– ¿El testimonio a que te refieres lo tienes tú? -Le pregunté en voz baja. Aldo se levantó. Me pareció más alto que nunca. Me miró desde arriba y me dijo que sí moviendo la cabeza. Después se sirvió otra copa, tras comprobar que nosotras apenas habíamos probado las nuestras-. ¿Y vas a utilizarlo?
– Sin duda, pero no sé si éste es el momento. -Hizo una pausa sin dejar de mirarme-. Antes prefiero utilizarte a ti.
– Si molestamos… -comenzó a decir Nadia, un poco violenta. Aldo se echó a reír.
– Eres una mujer, más que obsesa, obsexa. Como diría Deyanira, tan aficionada a jugar con el ingenio… Eso, obsexa, será después. Ahora hablo de que, como Deyanira y yo formamos parte del mismo reducido ejército, creo conveniente utilizar por fin sus armas. Me refiero a las más exteriores, visibles y provocativas… -Ahora tenía la mano libre de la copa sobre mi cuello-. Su belleza, su gracia, su encanto, su pésimo italiano contra lo que ella piensa -se inclinó y me besó la oreja- y su glamour.
– ¿De veras crees que tengo yo glamour?
– Sí, sobre todo cuando estás cabreada… En otras palabras, te agradecería que aceptases esa cena: la que oficialmente te ofrece -lo pronunció con ampulosa solemnidad- la comunidad de la Serenísima República de Venecia.
– ¿Estás seguro? -pregunté absolutamente sorprendida.
– ¿De qué? ¿De que tienes glamour, de que estás cabreada, de que te ofrecen una cena, o de la Serenísima?
– De todo junto y de que yo deba aceptarlo.
– Sí, pienso que debes. Es la mejor manera de mandar a la mierda la espada de Damocles que, con tu valiosa colaboración, te han puesto encima. Por juntar tu cabeza con la mía…
– ¿Crees que corro peligro? -Me producía cierta satisfacción hacer esa pregunta.
– Sí, pero no te hagas muchas ilusiones. -Volvió a sonreír pero muy levemente-. Tú eres mi mano y mi pie y mi corazón. Tú eres yo, pero muy mejorado.
– Si tú lo dices…
– Sí, lo digo. -Las tres seguíamos sentadas y él nos volvió la espalda unos segundos. Luego nos miró de una en una-. Para eso vamos a hacer un nombramiento que no salga de aquí. Vamos a elegir secretaria e intérprete tuya a… -miró a Bianca, sonrió esta vez para sus adentros, frunció los labios, dudó- a Nadia. Creo que es tan guapa y tan lista como Bianca, pero menos llamativa. Así, además, no te hará a ti la competencia.
Bianca depositó con fuerza su vaso sobre la mesa. Estuvo a punto de romper una de las dos cosas:
– Creo que debo darme por ofendida: conmigo no se cuenta.
– No, niña… Tú has estado más vigilada de lo que te crees. Lo estás aún. Alguien a quien acompañabas era un contacto alemán de la 'Ndrangheta… Las mafias es muy raro que se lleven bien unas con otras. Bastante tiene la pobre Deyanira cargando con mi conocimiento-me miró-; bueno, con mi amistad… Está bien, con mi amor -ahora sonreía-, como para cargarla además con un muerto. Demasiado provocadora ha estado con el Ambiguo ése, al que deberá llamar, hacerle sin excederse la pelota, acariciarlo un poco (de palabra, ¿eh?, tan sólo de palabra), y aceptar la cena de homenaje, o de bienvenida, o del coño que sea… -Se volvió para mirar a Nadia-. Secretaria e intérprete. La acompañarás desde ahora a todas partes… Debéis cambiar un poco, bastante diría yo, el vestuario. Sin pasaros, porque Deyanira es una escritora moderna y sin prejuicios: no necesita cargar las tintas… Por el dinero no os preocupéis. Trajes de noche largos, abrigos y accesorios lujosos… Al dueño de tu bar le aseguras, en mi nombre, que será bien compensado… Bianca actuará de enlace entre nosotros… Os reservaré una suite en el Danieli: es temporada baja y no habrá problemas. Tú tendrás que apencar con la carga de los periodistas y de los entrevistadores de televisión, Deyanira. Por favor, cágate en todos con charme, charme, beaucoup de charme . Te han quitado el incógnito, te han dejado con el pompi al aire -me golpeó en el muslo muy dulcemente con el pie-, llevas meses aquí, estabas encantada y yo también, pero ¿qué vas a hacerle? Una vez descubierta, reconoce que estás tomando notas para tu nuevo libro; confiesa que te sientes encantada del invierno en Venecia -así serás la única- y agradecida de que la ciudad te haya salvado de un pequeño bache, por lo que la querrás como tuya para siempre, y serás siempre suya…
– No sabía que fueses tan buen diplomático. Ni tan falso. Aunque esto lo temía. -Los dos nos miramos entendiéndonos.
