A partir de ese momento, él y Amanda iban a formar parte de su vida. Claro, eso haría que se encontrara en la desagradable tesitura de contarle a Amanda, quién estaba intentando por todos los medios concebir un hijo, no solo que él ya tenía uno, sino que además era un delincuente juvenil vegano con el pelo verde.
Tal avalancha de responsabilidad paterna hizo que John comenzara a hiperventilar de nuevo, al tiempo que apretaba los puños mientras caminaba.
Las palabras de Isabel lo obsesionaban casi tanto como aquello. «… Donde he conseguido que nos acojan temporalmente», había dicho.
«Nos».
Para ella eran más familia de lo que cualquier ser humano había sido jamás para él. Y si Nathan era realmente su hijo, aún más.
Tuvo el artículo acabado a medianoche y, aunque prometía superar los sueños más salvajes de Topher, no contenía el tipo de pruebas irrefutables que harían que el FBI se lo tomara en serio. El Weekly Times había publicado demasiadas historias sin fundamento en el pasado. ¡Ojalá estuviera aún en el Inky!
Se borró aquella idea de la cabeza de un plumazo. Necesitaba algo concluyente sobre Faulks. No tenía ni idea de cómo lo haría, pero, por el bien de Isabel y por el de los primates, estaba decidido a darle la puntilla.
John estudió detenidamente el contenido de la bandeja de entrada de Peter Benton, mientras se mordía y se arrancaba las cutículas y se arrepentía de toda la cafeína que se había tragado. Ya eran cerca de las once y media y tenía que enviar el artículo a las doce. Lo tenía escrito y listo para ser remitido, pero no lograba pulsar el botón de «enviar». Estaba buscando un último detalle que hiciera que aquello pasara de ser un cotilleo malintencionado más del Weekly Times a la noticia del año.
A las once y treinta y siete sonó el teléfono de John. Era Ivanka.
– ¡Está aquí! -gritó, imponiéndose sobre un ruido de fondo ensordecedor de música y voces-. Muy borracho, muy asqueroso, pero digo que llamo y llamo. No tenía que trabajar esta noche, pero pregunta por mí. Me quedo suficiente para baile en regazo, luego me voy. Ven si quieres, pero creo que esta noche no buena noche para hablar.
– ¡Ivanka! Necesito que me hagas un favor. Ve a un sitio donde nadie te oiga.
Ella así lo hizo y lo escuchó mientras le pedía lo que necesitaba.
– Claro -dijo ella-. Puedo hacerlo. -John casi pudo oír cómo se encogía de hombros al responder.
La espera le resultó agónica. John encendió la televisión e intentó concentrarse en ella. Se puso a pasear de arriba abajo, se mordió las uñas, se pasó las manos por el pelo y se rascó el cuero cabelludo. Recorrió los brazos con las manos arriba y abajo, como buscando algo. Cuando entró en el baño, se sobresaltó al ver su propia imagen en el espejo. Respiró hondo varias veces mientras se miraba a los ojos. Se acarició el pelo con las manos y fue a sentarse en el borde de la cama. Apagó la televisión al pasar por delante de ella.
A las doce y un minuto sonó el teléfono.
– Ya lo tengo -dijo Ivanka.
– ¿Dónde estás?
– En mi habitación.
John colgó, se levantó de la cama de un salto y metió los pies en los zapatos. El teléfono volvió a sonar al momento.
– Ahora subo -dijo furioso, mientras intentaba someter a la fuerza el talón recalcitrante de un zapato.
– Lo único que deberías estar haciendo es enviarme mi maldito archivo -dijo Topher.
– Me voy a retrasar, pero será lo más explosivo que hayas visto jamás, y publicarás cada palabra exactamente como yo la he escrito -le dijo antes de que se pusiera a despotricar.
– Eso lo decidiré yo -dijo Topher.
– Por supuesto que sí -repuso John-. Y créeme, lo harás.
Unos instantes después, John llamaba a la puerta de Ivanka. Esta la abrió una rendija y le tendió una BlackBerry.
