Puede detenerse y darse la vuelta en el aire con una precisión pasmosa, y ha desarrollado una astuta estrategia para atravesar la cortina de flecos. Antes solía aterrizar primero, atravesar la cortina andando y echar luego a volar de nuevo, pero eso suponía una ocasión para que los gatos hicieran un intento de atraparlo, por lo que ha perfeccionado laboriosamente la técnica de aterrizar en la cortina, separar los flecos de cuentas con las patas, asomar la cabeza y el cuerpo por el hueco y, después, dejándose caer al otro lado, volver a elevarse de nuevo con un aleteo antes de que sus patas toquen el felpudo.
Además de su devoción a Ana, la otra obsesión de Porca es construir nidos. Durante un tiempo nos preguntamos si nos habíamos equivocado de sexo, pero de hecho son los machos los que se encargan de la mayor parte de la construcción en el mundo de los loros. Día tras día, Porca se dedicaba a volar por la casa y el jardín recogiendo un desconcertante surtido de cachivaches: palillos chinos, cordel de empacar, trozos de papel, ramitas, bolígrafos y cepillos de dientes. Resulta difícil imaginar cómo obtienen los loros estos pertrechos en las selvas del Brasil.
Una vez recogidos estos materiales, los colocaba de tal manera que ni siquiera con la imaginación más vivida podía verse la menor semejanza a un nido. Algunos objetos los apoyaba contra las patas de una silla; el cordel era entretejido entre patas y palillos; colocaba un cepillo de uñas de plástico en el lugar de honor en el centro; y para mantener el delicado equilibrio arquitectónico, aquí y allá dejaba briznas de hierba toscamente colocadas.
Porca seguía trabajando, seria y frenéticamente, insensible a mis burlas ante sus esfuerzos. Era cruel por mi parte ridiculizarlo, puesto que su incompetencia se debía sin duda al hecho de haber nacido en cautividad y a que sus padres no sabían o no pudieron transmitirle la información que necesitaba. Sin embargo, estoy seguro de que si Porca hubiera estado adecuadamente equipado, se habría reído a carcajadas de las desgracias e incompetencia de todos los demás.
Fuera de la casa, Porca suele posarse en la acacia, donde se dedica a ignorar deliberadamente a las palomas -humildes criaturas- o a gandulear en su comedero, un cachivache rústico que improvisé para él esperando así poder hacer en paz un día mis abluciones en el cuarto de baño.
A veces, se lanza en picado hacia abajo, sobrevolando el cortijo para llegar hasta el valle allá lejos. Ana considera a Porca como una especie de halcón. Se pone de pie al borde de la terraza, con el loro posado en el brazo en espera de su orden. Entonces, con un hábil golpe de muñeca, lo lanza surcando el aire hacia el valle con un graznido. «¡Uiiiiiii!», grita Ana. Porca se mueve como un cohete y, cuando el sol le da en las alas, lanza un destello verde como si se tratase de una esmeralda volante.
Una mañana, mientras subía por el río Cádiar montado en su burra, Domingo se quedó asombrado al ver un batir de alas verdes acompañado de la llegada del loro, al que apenas conocía. Porca se posó entre las enormes orejas de la burra, semejante a un piloto que guiara su barco río arriba, contempló el paisaje durante unos momentos y después remontó el vuelo con un graznido. Actualmente, muchas veces se va volando para posarse en el hombro de Domingo y mirarle mientras trabaja en los campos del río. Domingo le da de comer habas, que le encantan, y Porca las coge delicadamente de sus dedos.
Yo probé a hacerlo una vez y nunca más repetí.
Sin embargo, cerca del final de su primer verano, le sucedió algo a Porca que hasta le aseguró mis simpatías: fue pisado por un caballo.
Ni siquiera ahora estoy del todo seguro de cómo sucedió. Me encontraba ayudando a Pepe el herrero a herrar a Lola cuando noté enredando por el suelo una cosa de color un poquitín más verde que la hierba. Nunca he entendido el atractivo que tienen las virutas de los cascos para los animales, pero a los perros les vuelve locos su sabor, y Porca seguramente estaba peleándose con ellos por una parte. Entonces Pepe dio un martillazo al último remache y dejó caer la pata de la yegua. Un chillido desgarrador atravesó el aire. Porca se había quedado atrapado debajo de Lola y, entre graznidos y aleteos, trataba de escaparse de la monstruosa pezuña que lo aprisionaba.
