Chris Stewart - El loro en el limonero

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El loro en el limonero: краткое содержание, описание и аннотация

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Las vidas de Chris, Ana y su hija Chloë continúan en su cortijo El Valero. Un loro algo misántropo se colará en la familia, la chica lleva adelante su vida escolar en el pueblo, montan el teléfono, los vecinos siguen con sus algo locas historias de amor y pendencias, y de golpe descubren que su amado valle quizás esté una vez más bajo la amenaza de ser sumergido por la construcción de una presa.
Al mismo tiempo comienza la vida literaria de Chris y, tras el éxito de su primer libro Entre limones, los periodistas hacen el sendero del aislado cortijo hasta golpear inesperadamente su puerta y él hace recuento de su anterior vida: los duros tiempos en que iba a esquilar ovejas a Suecia (cruzando mares helados para llegar a remotas granjas); su primera toma de contacto con España para aprender a tocar la guitarra flamenca a los 20 años; o su ilustrísima carrera musical, primero como batería de un grupo escolar llamado Genesis (expulsado a los 17 años, nunca hubiera podido ser un Phil Collins) y con su paso por el circo de Sir Robert Fossett. Nuevos e irresistibles episodios de una historia entre limones.

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– Hola, bienvenido. Tú debes ser Cristóbal -dijo desviando su atención de la pantalla el tiempo suficiente para estrecharme la mano, tirar una colilla a la papelera y pasar la lengua por un cigarrillo recién enrollado-. ¿Qué te parece esto?

Sin más preámbulos volvió a hacer girar su corpachón hacia la pantalla e hizo clic en una imagen, revelando una inmensa extensión amarillenta de plásticos de invernadero que cubrían toda una serie de campos hasta llegar a la costa.

– No muy bonito, ¿verdad? -observó-, especialmente para los trabajadores que tienen que vivir y respirar todo el día las fétidas concentraciones de toxinas. Por eso utilizan emigrantes marroquíes, ¿sabes? Les pueden obligar a quedarse, y nadie va a preocuparse mucho de los problemas respiratorios que puedan tener.

Y José Luis se lanzó a soltar toda una retahíla de daños medioambientales y humanos causados por los empresarios de los invernaderos, hablando con pasión sobre los vertederos de bidones vacíos de productos agroquímicos, la tasa de criminalidad galopante generada por este nuevo negocio y sus temores de que el sucio mar de plásticos pronto empezara a invadir la Alpujarra.

José Luis parecía tan metido en este tema y aparentemente era un desastre tan terrible a pesar del impulso que estaba dándole a la economía local, que yo me sentía reacio a desviar su atención hacia un problema menor como el de la amenaza que suponía para nosotros la presa. Pero le habían hablado de nuestra entrevista en Málaga y quería saberlo todo sobre ella.

– Bueno… quizás podrías echarle un vistazo a esto -comencé a decir como pidiendo disculpas mientras ponía una hoja de papel en su mesa junto al cenicero.

– ¿Qué demonios es esto? -preguntó, mirándolo atentamente de cerca a través de una cortina de humo-. Parece como si fuera un diseño de acuario.

En realidad se trataba del bosquejo que yo había hecho del plano que habíamos visto en la carpeta de la Confederación Hidrográfica.

– Es la presa.

– Ah, es verdad… ¿y dónde la van a construir exactamente?

– Justo un poco más arriba de donde estamos, en El Granadino.

José Luis quitó con un soplido un poco de ceniza que había caído en la hoja de papel y estudió esta última con los ojos entornados.

– Pues venga, cuéntame todo lo que sepas sobre ella.

Así pues, le conté lo que era la presa, cómo lo habíamos descubierto y lo que los hombres trajeados nos habían dicho sobre ella.

José Luis frunció el ceño.

– Por lo que parece, tú y probablemente otros cuantos más vais a perder una parte considerable de vuestros cortijos -dijo-. Y todo el ecosistema del valle se va a ir al carajo con todas las de la ley.

– Eso es.

– Pues entonces, mejor que hagamos algo, ¿no?

En Andalucía el método preferido para afrontar las amenazas al medio ambiente o cualquier otra agresión al interés público, es la celebración de una fiesta. Con esto pueden conseguirse varios objetivos al mismo tiempo: recaudar dinero, aumentar el nivel de concienciación pública sobre un problema y, por último pero no menos importante, que todo el mundo se divierta.

