Se habían sentado en círculo, unos en el suelo, otros sobre las piedras que hacían las veces de bancos de la rudimentaria platea, otros sobre el tronco casi tumbado de un olivo, y Liam, de pie en el interior del redondel de actores, leía el texto para regocijo de todos.
En seguida decidió fijar las posiciones que debería tener cada cual al empezar la función. Pasaron en ello un tiempo bastante largo.
– El caso es que al cabo de un rato y antes de que Liam nos repartiera el texto que nos teníamos que aprender de memoria, nos tomamos un descanso -dijo Tono-. No creas que el trabajo era extenuante, no. Reíamos, sobre todo con las payasadas de Dan el sueco, bebíamos vino, comíamos aceitunas y queso y, en ocasiones, pan con tomate y sobrasada. Pero eran las menos porque la sobrasada sólo la ponía mi madre cuando le venía en gana o mi tío había traído una de su propia matanza. Los demás se tiraban a ella de un modo que se hubiera dicho que no habían comido caliente en su vida. Bueno, el caso es que por allí andaba Love jugueteando en silencio como era su costumbre. No sé, tendría ya unos siete u ocho años y siempre iba recogiendo flores y hierbajos para hacer ramilletes… De vez en cuando nos regalaba un ramito de flores a alguno de nosotros, a Liam o a la Pepi o a Augustus. Toma, decía, para ti… -Sonrió-. Era una cría la mar de tranquila y se hacía querer… Entonces recuerdo que le dije a Beth, le dije, oye, Beth, ¿ese nombre de Love, de dónde le viene a la niña? Y ella me preguntó que por qué. No sé, le dije; parece un poco raro… hombre, si fuera un mote, bueno, pero así… llamar a una chica Amor, aunque sea en inglés… no sé. La Beth se rió. No, me dijo, no seas tonto, no es Love sino Lav… ya sé que suena igual, pero es Lav. ¿Lav?, pregunté. Sí, Lav, de Lavender… de lavanda, ¿me comprendes? Ah, dije yo, Lav… Ya. Claro, en castellano suena igual. Claro, y en mallorquín. Estuve así un rato, pensativo, y luego le dije, ¿Lav? ¿De Lavanda? ¿Pero ése es el nombre que le pusiste en la pila bautismal? ¿La bautizaste Lavanda? Ella se encogió de hombros. Pues vaya, Beth, vaya un nombre raro. Sí, pero es que quería ponerle un nombre de flor, me contestó ella. ¿No te parece correcto? Bueno, le dije yo, la verdad es que para España no suena muy allá. Es como un diminutivo, ¿no? Pero a ti te da igual… como sois extranjeras… No, no, dijo ella, no me da igual; es muy importante que esté bien el nombre, porque Lav va a vivir aquí y es aquí donde va a tener que… ya sabes. -Tono se pasó la mano por la barba-. No sabía lo que me quería decir pero hice que sí con la cabeza. Y ella me preguntó, oye, ¿y entonces, qué le pongo? Porque tú tampoco te llamarás Tono… ¿Qué nombre es ése, Tono? Es como Lav, dije yo, una contracción, un mote cariñoso de los que se te pegan cuando eres niño y ya te lo quedas para siempre. Yo me llamo Antonio, ¿entiendes? Antonio, Antoñito, Tono… Sí, pero ¿qué le pongo?, insistió ella. Hombre, no sé, dije yo, mujer… Me quedé pensando así un ratito y luego me vino la inspiración y le dije, ¡ya sé! Podrías llamarla Lavinia. ¿Cómo?, preguntó la Beth. Lavinia, dije yo. Es un nombre inglés muy aristocrático, raro pero aristocrático, ¿no? ¡Sí!, exclamó ella. Lavin…, ¿cómo es? Lavinia, repetí yo despacio. Lavinia, repitió ella en voz baja. Luego me miró muy seria y me dijo, ¿cómo se escribe? Me rebusqué en los bolsillos para encontrar un papel en el que deletrear el nombre… No tengo papel, dije, y antes de que ella pudiera entristecerse, ya sabes, desilusionarse, Augustus, que estaba a nuestro lado pero que parecía no haberse enterado de nada, se sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo, Winston, me acuerdo que eran, y se lo dio a Beth. Toma, dijo, aquí puedes apuntar. Yo tenía un lapicero medio gastado y con la punta roma; era lo único que teníamos; me lo saqué del bolsillo y, trabajosamente porque casi no cabía, escribí Lavinia en mayúsculas en la parte de arriba del paquete. Beth lo miró y leyó el nombre en silencio, moviendo los labios, y luego se metió el paquete de cigarrillos en el escote. Miró a la niña y muy bajito la llamó Lavinia. La cría no hizo caso, claro.
