• Пожаловаться

Espido Freire: Diabulus in musica

Здесь есть возможность читать онлайн «Espido Freire: Diabulus in musica» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Современная проза / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Espido Freire Diabulus in musica

Diabulus in musica: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Diabulus in musica»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Ésta es una historia de amor entre una mujer, un hombre y un fantasma. O, tal vez, dos fantasmas. Una historia que nos habla de Christopher Random, un actor que fue muchas personas, y de Balder Goienuri, que hasta su muerte sólo interpretó a Christopher Random. De la muchacha que amó a los dos. De las mentiras y los fingimientos entre los que se perdieron, y de cómo se buscaron durante años sin encontrarse. El Diabulus representaba, en la teoría de la música antigua, el intervalo prohibido, un error deslizado entre las matemáticas perfectas que regían el mundo. También esta novela describe la lucha entre el orden y el caos, la luz y la oscuridad, el pasado y el presente. La voz y el silencio. Las múltiples maneras en las que el diablo acecha a la espera de encontrar un hueco por el que llevarse a sus víctimas.

Espido Freire: другие книги автора


Кто написал Diabulus in musica? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

Diabulus in musica — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Diabulus in musica», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

También ahora aguardo por quien pronuncie mi nombre. Entre los niños que acuden al colegio, que alborotan a mi alrededor, trato de hallar un aliado, alguien que por una mirada más clara, por una afición desmedida a perder la vista tras la ventana durante las clases, revele que puede comprenderme, que puede acercarse a mí sin miedo.

Mientras tanto, paso mucho tiempo en el cuarto de baño de las alumnas, no en el de las profesoras, por las que no siento interés. Me pierdo en el espejo, me busco en el espejo, añoro los momentos vividos en Londres antes de conocer a Christopher.

Llevaba tres meses allí para entonces; me levantaba cada mañana, trabajaba, acudía a mis clases, buscaba huecos para permitirme un capricho, un pequeño lujo que me hiciera pensar en otras realidades.

Me acostaba. Los días pasaban, y quedaban muy atrás los tiempos en los que cada mañana prometía una aventura, y no necesitaba para vivir otra cosa que la imaginación.

Entonces era niña, vivía en mi país, el futuro quedaba por cumplir. Ahora habitaba en el reino del frío, y, a menudo, me sentaba en el borde de la bañera, con los pies descalzos enterrados en la velluda alfombrilla violeta, frente al espejo, y estudiaba mi rostro hasta que los rasgos se desdibujaban y terminaba observando algo mucho más allá de mí.

Él, el hombre al que yo iba a ver, era Christopher Random. El actor Christopher Random. Eso importaba poco, porque se había convertido en demasiadas personas a lo largo de los años; había prestado su rostro, su cuerpo, incluso su voz, había contemplado ante el espejo el modo correcto de caminar o de inclinar la cabeza para resultar encantador, había vestido tantas identidades que algunos le conocían por el disfraz, por sus personajes, y no habían oído su nombre.

Aún era, para mucha gente, Balder “el blanco”.

Él, en cambio, sí sabía mi nombre, lo había escrito correctamente en el sobre, en el cariñoso saludo, y en el autobús, con los ojos clavados en la nuca del joven héroe, la nuca que pronto estaría desnuda, imaginé qué decirle, qué actitud adoptar para no decepcionarle y que no me olvidara, para que volviera a llamarme otra vez y me arrancara por tanto de las tardes grises, del pasado agobiante, de las horas de espera.

Nos habíamos conocido el domingo anterior, en casa de Clara, que acababa de regresar de su estancia en París. Clara y yo no nos veíamos desde hacía casi un año, y contaba con ella como soporte y guía cuando llegara a Londres, pero dos semanas antes de mi viaje a Inglaterra recibí una postal en la que me decía que estaba trabajando en el Louvre, que se le habían roto los zapatos y que la ciudad estaba llena de mimos y de palomas. Yo odiaba las palomas, odiaba especialmente a los mimos, y en aquellos momentos odiaba también con una intensidad fratricida a Clara.

Tres meses después, cuando yo ya conocía bien los secretos que esperaba que me desvelara, ella regresaba de nuevo a su casa y a la National Gallery. Había encontrado trabajo en ella como vigilante al poco de llegar.

En los primeros días en Londres, yo giraba en torno a la National Gallery como un perro abandonado. Pensaba que si no encontraba alumnos, o si las clases resultaban demasiado caras, podría entrar a trabajar allí, como ella.

Rondaba la sala 58, en la que los santos y santas de Crivelli parecían levitar sobre sus dedos larguísimos y sus pies inacabables, y las postales que envié por aquellas fechas se desplegaban para mostrar el mismo cuadro: “San Miguel y el diablo bermejo”.

