Gonzalo Ballester - Filomeno, a mi pesar

Здесь есть возможность читать онлайн «Gonzalo Ballester - Filomeno, a mi pesar» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Filomeno, a mi pesar: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Filomeno, a mi pesar»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Planeta
Esta novela obtuvo el Premio Planeta 1988, concedido por el siguiente jurado: Ricardo Fernández de la Reguera, José Manuel Lara, Antonio Prieto, Carlos Pujol y José María Valverde.
Filomeno, gallego de origen portugués por parte de madre, es un personaje de incierta y compleja personalidad, lo cual se refleja en un nombre de pila indeseado que suena a ridículo y en el uso habitual de sus diferentes apellidos según la situación y el país en que se encuentra. Tras estudiar Derecho en Madrid, se traslada a Londres para trabajar en un banco, es corresponsal de un periódico portugués en París y, después de residir en Portugal durante la guerra civil española, acaba volviendo a la Galicia donde nació. En el curso de estos viajes, y mientras la historia de Europa se va ensombreciendo progresivamente, Filomeno tiene experiencias de todo género que le hacen madurar y se enamora varias veces. Este itinerario personal forja la personalidad del protagonista, y constituye un hondísimo retrato que en la pluma de Gonzalo Torrente Ballester se enriquece con sugestivos matices de observación e ironía. Extraordinaria novela en la cual lo real y lo misterioso, la tragedia y el humor, el curso de una azarosa vida y la trama de la historia contemporánea se mezclan en una armoniosa síntesis de arte narrativo y verdad humana para darnos una de las grandes obras maestras de su autor. «El Filomeno Freijomil que se desdobla en Ademar de Alemcastre para disfrazar su desasosiego, no es sino expresión de ese juego de máscaras en el que el hombre moderno necesita refugiarse para afrontar el dolor de su propia inconsistencia» (Juan Manuel de Prada).

Filomeno, a mi pesar — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Filomeno, a mi pesar», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Vinieron a decirme que alguien me telefoneaba. Era Regina. «¡No puedo más con esta lluvia y este aburrimiento! ¿Me invita a tomar una copa?» ¡Naturalmente! Llegó en seguida, envuelta en un abrigo, tiritando. Habían preparado en una sala no tan íntima como la mía vinos y algo de comer. Bebió de un trago la primera copa y se acercó a la chimenea sin quitarse el abrigo. Se frotaba las manos ateridas. «¿Cómo puede usted venir tan fría, de aquella casa tan caliente?» «No vengo de mi casa. Llevo horas recorriendo carreteras, le telefoneé desde el pueblo.» Por fin se quitó el abrigo, lo dejó en cualquier parte, arrimó un sillón a la chimenea, muy cerca de las llamas, y allí se estuvo quieta y silenciosa, recibiendo el calor con avidez visible. Sentí hacia ella cierta ternura súbita, limpia de deseo. Le llevé otra copa, que bebió con más parsimonia: sin preguntarle si lo quería, le llevé también de comer. Picó algo, lo dejó a un lado, pero la copa la mantenía en la mano, y de cuando en cuando sorbía. Al terminarla, me la pasó sin mirarme siquiera, y se la colmé. Era una copa grande, antigua, muy bien tallada. Yo creo que el silencio duraba ya más de media hora. No sé si ella se sentía molesta, yo sí. ¿A qué había venido? ¿Únicamente a calentarse, cuando el sistema de calefacción de su casa era mejor que el mío? ¿Sólo para estar delante de una chimenea, en un viejo salón atravesado de corrientes de aire en uno de cuyos rincones el agua de una gotera caía en una palangana? ¿Acaso porque la lluvia se escuchaba mejor en mi casa que en la suya? La contemplaba desde mi penumbra. Todavía era hermosa y atractiva; pero ¿cuánto tardaría su belleza en deshacerse? ¿Un año, quizá dos? Llevaba pintado el rostro, y no podía disimular las arrugas incipientes del cuello, largo, sí, esbelto todavía. Aquella tarde no se había esmerado en el vestido: no venía, al menos, provocativa, como otras veces. Me dio la sensación de mujer vencida y quién sabe si desesperada. La gente que no lo ha experimentado no sabe lo que pueden dar de sí tantos días lloviendo, cómo pueden vencer las resistencias de los no habituados, cambiar la situación de un alma, dejarla inerme y desnuda. Y no lo digo por mí, que he vivido siempre en ciudades lluviosas. Para mí la lluvia es lo natural, y cuando vienen seguidos muchos días de sol, me aplana la monotonía de los cielos limpios, y busco, en el atardecer, esos crepúsculos encima de la mar que siempre acumulan brumas o nubes inesperadas largas y oscuras, como rayas pintadas encima del horizonte rojo. No tenía más que subirme a la terraza de mi torre, y los veía, los cielos, quiero decir, de ese color consolador. El sol que se pone, además, parece que llama al alma, que la arrastra hacia ese más allá que nunca conoceremos, el alem que me sacaba de mí en los días más románticos de mi juventud. Pero no creo que una mujer como Regina pudiera satisfacerse con el espectáculo de un crepúsculo, salvo teniendo al lado a un hombre en bañador, y la mar cerca. Sí. Contemplándola, aquella tarde, alumbrada por la luz cambiante de las llamas, la imaginé así. Pero el hombre que la acompañaba no era yo.

