– No sé cómo podría ayudarla, señora -dijo clavando sus ojos grises en ella.
Pero Elena no se arredró por aquella fortificada respuesta; decidió lanzar una piedra al pozo y esperar el golpe para comprobar su profundidad.
– ¿Es posible…? Quiero decir… ¿Su hija Yolanda y yo podríamos tener algún… lazo común?
– ¿A qué se refiere, señora? ¿Amigos comunes? -respondió irguiendo aún más su espalda y poniéndose en guardia.
– Me refería a lazos familiares. -Se lanzó sin paracaídas. Elena notó que las manos del ama de llaves se crispaban, los ojos se abrían de forma exagerada y su cuerpo comenzaba a temblar.
– ¿Qué quiere decir, señora? -La agitación de su mentón era perceptible a distancia.
– Yolanda era… hija de mi abuelo, José Peralta.
No era una pregunta. Elena afirmó despacio, articulando cada una de sus palabras. La piedra había sido lanzada y esperaba un estrepitoso ruido al caer… o quizá cambiase de dirección y la golpeara en su propio rostro, por osada.
El estruendo sonó con vigor en el comedor, provocado por la caída al suelo de la bandeja que la empleada portaba en las manos. Después vino el silencio, un tenso, espeso, incómodo y correoso silencio, una mirada quieta, asustada, un destello de… ¿pánico…? en los ojos del ama de llaves.
– ¿Cómo… cómo se ha enterado? Usted… usted no puede saberlo. -El acero de sus ojos se había vuelto rojo. La piedra había acertado de lleno y la empleada seguía inmóvil con la mirada desencajada.
– Solo era una intuición… -Elena la miraba sin parpadear.
– ¿Es usted médium? ¿Se… comunica con los espíritus? -preguntó después de unos eternos segundos.
– ¡No, por Dios…! Tengo recuerdos de mi vida aquí, eso es todo -dijo tratando de restar importancia a sus palabras.
– Pero usted no puede recordar eso… usted no puede saberlo… Nadie ha podido informarla… es… imposible. -Había ahora terror en su mirada.
– Era únicamente un… presentimiento…
– ¡Esto no puede ser un presentimiento, señora! Alguien del más allá se lo ha contado… ¿Ha sido él? -preguntó presa del pánico.
– ¿Él? ¿Mi abuelo…? No, Lucía, nadie me lo ha contado, solo era una…
Pero el ama de llaves ya no estaba allí para escuchar su explicación, había salido a toda velocidad.
Elena era consciente de la impresión que acababa de provocar a la criada, y su confusión aumentaba por momentos; había lanzado un disparo sin pretensiones y había acertado en plena diana, pero habría preferido un grito de indignación de Lucía antes que corroborar aquella sospecha. ¿Qué ocurrió en el pasado con su abuelo? ¿Sedujo a las dos mujeres a la vez? ¿Qué clase de relación mantuvieron su madre y Lucía? ¿Fueron rivales? Empezaba a comprender la animadversión que la criada parecía sentir hacia ella: era la nieta del hombre que había compartido con otras dos mujeres. Pero ¿a quién amó realmente José Peralta? ¿A su esposa Isabel? ¿A Lucía? ¿A Trinidad?
Sebastián Melero accedió al lujoso despacho en la planta cuarenta del holding ACM y observó que su presidente colgaba el teléfono con una sonrisa.
– Antonio, los miembros del consejo te esperan. Por cierto, en los últimos días advierto en ti una expresión más relajada y feliz -dijo con una pícara mirada sentándose frente a él-. ¿Hay algún motivo especial para celebrar?
– Hay uno y es personal.
– Creo que te has enamorado. ¿Es bonita la chamaca?
Antonio se recostó en el sillón de piel y le miró relajado.
– Es preciosa.
– ¿La conozco?
– Sí. Elena Peralta.
– ¿La hermana de…? ¡Vaya! Realmente sí que es linda esa mujer, pero… ¿confías en ella?
