telefonía móvil: los usuarios están expuestos a una radiación que puede resultar mortal.
Una información que la multinacional ha mantenido oculta y una decisión por la que pagará un altísimo precio. Pero si la verdad no sale a la luz miles de personas morirán o enfermarán gravemente. La cuenta atrás ha empezado.
El conejo blanco es un original, compulsivo y trepidante thriller acerca de un tema de gran actualidad que ha dado pie a muchas teorías: ¿Hasta qué punto pueden ser dañinos los teléfonos móviles? ¿Qué sabemos de las ondas que emiten? ¿Qué nos esconden las multinacionales?

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Después de los tres segundos de silencio protocolario para respetar el luto, Kluge prosiguió.

– Pero ya se sabe que ocurren desgracias, y también ocurren muchas otras cosas en una gran empresa como ésta. Ahora, respecto a usted, Jan, yo puedo elegir entre tener un ayudante de paja o un brazo derecho. Es una cuestión de confianza, como podrá entender, difícil de establecer a priori. Tengo que poder fiarme completamente de su modo de actuar, de su discreción, y viceversa, eso vale también para usted en relación conmigo. Ha hecho usted un buen trabajo, dadas las circunstancias. Claro, todavía deberá pasar algún tiempo para que podamos ser una pareja unida profesionalmente hablando…

Jan sonrió.

– … pero creo que la situación requiere una aclaración que nos ayudará a avanzar en esa dirección.

Con un hilo de voz, Jan repuso:

– Por supuesto.

Eran pocas las verdades que podrían convencerlo.

Ni siquiera él sabía lo que quería oír. Si Kluge admitía irregularidades administrativas, lo pondría en la difícil posición moral de denunciar el hecho. Por otro lado, una historia inverosímil sería una sombra demasiado grande en su potencial papel de brazo derecho y, probablemente, lo obligaría a dimitir. No había contemplado otras hipótesis, y todas sus elucubraciones de los últimos días habían llegado a su fin.

– Jan, el cierre del centro y las afirmaciones de Mohindroo tienen orígenes completamente distintos. Nuestro ex colega indio asoció dos hechos independientes y sacó conclusiones que no se corresponden con la realidad. Mire, el cierre del centro viene dictado por factores puramente económicos. No es necesario que le muestre las cifras, pero trasladar la producción a China conllevará una notable mejora en los costes, teniendo en cuenta que la productividad por empleado es bastante superior en ese país, o al menos en este caso concreto.

»Pero vayamos a la segunda parte, la más desagradable a causa de los equívocos que ha generado. Debe saber que cada año financiamos una serie de investigaciones que tienen por objeto definir los efectos que las nuevas tecnologías o determinados desarrollos tecnológicos ya existentes tienen sobre los seres vivos. Siempre hay alguien que profetiza sobre desastres provocados por las ondas, sean del tipo que sean. Debemos ser capaces de defendernos.

– Me imagino que se trata de una investigación muy objetiva -sonrió Jan, aparentando saber cómo funcionaban ciertas cosas.

– ¿Objetiva? Sí, creo que al final es la más objetiva y pública de todas. Claro, nosotros escogemos los institutos de investigación a los que van destinados los fondos, pero no ejercemos ninguna presión ni en el método ni en los resultados. Al menos hasta ahora.

Jan asintió. No quería de ningún modo interrumpir la argumentación del jefe, estaba demasiado ansioso por llegar al final.

– Pero las investigaciones sobre las ondas son minoría, principalmente invertimos en estudios que sirven para comprobar la comerciabilidad de nuevos servicios y tecnologías. Éstos, en general, no se difunden inmediatamente al público, sea cual sea el resultado. Sería una ventaja para nuestros competidores si divulgáramos investigaciones que se refieren a productos o servicios futuros. «He recibido el último informe. Por fin lo han entendido. ¡Ahora! Ahora que saben que morirán todos»: fue eso lo que oyó, ¿verdad?

Jan contestó que sí con una energía insólita. Evidentemente, aquella charla era un alivio para él, una verdadera liberación.

– Bien, esa frase…, me disculpo por la confusión que ha creado, pero cuando conozca toda la historia quizá entenderá mi ira.