Me gustaba también Ucello, cómo su San Jorge caballero implacable destrozaba al dragón que mantenía presa a la princesa, y cómo ella continuaba en su lugar, digna y erguida, hasta que aquella lucha hubiera terminado. La princesa de Tintoretto escapaba despavorida mientras el santo cumplía con su misión divina. La muchacha de Ucello era tan inhumana como la luz de la luna en el cuadro diurno, como la concentrada saña de San Jorge, o el irregular patrón del césped que los rodeaba. Junto a ellos el dragón, con sus ocelos de mariposa en las alas, se arrastraba por el suelo, herido, inevitablemente enternecedor.

Los expertos habían reunido, a lo largo de los años, un puñado de San Sebastianes: un Di Giovanni que sonreía, vencedor sobre el dolor y lo perecedero. Un Pollaiuolo, retorcido sobre un árbol mientras los soldados le abrían heridas en el costado y la espalda con sus flechas.

Balder.

Los vigilantes rotaban por la sala, como relojes humanos, o se detenían junto a las puertas, en los lugares de paso, especialmente alerta. Unas semanas antes, un hombre vestido de mujer había atacado un Rembrandt y había trazado sobre la pintura, con un spray amarillo, el signo de la libra. El cuadro no había sufrido demasiado, y se exponía de nuevo, porque el vigilante no había dudado en saltar sobre el gamberro, y por la celeridad de los expertos en restauración, pero la seguridad de la National Gallery había sido cuestionada duramente en todos los periódicos.

Ésa era la razón por la que habían enviado a Clara al Louvre.

Los grandes museos se mostraron de repente muy ansiosos por intercambiar vigilantes, cursos de seguridad y métodos de autodefensa.

A la hora en punto Clara llamó a mi timbre con una euforia un poco forzada.

– Ábreme. Mira qué te traigo.

Se había acordado de mí y me compró un frasquito de agua de violetas.

– Todo era caro, todo espantosamente feo. No encontré nada de cristal que pudiera gustarte, pero el frasco puede soportarse.

Siempre, desde que era una niña, pedía como regalo un objeto de cristal. Eran tan frágiles, tan peligrosos; debían protegerlos con ropa o traerlos en la mano, y yo creía que de ese modo la preocupación por mantener intacto el regalo me mantendría presente. El bote de colonia terminaba en una lágrima verde, amarrada con un poco de lacre y una cinta de seda rosa.

– Muchas gracias.

Había algo extraño en ella, una actitud nueva, una manera de mirar que no podía tener más de un año de antigüedad. Clara era bonita, y poseía unos ojos expresivos, casi siempre tristes, pero la emoción había variado: tan alejada de la aflicción de perro apaleado que le conocía, que parecían los ojos de otra persona.

– ¿Te ha gustado París?

– Menos de lo que pensaba. Pero me ha impresionado más. Mucho más de lo que creía. Además, he conocido a alguien… a un mimo.

– ¿Un mimo? -pregunté yo- ¿De los que te tiran besos si les arrojas una moneda?

Me miró, molesta.

– Tú qué sabrás… ya te contaré. ¿Has llamado a Pablo?

– No-negué yo.

– Mal hecho. A estas alturas conocerías lo que hay que conocer, y a quien hay que conocer en esta ciudad.

Le conté que ya no deseaba ser vigilante, que esperaba ganarme bien la vida como profesora, fuera de niños o de adultos. Ahora me pregunto si logré enseñar nada a mis alumnos, si en algún momento lograré transmitir nada a los niños que me encuentro en el colegio por el que ahora vivo. Si mi vida, mis conocimientos, mi memoria, todo lo que con tanto esfuerzo aprendí, habrán servido de algo en el tiempo, o se hundirán, como tantas vidas, sin huellas ni recuerdos.

– Ni siquiera sabía si seguías saliendo con él-añadí. – Y él tampoco ha dado señales de querer verme.

Clara ladeó la cabeza. Cuando escuchaba, permanecía inmóvil, casi paralizada. Todo en ella aguardaba, se mantenía a la espera, y bebía las palabras y los gestos.

Convertía a la gente en importante, por muy estúpido que fuera su discurso.

– Y no las dará. Si no te incorporas a su mundo, a su gente, nunca serás nada para él.

– No me interesa su opinión.

– A mí sí. Además, vengo para invitarte a una fiesta. De su parte -recalcó-. Pasado mañana, en casa. Te gustará. Jóvenes y más mayores, profesores de su escuela y algunos actores.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Diabulus in musica»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Diabulus in musica» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Carlos Fuentes: Instinto De Inez
Instinto De Inez
Carlos Fuentes
libcat.ru: книга без обложки
libcat.ru: книга без обложки
Julie Garwood
Paullina Simons: Tatiana y Alexander
Tatiana y Alexander
Paullina Simons
Ángela Vallvey: Muerte Entre Poetas
Muerte Entre Poetas
Ángela Vallvey
Laura Restrepo: La Isla de la Pasión
La Isla de la Pasión
Laura Restrepo
Отзывы о книге «Diabulus in musica»

Обсуждение, отзывы о книге «Diabulus in musica» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.