Jaime Bayly - La Mujer De Mi Hermano

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Creo que mi mujer se está acostando con mi hermano, piensa Ignacio. Tiene treinta y cinco años y se pasa el día trabajando, es banquero. Lleva nueve años casado con la bellísima Zoe, a quien irrita comprobar que su marido le hace muy poco caso. En cuanto a Gonzalo, el hermano de Ignacio, se dedica a la pintura y es un seductor nato; y aunque su cuñada le gusta, ha decidido no intentarlo «por respeto a su hermano». De momento… Pero el triángulo está servido. Y es una bomba que va desencadenar secretos familiares, el furor contenido de los celos, la fuerza ingobernable del deseo…, y también la melancolía del desamor. Todo ello, narrado a un ritmo trepidante, en una historia que es a la vez tierna y descarada, tragicómica. El Jaime Bayly más deslumbrante.

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Zoe alcanza a ver el rostro pálido y demudado de Gonzalo antes de salir y tirar la puerta. En el asiento trasero del taxi, de regreso al hotel, se inclina y llora sobre su barriga. Tú me vas a salvar, le habla despacito a su bebé.

Ignacio se ríe solo de la travesura que ha concebido para cobrarse una pequeña revancha y poner en aprietos a las dos personas que, de un modo tan ingrato, han capturado su imaginación. Desde que encontró el celular de Zoe al fondo de la piscina, supo lo que tenía que hacer. Ahora ha entregado dos sobres a su secretaria, que serán llevados inmediatamente por un mensajero en motocicleta, pues ha dado instrucciones de que procedan a llevarlos con urgencia. Reclinado sobre su sillón giratorio de cuero, las manos entrelazadas detrás de la cabeza, Ignacio mira desde aquel piso elevado el perfil de la ciudad y sonríe imaginando las caras de pasmo e incredulidad que seguramente pon-drán esas personas cuando reciban los sobres. Media hora más tarde, un botones toca la puerta de la habitación de Zoe. Ella demora un poco en abrir, pues estaba hablando por teléfono. Al recibir el sobre, reconoce en seguida la letra de su esposo. Nerviosa, agradece, cierra la puerta, se sienta en la cama y se apresura en abrirlo. Que no sea nada malo, por favor, piensa, sobándose la barriga con miedo. No me hagas daño, Ignacio, suplica, las manos temblorosas. Se sorprende al hallar, dentro del sobre, un teléfono celular. No es el suyo, el que arrojó a la piscina: es un modelo más moderno, pequeño y liviano, que acaba de salir a la venta y ha visto anunciado esa misma mañana en televisión. Luego lee la nota que le ha escrito su marido en una tarjeta que lleva el nombre impreso de él:

Mi querida Zoe:

Aquí va un celular nuevo. Encontré el tuyo en la piscina, supongo que se te cayó sin que te dieras cuenta. Este modelo es más cómodo y mejor. Espero que te guste. El número sigue siendo el mismo que el del celular que encontré en la piscina. Me imagino que así es mejor para ti. He grabado dos números en la memoria: si quieres hablar con el nuevo celular de Gonzalo, sólo tienes que marcar el uno; si quieres hablar conmigo, marcas el dos. Yo habría preferido ser el número uno, pero, hey, no siempre se puede ganar en la vida. Ya sabes cuánto te quiero y extraño. Si en algún momento tienes ganas de verme o me necesitas, marcas el dos y estoy a tus órdenes. Te mando un beso con todo mi cariño,

IGNACIO

PD: Saludos a Gonzalo.

Cuando termina de leer la nota, Zoe desahoga la tensión soltando una risotada nerviosa. No se lo puede creer: además de estar al tanto de todo, Ignacio parece encantado de que ella tenga una relación íntima con Gonzalo, pues la anima a comunicarse con él. Sale al balcón. A lo lejos, en el corazón financiero de la ciudad, puede ver el rascacielos donde Ignacio tiene sus oficinas. Lo imagina sereno, incluso contento, y eso la deprime. No me quiere, piensa. Nunca me quiso. ¿Cómo puede mandarme este regalo? ¿Cómo puede estar contento? Si me quisiera, estaría acá tocándome la puerta, buscando a Gonzalo para romperle la cara. Pero no: Ignacio es un misterio. En lugar de molestarse, me regala un celular nuevo para que me pueda comunicar más fácilmente con su hermano, sabiendo que lo hemos traicionado. Zoe se siente humillada. Una vez más, cree que Ignacio le ha ganado la partida gracias a su astucia y su frialdad. Estoy perdida, piensa. Ignacio está riéndose en el piso más alto de ese edificio y yo no sé si tener a este bebé o saltar del balcón.