»Hace dos años un investigador nuestro desarrolló una nueva tecnología para la transmisión de datos, inimaginable hasta entonces, y que probablemente no tuviera competencia en los próximos cincuenta años. Fue un descubrimiento del todo casual, ya que nosotros fabricamos móviles y no enlaces de radio para operadores de telefonía.

»Pero tenía un gran inconveniente que advertimos en seguida: era nocivo. Nos dimos cuenta rápidamente tras hacer las primeras pruebas de laboratorio. No podía tener una aplicación comercial.

»Seguidamente, el ilustre doctor Richard decidió que él se encargaría de hacer las modificaciones pertinentes para que fuera inocuo. No informó a nadie de su proyecto y creó un pequeño grupo de trabajo, una unidad compuesta por catorce de nuestros mejores técnicos, y los puso a trabajar en un proyecto inútil del que ya se sabían de antemano los resultados. Fue tanta la presión que ejerció sobre aquellas cabezas pensantes que, hace algunos meses, uno de ellos encontró una posible solución. Haciendo una serie de modificaciones en el protocolo podían reducir su peligrosidad, pero no se sabía hasta qué punto.

»Eso fue suficiente para nuestro amigo.

»A pesar de que el resto de los ingenieros, trece para ser exactos, consideraban que en teoría las conclusiones de su colega eran posibles, todos estaban de acuerdo en que la mejora era insuficiente para que el proyecto pudiera tener un lanzamiento comercial.

»Pero la voz de ese único ingeniero fue suficiente para el doctor Richard. Pidió reunirse urgentemente conmigo y con Lee para informarnos de la necesidad de invertir en esa área concreta: quería abrir una nueva división empresarial que, aprovechando el descubrimiento, operase en el mercado de las infraestructuras de redes móviles.

»Probablemente usted no lo sepa, pero el doctor Richard ha hecho algo bien en su vida: casarse con Susanna Thon, hija de uno de los principales accionistas de nuestro grupo.

»A nadie le sorprendió que Lee, antes del encuentro, recibiera una llamada telefónica del suegro de Richard. Estaba al tanto del proyecto, naturalmente sólo en parte. El parecer de los expertos había sido excluido de la versión que tenía. Thon insistió en el hecho de que debíamos poner el máximo interés en esa oportunidad: un avance tecnológico de ese tipo garantizaría el desarrollo y la prosperidad de la empresa durante al menos los próximos diez años. Lee le prometió que seguiría personalmente el asunto y que lo mantendría al corriente de los progresos. Después de la llamada, convocó en su despacho a los catorce ingenieros que participaban en el proyecto. En mi presencia, los interrogó a todos, de uno en uno. Lee es una persona extremadamente competente, también desde el punto de vista técnico, y fue capaz de hacerse una idea muy precisa de la situación. Acabamos a las cinco de la mañana. La reunión con el doctor Richard estaba fijada para las once del mismo día.

»Aunque es verdad que yo no soy técnico, tras las entrevistas me quedó claro incluso a mí que el proyecto nunca podría salir al mercado. Hasta el ingeniero más optimista, el artífice de la mejora de aquel modelo, en el fondo estaba de acuerdo con esa valoración. Él mismo admitió que no habría presentado su trabajo si el doctor Richard no hubiera prometido una gratificación considerable a quien aportara mejoras al proyecto. Y lo hizo porque, si bien desde un punto de vista teórico sabía que en principio sus colegas no podían echar por tierra su teoría, en la práctica las posibilidades de llevarla a cabo eran muy escasas. Dijo que comprendía la obsesión del doctor Richard: se trataba de un proyecto revolucionario. Y toda revolución ejerce un atractivo hipnótico.

»Una vez acabadas las entrevistas, nos quedamos media hora más definiendo la estrategia de la reunión que se celebraría pocas horas más tarde.

Kluge hizo una pausa. Bebió un sorbo de agua y continuó.

– A las once el doctor Richard llegó puntual al despacho de Lee. Nos presentó su proyecto. No entró en detalles, pero en esencia pedía dos mil millones de euros para invertirlos inmediatamente en investigación y desarrollo, una suma que podríamos recuperar al cabo de pocos meses, una vez que se produjera el lanzamiento comercial de la nueva tecnología, que tendría un impacto extraordinario ya que nadie en el mercado se imaginaba algo semejante.

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