– Las llaves del piso de enfrente -se dirigía a las chicas- son éstas. -Se las dejó caer a Bianca en su falda-. Ahora sí podéis iros a descansar: ha llegado la hora de lo que decía Nadia. No es que la guerra se haya declarado, pero hay que estar dispuestos para que, en cualquier momento, se declare.
Nos levantamos las tres. Nadia y Bianca, cogidas de la cintura, se dirigían ya hacia la salida. Las despedí:
– Antes de que os vayáis, necesito deciros que jamáis, jamáis, jamáis … -me volví a Aldo-. Charme, charme, charme : muchas gracias… Jamáis creí que Aldo hablara como ha hablado. Antes tan sólo lo quería. Ahora lo admiro mucho más que lo quiero, lo cual es peligroso: enamorarse de un general en jefe siempre lo es… Buenas noches… Ah, Nadia, tradúceselo todo a Bianca si es necesario: así irás entrenándote.
– Gao, ciao, ciao -dijeron las chicas a la vez muertas de risa. Y atravesaron el rellano.
Aldo y yo, otra vez, la misma creo, estábamos solos. Y sucedió lo que sucedía siempre. Quizá esta noche de una manera más a la desesperada, con la misma pasión y la misma ansia con que un náufrago o dos se agarran a un mismo salvavidas: eso fue él para mí y lo seguiría siendo… No olvidaré nunca, aunque viviera miles de años, la forma en que me tuvo y en que me obligó a mí a tenerlo a él. Ni en miles de años. Cosa que, vividos junto a él, nada me importaría.
Qué exagerada soy. Pero quizá, tratándose de amor, sea en la exageración donde está la verdad. ¿O no es acaso exagerado creer que, por fin, te está tocando la felicidad con la punta de un dedo? Acariciar el inagotable cuerpo de Aldo, sus manos que a su vez te acarician, sus piernas que te envuelven, su estrecho culo frutal, su rotundo falo erguido…
Antes de perder la razón para recuperar la verdadera razón de ser: fundirme con él, hundirme en él, abrirme para recibir su sexo inevitable, extraviarme en la niebla azulada de sus ojos, descansar en la propiedad privada de su pecho, enloquecer para siempre un instante… Ahora sí que estaba poseída por la hybris, esa locura que trastorna a los humanos cuando se atreven a saltarse las lindes de lo humano. La locura que mató a Aquiles ante Troya, la que envenenó a Alejandro al plantearse qué hacer con sus victorias… Siempre ocurre lo mismo: la enfermedad divina te hace danzar al insostenible son que ella toca; produce una euforia sublime durante un tiempo que no puede prolongarse, y luego, el rayo de los dioses envidiosos te fulmina. Eso demuestra algo que yo ignoraba: los humanos pueden sentirse dioses. « Eritis sicut déos », seréis igual que dioses. Así lo dijo el tentador reptando por el tronco del manzano al oído de Eva. Y demuestra también algo que no se dice nunca: los dioses, en lo más alto de su Monte, saciado su deseo, son mortales también. Un privilegio contradictorio que a Calipso no le fue concedido.
***
Hoy he recordado algo que, inverosímilmente, marcó mi adolescencia. Para muchos resultaría increíble: quizá para mí también ahora. Y, sin embargo, un objeto -¿o era una vida?- tan menudo, tan frágil, tan efímero, a mediados de junio, me hacía levantar cada mañana, muy temprano, en época de exámenes, y marcaba, sólo con encontrarlo, la suerte de ese día.
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