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Espido Freire: Diabulus in musica

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Espido Freire Diabulus in musica

Diabulus in musica: краткое содержание, описание и аннотация

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Ésta es una historia de amor entre una mujer, un hombre y un fantasma. O, tal vez, dos fantasmas. Una historia que nos habla de Christopher Random, un actor que fue muchas personas, y de Balder Goienuri, que hasta su muerte sólo interpretó a Christopher Random. De la muchacha que amó a los dos. De las mentiras y los fingimientos entre los que se perdieron, y de cómo se buscaron durante años sin encontrarse. El Diabulus representaba, en la teoría de la música antigua, el intervalo prohibido, un error deslizado entre las matemáticas perfectas que regían el mundo. También esta novela describe la lucha entre el orden y el caos, la luz y la oscuridad, el pasado y el presente. La voz y el silencio. Las múltiples maneras en las que el diablo acecha a la espera de encontrar un hueco por el que llevarse a sus víctimas.

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Stephen sonreía y removía el café.

– ¿Qué? -pregunté.

– Nada. Me conmueve tu entusiasmo. Y clama venganza…

– Esa tarde, Don Alonso se ha entretenido en la reja con Doña Inés. Cae la noche, y contra todos los consejos se empeña en regresar a Olmedo para que sus padres, ya mayores, no den en pensar que le ha ocurrido algo mientras rejoneaba. Pero de camino, escucha una canción. Cuenta la historia del osado caballero de Olmedo, que, por desoír las advertencias, murió en el camino de Medina. Don Alonso se estremece, pero continúa avanzando. Entonces se encuentra con su propio fantasma. Y después, con el fantasma que le dará muerte: Don Rodrigo, apostado a traición, acuchilla al perfecto caballero de Olmedo. No goza demasiado de su triunfo; es descubierto, y, por orden del Rey, ahorcado. Doña Inés, como debe hacer toda dama honorable, se encierra en un convento. Si hubiera sido una gitana, o su trato con Don Alonso hubiera llegado a mayores, se hubiera arrojado al lago. Como continúa siendo doncella, se entrega a Dios.

– Quisiera llegar a comprender qué era exactamente ser honorable, qué significaba el honor en aquella época. He leído a Calderón, y todo lo que he encontrado de Lope de Vega. Y El Quijote, por supuesto; pero sigo sin entender qué demonios entendían por honor. Las damas debían ser puras, y los caballeros de genio pronto, hasta lo que yo he llegado.

– Las damas solteras se mantenían vírgenes, y las casadas, castas. Cualquier sospecha sobre su comportamiento suponía una afrenta que los hombres de la familia debían borrar.

– Pero, ¿y los hombres? ¿Dónde residía su honor? El suyo, no el de sus esposas, no el de sus posesiones.

– No lo sé -reconocí-. Creo que en la verdad. En que su palabra pudiera ser siempre tomada por la verdad. O tal vez en el valor. Sólo así demostraban quiénes eran.

– Pero, ¿dónde ha vivido hasta ese momento Don Alonso? ¿Por qué surge de la nada, y regresa a la nada?

Sonó el timbre del portero y Stephen se levantó a abrir.

– Ése es Chris -dije.

– Vaya. Algo debe ocurrirle.

– No se ha retrasado tanto. Teniendo en cuenta su puntualidad, casi llega a tiempo.

Christopher arrojó la chaqueta sobre una mesa, tomó un mechón de mi cabello, lo besó, y palmeó enérgicamente la espalda de Stephen.

– No os vais a creer lo que me ha pasado de camino aquí. He estado a punto de matarme. En la entrada…

– Chris -le interrumpió Stephen, y empujó una taza de café hacia él-, contrólate. Tu dama y yo hablábamos de temas importantes.

Como un niño amonestado, él cogió la taza y guardó silencio.

– Entonces, ¿quién es el caballero de Olmedo? Surge de la sombra, muere por la noche. Y sobre todo -añadió, y se inclinó hacia nosotros-, ¿por qué muere?

– Bien, el Deux ex

Agitó la mano con cierto aburrimiento.

– No me sirve esa explicación. Demasiado fácil. Es un caballero perfecto: buen amante, mejor hijo, amado por el Rey, y por tanto, por Dios, apuesto y torero, galante, generoso. No aspira al cuerpo de Inés; en todo caso, a la parte menos interesante de él, su mano. Está dispuesto a plegarse a toda norma social, y no existen diferencias de clase entre él y su amada. ¿Por qué entonces muere? Hubo un caballero de Olmedo real que fue asesinado, pero eso no me basta. Yo hablo de la tragedia. Algunos autores piensan que tenía sangre judía, y que esa tara puede justificar su muerte, pero a mí no me satisface. No encuentro menciones suficientes. ¿Entonces?