– Plenamente. No tiene ninguna relación con su hermano -dijo mientras abandonaba su cómoda butaca para dirigirse a la sala de reuniones.
La luz esmeralda traspasaba los muros de cristal del amplio salón ubicado junto al despacho presidencial, ofreciendo el tímido saludo de un sol secuestrado tras la densa capa de niebla que cubría la capital. La larga mesa de madera en color nogal aparecía como una pista de aterrizaje, cubierta de carpetas situadas estratégicamente en el lugar correspondiente a cada uno de los sillones de piel que la rodeaban.
Un grupo de hombres vestidos con elegantes trajes fueron tomando asiento en los puestos asignados por un rótulo en madera labrada. La sala quedó en silencio cuando la puerta situada al fondo de la estancia dio acceso al presidente del holding ACM, Antonio Cifuentes, quien ocupó su lugar en un extremo para presidir la reunión.
– Buenos días -saludó con inusual amabilidad.
Aquellas reuniones se celebraban con una regularidad mensual, excepto cuando, como en aquel caso, acontecían hechos excepcionales que precisaban de una junta extraordinaria.
– Bienvenido de nuevo, señor presidente.
– Gracias, Sebastián. Señores, deseo informarles de que hace dos días cerré en Nueva York el contrato con los promotores de Dubái. Vamos a construir el complejo turístico del que ya tienen amplia información y la inversión superará los seis mil millones de dólares.
– ¡Enhorabuena, don Antonio! -felicitó con entusiasmo uno de los colaboradores-. Esto supondrá un espaldarazo internacional a la constructora.
– Si me permiten una consulta… -intervino uno de los ejecutivos-. ¿Estamos realmente preparados para dar respuesta a esa descomunal obra?
– Ya están enterados de que será la última empresa incorporada al holding , la constructora Samex Corporation, la que desarrollará este proyecto sin interferir en los compromisos de la nuestra.
– Pero la Samex no es tan potente para afrontar este contrato -insistió.
– No va a hacerlo sola. No solo he estado Nueva York cerrando el contrato de Dubái; también he tenido una fructífera reunión con el presidente de la compañía Wilson Corporation.
– Esa es una de las mayores promotoras de Estados Unidos -exclamó con admiración otro de los asistentes.
– Efectivamente, y estamos a punto de llegar a un gran acuerdo. Vamos a adquirir un razonable paquete de acciones de esa multinacional. De esta forma cooperará con la Samex en Dubái.
– ¿Con qué activos se van a adquirir las acciones? -preguntó otro de los asistentes-. Les recuerdo que después de la compra de la cadena hotelera estadounidense y de Veracruz Hoteles, nuestras reservas están al mínimo.
– Precisamente a cambio de estas cadenas hoteleras. Van a ser vendidas a la Wilson Corporation por medio de un intercambio de acciones, de acuerdo con el valor de mercado de cada una. Teniendo en cuenta que las nuestras han multiplicado su precio, la operación reportará pingües beneficios y nos permitirá hacernos con un tercio de la constructora estadounidense.
Una sonrisa de complicidad de Sebastián Melero se cruzó con la del presidente.
– Pero… -interrumpió desconcertado Luis Barajas, el director financiero-. Estaba ya en marcha el proyecto de remodelación de los hoteles de la cadena Veracruz…
– Esta transacción reportará más beneficios a corto plazo que la propia explotación de ese negocio -respondió dando por finalizada la explicación.
– Una jugada maestra -comentó el director general con una sonrisa de admiración-. Señores, debemos celebrar la valía de nuestro presidente, un auténtico mago de las finanzas.
– Debo descubrirme ante ti -comentó el abogado a solas en el despacho de Antonio-. Has endosado tu petardo antes de que explote, y por el doble de lo que pagaste por él. ¿Qué pasará cuando se enteren los yanquis del pleito pendiente con la justicia de la cadena Veracruz?
Читать дальше