«¿Comprende que no pueda más? -dijo de pronto con una voz desesperada, cuyo dramatismo, un poco teatral, rebajó para añadir-: Usted es un hombre de mundo, usted entiende que esté desesperada.» No me miró al decirlo; en sus ojos seguían bailando las llamas del hogar. Hubiera preferido asentir con un gesto, o con cualquier ademán afirmativo, pero tuve que decir que sí, que la entendía. Tampoco entonces me miró. Bebió con calma el resto del vino, y con una furia súbita arrojó la copa a las llamas. Yo había aproximado mi sillón al suyo, aunque no tanto que pudiera detenerla, ni lo hubiera hecho aun teniéndola a mi lado. Muchas veces es necesario romper algo para no matar o matarse. Regina, repentinamente desalentada, pidió perdón, lo pidió con ese tono de voz que vale por un razonamiento largo, aunque siempre innecesario. Continuó sin mirarme, pero dijo: «Usted lo sabe todo de mí, ¿verdad?» «No, señora; no todo, aunque sí lo indispensable para abstenerme de juzgarla.» ¿Qué menos le podía decir? Pero ella habló como si no me hubiera oído: «Mi hija le habrá contado horrores, todos los de mi casa y los míos. No me diga que no: me lo confesó ella misma.» «No hay que tomar al pie de la letra la confesión de una muchacha que aún no sabe en qué mundo vive: lo que le dijo a usted, igual que lo que a mí me dijo, puede ser exagerado.» «Pero le descubrió que nos odiamos.» «¡Hay palabras que quieren decir tantas cosas!… Aparte de que nada está más cerca del amor que el odio, aunque ella no lo sepa todavía.» Entonces se volvió un instante, un solo instante, lo que tardó en decir: «Yo tampoco lo sé.» Y miró el fuego otra vez, en silencio, hasta que me pidió más vino. «No me lo sirva en copa fina, no vaya a darme otra vez la furia.» La copa en que se lo traje era igual a la que había roto. Me dio las gracias y la bebió. «Comprendo que haya momentos en que la gente necesite fumar.» «¿Quiere usted hacerlo?» «No, jamás llevé un cigarrillo a la boca, pero me gustaría estar acostumbrada para fumar ahora.» Sí, hubiera llenado el silencio que siguió echando al aire el humo como hacía su hija. Bocanadas largas de humo grisáceo, oloroso a esas mezclas con opio y miel que fuman los ingleses.