Chris no parecía tan interesado como nosotros.

– Alguien tiene que morir -dijo-. En las películas bélicas muere el viejo veterano cascarrabias, o el joven cuya madre no tiene más sostén. En las de piratas, el malvado desaparece al final, tras la batalla en los arrecifes. Así funcionan estas historias, alguien muere, los que sobreviven experimentan bonitos romances…

Stephen le dedicó una mirada inescrutable.

– Daría años de vida por habitar en una mente tan despreocupada como la tuya, Chris.

Nuevamente, Chris calló.

– Usa la brujería -dije yo-. Permite que la oscuridad se filtre en la luz.

– No directamente. Y no creo que los manejos de esa celestina de segunda puedan considerarse brujería. No, hay algo más… Algo…tiene que estar relacionado con el orden. Tal vez porque es el extranjero. El que brinda el caos a un universo ordenado. Piénsalo así: todo parecía predestinado. Bien atado. Dos hermanas para dos caballeros, dos amigos. Y él, el invencible, el hijo predilecto de Dios y del Rey, viene para llevarse a la dama. Es injusto. ¿Quién puede luchar contra ello?

– Don Rodrigo -dije yo.

– Don Rodrigo se opone a ese fatum , al destino ya trazado, porque el anterior, en el que él triunfaba, era el correcto. Él es, por tanto, el auténtico héroe trágico. Sabe que pagará por ello. Como los judíos que crucificaron a Cristo. No -rectificó-. No, como Judas. Al fin y al cabo, termina ahorcado, como él. Don Alonso cae porque la perfección no puede tolerarse en un mundo ordenado. Es el cordero sacrificial. Sólo la inmolación del elegido, y el ajusticiamiento de quien lo mata permitirán que brote una nueva primavera.

– Diabulus in musica -murmuré.

Los dos me miraron.

Diabulus in musica . El diablo en la música. El caos en el mundo. Una antigua teoría musical… la solmisación. Existía un intervalo prohibido en la música antigua, determinada distancia entre notas que había que evitar a toda costa. Se consideraba disonante. Era el hueco por el que se colaba el diablo.

Permanecimos en silencio unos momentos. Luego hablé de nuevo.

– Yo no lo creo así, Stephen. Tal vez Alonso sea el elegido, pero no el divino. Alancea toros, como San Jorge al dragón, como San Miguel al diablo, pero es a su vez atravesado por Don Rodrigo. Y mediante el fuego, no mediante el acero. Un disparo. Don Rodrigo es el caballero que mata en último lugar. Puede que a la bestia. Los avisos que recibe Don Alonso, la canción espectral, la visita del fantasma, podrían pasar perfectamente por advertencias del demonio. ¿Por qué iba Dios a alertar a los suyos del peligro mediante nigromancias y presagios? Podría enviar a San Gabriel y anunciarlo abiertamente. El diablo cuida de los suyos. Don Alonso es el fantasma. De ahí que aparezca tan repentinamente. Siempre estuvo ahí; pero no le veían.

– Pero Don Rodrigo es ajusticiado de una manera infamante.

– O no -continué-. En el norte, los adoradores del Sol y de Odín se ahorcaban ritualmente de robles y vigas. La luz y la oscuridad se enfrentan y vence la luz. Lógicamente, Alonso muere de noche: y Rodrigo de día.

De pronto callé, súbitamente muy despierta.

Balder.

Stephen, satisfecho, se levantó y estiró las piernas. Christopher callaba, y seguía la conversación sin comprometerse. Stephen pasó por detrás del sofá y posó sus manos sobre los hombros de Chris.

– Bien, después de esta charla serás un fantástico diablillo, un fabuloso Don Alonso.

– Don Rodrigo -corregí yo, sonriendo.

Christopher no miró.

– No, nena. Don Alonso. Ése es mi papel.

Callé. Tampoco le sostuve la mirada a Chris. Al cabo de media hora consideramos que debíamos irnos.

– ¿Por qué no vienes a los ensayos? -me preguntó Stephen, mientras nos despedíamos.

– No pinto nada allí -me disculpé.

– ¿Tienes algo mejor que hacer? -él mismo negó con la cabeza-. No, ¿verdad? Entonces ven.

Christopher y yo discutimos en el aparcamiento. Las voces reverberaban contra las paredes de cementos y parecían rebotar contra los coches.

– ¡Yo nunca te hablé de Don Rodrigo! -protestó él, con tanto convencimiento que de no haberle conocido, le hubiera creído-. Siempre hablamos de Don Alonso. Es el héroe. Desde un principio dejé claro que me encargaría del héroe.

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