– Eso me han dicho -respondí.
– Pero le diré lo que vamos a hacer -dijo el director-. Si usted me escribe una carta exponiendo brevemente sus razones por querer sacar a Chloë de la clase de Religión, haré una excepción con usted.
– La tendrá el lunes por la mañana -dije.
– ¿Qué ha dicho, papá, qué ha dicho?
Me pregunto por qué los niños tienen que repetirlo todo.
– Bien, he ido a ver al director y me ha dicho que si le escribo una carta buena te dejará cambiarte a Ética.
– ¡Yupii! Gracias, papá, gracias.
– Pero tendrás que ir a Religión el viernes, no voy a tener terminada la carta tan pronto.
– No me importa, papá, no me importa nada.
Disponía del resto de la semana y del fin de semana para escribir la carta. Y no me iba a sobrar ningún tiempo. Esto eran palabras mayores, redactar un ensayo filosófico para el director. Iba a necesitar tiempo para calentar motores y perderme en una maraña de argumentos para después retomar el hilo, o explorar mi tesis central desde toda una serie de ángulos.
Tras afilar mi lápiz y servirme una bebida, me puse a matar algunas moscas. Después abrí mi cuaderno, quité unos pegotes de cera de la mesa y cogí el periódico.
Me desperté sobresaltado cuando una voz me sacó de mi ensimismamiento.
– ¿Le estás escribiendo esa carta al director, papá?
– Eeeeh, sí, justamente lo estaba haciendo.
– ¿Puedo ver lo que has escrito?
– Todavía no es mucho, solo dice «Estimado Don Antonio» -En español «don» se escribe con minúscula.
– ¿Ah, sí?
– Todavía no has escrito mucho, ¿verdad? -añadió Chloë cogiendo sus rotuladores y yéndose al otro extremo de la habitación.
Pero pronto la musa comenzó a tomar las riendas y escribí de una sentada tres o cuatro párrafos pasables. Me eché hacia atrás para admirarlos y entonces entró Ana.
– ¿Cómo va el ensayo? -preguntó y, viendo que ya iba por la segunda página, añadió-: ¿Has terminado ya con la Contrarreforma? -Decididamente había una sonrisita bailándole en los labios. Sin embargo, Chloë se había puesto de pie de un salto con una expresión de preocupación en la cara.
– No va nada mal, a pesar de las interrupciones.
Y blandí despreocupadamente la hoja en dirección a Ana -una imprudente decisión puesto que no quería que la leyese todavía.
Ana frunció el ceño y su cara empezó a adquirir una expresión de concentración.
– Chris, no puedes poner eso… -anunció cogiendo la hoja.
– ¿Qué es lo que no puede poner? -preguntó Chloë acercándose a la mesa.
– ¡Por el amor de Dios!, ¿quién está escribiendo la carta?
– Es demasiado poco claro, Chris. No creo que nadie entienda a qué diantres te estás refiriendo -dijo Ana, completamente en serio ya.
– Papá, anda, hazlo bien, porfi… por favor, papá.
– Por ejemplo -continuó Ana-, ¿qué es lo que quieres decir exactamente con eso de «la deformación de las tendencias naturales de los niños hacia lo numinoso»? ¿De dónde diablos ha salido todo eso?
No andaba muy equivocada.
– A lo mejor tienes razón…
– ¿Pero tú sabes lo que quiere decir?
– Bueno…, lo leí en un libro, se refiere a lo de quedarse sobrecogido por la presencia de lo divino. -En realidad no sonaba mucho más convincente en palabras del autor.
– ¡Papá! -farfulló Chloë exasperada-. ¿Qué tiene ESO que ver? Y además, es «la razón», no «el razón», ¿es que no sabes nada?
A continuación, Chloë empezó a dictarme con expresión concentrada, subrayando cada palabra con un movimiento de su rotulador.
– ¿Por qué no dices simplemente que quieres que cuando sea mayor me convierta en una buena ciudadana en una… esto… mmm… ah, sí, en una sociedad secular, y que crees que es la Ética lo que mejor me puede enseñar a serlo? -Finalizó con un golpe dramático de su rotulador en la mesa y arrimó su silla a la mía para supervisar el trabajo secretarial.
