Isabel deslizó los papeles sobre la mesa. Mientras él los cogía y los leía, ella se sintió en la gloria. Y más aún cuando vio la culpabilidad reflejada en su cara. Cuando se puso de pie y anunció en voz alta que en esos momentos aquello estaba llegando a los kioscos de todo el país y vio la mirada herida de Cat al darse cuenta de que le habían robado la exclusiva, pensó que esta se iba a desmayar.
* * *
Mientras John atravesaba el aparcamiento del Buccaneer, Ivanka se inclinó sobre el balcón en albornoz y gritó:
– ¡Rápido! ¡Pon tele!
John se dirigió a toda prisa hacia la habitación.
Topher McFadden estaba en el tercer canal que sintonizó, rodeado de periodistas y de cámaras de televisión. El viento le alborotaba el pelo rubio echándoselo hacia un lado y tenía el último botón del cuello de la camisa de color lavanda desabrochado. Los flashes se le reflejaban en los cristales de las gafas cuadradas.
– Este es el tipo de noticias que el Weekly Times se enorgullece de poner en conocimiento de los lectores -estaba diciendo-. Es la clase de información que ellos esperan que les facilitemos.
A su alrededor se produjo un rumor de voces. Topher echó un vistazo a las caras y a los micrófonos y señaló a alguien. Las otras voces enmudecieron.
– ¿Cómo se las han arreglado para conseguir esta noticia antes que otros periódicos de mayor prestigio que también estaban cubriendo La casa de los primates?
– Nuestros reporteros son investigadores profesionales que saben cómo escarbar para llegar al fondo de los hechos. Yo mismo elegí a John Thigpen para esta misión y hemos trabajado codo con codo desde su primer artículo. Tenía la experiencia, el espíritu de investigación y la tenacidad necesarios para sacar esta historia a la luz. Entró en contacto con los primates y con sus cuidadores antes incluso de la explosión y utilizó dichos contactos para descubrir lo que otros reporteros no lograron.
Se oyeron más gritos reclamando atención y se produjeron más empujones. De nuevo Topher señaló a alguien con el dedo. Los demás se quedaron en silencio.
– ¿Sí? -dijo, invitándole a preguntar.
– Se comenta que se está llevando a cabo una investigación judicial basada en las declaraciones de este artículo. ¿Tiene algo que decir?
Una vez más, se produjo un remolino de voces. Topher levantó ambas manos y cerró los ojos, pidiendo silencio. Cuando se callaron, dijo:
– Las últimas piezas de este puzle encajaron minutos antes del cierre de la edición. Desde entonces, hemos estado cooperando con las autoridades del Departamento de Policía de Kansas City y con el FBI, e iremos proporcionando la información que podamos, siempre y cuando eso no implique poner en peligro a nuestras fuentes. Lo que sí puedo decirles es que la Protectora de Animales del condado de Doña Ana se ha hecho cargo de los bonobos esta misma mañana y que, en estos momentos, hay un equipo de transporte del zoo de San Diego en camino.
Los periodistas empezaron de nuevo a competir gritando preguntas y Topher volvió a señalar, como si se tratara del secretario de prensa del presidente de Estados Unidos…
– Al parecer, esta historia tiene mucho que ver con la palabra, si se le puede llamar así -dijo la periodista-, de un primate que presuntamente reconoció a uno de los empleados de Faulks como uno de los implicados en la explosión del laboratorio. ¿Cree que los tribunales tendrán en cuenta como prueba el testimonio de un primate?
En la tostada cara de Topher se dibujó una mirada de profunda concentración.
– Deben recordar que estos primates son expertos en lenguaje humano y que, aunque es posible que no se les permita testificar en un tribunal de justicia, desde luego pueden hacerlo ante el tribunal de la opinión pública. Una entrevista con Katie Couric podría resultar interesante, de hecho. Pero la opinión de Sam dista mucho de ser la única prueba que el Weekly Times ha descubierto.