Una vez que José Luis empezó a ocuparse del caso, el Colectivo se puso rápidamente en acción. Se constituyó un comité de fiesta; se imprimieron y distribuyeron pósteres que anunciaban la fecha y el local; se encargó cerveza, vino y montañas de carne; y se contrató al tipo de músicos que estuvieran dispuestos a tocar gratis. El local tal vez no tenía demasiado de ecológico -la fábrica de cemento de Tablones- pero era lo más parecido a un trozo de terreno llano que podía ofrecer Tablones. La fecha era un sábado de mediados de agosto.

La noche señalada era calurosa y llena de estrellas – como siempre ocurre en agosto. Ana vendía vales de comida y bebida, mientras que yo trabajaba en el puesto de los pinchitos. El vino no era de los mejores pero, con el calor de la noche atizando la barbacoa hasta convertirla en un infierno, bebías cualquier cosa que podías. Apuraba una y otra vez mi vaso de papel a la misma velocidad que, enfrente, Abu Bakr se atiborraba de té de menta en el puesto de pinchitos de carne halal montado para el contingente musulmán.

Yo había preparado para mis pinchitos un exótico adobo a base de jengibre, ajo, cebolla, guindilla, salsa de soja, miel y jerez. Sin embargo no resultó tan bueno como esperaba, puesto que le puse demasiado jerez y por eso el adobo no se quedaba adherido a la carne. Además, los trozos de cerdo que había cortado eran demasiado grandes, lo que hacía que la dulce y jugosa carne se quemara por fuera y se quedara cruda por dentro. Pero de todos modos los comensales estaban demasiado borrachos para darse cuenta.

El primer número, al caer la noche, fue una banda de música cubana compuesta por españoles y alemanes, con un vocalista francés cuya voz me recordaba a Billie Holiday. Musicalmente, eran todo lo buenos que podía esperarse una noche como ésta, pero prácticamente no se les oía porque el colectivista a cargo del sistema de sonido aún no había llegado. De todos modos, la noche era joven y, después de las doce, la amplificación se puso en marcha y empezaron a llegar juerguistas de todos los rincones de la Alpujarra, y hasta de Motril y Granada.

José Luis se abrió paso entre la multitud, sonriendo exultante y saludando a la gente con grandes palmadas en la espalda, lo que fue dejando un rastro de carne y vino por el suelo.

– ¡Hay lo menos mil personas aquí, o incluso dos mil! -gritó mientras un repentino estallido de graves y batería anunciaba el siguiente acto.

Una banda Thrash había subido al estrado. Se trataba de los estudiantes de fontanería de José Luis, buenos candidatos a la peor banda de Andalucía. El cantante principal daba saltos por el estrado vociferando unas letras indescifrables contra una cacofonía de ruido blanco que a cada momento resultaba más dolorosa. Incluso los españoles más endurecidos, que son capaces de charlar hasta por encima de un huracán, parecían huir de los altavoces. Pero los miembros de la banda estaban tan encantados de tocar que no había manera de bajarlos del estrado. Sin embargo, finalmente se le ocurrió a alguien la idea de desenchufar el cable y un suspiro de alivio se elevó por encima de la muchedumbre.

Ana se acercó sonriente para tomarse un pinchito.

– Hay un buen nivel de asistencia, ¿verdad? -dijo-.

¡Por lo menos debe haber quinientas personas! Es un principio fantástico.

Mi respuesta fue interrumpida por un tremendo y agudísimo chirrido de realimentación del micrófono mientras José Luis se preparaba para dirigir unas palabras a la muchedumbre.

– ¡¡Amigos y compañeros!! -chilló-. Ya sabéis por lo que estamos aquí esta noche. Estamos aquí para salvar la Alpujarra. -Estalló una ovación entre los congregados-. Estamos aquí para salvar la Alpujarra de los tiburones y de los buitres -y la ovación aumentó de intensidad-, de los especuladores y de los promotores inmobiliarios, de los crueles industriales que intentan destruir nuestras montañas…

A José Luis se le daba bien esto; era un orador nato y la muchedumbre ya estaba de su lado. Como se trataba de las Alpujarras, el grueso de ésta estaba compuesto por personas de estilo de vida alternativo -anarquistas, pintores, curanderos, herbolarios, meditadores, vegetalistas, ovolactovegetarianos y demás gente por el estilo-junto con unos cuantos cabezas rapadas y bravucones que habían venido a pasar una noche de sábado de música Thrash y pinchitos. Aún así, reinaba una sensación de euforia y, mientras José Luis se lanzaba de lleno a una arenga sobre las amenazas al medio ambiente alpujarreño -la presa, la fábrica de asfalto, el entubamiento de los ríos- el ruido sordo de la multitud se convirtió en un rugido al tiempo que aparecían puños por lo alto. Al parecer, esta vez los buitres y los tiburones no iban a tener nada que hacer.

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