Ferran Torrent - Especies Protegidas

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Juan Lloris, un constructor que intentó convertirse en personaje social sin conseguirlo, no está dispuesto a rendirse. Para empezar, se va a cobrar los favores que le debe el secretario general de un partido minoritario decisivo para formar gobierno. Y va a contar con ayudas como la de un agente de la FIFA y su colaborador de pasado inconfesable, el crack destinado a salvar al club local, un peculiar responsable político de finanzas, un veterano periodista deportivo, un pirómano presidente de peñas futbolísticas… y una alegre cubana que, al lado de Lloris, presencia su formidable ascenso desde la marginación social hasta la presidencia de un club de primera división… y de ahí a cualquier otro puesto que tenga en su punto de mira.

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Al día siguiente, Petit convocó a Júlia Aleixandre en la sede del Front a las diez de la mañana. Él mismo se aseguró de lo temprano de la cita y de reunir a toda la prensa. A Júlia no le hizo ninguna gracia tener que desfilar entre decenas de periodistas gráficos. Se le notaba en el rostro, con una sonrisa de circunstancias, y en las pocas ganas de hablar que tenía hasta que no concluyera su encuentro con el secretario general del Front, que no acudió a la puerta de la sede para recibirla. Lo hizo el presidente honorífico del partido, un veterano militante del valencianismo que jamás hubiera imaginado, desde su amargo escepticismo, desde su eterna devoción por un ideal que parecía inalcanzable, que se vería obligado a hacer el numerito que exigía la política parlamentaria. Pero lo hizo encantado.

Petit la recibió en la puerta de su despacho, con un Hoyo de Monterrey, tamaño Churchill, en la mano. Sabía que a Júlia le molestaba muchísimo el humo del tabaco. Pero ahora mandaba él y, aunque tuviera que poner su condición de político profesional por encima de su resentimiento personal, no podía evitar el recuerdo de haber sido un extraparlamentario que algunos confundieron con una marioneta que manejar a su antojo y al que habían despreciado muy seria y reiteradamente.

Además de Petit, en la sede había muchos militantes que querían experimentar in situ la satisfacción que proporcionaba ver a los conservadores rogando ante su líder. Venganza de pobres.

Júlia Aleixandre asistió vestida de forma elegante y algo provocativa, lo justo para poder seducir sin que se notara demasiado, con una minifalda ligeramente elástica que revelaba sutilmente el contorno de su cuerpo; la blusa de seda, desabrochada hasta el segundo botón, insinuaba unos pechos bien moldeados, pequeños pero redondos, como los de una adolescente balthusiana. Petit llevaba vaqueros y camisa blanca. Estaba radiante aunque apenas hubiera dormido (una noche espléndida sólo alterada por un incidente, afortunadamente aislado: un gamberro que había prendido fuego al coche de un vecino de la calle de la sede del Front para luego huir en una moto con la matrícula tapada). Al recibirla, la besó y dejó las manos descansando en los hombros de ella. También mantuvo su sonrisa, durante un minuto largo en el que se dijeron unas cuantas banalidades al uso con tal de que la prensa gráfica documentara el momento histórico. Entonces el líder de los nacionalistas se despidió de los periodistas con un gesto amable y cerró la puerta. Sin testigos, allí dentro todo era muy distinto. Petit le ofreció un extremo del sofá mientras él, frente a Júlia, se sentó en una cómoda butaca giratoria, generosidad involuntaria de Juan Lloris que se sumaba al patrimonio del partido. Por ahí, por el empresario, empezó Júlia antes de volver a felicitarlo.

– Le has sacado mucho jugo a la maleta de Lloris.

– Algún mérito habré tenido.

– Sé muy bien de dónde salen ciertos méritos en política.

– Me parece que no has empezado con buen pie.

– Tranquilo, sólo pretendía desahogarme. Vuelvo a la realidad -a la puta realidad, tenía ganas de añadir-: ¿qué quieres?

Petit sonrió. Le encantaba aquella mujer. Era peligrosa como una víbora, pero le encantaba. Siempre nos fascinan los atractivos más indeseables. A lo mejor es uno de los rasgos que definen la estupidez humana. Por unos instantes imaginó que Júlia, el sexo que le podía ofrecer, sería capaz de desvirtuar la negociación. La historia estaba llena de casos parecidos. Dejó a un lado la ocurrencia y con gesto hierático volvió a la Tierra. En aquel momento, en aquella hora, asumía la representación de su país, albacea de una historia casi milenaria. Aún creía en ciertas utopías, y, además, sabía a quién tenía delante, sabía qué quería.