– Faulks es productor de cine. ¿Fue él el responsable de la declaración en vídeo colgada en Internet?
– Hemos publicado todo aquello de lo que tenemos certeza absoluta. Es probable que, después de la explosión, la LLT viera la oportunidad de adjudicarse los hechos y de provocar los mayores daños colaterales posibles. Pero estoy seguro de que para el FBI será un placer aclararlo a medida que vaya avanzando la investigación.
Un hombre vestido de traje se inclinó hacia Topher y le susurró algo al oído. Éste asintió.
– ¡Señor McFadden!
– ¡Señor McFadden!
Topher levantó una mano para indicar que había terminado.
– Muchas gracias. Recibirán más información en nuestro próximo número. -Y dicho esto, dio media vuelta y desapareció entre la multitud con sus ayudantes.
John se quedó mirando la pantalla alucinado. Un reportero le hizo volver a fijar la vista, pues estaba explicando que los bonobos estaban a punto de volver a reunirse con dos de sus antiguas cuidadoras y que, aunque todavía estaban pendientes de un chequeo veterinario, se esperaba que emprendieran el viaje hacia San Diego al día siguiente.
A la mañana siguiente, John entendió qué significaba ser perseguido por los medios de comunicación. No tenía ni idea de cómo era posible que tanta gente conociera su número de móvil, pero el teléfono no paraba de sonar. Lo mismo sucedía con el fijo de la habitación. Otros periodistas, como Cat Douglas, simplemente aparecieron en su puerta.
– Hola, John -dijo, esbozando una amplia sonrisa mientras inclinaba la cabeza. Su cabello castaño se balanceó de una forma que él supuso que ella consideraba atractiva-. Me alegro muchísimo de verte. No tenía ni idea de que estabas…
John le cerró la puerta en las narices. A otros, como a Cecil, les concedió algunos minutos más, pero, como lo que en realidad querían saber era dónde y cómo había conseguido la información, ninguno de ellos se fue satisfecho. El FBI estaba interesado exactamente en lo mismo y le informaron de que o revelaba sus fuentes voluntariamente o lo haría delante de un juez, pero que de cualquiera de las dos maneras tendría que acabar confesando. John no discutió con ellos ni les dijo que le daba igual lo que pensaran hacerle, que él se llevaría los nombres de sus fuentes a la tumba.
Dejar de contestar al teléfono no era una opción, porque esperaba que lo llamaran con los resultados de los análisis del ADN de un momento a otro. Ya se habían pasado del plazo de veinticuatro horas que prometían.
– ¿Sí? -dijo, respondiendo al teléfono por enésima vez. Había llegado a tal punto que tenía el teléfono en la mano constantemente.
– ¿Es usted John Thigpen? -preguntó una mujer con acento inglés. Aunque estaba haciendo una pregunta, acabó la frase con tono descendente.
– Sí. ¿Quién es?
– Me llamo Hilary Pinegar. Creo que le debo dinero. Una chica llamada Celia ha sido tan amable de llamarme para contarme lo que había sucedido.
– ¿Hilary Pinegar? ¿La madre de Nathan? -preguntó John al tiempo que se sentaba en el borde de la cama.
– Sí. Siento muchísimo los problemas que le ha causado. Últimamente está un poco fuera de control. Su padre y yo tenemos la esperanza de que solo sea una fase. Tenemos intención de ir a Lizard para aclarar la situación, pero, aun así, me gustaría devolverle el dinero lo más rápidamente posible.
– Hilary Pinegar -repitió John una vez más.
– Sí -dijo ella sorprendida por tener que confirmarlo por tercera vez.
– ¿Tiene algo que ver con Ginette? Se quedó en silencio.
– No, lo siento.
– No se preocupe -dijo John.
– En fin, si me da su dirección le enviaré un cheque por correo ahora mismo -añadió ella.
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