Una de las razones por las que Ana no tenía tiempo para escribir notas era que estaba haciendo los preparativos para ir a encontrarse con su madre y pasar con ella en Málaga el fin de semana, dejándome a mí al cuidado de Chloë, el cortijo y los animales. Di de comer al ganado y, antes de instalarme para dedicar una larga jornada de duro trabajo a la contemplación del ordenador, me puse a preparar masa de crepes para Chloë. Cuando haces crepes siempre consigues que los niños se pongan de tu parte, lo cual hace, en mi opinión, que el asunto del cuidado de los niños se asiente sobre las bases adecuadas.
A las seis me dirigí al otro lado del valle para recoger a Chloë de la casa de una amiga del colegio.
– ¿A que no sabes lo que tenemos para cenar esta noche? -le dije mientras bajábamos juntos hacia el río.
– Crepes, supongo -contestó algo ausentemente tras lo que, reanimándose un poco, añadió-: ¡Yupiii!, mi comida favorita.
Evidentemente, había algo que le preocupaba.
– ¿Papá? -preguntó tras una pausa.
– ¿Sí?
– Papá, ¿me prometes que no te vas a enfadar si te pregunto una cosa?
– Intentaré prometerlo, aunque depende de lo que quieras preguntarme.
– Bueno, pues… quiero dejar de ir a clase de religión. Es que ya no me gusta. ¿Puedo, papá? ¿Puedo dejar de ir?
– No tengo por qué enfadarme por una cosa así, ¿no? Verás lo que vamos a hacer, hablaremos de ello cuando vuelva tu madre.
Normalmente puedo soslayar los asuntos espinosos con este sencillo dispositivo dilatorio, pero esta vez Chloë no estaba dispuesta a dejarse desviar del tema.
– Pero tenemos Religión el viernes y no quiero ir. ¿Puedes ir a hablar con el profesor para decírselo? Anda, papá, por favor.
Para entonces ya habíamos llegado al puente, por lo que la conversación quedó momentáneamente en suspenso mientras avanzábamos con cuidado por las vigas de madera por encima de un torrente de aguas blancas.
La cuestión de la Religión no era nueva en absoluto. Cuando Chloë empezó a ir al colegio estuvimos dudando mucho tiempo entre dejarla en la clase de Educación religiosa o decidirnos por la de Ética, alegando mi agnosticismo empedernido. Al final resolvimos que un conocimiento introductorio de la Biblia y de los principios del Cristianismo supondría más una ventaja que un inconveniente a la hora de aprender la literatura y la cultura europea. También parecía ser una buena manera de familiarizarse con los rudimentos de los numerosos festivales y fiestas de santos que salpican el calendario alpujarreño.
Una ojeada a los libros de religión nos convenció de que en ellos también se le daban a la oposición todas las oportunidades. Había breves descripciones de otras creencias, acompañadas de caricaturas de hombres de tonalidad oscura y ojos saltones con taparrabos sentados en la posición del loto. Mahoma y los musulmanes recibían escasa atención si mal no recuerdo -se encuentran peligrosamente cerca de Andalucía- pero las religiones más orientales se suponía que estaban suficientemente lejos para no representar una amenaza. Sin embargo estos libros evidentemente no se editaban pensando en Las Alpujarras. Aquí están bien representadas todas las religiones orientales, y en un radio de diez kilómetros de Órgiva hay más cultos y sectas y sub- sectas que varillas de incienso en un almacén de productos esotéricos.
Seguí preguntándole un poco más a mi hija.
– ¿Por qué estás tan en contra de la clase de religión, Chloë?
– La Religión es aburrida y no me gusta, y además la Ética es mucho más interesante.
– Ah, pero ¿cómo sabes que es más interesante?
– Me lo ha dicho Hannah.
– Claro, ella ya debe saber bastante de eso.
Hannah es la mejor amiga de Chloë. Es alemana y sus padres son bastante progresistas, por lo que optaron desde el principio por que no fuera a las clases de religión.