Me quedé atónito. Hasta Ana había levantado una ceja. Si este cambio de clase podía revelar tales dotes retóricas en mi hija, sin duda merecía la pena.
– Chloë -dije boquiabierto-. Eso es genial. Es un argumento extraordinariamente bueno, sencillo, directo…
– Bueno -dijo Chloë encogiéndose de hombros-. Funcionó con Hannah y Alba Recio. ¿Por qué no voy a decirlo yo también?
El lunes por la mañana introduje la carta en el sobre de aspecto más respetable que encontré y la envié al colegio con Chloë.
– Si pierdes esta carta te tendrás que quedar en Religión para siempre -le advertí.
Al día siguiente Chloë regresó del colegio en estado de euforia.
– Don Manuel dice que ya no tengo que ir más a Religión -dijo-. Gracias, papá, gracias.
La verdad es que me puse bastante contento.
Esa misma semana me encontré en el pueblo con Tina, la madre de Hannah. Tina es una mujer guapa y enérgica que dirige con su marido un consultorio médico y un cortijo. Pero nunca está demasiado ocupada para pararse a charlar, y siempre resulta un placer el hacerlo.
– Chloë está contentísima de estar ahora con Hannah en la clase de ética -anuncié. Pensé si añadir una breve descripción de mis esfuerzos epistolares, pero parecía un poco gratuito.
– Ajá -dijo Tina, como esperando a que continuara con el tema principal.
Esto me molestó un poco.
– Estoy algo preocupado -proseguí- de que se sienta muy por detrás del resto de la clase. Todavía no le han dado ningún libro de texto, ¿sabes?
– ¿Libro de texto? -Tina me miró con incredulidad-. Pero está haciendo Ética.
– Sí, ya lo sé, pero tendrán al menos un libro de referencia o algo, ¿no?
– Chris -dijo con la misma mirada de incredulidad-. Tú sabes lo que es Ética, ¿verdad?
– Bueno, creo que sí, he elaborado un argumento bastante bueno sobre las razones por las que Chloë debe estudiarla… -Pero no tuve ocasión de repetir el elocuente razonamiento de Chloë porque las siguientes palabras de Tina me dejaron con la moral por los suelos.
– Es colorear, Chris.
– Glup -dije tragando saliva-. Entonces, ¿no son debates sobre moralidad?
– No, Chris, solo son… lápices de colores.
Una de las cosas que nos impulsaron a Ana y a mí a establecernos en Andalucía fue nuestra afición al flamenco. Antes de llegar aquí nos veíamos yendo los do? a Granada a pasar noches enteras en las salas de flamenco, mientras que yo alimentaba la idea de revivir las clases de guitarra de mi juventud a los pies de algún maestro local. Sin embargo, al final ha resultado que en el tiempo que llevamos aquí hemos visto muchos más pastores que guitarristas: o ha sido demasiado difícil encontrar a alguien para cuidar de los animales, o no queríamos arrastrar a Chloë a unos bares oscuros y llenos de humo, o bien no nos llegaba el dinero. De hecho, la triste verdad es que nuestro contacto con guitarristas andaluces de primera ha sido más que nada a través de cintas que nos han enviado amablemente unos amigos de Madrid.
Sin embargo, ha querido el destino que Chloë haya desarrollado su propia afición al baile flamenco -o, para ser más exactos, a las Sevillanas, esas piezas acompañadas de castañuelas que no pueden faltar en ninguna fiesta andaluza. Desde una edad muy temprana se quedaba de pie hipnotizada delante del estrado estudiando todos los movimientos de las bailaoras. Más tarde, cuando le compramos su primer traje de gitana, me emocionó verla dar vueltas, hacer palmas y zapatear con ellas. Esperaba que su entusiasmo la indujera a aprender a tocar la guitarra pero, desgraciadamente, se ha resistido a todos mis intentos por interesarla en este instrumento. Para mayor desgracia, y trayéndome con ello dolorosos recuerdos de mis días de Sevilla, parece preferir el acompañamiento de una cinta al de su padre.
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