– El turno de Katarina empieza en veinticinco minutos. Trae en diez. Ella llevará a objetos perdidos.
John corrió escaleras abajo con la BlackBerry de Faulks en la mano, mientras empezaba a reenviarse todas las configuraciones, los correos electrónicos y los mensajes de texto incluso antes de llegar a la habitación. La aplicación del correo electrónico lo remitió a un servidor proxy anónimo que contenía los correos de Peter Benton. No cabía ninguna duda de que había estado conspirando con Faulks antes, durante y después de la explosión, ni de que Benton había intentado extorsionarlo para sacar más dinero después de los hechos. Había también otras cosas interesantes, como archivos que contenían cifras de audiencia e información sobre suscripciones que discrepaban radicalmente de lo que Faulks proclamaba públicamente.
«Vamos, vamos», se dijo, mirando el reloj y controlando el portátil al mismo tiempo. Aunque los había seleccionado y enviado a la vez, cada archivo llegaba por separado y de manera desordenada. Por supuesto, aquello no importaba, pero tenía que asegurarse de que estaba en posesión de hasta la última pizca de información antes de devolver el aparato. Cuando apareció en su correo electrónico el número correcto de mensajes, volvió a centrarse en la BlackBerry y borró todo rastro de que los correos electrónicos habían sido reenviados. Luego volvió sobre sus pasos y le subió la BlackBerry a Ivanka.
Esta le abrió la puerta vestida con un esponjoso albornoz. Estaba aún completamente maquillada, pero se estaba quitando las horquillas del pelo y las prendió en el borde del bolsillo, alineadas como grapas.
– ¿Por qué tardar tanto? -dijo.
John le puso con brusquedad la BlackBerry en las manos, la agarró por los hombros y besó la veta de colorete de su empolvada mejilla.
– Ivanka, eres la mejor.
Una limusina blanca se detuvo bajo el balcón, con música tecno-pop rusa a todo volumen.
– ¡Katarina! -gritó Ivanka por encima del hombro.
Katarina salió del baño con unas botas de gogó de vinilo rosa, unos minúsculos pantalones cortos de lentejuelas y una camiseta de cuello halter. Le arrancó la BlackBerry a Ivanka de las manos sin detenerse y empujó a John para pasar. Aunque no dijo nada, a este le pareció verle esbozar una sonrisilla.
– ¡Katarina! -le gritó cuando se estaba yendo-. ¡Limpia huellas antes de entregar!
Katarina levantó la BlackBerry por encima del hombro como respuesta antes de bajar con elegancia las escaleras de cemento. La puerta del coche se abrió, la música sonó más alto y luego se cerró y el coche se fue.
Ivanka se dirigió lentamente hacia la cama y se tumbó. Cruzó los pies, que tenía enfundados en unas zapatillas de tacón alto adornadas con plumas, y encendió un cigarrillo.
– Gracias de nuevo por tu ayuda, Ivanka -dijo John-. Esto es muy importante.
– Un placer. Además, si todo va bien, me puedo retirar. Tendré la vida solucionada durante dieciocho años.
– ¿Qué? -exclamó John sin poder evitarlo.
– Siempre pongo condón -explicó-. Esta vez, yo sigo. Él cree que yo demasiado vieja para tigresa. Bueno, tal vez no demasiado vieja para bebé. ¡Ja! Así aprenderá.
* * *
Eran las tres y cincuenta y seis de la mañana cuando finalmente John pulsó la tecla de «enviar» y el acuse de recibo llegó al instante.
Al cabo de tres minutos, Topher llamó.
– No jodas, ¿es verdad o te lo has inventado? -dijo sin rodeos.
– Verdad al cien por cien.
– ¿No es lo típico de «las fuentes dicen»?
– Las fuentes son reales.
– ¿Puedes demostrarlo?
– Por supuesto. Pero no pienso revelarlas.
– ¿Qué tienes? Quiero verlo.
– Sí, ya te lo reenviaré, pero lo de proteger las fuentes lo digo en serio. No estoy dispuesto a revelarlas bajo ninguna circunstancia.
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