– Y Zohra también -añadió Chloë. Zohra es otra buena amiga de Chloë y, como puede deducirse por el nombre, es musulmana.
– Y Alba Recio.
Los padres de Alba Recio son españoles progresistas. La imagen iba quedando ya más clara: a Chloë le gustaba la idea de formar parte del pequeño círculo exclusivo, sentándose aparte y estudiando ética mientras las masas aborregadas recitaban monótonamente el catecismo y aprendían a pasar las cuentas del rosario. Me había quedado impresionado y, mientras nos sentamos a comernos juntos las crepes, me puse a meditar en voz alta sobre lo interesante que era el tema de la ética.
Chloë estuvo absolutamente de acuerdo y, antes de que se fuera a acostar, leímos dos capítulos de Heidi, uno de los libros favoritos de Chloë en aquel momento. Había esperado poder mantener una conversación con ella sobre los diferentes universos éticos del abuelo y de la Señorita Rottenmeier, pero nos enfrascamos en los efectos asombrosamente curativos del queso tostado y del aire de montaña sobre la discapacidad de Clara. Observé, sin embargo, que Chloë no parecía tener nada en contra de que el abuelo regresara a la iglesia del pueblo a codearse con el párroco.
La noche siguiente, cuando Ana llegó a casa, le hablé de nuestra conversación. «¿Estás seguro de que no quiere tener simplemente una hora libre para hacer el tonto con sus amigas?», dijo.
A veces Ana puede ser terriblemente desconfiada. Sin embargo, estuvo de acuerdo en que sería hipócrita por nuestra parte obligar a Chloë a seguir con la Religión si había decidido específicamente optar por la Ética, y en que tal vez debíamos ponernos del lado de nuestra hija en esta ocasión. Personalmente, estaba encantado con la postura anticlerical de Chloë y pensaba que era un buen presagio para un futuro de librepensamiento. Así pues, a la tarde siguiente me fui a ver a su profesor, don Manuel.
Chloë se quedó haciendo el indio por el patio mientras yo subía a la planta de arriba para cerrar el trato. Don Manuel se mostró muy comprensivo pero, dijo, había un problema: el trimestre estaba ya muy avanzado y, normalmente, si querías cambiar de asignatura tenías que hacerlo a principio de curso. Se trataba del tipo de irregularidad que podría hacer que todo el mundo pretendiera subirse al mismo carro porque, me confió, había muchos alumnos que querían cambiarse de clase. La Ética, al parecer, estaba haciéndose cada vez más popular.
– Ay, don Manuel, ¿porfi? -dije, utilizando sin darme cuenta la abreviación infantil de «por favor».
– Mire, le diré lo que vamos a hacer. Vamos a ver a don Antonio, el director, a ver si tiene alguna sugerencia. ¿Qué le parece?
– Muy bien -dije-, me parece bien.
Y don Manuel me condujo hasta el despacho del director. Hacía años que no había estado en uno de ellos, y me sorprendí a mí mismo mordisqueándome la uña del dedogordo. Pero don Antonio era una persona agradable e inteligente que pronto hizo que me sintiera a gusto. Nos estrechamos la mano calurosamente.
– ¿Qué puedo hacer por usted? -preguntó.
Miré a don Manuel y don Manuel me miró a mí. Entonces éste expuso mi caso.
– Sí, eso es exactamente -dije.
– Muy bien -dijo don Antonio despacio-. Pero dígame, ¿por qué exactamente quiere que su hija haga Ética en lugar de Religión?
Tosí para ganar un poco de tiempo.
– Bueno, pues la cuestión es que… -y le ofrecí a don Antonio con frases entrecortadas un argumento sobre los ideales humanistas y mis deseos de animar a Chloë a pensar más allá de las limitaciones de la religión.
– Eso me parece razonable -dijo-. Pero usted comprenderá el problema de Manuel, ¿no? Si concedemos este privilegio a su hija, también todos los demás querrán cambiarse a Ética. La Ética es una asignatura muy popular, ¿sabe?
Читать дальше