Le comuniqué hoscamente que no podía ofrecerle una copa porque hace tiempo ya que no bebo y por tanto no tengo alcohol en casa. Rió con benevolencia de ogro y me pidió que hiciera café, buen café negro concentrado, litros de café. «La noche va a ser larga, tenemos que estar despejados.» Sentí un escalofrío y corrí a la cocina a cumplir su orden y, de paso, para no verle durante un rato. Precisamente un rato después, ya con abundante café en la mesa, no tuve más remedio que sentarme en una silla cerca de él. De inmediato sacó del bolsillo trasero del pantalón una petaca metálica de buen tamaño y aliñó su taza con una chorreada generosa. Luego agitó la botella ante mí con gesto bobaliconamente tentador y se encogió de hombros como respuesta a mi negativa. Llegaba el momento de las confidencias y los planes, como yo me temía.
– Vamos a ver, Profe. Antes de saber dónde está Pat Kinane, tendríamos que saber por qué ha desaparecido, ¿no te parece? A mí se me hace un paso previo elemental. ¿Qué piensas tú? ¿Por qué puede haber desaparecido ese tipo? ¡Chan, chatachán!
Le miré sin responder, con la expresión imbécil y vacua que se merecía. Mi silencio no le desazonó, sino más bien le produjo incontrolable regocijo.
– Ni idea, ¿eh? Psit, psit… Ya me lo figuraba. Tú eres… perdona, oye, no quiero ofenderte… pero creo que eres incapaz de pensar nada por ti mismo hasta escuchar lo que opina el Príncipe. ¡Bang! Justo en la diana! ¿A que he acertado?
Seguí mirándole sin contestar, aunque me permití una burlesca y torpe reverencia, como si acatase resignadamente su despliegue de perspicacia. Y prosiguió el monstruo:
– Pues lo que es yo, estoy acostumbrado a pensar por mí mismo. Más de una vez sorprendí al Rey con mis deducciones, que coincidían con las suyas pero sin conocerlas de antemano ni esperarlas. ¡Al Rey, fíjate bien lo que te digo! ¡Él por su lado y yo por el mío, sin embargo los dos al final comiendo del mismo plato! ¡Fuss! Cuidado, no me malinterpretes. Lo que el Rey decía era la Ley y sus profetas para mí. ¡Disciplina! ¡Ar! Soy un guerrero, no un puto posmoderno de ésos. Pero razono, pienso, aquí, aquí… ¡Plas, plas! -Se aporreaba entusiasmado la frente, ojalá se produjese una fractura de cráneo-. Yo le contaba las conclusiones a las que había llegado, con un poco de canguelo, te lo reconozco, porque no sabes cómo miraba el Rey cuando te tenía delante… incluso a mí, su mejor hombre, su mano derecha… el único en quien de veras confiaba. Y tras escucharme se quedaba un rato callado, como pensando. Pensando, eso es. ¡Brum, brum! Casi le oía pensar. Luego sonreía a su modo, así, de medio lado, y gruñía: «Vaya, vaya.» ¿Te das cuenta? «Vaya, vaya.» A veces añadía: «Bien, Fidel. Gracias.» Y luego hacía lo que le daba la gana, claro, pero a menudo yendo a parar no muy lejos de lo señalado por mí. ¿Eh, qué te parece? Como puedes ver, no soy de los que se asustan a la hora de sacarles las tripas a los problemas, sin esperar que otro me alumbre con su candil. Y no lo hago del todo mal, créeme. ¡Bum-bum!
Siguió un rato desvariando dentro de su patético ego-trip , hasta tal punto que me esperancé con la suposición de que finalmente no quisiera más que vanagloriarse ante un espectador sumiso y acabase marchándose a casa sin mayores disturbios. Demasiado limpio, demasiado fácil. La triste realidad es que acudía a mí lleno de mefíticas teorías pero también de vertiginosos proyectos. Me cubrió con todo ello mostrando implacable determinación, como quien echa una red al mar sobre los peces inermes, despreocupados y sin culpa alguna de que existan las conservas. Intentando abreviar, indagué:
– Entonces, a tu juicio, ¿dónde está nuestro hombre?