Diez minutos más tarde, Gonzalo recibe, de manos del mensajero, un sobre blanco con el logotipo del banco de su familia. Piensa que debe de ser alguna correspondencia del banco: las memorias del ejercicio anterior, una invitación para algún evento, papeles que quizás debe firmar en su condición de director. No tarda en descubrir cuán equivo-cado puede estar: encuentra un celular nuevo y la nota que le ha escrito su hermano. Lee de prisa, el corazón acelerado:

Mi querido Gonzalo:

Te regalo este celular. Es un juguete divertido. Úsalo y verás que te gustará. Todas las llamadas te las pagaré yo acá en el banco. Si quieres hablar con Zoe, marcas el número uno y ella te contestará desde su nuevo celular, que es idéntico al tuyo. Si quieres hablar conmigo, marcas el número dos. ¿No te parece genial? Así podemos estar comunicados los tres. Sé que no te gustan los celulares, pero te aseguro que este juguete te va a encantar. Pruébalo y me darás la razón. Muchos cariños a Zoe y un abrazo para ti de tu hermano que te quiere,

IGNACIO

Nada más leer la nota, marca el número uno. Al primer timbre, contesta Zoe y Gonzalo, asustado, cuelga. No se atreve a marcar el dos. Estoy jodido, piensa. Ahora sí, Ignacio se ha enterado de todo y, por lo visto, está muy contento. Siempre pensé que no quería a su mujer, pero no imaginé que nos haría regalos por traicionarlo y que nos pagaría las llamadas para que nos hablemos todo el día por el celular. Mi hermano es un peligro. Nunca podré igualarlo. Aunque me duela, es superior a mí, mejor que yo. Siempre se las ingenia para caer parado, salir ganando y sonreír. Yo pensé que si me tiraba a su esposa me vengaría de él, pero ahora resulta que le hice el favor de su vida. Eres un grandísimo hijo de puta, Ignacio, pero te admiro porque tienes una cabeza mejor que la mía. Gonzalo deja el celular sobre la mesa y se siente abatido.

A unos kilómetros de allí, en la aséptica soledad de su oficina, Ignacio lo imagina exactamente así, derrotado y confundido, y se permite sonreír por eso.

Tengo que abortar, piensa Zoe. No puedo tener este bebé. Sería una locura. No podré decirle quién es su padre. Sabrá algún día que es el fruto de una pasión vergonzosa. No tendrá padre. Yo no podré decírselo a los ojos. No es justo traer al mundo una vida así. Ya es muy jodido vivir en esta jungla: tiene que ser insoportablemente jodido llegar con esta desventaja, sin saber quién es tu padre, sabiendo que, quienquiera que sea, no le interesa quererte. No es un acto de amor darle vida a este bebé: sería un acto de crueldad. No merece sufrir tanto. Y es seguro que sufrirá. Aunque yo le dé todo mi amor y sea una madre dedicada, Ignacio se encargará de vengarse lenta y pacientemente, estoy segura de eso, y mi bebé sufrirá las consecuencias. Siempre soñé con tener hijos, pero no así. No puedo arrancarle un hijo a Gonzalo contra su voluntad, sabiendo además que él me odiará por eso el resto de sus días. No puedo exponer a mi hijo a todas las maldades y ven-ganzas que caerán sobre él por ser un hijo que llegó en el momento equivocado, con el hombre equivocado. Yo cometí un error, no mi bebé, y no quiero que él pague por mí. Si quiero cuidarlo, protegerlo, asegu-rarme de que no sufra y viva entre ángeles, debo abortar. ¿Qué pasaría si, sola contra el mundo, tengo al bebé y muero unos años después? ¿En manos de quién quedaría? ¿Qué clase de vida le esperaría? ¿Estarían mis padres dispuestos a cuidarlo? Tendría para eso que contarles toda la verdad, y no voy a poder: no tengo cara para decirles que me he estado acostando con mi cuñado y que voy a tener un hijo con él, un hijo que él rechaza, un hijo que no reconocerá como suyo. No puedo, por eso, contar con mis padres. Si decidiera tener al bebé, tendría que hacerlo sola. Ni siquiera podría pedir ayuda a mis mejores amigas, porque ellas son también amigas de Ignacio, lo quieren, están casadas con amigos suyos, y no me perdonarían, estoy segura, la traición de haberme acostado con Gonzalo, y además esparcirían el chisme por toda la ciudad, y tarde o temprano mi hijo se enteraría de que su padre es Gonzalo, porque todo el mundo acabaría por saberlo, y los niños pueden ser crueles, alguien se lo diría en la escuela, y mi hijo sufriría por eso, por saberse negado, y yo no quiero que sufra. Prefiero sufrir yo misma. No me nace abortar, sé que me haré una herida terrible, no sé si podré recuperarme de ella, pero prefiero sufrir yo, aunque ese sufrimiento acabe con mi vida, que hacer sufrir más tarde a mi hijo. Además, me da pánico Ignacio. Lo conozco. Es un hombre fuerte, que hace lo que sea necesario para ganar sus batallas, y estoy segura de que no me perdonaría nunca si tuviera a este hijo. Tampoco me perdonará por haberme acostado con Gonzalo, pero todo sería mucho peor si tuviese al bebé. Abortar sería, a sus ojos, una manera de arrepentirme, de eliminar toda presencia de Gonzalo en mi vida, todo vestigio de esa pasión. Por eso también debo abortar, porque no quiero traer al mundo a una persona que nacerá con un enemigo: Ignacio, el hombre más poderoso de la ciudad. Abortaré porque te amo, mi bebé. Abortaré para saber que estás bien, en un lugar más tranquilo y seguro, acompañado de ángeles. Abortaré para que no sufras tú, aunque el sufrimiento de perderte acabe conmigo.

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