«Pero usted sabe que me gustan los hombres, ¿verdad? Eso se lo contó mi hija y no admite más que una interpretación.» «No soy quien para juzgarla.» «No le pido que me juzgue, ni se lo toleraría. No se trata más que de saber que usted lo sabe, júzgueme o no. Y, puesto que lo sabe, no tengo que explicarle las causas principales de mi aburrimiento, de mi desesperación.» «Yo no le pido que me explique nada.» «Ya lo sé. Es su obligación. Usted es un caballero, etc… Porque lo es, porque no puedo más, porque si no hablo reviento, es por lo que vine a hablarle. Digamos que es usted testigo de mi desahogo.» «Gracias por haberme escogido.» Se volvió, brusca, hacia mí y me apuntó con el dedo. «Pero no crea que vengo a rogarle que se acueste conmigo. No lo crea ni lo espere. No se le ocurra ni pensarlo.» Me eché a reír de una manera suave, que pudiera al menos no ofenderla. «¿Y por qué iba a pensarlo? ¿Qué razones tendría? Es usted atractiva y deseable, pero, para mí, respetable.» «No. No soy respetable», rezongó. Esta vez me miró francamente, con una expresión que, de momento, no pude interpretar, pero que acabé comprendiendo que era de orgullo, el orgullo del que se atreve a sostener sus pecados. «No soy respetable -repitió- Y lo seré cada vez menos, cuanto más vieja sea, cuando deje de ser atractiva y deseable, como usted dijo cortésmente. Ya estoy dejando de serlo. ¿Sabe que al último de mis amantes tuve que pagarle? Era un muchacho del contorno, de esos que pasan aquí el verano. Joven, apeteciblemente joven, pero malo. Se llevó mis alhajas y me despreció. -Hizo una pausa breve y me pareció que reprimía un sollozo-. Esto no lo sabe mi hija, no pudo saberlo, porque me lo hubiera echado en cara, me hubiera avergonzado con una vergüenza más.» «¿Y necesita usted que yo lo sepa?» Se echó atrás en el sillón y alzó la cabeza. Yo la veía de perfil, con la mitad del rostro enrojecido por las llamas. Detrás de ella empezaban las penumbras de la tarde. «Si yo fuera religiosa, se lo hubiera confesado al cura. Le habría confesado todo, y estaría libre mi corazón. Usted debe saber que cuando no se está de acuerdo consigo mismo, lo que hace daño al interior hay que confesarlo…» «Sí», creo haber murmurado. «Todo se habría evitado si yo tuviera un marido… Bueno, creo que se hubiera evitado, pero él tendría que ser…» Otra pausa. «¿Qué sabe una cómo tendría que ser el hombre capaz de recibir todas las ansias y agotarlas? No pienso solamente en la cama. Hay otras cosas que una mujer necesita.» «Su hija no las considera indispensables.» «¿Se acostó usted con ella?» «No.» «¿Ni siquiera ha tenido ganas de hacerlo?» «Eso, sí, señora. Las he tenido muy fuertes.» «¿Entonces…?» Esta pregunta la hizo mirándome. Y me veía el rostro entero, iluminado. Pude responderle con gesto ambiguo. «Me ha defraudado. Yo creía…, yo esperaba… ¿Nunca se le ocurrió pensar que yo lo necesitase? Que la violara, que la dejase preñada, que ella tuviera que suplicarle. Me ha defraudado.» Tardé en decirle: «Es curioso. Parece que mi destino es defraudarles a todos, no sólo a usted. Su marido me dio a entender con bastante claridad que yo no le serviría como yerno. Y María de Fátima, hace dos o tres días, reconoció que nos habíamos defraudado el uno al otro. Es decir, si fui yo el que lo dijo, ella lo pensaba también.» «Pero a quien más le duele es a mí. Me ha quitado usted la última esperanza.» No quise preguntarle cuál era, aunque empezase a adivinarla. Fue un momento difícil de la conversación: se había dicho todo, y quizá más de lo conveniente. Vacilé unos segundos, salí del paso levantándome y yendo a la chimenea, cuyos leños amortecían. En cuclillas frente al hogar, hurgando en el montón de brasas, ofuscado por las chispas, sentía a Regina detrás de mí, respirar fatigosa. «No se vuelva, se lo ruego. Un momento nada más.» La oí ajetrear en el bolso, como quien busca algo. Después aspiró fuertemente dos veces, quizá tres. Se oyó el clic del bolso al cerrarse. Se me ocurrió que había aspirado rapé, pero rechacé la idea. «Ya puede usted levantarse.» Lo hice. Mi sombra la cubría, pero en la sombra sus ojos resplandecían con fuerza, y la voz con que me había hablado tenía más vigor. Le pregunté si quería más vino, o algo. «No, ya no.» Se levantó de un salto, como si hubiera rejuvenecido. La acompañé hasta el automóvil. Había caído la noche, y los faros encendidos alumbraron la lluvia incansable, que caía inclinada. Arrancó con ruido de buen motor, salió de la plazuela dejando el estanque a la izquierda. Las ruedas levantaban raudales de agua y salpicaduras de fango.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Filomeno, a mi pesar»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Filomeno, a mi pesar» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Gonzalo Ballester - Crónica del rey pasmado
Gonzalo Ballester
Gonzalo Ballester - La Muerte Del Decano
Gonzalo Ballester
libcat.ru: книга без обложки
Gonzalo Ballester
David Ballester Muñoz - Vides truncades
David Ballester Muñoz
Jordi Carbonell i de Ballester - Elements d'història de la llengua catalana
Jordi Carbonell i de Ballester
Josep Ballester Roca - Temps de quarantena
Josep Ballester Roca
Ignacio Ballester Bon - ¿Por qué?
Ignacio Ballester Bon
Gonzalo Valdés - Filosofía en curso
Gonzalo Valdés
Отзывы о книге «Filomeno, a mi pesar»

Обсуждение, отзывы о книге «Filomeno, a mi pesar» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x