– ¡Qué juicio ni qué…! Es que no lo pillas, ¿verdad? -Me miró con una combinación bastante humillante de piedad y desprecio-. Yo no sé con seguridad dónde puede estar el pájaro ese. Pero en cambio puedo dejarte claro por qué no está donde debería estar. En dos palabras: porque lo han raptado.
– Son cuatro.
– ¿Ugh?
– Que son cuatro palabras, no dos. Y, francamente, no veo razón alguna para que nadie rapte a Kinane.
– ¿Cómo que no? ¡Para que no pueda montar a Espíritu Gentil en la Gran Copa, naturalmente! ¡No te jode…!
– ¿Sólo para impedirle montar a…? Oye, que el secuestro es un delito muy grave.
– El Sultán ha hecho cosas peores. ¿O no?
En ese punto no le faltaba del todo razón. Empate. Además, si quería ser sincero conmigo mismo -¡peligrosísima afición!- debía reconocer que esa explicación truculenta se me había pasado también más de una vez por la cabeza.
– Ya. ¿Y el Príncipe qué dice de tu teoría?
– Nada, porque aún no la conoce. ¡Tararí, que te vi! Lo dicho: tú no eres capaz de pensar más que cuando el jefe dice «¡Ya!». A mí, en cambio, no me asusta la intemperie. Cuando llegaba el momento, le hablaba al Rey en la cara, sin que me temblara la voz: «Jefe, he pensado esto, o lo otro… o lo de más allá.» Y el Rey se ponía serio y luego sonreía un poco: «Vaya, Fidel. Conque has vuelto a pensar…» Ahí tienes. Era el Rey en persona quien me lo decía, no ningún aficionado. ¡Glup!
– Bueno, pues me parece una teoría interesante. Cuando mañana o pasado volvamos a reunirnos todos debemos discutirla despacio. Hay que ir con prudencia, porque de momento no tenemos ningún indicio que confirme tu sospecha…
– Pero es que yo tengo ya algo para empezar. ¿O acaso crees que he venido a verte a estas horas para que me invites a cenar? -Rebullía en su asiento con tales con torsiones que temí por la integridad de mi pobre sillón bajo una mole tan dinámica. Me resigné a escuchar la inexorable condena-. Verás: me han dado un soplo…
– ¿Un soplo? ¿Qué tipo de soplo? ¿Quién te ha soplado?
– ¡Chitón! ¡Fuentes confidenciales! Tengo mi propia red de contactos… El Rey lo sabía y confiaba en ella sin más averiguaciones. Sólo decía: «A ver, pregunta por ahí…» Con eso bastaba. Me muevo bien en ciertos ambientes… Cuestión de tener la antena desplegada para captar los mensajes debidos.
– De acuerdo. Entonces, ese soplo…
– Ya sabes que el Sultán tiene intereses industriales, entre otros muchos… digamos que menos confesables. Aunque no todo el mundo está enterado, es propietario de una fábrica que hay en las afueras, bastante retirada. Un negocio más bien raro, algo experimental. Yo no entiendo de eso, pero parece que allí se fabrica carbón a partir de residuos orgánicos de todo tipo, restos de animales que ningún matadero utiliza, cosas así. Ya sabes, todo el mundo busca nuevas fuentes de energía para cuando se acaben las que hoy tenemos. ¡Brrr! ¡Yo qué sé! La empresa empezó a lo grande, la fábrica tiene un edificio enorme. Pero luego hubo muchas protestas, polución, malos olores, cosas de ecologistas, puaf. Ahora parece que está medio parada, funciona con un perfil muy bajo, no sé si me explico. Gran parte de las instalaciones ya han sido cerradas. Debe de haber mucho espacio vacío…
– Vaya, lástima, es un desperdicio. Pero aún no entiendo…
– Ahora viene lo bueno. ¡Atención! Mis informadores me han asegurado que allí guardan a alguien encerrado. Una especie de prisionero o algo así. No tienen idea de quién puede ser, pero está allí, en alguna parte del viejo edificio, bien custodiado. O quizá sin mucha vigilancia, sobre eso hay opiniones divergentes. El caso es que allí está el tipo, sin poder marcharse. Y yo sumo dos y dos y resulta que son cuatro. ¿Qué te parece?
– Pues la verdad, no sé… Resulta todo muy vago, ¿no? ¿Qué te propones?
– Lo que te propongo es que vayamos esta noche y echemos una ojeada por allí. ¡Zas! Para salir de dudas.
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