Lola por supuesto no era consciente en absoluto de que estuviera sucediendo nada por la parte inferior de sus cuartos traseros, y permanecía firme e impertérrita. Me hicieron falta un par de segundos para darme cuenta de lo que había pasado. Me apoyé en ella con todas mis fuerzas y le levanté la pata. Porca salió disparado en un torbellino de alas y, chillando como un cerdo degollado, echó a volar hacia la casa.
Para cuando llegué jadeando a la cocina, la habitación se había convertido en un escenario del dolor. El pobre Porca yacía triste y lastimado en el pecho de Ana, con la cabeza apoyada en su cuello, mientras mi mujer le miraba afligida y le acariciaba las plumas despeluchadas del lomo. Chloë, a quien el loro había hecho sufrir casi tanto como a mí, estaba desolada, como lo estábamos todos. Yo pensaba que Porca tenía posibilidad de sobrevivir a causa de la energía que había desplegado al alejarse volando del lugar del accidente, pero no cabía duda de que era un perico muy disminuido. Toda su agresividad y sus poses de machismo habían desaparecido mientras yacía flácido y triste, mirando con dolorosa adoración la cara de su amada Ana.
A lo largo de la mayor parte de aquella semana siguió reinando un ambiente apagado en la casa. Nos parecía que la pata de Porca estaba tan terriblemente destrozada que tal vez no volvería a poder utilizarla. El loro es un animal con tres extremidades útiles: las alas le sirven para volar pero para no mucho más, mientras que utiliza el pico y las patas para la locomoción y la alimentación -una pata para sujetar la comida, la otra para mantener el equilibrio y el pico para partirla. Y aparte de eso está la limpieza, sirviéndose tanto del pico como de las patas para atusarse las plumas. Con solo una pata para mantenerse de pie, Porca no podría llegar hasta las plumas de la parte posterior de su cabeza y, dado que los loros son muy meticulosos con el aseo, comenzaría a decaer.
Resolvimos el problema de la alimentación por medio de un alambre con una pequeña pinza cocodrilo en un extremo y con el otro fijado a un bloque de plástico -una placa, al parecer, para poner los nombres de los comensales en una cena con invitados que había ido a parar misteriosamente al cajón de los cubiertos. Pero a Ana le preocupaba que, en su debilitada situación, Porca fuera presa fácil de los gatos, que estarían deseosos de tomarse la revancha tras las humillaciones a que los había sometido. Ana calculaba que la noche sería el momento en que lo intentarían, ya que Porca no podía volar a oscuras y se quedaría quieto en cuanto se apagaran las luces. Resolvió el problema llevándose el loro a la cama.
Comenzó en una especie de nido en el poste de la cama, pero al cabo de poco tiempo el loro se había dejado caer introduciéndose entre las sábanas, colocándose bajo el edredón con Ana. Por supuesto esto presentaba un grave conflicto de intereses, puesto que ahí era donde yo también quería estar, considerando además que tenía mayor derecho. Sin embargo, si era lo suficientemente imprudente como para ir acercándome poco a poco a la otra mitad de la cama y a Ana, Porca lanzaba un graznido y me atacaba con un fuerte picotazo. Las cosas no podían ser peores para la armonía matrimonial.
Contra todo pronóstico, la pata destrozada de Porca empezó a curarse y a recuperar fuerza. Primero comenzó dando golpecitos con precaución en su percha, y poco después empezó a apoyar su peso en ella. Ana, además de alimentarle con la calidez de su cariño -lo llevaba colgado de la cintura en una especie de bolsa marsupial- le aplicaba bálsamos curativos recomendados por sus tomos de medicina herbológica. Kate, una médica homeopática amiga suya, nos ayudó con un tratamiento de pequeñas píldoras blancas personalizadas para él. Parecía bastante satisfecha de tener la oportunidad de añadir un loro a su lista de clientes satisfechos, y sugirió que intentáramos tratarle también la agresividad. «Se puede resolver prácticamente todo -dijo- con la homeopatía.»Por desgracia, los remedios milagrosos de Kate no eran nada frente a la naturaleza inherentemente canallesca de Porca. En cuanto mejoró su pata, regresó a sus viejos ardides, echando a volar de improviso para atacarnos con saña a mí o a Chloë sin el menor motivo. Pero la mayor parte de su malévola energía la reservaba para aterrorizar a nuestros invitados. Porca tiene una habilidad infalible para descubrir a la persona a quien más miedo le dan los loros, y se lanza en picado hacia ella con el pico preparado para agarrarle el lóbulo de la oreja o un mechón de pelo. Para un lorófobo -y los hay a montones- este tipo de trato resulta insoportable.
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