– ¿Cuál es la oferta?

– Estamos abiertos a cualquier negociación.

No era exactamente así. Ella se jugaba muchas cosas, muchísimas. Un buen acuerdo le serviría para revalorizarse ante su líder. Ambos tenían mucho que ganar o que perder personalmente.

– Con todo -siguió Júlia-, esperamos de tus principios democráticos que entiendas que nosotros hemos sido los vencedores de estas elecciones.

– Yo también espero mucha comprensión.

– Adelante.

– La Conselleria d'Obres Públiques…

– Creía que me ibas a pedir la de Medi Ambient.

– También pensaba pedírtela.

– ¿Y no crees que es pedir demasiado?

– Aún no he acabado.

– A lo mejor deberíamos replantear la negociación.

– Replanteémosla.

– ¿Quieres entrar en el Govern o pretendes controlarlo? Te lo digo porque nos entenderemos mejor y más deprisa si abrimos una negociación seria.

– A mí me da igual tardar una hora más o menos: hace veinte años que estoy esperando.

– Bien… lástima que no fume, te pediría un puro y pactaríamos con más calma.

– ¿Te molesta el humo?

– Sí, pero supongo que hoy no es mi papel exigir.

– Supones bien, pero abriré la ventana.

La abrió. Frotó el puro contra el cenicero y volvió a encenderlo. Tras unas caladas ansiosas expelió el humo hacia el techo.

– Júlia, no queremos formar parte del Govern.

– ¿Por qué?

– Estamos mejor fuera. Aún no lo tenemos decidido, pero a lo mejor nos votamos a nosotros mismos y facilitamos que asumáis el Govern.

– ¿Nos lo facilitarás?

– En principio, sí.

– No he venido en busca de un acuerdo a corto plazo.

– Entonces tendrás que darme todo lo que te pida.

– Te haré una oferta: la Conselleria de Cultura i Educació, la de Medi Ambient y un senador en Madrid.

– Es poco.

– Sólo tienes el siete por ciento.

– Grave error: lo tengo todo gracias a una Ley Electoral que os ha permitido durante años, a vosotros y a los socialistas, repartiros el poder.

– Ten cuidado, si abusas, los electores no te lo perdonarán. No te perdonarán que, por tu culpa, haya caos y desgobierno. La gente espera que seáis responsables. De hecho, habéis obtenido un buen resultado porque os habéis moderado.

– ¿Entonces no ha sido por la maleta de Lloris?

– Ya me entiendes: todo ayuda.

– Debes de saberlo muy bien.

Júlia obvió la respuesta. Le interesaba ir al grano:

– Si lo piensas bien, la oferta es espectacular teniendo en cuenta las expectativas políticas que teníais.

– Situémonos en el presente.

– ¿Querrías hacerme el favor de apagar el puro? Me cuesta hablar en un ambiente tan cargado.

Francesc Petit apagó el puro. Le apetecía después de una noche larguísima, en la que había fumado demasiados. De un cajón de madera sacó un ambientador.

– Soy alérgica a los sprays.

Dejó el ambientador en el cajón y volvió a la butaca. Le miró las piernas de refilón. Se la imaginaba puro fuego en la cama. También se la imaginaba en un restaurante: incapaz de pedir una ensalada con naturalidad.

– Te seré muy sincera: no podemos darte la Conselleria d'Obres Públiques por una razón que, como político profesional, entenderás perfectamente. Tenemos muchos proyectos iniciados y somos responsables de ellos ante la sociedad.

– Y ante los empresarios que os han ayudado.

Volvió a obviar la respuesta. Lo hizo con tablas.

– No tenéis experiencia en obras públicas. Es distinto en el ámbito educativo y el medio ambiente. Dispones de muchos pedagogos y ecologistas. Nosotros cederíamos a vuestras pretensiones en esos campos.

– ¿Dejándonos la política lingüística?

– Sí.

– Pues claro, como os importa una mierda. Tira más el cemento que el acento.

– Sólo pretendo llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes.

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