Javier Moro - El sari rojo

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Una gran novela de amor, traición y familia en el corazón de la India protagonizada por Sonia Gandi. Una italiana de familia humilde que, a raíz de su matrimonio con Rajiv Gandhi, vivió un cuento de hadas al pasar a formar parte de la emblemática saga de los Nehru-Gandhi.

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Sonia le dejó para que pudiera descansar y quedó en recogerle por la noche para llevarlo a cenar a casa de sus padres. Mientras tanto, iría a la cita anual de antiguos alumnos en su colegio de Giavena. «Recuerdo ese día como si fuera ayer», diría la hermana Giovanna Negri. Sonia tenía veinte años. Después de la reunión de antiguas alumnas del colegio, Sonia anunció que se marchaba.

– ¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros? -le dije-. Has estado mucho tiempo en Inglaterra y casi no te hemos visto.

– No puedo quedarme -respondió Sonia-. Tengo un invitado que viene a cenar esta noche a casa.

– ¿Y quién es…? -preguntó guasona Sor Giovanna.

Sonia sonrió, dejando ver los hoyuelos de sus mejillas. Al final, lo soltó:

– Mi novio.

– ¿Tu novio? ¡Vaya sorpresa! Cuéntame… ¿Quién es?

Sonia se mostraba reacia a responder, lo que azuzó aún más la curiosidad de la monja.

– Es indio… -dijo con reticencia.

– ¿Indio? -repitió asombrada.

Sonia se puso un dedo en los labios, para que bajase la voz.

Luego le dijo, casi como un suspiro:

– Es hijo de Indira Gandhi.

«Me quedé pasmada», recordaría la hermana Negri años más tarde.

Aquella cena fue un poco la versión italiana de la célebre película que protagonizarían Katharine Hepburn y Sidney Poitier. Sólo que no era ficción y no hubo final feliz, aunque las reacciones de Stefano Maino y de Spencer Tracy fuesen semejantes. Rajiv habló de sus estudios. Acababa de sacarse el título de piloto privado, y pensaba que en año y medio conseguiría el de piloto comercial. Quería colocarse lo antes posible. Tenía una poderosa razón para ello:

– He venido con un propósito muy serio -le dijo a Stefano Maino-. He venido a decirle que quiero casarme con su hija.

Sonia no sabía dónde meterse porque le tocaba traducir. Su madre, nerviosa, empezó a colocar bebidas encima de la mesita del tresillo. Le temblaban las manos. El patriarca se mantuvo cordial, pero firme:

– No me cabe la menor duda de su sinceridad y de su honradez -le respondió, mirando a Sonia para pedirle que continuara traduciendo-. No hay más que mirarle a los ojos para ver cómo es. No dudo de usted. Todas mis dudas tienen que ver con mi hija. Es demasiado joven para saber lo que quiere… -Sonia miraba al techo, exasperada-. No creo que pueda acostumbrarse a vivir en la India, francamente. Son costumbres demasiado distintas.

Rajiv sugirió que Sonia fuese allí a pasar unas cortas vacaciones. Le explicó su idea de que primero fuese sola, antes de que él llegase, para que así pudiese juzgar por sí misma. Pero Stefano se opuso categóricamente.

– Hasta que no cumpla la mayoría de edad, no puedo dejarla marchar.

Era un hueso duro de roer, Sonia lo sabía pero no podía permitir que el ambiente de la reunión se degradase. Los silencios de su padre podían cortarse con un cuchillo. Ese hombre era una roca, y sólo hizo una mínima concesión:

– Si para entonces seguís sintiendo lo mismo el uno hacia el otro, la dejaré ir a la India, pero eso será dentro de un año, cuando sea mayor de edad -dijo antes de girarse hacia su mujer y añadir-: Si el asunto sale mal, no me podrá reprochar que haya contribuido a fastidiarle la vida.

Pero Stefano seguía creyendo, y esperando de todo corazón, que las aguas volverían a su cauce y que Sonia, ante las dificultades que iría encontrando, acabaría por tirar la toalla. Le atormentaba la idea de separarse de su hija.

8

Cuando Rajiv le contó a su madre su encuentro con los Maino en Orbassano, Indira se mostró de acuerdo con la condición que había impuesto el patriarca italiano. Poner a prueba los sentimientos de los jóvenes era la única manera de saber si esa historia tenía futuro. Había que ganar tiempo; en el fondo, ella también hubiera preferido que Rajiv no escogiese una extranjera. Pero si el tiempo demostraba que ambos se querían, Indira no pensaba oponerse a la decisión de su hijo. Había sufrido demasiado con el rechazo de su propio padre a su boda como para infligir lo mismo a ninguno de sus vástagos.

