Sara Gruen - La casa de los primates

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Isabel Duncan, investigadora del Laboratorio de Lenguaje de Grandes Primates, no entiende a la gente pero sí comprende a los simios, especialmente a los chimpancés Sam, Bonzo, Lola, Mbongo, Jelani y Makena, que tienen la capacidad de razonar y de comunicarse en el lenguaje de signos americano.
Isabel se siente más cómoda con ellos de lo que nunca se ha sentido entre los hombres, hasta que un dia conoce a John Thigpen, un periodista centrado en su matrimonio que está escribiendo un artículo de interés social.
Sin embargo, cuando una detonación hace volar el laboratorio por los aires, el reportaje de John se convierte en el artículo de su vida e Isabel se ve forzada a interactuar con los de su propia especie para salvaguardar a
su grupo de primates de una nueva forma de abuso por parte de los humanos.

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YO BONZI, BONZI YO -dijo ella mediante señas-. DAME PERAS. HUEVOS. HUEVOS BUENOS. SAM DUELE.

– ¿Qué diablos es eso? ¿Una especie de vudú de monos? Me está poniendo los pelos de punta -dijo el hombre de la comida apartando la vista.

Bonzi sostuvo la mirada del macho alfa, levantó el puño izquierdo y se sacudió la oreja. Luego se golpeó los dedos índices, el uno con el otro, delante del pecho.

– Cállate, Ray. Intenta decirnos algo.

SAM DUELE -repitió Bonzi con mayor insistencia-. SAM DUELE. NECESITAR PERAS BUENAS.

– ¿Qué demonios está haciendo? -preguntó el macho no dominante.

El macho alfa continuó mirando a Bonzi, que repetía sus aseveraciones con movimientos cada vez más apremiantes.

– Está diciendo algo.

– ¿Qué?

– No lo sé.

BONZI FUERA LLAVE DARME RÁPIDO TÚ.

El macho no dominante levantó la voz:

– No me gusta nada. No es normal. ¿Esos bichos son naturales, al menos? ¿O los han hecho con ingeniería genética o algo así? Además, ¿no se supone que practican sexo constantemente? No lo han hecho ni una vez desde que llegaron aquí.

– Están en celdas separadas, imbécil.

El hombre de la comida cambió el peso de un pie a otro mientras miraba incómodo a un lado y a otro del pasillo.

– Un momento -dijo el macho alfa-. Esto lo va a cambiar todo radicalmente. ¿Eres mi chica? -susurró, inclinándose hacia la jaula.

Bonzi, cuya forma de hablar no era simplemente no contestar, permaneció inmóvil.

– Eres mi chica, ¿verdad? -repitió. Su voz era como un silbido de aliento fétido que se le escapaba entre los dientes.

Bonzi siguió sin moverse. -Pronto te trasladaré. Se levantó y le habló al otro hombre. -Venga, vamos.

Al pasar por delante, le dio un par de golpes a la parte delantera de la jaula de Sam con la mano abierta. El sonido metálico resonó en el pasillo de hormigón y Sam se hizo un ovillo en una esquina.

10

Amanda había llevado tan poca ropa a Kansas City que cuando separó sus cosas de las de John le cupieron en la mochila.

– No creo que vuelvas pronto a Filadelfia, ¿verdad? -preguntó apenada mientras doblaba la cuarta y última de las camisas.

– No lo sé -dijo John-. Todo depende de cómo vaya la historia.

– Cuando decidí venir no me preocupé mucho por la ropa. -Cerró la cremallera de la mochila y se quedó de pie, mirándola-. Supongo que podría pedirle a tu madre que me mandara algunas cosas, aunque la verdad es que no me hace ninguna gracia que se ponga a revolver en el cajón de la ropa interior.

John dejó escapar un bufido.

– Mejor que la tuya…

Ella le dio un manotazo en el pecho.

– ¡Oye! Vale, tienes razón.

John miró el reloj.

– Bueno, creo que ha llegado el momento.

* * *

Se fueron quedando en silencio a medida que se acercaban al aeropuerto y más callados aún cuando aparcaron el coche de alquiler. Cuando llegaron a las cintas de seguridad llevaban ya varios minutos sin que ninguno de ellos abriera la boca. Se cogieron de la mano mientras se acercaban cada vez más al punto en el que tendrían que separarse. De repente, Amanda se dio la vuelta y se apretujó contra el pecho de John. Él le sujetó la cara entre las manos y la levantó hacia la suya. Vio que estaba intentando no llorar.

John le secó los ojos con los pulgares.