Como siempre, Love andaba por ahí entretenida en sus cosas. Tres o cuatro perrillos correteaban de un lado para otro husmeándolo todo («incluidos sus propios derriéres», dijo Juan Carlos). Ella les daba a oler los ramilletes de flores del campo pero no parecían muy interesados y, acostumbrados a recibir patadas con cualquier pretexto, brincaban de costado con el rabo entre las patas para apartarse del peligro. El único que no quitaba ojo a Love era Guillem, con su pinta tímida de chaval avispado y retraído. Se solía sentar un poco apartado del resto de la gente esperando a tener una oportunidad de ayudar a la niña en sus manejos. Es frecuente toparse con un chico así: medio escondido en las faldas de la madre, mira a los demás jugar mientras aquélla parlotea con alguna amiga y sólo cuando a los otros chavales se les escapa la pelota lejos del círculo de juego, se acerca un poco y la devuelve de un patadón con la esperanza de que lo llamen a unirse al club; y únicamente lo aceptarán una vez establecida la costumbre tácita de que él es quien hace de recogepelotas.
Guillem era igual. Fascinado por Love, la seguía a todos lados, pero a distancia, no por temor a ser rechazado de manera desabrida sino sencillamente porque la niña lo ignoraba casi siempre.
Con el tiempo, sin embargo, él se fue acercando y le fue permitido por fin intervenir algunas veces, muy pocas, en el mundo privado y casi mudo de Love. Le facilitaba la labor que fueran juntos a la misma clase en las monjas aunque ella prefería la compañía de las restantes niñas y especialmente de la Pepi.
La técnica fue la misma que con el balón y el corro de los chicos: un día, Love levantó la vista buscando a alguien que le sujetara un lápiz mientras ella rearreglaba un papel sobre el que se disponía a dibujar. El único presente con su carita de niño perdido era Guillem.
– Toma -dijo Love, alargando el brazo.
Guillem cogió el lápiz y esperó con el brazo extendido. Al poco, ella se lo quitó y no hubo más.
Desde entonces se hicieron inseparables o, mejor dicho, Guillem se hizo inseparable de Love. La seguía a todas partes y no se movía de su lado si ella no lo apartaba o lo mandaba irse, cosa que sucedía con más frecuencia de lo que a él le hubiera gustado.
– No lo pasa muy bien, pobre crío -dijo Dan el sueco, riendo-. No sé si es el chico el que hace el idiota o si es Lav la que lo lleva de la punta de la nariz y lo tiene embrujado… En cualquier caso… -levantó las cejas-, ese niño va a sufrir mucho con tu hija.
– Bueno -dijo Beth-, es sólo un chico del pueblo.- Dan rió.
– ¿Qué pasa? ¿Que no es lo bastante para una princesa?
Beth nunca había comentado nada de sus planes y ambiciones con Dan. En realidad no lo había hecho con nadie, si se exceptúan sus sobreentendidos con Augustus. Se quedó bruscamente en silencio y lo miró a los ojos.
– ¿Qué entiendes tú de nobleza o de princesas? ¿Eh? -dijo con cierta turbación.
– ¿Yo? Nada, por Dios. Yo no entiendo más que de la vida y del buen licor, de un buen culo y unas tetas como las tuyas… -Le acarició las nalgas con un poco de rudeza y Beth las apretó con un escalofrío. Luego, se puso serio por un momento-. Yo de lo que entiendo es de que no hay que arrepentirse de nada, ni siquiera de haber ambicionado más de lo que te asignó la vida, de que si te viene un cáncer de pulmón por haber fumado, pues que te quiten los cigarros que echaras… Nadie es responsable de lo que hayas hecho más que tú. Pero… si no quieres que te reconcoma la rabia de lo que no conseguiste, primero, no pretendas subirte a un mástil pulido y bien engrasado con tocino de foca y segundo, cuando te quedes abajo, encógete de hombros sin que te importe. Otra cosa habrá que resulte más fácil… Y lo más importante: cuando resbales por el mástil procura hacerlo con las piernas bien abiertas para que al menos lo disfrutes. -Y le dio un ataque de risa incontenible.
Читать дальше