«El matrimonio no lo es todo. La vida es algo mucho más grande», le había dicho Nehru cuando ella había ido a verlo a la cárcel de Dehra Dun para decirle que quería casarse con Firoz. Nehru le aconsejó que recobrase fuerzas antes de tomar cualquier decisión. Había estado muy enferma y su padre le recordó que los médicos le habían desaconsejado tener hijos. Además, el deseo de Indira le parecía una trivialidad, porque significaba tirar por la borda «la herencia y la tradición familiar» para casarse con un hombre de un entorno y de una educación muy distintos al suyo. Indira no estaba de acuerdo, por lo menos en ese momento. Le dijo que quería una vida anónima y libre de tensiones, lo que nunca había tenido. Quería casarse y tener hijos. Más de uno, recalcó, porque no quería que su hijo sufriese la soledad que ella había conocido. Quería ocuparse de ellos y de su marido en una casa llena de libros, de música y de amigos. Si para alcanzar ese sueño, tenía que desafiar a los médicos y hasta su propia salud, estaba dispuesta a hacerlo.

Firoz era hijo de un parsi llamado Jehangir Ghandy, cuya biografía oficial le atribuye ser ingeniero naval pero otras fuentes aseguran que era un vendedor de licor, aunque sin relación alguna con Gandhi. A finales de los años treinta, cambió la ortografía de su nombre por el de Gandhi, el apellido de una casta de perfumistas, un apellido corriente en las castas Bania de los hindúes de Gujarat, de donde era oriundo el Mahatma. No ha quedado registrada la razón de ese pequeño cambio que acabó siendo de inestimable valor para la futura carrera política de su mujer.

Seguidora de Zaratustra, la religión parsi es una de las más antiguas de la humanidad, pero Firoz nunca fue religioso, al contrario. Había entrado en contacto con los Nehru a raíz del movimiento de lucha contra los ingleses que lo llevó a hacerse miembro del Partido del Congreso. Militante muy activo y muy radical, conocía los textos de Marx y Engels mejor que el propio Nehru. Juntos habían participado en Francia en un mitin de protesta por los bombardeos contra las poblaciones civiles en la guerra de España. Firoz había intentado convencer a los organizadores anticomunistas del acto que dejasen hablar a La Pasionaria, pero no lo consiguió. Nehru, furioso, hizo un discurso encendido, defendiendo ardientemente el derecho a la libertad de expresión.

Nehru no cuestionaba a Firoz como militante, pero pensaba que era un mal partido para su hija. Ambos hombres eran opuestos en todo. Firoz era bajito y cuadrado, un poco fanfarrón, hablaba en voz muy alta y usaba palabrotas a destajo. Ni era refinado ni era un intelectual. Le gustaba la buena mesa y el alcohol y le interesaban los coches y los gadgets eléctricos y mecánicos, pasiones que Rajiv y Sanjay heredarían. Había sido un pésimo estudiante, aunque le gustaban la música clásica india y las flores, como a Indira. Pero sin título universitario ni profesión ni perspectiva de ganarse la vida, con una sólida reputación de mujeriego, era lógico que los Nehru viesen a ese don nadie que pretendía entrar en la primera familia de la India con gran recelo.

– Tú te has criado en Anand Bhawan rodeada de lujo y de criados -le dijo su abuela a Indira en un intento por presionarla-. Firoz carece de fortuna, es de otro ambiente y de otra religión.

– No nos importa la religión porque ninguno de los dos somos religiosos -le respondió Indira-. Soy austera como mi madre, y aunque he vivido en Anand Bhawan, puedo ser igual de feliz en la choza de un campesino.

Más o menos lo mismo le decía Sonia a sus padres cuando estos evocaban la dificultad de vivir tan lejos, en un país tan diferente. Para Sonia, la India era una abstracción. No le asustaba lo más mínimo, a pesar de todo lo que había oído. Si Rajiv hubiese sido un esquimal, le hubiera dado igual seguirle al Polo Norte. «Cuando estás enamorada -escribió- el amor te da una fuerza muy poderosa. Armada de esa fuerza, nada te da miedo. Sólo quieres a la persona que amas. Sólo quería a Rajiv. Hubiera ido al fin del mundo con él. Él era mi mayor seguridad. No podía pensar en nada ni en nadie, sólo en él»

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