– ¿Seguro que estarás bien? Ella sorbió por la nariz y asintió.

– Ajá -dijo con demasiada alegría-. Estaré bien. -Sacó un pañuelo de papel del bolso y se sonó la nariz-. No nos vamos a ver todos los fines de semana, ¿verdad?

John vaciló y luego sacudió la cabeza. Habría dado lo que fuera porque la respuesta fuera otra, pero se había pasado gran parte de la noche anterior en vela, analizando su nueva situación financiera. Habían estado sobreviviendo a duras penas con su sueldo y nada más. No había forma de que pudieran evitar echar mano de sus ahorros, incluso sin hacer ningún viaje.

– No, a menos que nos toque la lotería. Pero hablaremos todos los días y solo faltan dos semanas y media para la boda de Ariel.

Amanda ya era la segunda en la fila.

– Todo irá bien -dijo John para darle ánimos-. En este tiempo se me ocurrirá algo. Tal vez podamos vernos cada dos o tres semanas. No está tan mal, teniendo en cuenta que es algo temporal.

Amanda se llevó las manos a la cara y se las pasó por la frente y por las mejillas.

– ¿Estoy haciendo lo correcto? -preguntó.

– Creo que sí -dijo John-. Eso espero. De todos modos, la decisión es de los dos. Somos un equipo, ¿recuerdas?

El hombre que estaba delante de Amanda pasó por el puesto de control.

– Tarjeta de embarque y documento de identidad -dijo la empleada de la Administración para Seguridad en el Transporte.

Amanda se los dio y se volvió hacia John.

– Bueno, pues ya estoy aquí -le dijo a John, dándole un beso-. Adiós.

– Adiós, cielo -se despidió él, abrazándola con fuerza-. Llámame en cuanto llegues.

– Lo haré.

La empleada miró alternativamente a Amanda y su carné de conducir, garabateó algo con un rotulador en la tarjeta de embarque y le tendió ambas cosas mientras esta esbozaba una tensa y heroica sonrisa antes de desaparecer.

John se movió junto al tabique de cristal hasta que pudo verla de nuevo. Observó cómo se quitaba las botas y el abrigo y los dejaba, junto al portátil, en unas bandejas grises en la cinta transportadora. Vio cómo la reprendían y sacaban las botas y el bolso de las bandejas para ponerlas directamente sobre la cinta. La vio quedarse en calcetines delante del detector de metales esperando a que la dejaran pasar y, finalmente, desapareció.

– Adiós, cielo -dijo él en voz baja.

* * *

Justo cuando estaba aparcando en el Residence Inn, le sonó el móvil. Durante una décima de segundo se atrevió a albergar la esperanza de que el vuelo de Amanda hubiera sido cancelado, o al menos que tuviera retraso, aunque solo les sirviera para comer juntos por última vez.

– ¿Sí? -dijo.

– Hola, soy Elizabeth.

– Hola -dijo, intentando no parecer contrariado-. ¿Has recibido la rectificación?

– Sí. Oye, necesito que vuelvas a Filadelfia cuanto antes. ¿Cuándo podría ser?

– ¿Cómo? ¿Por qué?

– Necesito que cubras una cosa.

– Ya estoy cubriendo una cosa.

– Sí, pero lo de los primates se está convirtiendo en algo más del estilo de Cat…

– ¡Y una mierda!

– … Y, la verdad, parece que no trabajáis demasiado bien juntos…

– ¿Qué te ha dicho?

– ¿Qué más da? Necesito que vuelvas.

– ¿Qué… te… ha… dicho?

– ¿Qué más da? Sinceramente, de todos modos no me puedo permitir teneros a los dos ahí, y ella está más que capacitada para hacerlo sola. Además, necesito a alguien que se haga cargo de una columna. Así que vuelve aquí lo más rápido posible -dijo, y colgó.

John cerró el móvil y lo lanzó al asiento del copiloto. Aparcó el coche y se quedó sentado aferrándose al volante con ambas manos y rechinando los dientes mientras miraba el retrete para perros que había justo en la entrada del hotel.

«Ella está más que capacitada».

Y usted, caballero, no. John se sintió más cerca de matar a alguien de lo que lo había estado en toda su vida. Era su serie de artículos, su historia, su idea, y Cat se la había robado con tanta pericia como un payaso tirando del mantel de un banquete de Acción de Gracias.

– ¡Tachán!

* * *

El coche de alquiler de Fran y Tim no estaba a la puerta, aunque tal vez hubieran ido de compras. Hasta que John no comprobó que el cuarto de invitados estaba vacío, no estuvo seguro de que se habían ido.

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